Sangre de Cazador (Parte 1)

Aug 14, 2009 21:14



Capitulo 1: Único e irresistible.

Sam estaba agotado, y no sólo eso, después de seis vasos de whisky y tres cervezas heladas ni siquiera podía lograr caminar en línea recta y evitar tropezar. Sus piernas le fallaban de vez en vez pero aún así no planeaba pasar toda la madrugada en el bar del pueblo. El ambiente era igual de deprimente que su casa así que daba igual estar ahí o allá.

Al salir pudo notar lo tarde que era y el intenso frío le hizo abrazarse aún más a su chaqueta. No era extraño que el ambiente fuera tan extremista, estaban en pleno invierno y ni las bufandas o los impermeables evitaban que el aire calara cada hueso y centímetro de piel. Los pueblerinos estaban acostumbrados en su mayoría, pero él, Sam Wesson, para nada. Le parecía un milagro no tener algún indicio de hipotermia o algo parecido. Y sólo algo como eso le faltaría para declararse la persona más desdichada en esa semana. No pedía demasiado, tan solo encontrar la clave para encontrar el equilibrio que en menos de cinco días había desaparecido de su vida.

Abrazado a sí mismo comenzó a andar por la calle, sus botines crujían al contactar con la húmeda tierra del lugar y no es que se fijara mucho pero, tal vez era por estar ebrio o tal vez era sólo su instinto pero de repente, el castaño se dio la vuelta un poco nervioso, y se encontró con… nada, para su alivio y desconcierto.

Reanudó su marcha y en pocos minutos sumados a unos cuantos tambaleos más, llegó a una pequeña casita de color crema y tejado rojo. Su hogar.

Dejó caer las llaves en la mesa del recibidor y su chaqueta resbaló de sus hombros hasta chocar contra el piso, no la levantó ni se inmuto, simplemente obligó a sus pies a seguir hasta una puerta blanca que había al fondo, su habitación, donde un suave colchón y unas cálidas mantas se acoplaron sobre él y sus prendas, que ni por asomo se quitaría… estaba demasiado cansado para ello.

Miró de soslayo el despertador en la mesita de noche y cayó en cuenta que no sólo tendría que levantarse en pocas horas con una resaca de los mil demonios y unas ojeras de mapache con insomnio, si no que además, si mal no recordaba… Jessica se casaba esa tarde.

Los ojos grises se nublaron con un sentimiento agobiante, pero no era odio, ni celos, ni envidia… era simplemente pérdida. La más grande que ha conocido en sus veinticuatro años de vida.

¿Y ahora que debía hacer él? Hasta hace cinco días, él tenía una novia, tenía una vida plena y sin complicaciones. ¡Por favor, hasta tenía un perro!... Todo iba maravillosamente, hasta que descubrió que Jessica ya no le amaba, que le había engañado por casi trece meses y ahora resulta que iba a casarse. ¿Por qué esperar tanto? ¿Por qué no se lo había dicho? ¿Era necesario que él llegase a casa y viera todas las cosas de la rubia en un camión de mudanza y traspasando saliva con aquél tipo? Realmente… ¿tenía que ser tan difícil?

El castaño relamió sus labios intentando recordar el sabor de la cerveza, como si con ello pudiese emborracharse por segunda vez. Exhaló un sollozo ahogado y pasó una mano por sus abatidos ojos. Ahora ya no sabía si se debía a sus sentimientos o a la falta de sueño aquél enrojecimiento en su cara, o incluso si era el frío, daba igual. Prefería no pensar hasta el día siguiente. Y con eso en su cabeza se arrulló hasta quedar inconciente.

Todo era más fácil al dormir… o no.

-*-*-*-*-

Dean entró en la casa sin ningún problema y, después de ello, sólo tuvo que caminar más y empujar la puerta semi-abierta para así, recrear la visión de ese gran y a la vez débil cuerpo. Se desplazó sigilosamente hasta tener al alcance al chico y, entonces, con una gran sonrisa en el rostro, inhaló el aroma que despedía. Olía tan bien, tan dulce y tan apetecible…

El rubio supo que sería una cena agradable.

Sin embargo, no quería tomarlo de esa forma, él, dormido e ignorante de su pronta muerte, así que… debía despertarlo. Como sus compañeros le decían, no hay más placer en una caza que ver la luz desaparecer de sus ojos. Y, por supuesto, Dean estaba tan entusiasmado con este humano que sería de lo más estúpido si no hacía que valiera cada segundo.

