Hoy en día es muy común hablar de temas que hace tan sólo medio siglo eran considerados tabús o por lo menos difíciles de tratar en público. La sociedad actual vive en un época en la que hay una apertura para hablar, decir, pensar o sentir lo que uno quiera sin preocuparse en gran medida por lo que otros opinarán al respecto. Pero tal apertura no es sino el resultado de una extensa lucha que ha durado muchísimos años y que viene a desembocar en lo que a algunos nos da por llamar un “adelanto del pensamiento social”. Desde luego la idea de una absoluta libertad es utópica, pero poco a poco, paso a paso, nos vamos acercando a algo que es muy parecido.
Temas como la igualdad de género, el aborto, la eutanasia, la reivindicación de lo femenino en contraposición con lo masculino y la decisión libre y enteramente personal del con quién nos acostamos, de a quién amamos, son los grandes avances que se han tratado de establecer a partir de las revoluciones sociales del siglo XX
Es posible rastrear momentos históricos muy alejados en el tiempo en el que haya aparecido alguna lumbrera que luchara a favor de estos ideales libertarios, como Hipólita en Alejandría, pero no podemos negar que la lucha de los grupos marginados por tener una voz propia para ejercerla sin temor a represalias pertenece al siglo pasado. Uno de estos grupos marginados es la denominada comunidad LGBT , que precisamente en 1969 vivió el primer momento de la lucha por su liberación.
Se habla, desde luego, de la manifestación violenta conocida como “los disturbios de Stonewall”, en el que aparece por primera vez la expresión poder gay, en la voz de uno de los participantes dicha protesta. La sociedad homosexual estaba reprimida, y sometida a las leyes e ideas de una mayoría que consideraba que sus prácticas atentaban contra la moral y las buenas costumbres. Pero, el 28 de junio de 1969, durante una redada particularmente denigrante en el bar de ambiente LGBT en Nueva York llamado Stonewall Inn, los miembros de la comunidad decidieron dejar la sumisión y responder a la violencia con violencia.
Aquellos disturbios duraron desde el sábado hasta el miércoles de la semana siguiente, y desencadenaron una ola de manifestaciones de corte liberal en las que se dejaban de lado las marchas pacíficas y se optaba por una postura abiertamente ofensiva . A partir de entonces se celebra en el mundo lo que se conoce como “Día del Orgullo Gay”, cada 28 de junio.
Pasando el tema a la literatura, la presencia de personajes gays en la literatura ha existido desde los primeros escritos. Encontramos personajes y situaciones que refieren a la homosexualidad en La Iliada, en algunos libros de la Biblia, en poesía de la edad media y así en infinidad de textos narrativos, poéticos y dramáticos.
Resulta interesante que, cuando se trata de textos en los que se habla abiertamente del tema (y por supuesto refiriéndonos a textos de la era cristiana), encontramos estas situaciones desde dos perspectivas bien marcadas: la obvia repugnancia y la culpabilidad.
Salvo casos aislados, como el Marqués de Sade, el tratamiento del tema es velado y solo permitido, y/o aplaudido, cuando el personaje en cuestión resulta muerto al final o es el villano al que el héroe debe derrotar.
Como vemos, existe una congruencia entre la forma de pensar de una sociedad sobre un tema en específico, y los tratamientos de ese mismo tema en el arte. Por supuesto que no todo es así, y en el caso de la literatura menos que en otras artes, pero es incuestionable el valor de las letras como representación histórica de un momento social.
En el caso exclusivo de México, la comunidad LGBT, por la propia naturaleza machista y mocha de nuestra sociedad, vivió represiones similares a las que sufrían los estadounidenses en los años anteriores a la década de los setenta. Pero, a raíz de la liberación del Gay power, durante los disturbios mencionados, y todas las manifestaciones estudiantiles europeas y la propia mexicana de 1968, comenzaron a desarrollarse sentimientos en la sociedad que nada tenían que envidiar a los experimentados por los norteamericanos.
Así, durante los primeros años de los setenta, los activistas por los derechos de los homosexuales comenzaron a dejarse ver por la sociedad en general. La etapa de ocultamiento había llegado a su fin y ahora comenzaba una salida masiva del armario que tuvo uno de sus momentos más importantes cuando, en octubre de 1978, tuvo lugar la primera marcha LGBT de todo México, por las calles del Distrito Federal.
La sociedad mexicana, ya se dijo, es esencialmente machista y está influenciada por la dominación eclesiástica, y eso se ha dejado ver en su literatura. Baste recordar obras como Clemencia, "La sensitiva", Los de abajo, Al filo del agua o Pedro Páramo, novelas en los que el hombre es hombre y la mujer, mujer. De igual manera que con el resto del mundo, en México la literatura en la que se incluían personajes o situaciones homoeróticas, que para fines de economía del lenguaje llamaré de ahora en adelante “de temática LGBT”, estaba subordinada a la percepción que la sociedad tenía sobre el tema.
