Jul 03, 2008 21:09
Tengo el imagen presente. Estoy sentado en un Ford Falcon de los 70. El auto apenas funciona. Hay un problema con la alineación y al chofer o no le importa o ya se ha acostumbrado. El sol baja en el oeste, marcando el fin del día - el fin del pasado. La ruta es larga y derecha, con la escasez de alumbrados marcando el camino de pueblo, el capital nacional del sueño perpetuo; a la ciudad, capital nacional de los robos y de las.
A mi derecha veo la silueta de los algarrobos y los palos borrachos, esparcidos por el campo baldío. El viento entra el auto por las ventanas y seca la transpiración que cubre mi cuerpo. La sal de mi sudor y el polvo de la tierra mezclan, y a pesar de las miles de veces que me he bañado desde entonces, todavía puedo sentir su olor en mi piel.
El mismo viento que me refresca también lleva los luciérnagas por todos lados. Su luz, serpenteando en el campo, siempre será mi símbolo de la libertad.
La radio pasa una mezcla rara de Luís Miguel, chacarera y sencillos que en otros lado nunca tenían el mismo nivel de éxito.
Un microcosmo del pueblo argentino me rodea. Hay una mujer mayor con una bolsa de lona puesto en su regazo. La bolsa seguramente contiene todas sus pertenencias más importantes, pero yo nunca podría adivinar qué son.
Hay un joven morocho que podría tener hasta 20 años de edad. Los rulos de su cabello negro han sido arreglados en un proceso que obviamente es muy deliberado. Se ha bañado en una mezcla de perfumes diseñada para lograr éxito en el boliche.
La piel clara y ojos verdes del chofer sugieren una descendencia europea. Tal vez italiana. Tal vez alemana. Lleva su ropa gastada con un orgullo que representa un pasado lujoso y una economía destruida mientras la falta de esperanza en sus ojos sugieren que esta carrera no era su sueño.
Todos se fijan en lo suyo y nada más. Tienen sus sueños, sus esperanzas y sus dudas pero los guardarán. Algunos vienen, algunos van. Pero todos siguen. Trabajan y luchan para sobrevivir, y sobreviven porque no queda otro.