El vampiro comenzó a acariciar el pelo castaño con una mano. El tacto era enloquecedor, la cosa más sedosa que había tocado en mucho tiempo y no es que se fijara, pero era una de las cabelleras más ¿bonitas?, que había tenido bajo sus dedos. Inclinó un poco la cabeza hacia el chico y comenzó a murmurarle cosas. “Hola, mi pequeño niño” “Hueles delicioso, pero seguro sabes mejor” “No tengas miedo, el dolor pasará rápido”

Resopló algo contrariado mientras se alejaba un poco. El chico no parecía despertar, es como si estuviera desmayado o algo así. Gruñó levemente, asumiendo que esto no sería tan divertido como esperaba e iba a dar su primera degustación a la carne fresca, cuando una pequeña placa dorada que descansaba en la mesa a su derecha llamó su atención.

Samuel Wesson, ganador del concurso de debates interestatal.

“Sammy” Pronunció el pecoso sin ser muy conciente de ello.

El cuerpo de su víctima se revolvió entre las sábanas y soltó un suspiro, sin embargo el humano no despertó. Dean sonrió y, ya sin más rodeos, lo hizo. Sus brillantes ojos verdes cambiaron a un color negro azabache, su dentadura perfecta, aquella farsa que le hacía ver más normal entre los personas con sangre, se deformó. Unos colmillos puntiagudos nacieron y chasquearon intimidantes. Dean sonrió, como llevaba haciendo toda la noche, y se inclinó sin más sobre el desprotegido y cálido cuello de su pequeño juguete.

Fue una experiencia excitante.

Sus dientes sin ningún problema se hundieron en la carne, traspasándola hasta llegar a su ansiado alimento. El líquido corrió dentro de él, en su garganta y fue igual que cualquier otra cena, pero había una pequeña diferencia. Bien, no pequeña, una gran diferencia. La sensación de adrenalina llegó, el placer igual seguido del calor… pero había algo especial en el líquido rojizo que salía de la yugular del muchacho, algo que Dean no podía identificar. Vale, la sangre lo volvía algo desquiciado y le atontaba tanto placer junto, pero aquello era algo grande, algo importante y el rubio tenía que descubrirlo. ¿Quién era éste chico con un sabor tan… diferente? ¿Por qué sentía un extraño hormigueo en el pecho?

Se alejó sólo lo necesario para mirar mejor al crío que, hasta ahora notaba, tenía acorralado contra el colchón. Y quiso reír frenéticamente cuando unos ojos brillosos y asustados le devolvieron la mirada. ¡Por fin estaba conciente! El humano le veía alucinado, con los delgados y apetecibles labios medio abiertos y temblorosos, casi como una descarada invitación para ser probados, y Dean amaba tomar lo que quería, cuando quería, y vaya que lo deseaba.

Se inclinó nuevamente, pero esta vez el objetivo no era el cuello o la sangre en sí, eran los labios, dulces y apetecibles labios humanos que, coronados con el calor corporal y los pequeños residuos de saliva producidos pero el torpe balbuceo de su presa, le hacían querer probar una y otra vez que se sentiría presionar contra ellos, tocarlos, lamerlos, acariciarlos, en fin, hacerlos suyos. Y cuando los tomó, notó con júbilo que no se equivocaba.

El hambre de los vampiros era una fuerza que sobrepasaba lo que sea, cualquier cosa. Dean no contaba con ello, no contaba con nada, por que después de haber probado los labios de Sammy, vaya, se sentía desorientado, sorprendido, pero más que nada, excitado. ¿Cómo era posible? Él no sabía, no tenía respuesta para eso. Es que, increíblemente, por un momento se olvido de que aquel chico con cara de crío era su alimento; simplemente el apetito se borro de su mente y sólo se concentro en la persona, en los labios uno sobre otro, en su pálida mano acariciando tranquilamente el pelo castaño, en su cuerpo aplastando sin ser tosco a su presa, en su otra mano tomándolo de la cintura, como si fuera a escapar, aunque sabía que aquello era un imposible. No tanto por que fuera su cena, si no por que Dean lo tenía en sus brazos, lo reclamaba como suyo en todos los aspectos, y nada ni nadie, ni siquiera el mismo Sam, le quitarían esa sensación nueva que estaba descubriendo.
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