A fines del siglo XIX aparece de forma anónima El ánima de Sayula, poema que, de manera satírica, habla de un fantasma al que le gusta “dar por el fundillo”, para usar la expresión dentro del poema; en cambio El diario de José Toledo habla sobre las peripecias de un hombre gay que está reprimido por la sociedad y se siente cohibido por la no-correspondencia entre lo que es, lo que hace y lo que piensa y siente.
Pero todo cambia y, al igual que pasó con la sociedad, durante los años setenta la literatura mexicana de temática experimentó un sesgo, un corte transversal que significó un cambio en la forma de tratar el tema, y lo hizo a raíz de la publicación, en 1979, de la novela picaresca de Luis Zapata, El vampiro de la Colonia Roma.
Luis Zapata Quiroz nació en Chilpancingo, Guerrero, el 27 de abril de 1951. Es egresado por la Universidad Nacional Autónoma de México en Letras Modernas, en su rama de literatura francesa, con una especialidad en letras francesas medievales. Su primera novela, Hasta en las mejores familias, ya evidenciaba lo que es una constante en su obra: el tratamiento del homosexual desde la perspectiva de la cotidianidad . Sus personajes se caracterizan por ser simples, no en el sentido de la complejidad, sino de la normalidad. Nos encontramos ante personajes que viven en la realidad, que se comportan como muchos nos comportamos. Zapata deja de lado la caricaturización del homosexual y lo representa como lo que realmente es: una persona. Y es en eso en lo que radica la importancia de El vampiro de la Colonia Roma.
Adonis García en un joven que se sabe homosexual y, por diferentes situaciones de la vida, termina convirtiéndose en un prostituto que tiene su zona de trabajo en la colonia Roma de la Ciudad de México. A lo largo de las páginas que componen el relato, se da a conocer a este folclórico personaje que relata a un amigo las peripecias de su vida. Y todo mediante la presencia imaginaria de una cinta grabadora que recoge la voz y las digresiones mentales de el vampiro.
Es una novela que sigue un estilo picaresco (descripción dada por el propio Zapata) situación que se deja evidenciar ya desde los epígrafes que preceden a cada una de las cintas (capítulos) y que pertenecen a consagradas obras del género. Cada uno de las siete partes en las que se divide la novela, es una narración de una serie de sucesos que tienen en común que al final le dejarán una enseñanza al personaje, para bien o para mal, pero enseñanza al fin y al cabo y que poco a poco harán más llevadera la vida de pobreza que lleva.
Pero, y aquí viene el quid de la cuestión, Adonis no es el personaje homosexual típico, al que le gusta que le “den por el fundillo”, como al Anima de Sayula, que es afeminado, amanerado y que no puede ser hombre porque le gusta lo que hace (su vida de prostituto). Zapata rompe con esta visión “(…)Pero yo no lo podía creer ¿ves? Yo no podía entender que un tipo pudiera pagar para cogerse un puto o sea lo que yo no entendía no sabía era que el que se cogía al puto también era homosexual ¿mentiendes? (…)” (Zapata, 2005, pág. 46), y comienza un proceso de desmitificación de lo que la sociedad entiende por hombre gay.
Zapata desmitifica, evidencia los mitos de la sociedad y los destroza en la cara del lector, gancho al hígado con guante de hierro para la sociedad mocha y machista que cree que un homosexual no es un hombre porque sus preferencias no son normales.
Lo que he tratado de hacer en las páginas anteriores es resumir lo que será el corpus de este trabajo. Hablaré de El vampiro de la Colonia Roma desde tres enfoques diferentes pero que indudablemente se juntan en sus fronteras: primero la importancia de la novela como punto de partida en el pensamiento social del tema LGBT; después lo que representó la novela para la literatura de temática en la literatura mexicana; y por último la habilidad desmitificadora del texto en cuanto a la forma social de ver al hombre gay.
Y de repente que llega la tira silbando “Chapultepec”
José Ramón Ayllón, en su libro Mitología moderna, afirma que “La ciencia progresa cuando un amplio conjunto de hechos puede ser reducidos a leyes integradoras” (Ayllón, 2008, pág. 11). A este punto es posible añadir otro tanto: la sociedad progresa de la misma manera pero de forma más lenta.
Mientras que la biología (sólo por mencionar una en específico) es una ciencia que ha progresado a pasos agigantados desde hace sólo dos siglos (claro, sin contar los avances de épocas pasadas, no tan conocidas y admiradas debido a la importancia de los descubrimientos más recientes), el avance de la sociedad ha sido a marchas forzadas.
Hace mil setecientos años el mayor imperio del mundo se convirtió al monoteísmo; hace casi quinientos años despreciaron al hombre que afirmaba que la tierra no era el centro del universo; hace doscientos años las mujeres no tenían voz ni voto en la vida pública (salvo contadas excepciones que se encuentran en los anales de la historia de alguna región particular); hace cien años un hombre iba a prisión por ser homosexual, en algunas sociedades sigue sucediendo.
