Apr 26, 2008 20:49
La cuestión de la unidad lo preocupaba por lo fácil que le parecía caer en las peores trampas. En sus tiempos de estudiante, por la calle Viamonte y por elaño tereinta, había omprobado con (primero) sorpesa y (después) ironía, que montones de tipos se instalaban confortablemente en una supuesta unidad de la persona que no pasaba de una unidad lingüística y un prematuro esclerosamiento del carácter.
Esas gentes se montaban un sistema de princípios jamás refrendados entrañablemente, y que no eran más que una cesión a la palabra, a la noción verbal de fuerzas, repulsas y atracciones avallasadoramente dsalojadas y sustituídas por su correlato verbal.
Y así el deber, lo moral, lo inmoral y lo amoral, la justicua, la caridad, lo europeo y lo americano, el día y la noche, las esposas, las novias y las amigas, el ejército y la banca, la bandera y el oro yanqui o moscovita, el arte abstacto y la batalla de Caseros pasaban a ser como dientes o pelos, algo aceptado y fatalmente incorporado, algo que no se vive ni se analiza porque es así y nos integra, completa y robustece.
La violación del hombre por la palabra, la soberbia venganza del verbo contra su padre, llenaban de amarga desconfianza toda meditación de Oliveira, forzado a valerse del propio enemigo para abrirse paso hasta un punto en que quizá pudiera licenciarlo y seguir -¿cómo y con qué medios, en qué noce blanca o en qué tenebroso día?- hasta una reconciliacion total consigo mismo y con la realidad que habitaba.
Rayuela (1963) - Julio Cortázar.