Pero, a medida que el tiempo pasa, la sociedad evoluciona, adquiere nuevas costumbres y nuevas ideas. Se demuestra con hechos sólidos que lo que nuestros ancestros creían ya no es válido y adquirimos una manera de pensar diferente y no por ello errónea. Así, la historia de la humanidad está conformada por diversas acciones y pensamientos que juntos, a manera de silogismo filosófico, dan origen (desde una percepción evolutiva) a la vida que hoy llevamos.
Antes se ha afirmado que las grandes revoluciones sociales ocurrieron en el siglo XX, por lo menos en el mundo occidental. En el caso particular del movimiento por los derechos LGBT, ya se adelantó que el inicio de la movilización tuvo lugar en Nueva York, en 1969 y que, a partir del mismo, se dio una ola de manifestaciones del mismo talante en varios países del resto del mundo, entre ellos México.
En 1973 tuvo lugar un hecho histórico para la evolución del movimiento gay en nuestro país: Nancy Cárdenas habló sin tapujos, ante las cámaras de televisión abierta, sobre su homosexualidad y encabezó las primeras manifestaciones de revolución LGBT.
Previamente, durante las primeras dos terceras partes del siglo XX, seguían manteniéndose en México todas las ideas satanizadas de la homosexualidad, en parte gracias a la noción de “ataque a la moral y las buenas costumbres” incluido en el código penal en 1871, noción que, gracias a su vaguedad, se usó como pretexto para perseguir las prácticas homoeróticas desde ese momento.
Pese a esto, ya en los primeros años de 1900 existían en la Ciudad de México numerosos establecimientos frecuentados por esta clientela, sin que por ello estuvieran libres de acoso policial. Así, en casos paralelos a los ocurridos en Estados Unidos, en nuestro país se perseguía a los miembros de la comunidad LGBT, sin que mediara una ley directa en contra de ellos.
Para la época en la que se publicó El vampiro de la Colonia Roma, en México ya se habían dado los primeros pasos para la libertad sexual que los homosexuales perseguían desde hacía mucho tiempo, como la mencionada activista Nancy Cárdenas y la primera marcha del orgullo gay (también mencionada en la introducción). Sin embargo ¿qué representó esta novela para el pensamiento social de la época?
A pesar de los importantes avances activistas que se estaban logrando en la época, cuando la novela fue publicada en 1979 generó escándalo y repudi o al grado de que muchos criticaban la novela sin siquiera haberla leído. Dicho escándalo se generó porque la novela dejaba ver el mundo del homosexual y le daba voz para expresar sus sentimientos y experiencias. Por primera vez se representaba al homosexual como un ser humano con emociones iguales a las de todos los demás.
Pero esa fue la primera impresión. Posteriormente nos encontramos con que la novela fue un paragón, casi una bandera utilizada para defender la normalidad en las experiencias homosexuales. Los jóvenes vieron en la descripción de la vida de Adonis García una muestra, un modelo a seguir, no en cuanto a la vida de perdición alcohólica y drogadicta del personaje, sino en la libertad de acción, es decir, en la expresión no reprimida por parte de las autoridades de su sexualidad.
Hoy en día, El vampiro de la Colonia Roma sigue considerándose una obra importante en tema de visibilidad de la vida gay, un punto de apoyo para el todavía presente movimiento de lucha por los derechos LGBT.
Y que te ofrezcan de repente la oportunidad de regresar al buen camino
Con respecto a la literatura, El vampiro de la Colonia Roma representó algo muy parecido a lo que sucedió con el impacto social de la novela, situación no tan extraña como podía parecer debido a la innegable relación que existe entre este arte y la sociedad, en el sentido de que la literatura es un reflejo de la realidad social del autor en cuestión.
En México, al igual que sucede con el resto del mundo, la literatura está empapada de esta unidad con la sociedad, por lo cual resulta asombroso que un tema tan peliagudo, aunque no por eso menos social, como el de la homosexualidad sólo haya sido visible a partir del siglo XX.
Claro, anteriormente a estas fechas tenemos registros escritos sobre prácticas homosexuales, pero son sólo actas de arresto o sentencias inquisitoriales de asesinato por el delito de sodomía.
Sin embargo, la primera manifestación de temática LGBT en la literatura como tal, la encontramos en el poema ya mencionado El ánima de Sayula, que apareció por primera vez de manera anónima a finales del siglo XIX, pero que ahora se le atribuye a un tal Teófilo Pedroza, quien escribió el poema recogiendo la voz popular de la leyenda ya existente.
La historia del poema habla de un hombre muy pobre al que le dicen que hay un ánima en el panteón que tiene escondido un tesoro, y que se lo dará a aquel que no le tenga miedo. El hombre va al cementerio y ahí se encuentra con el ánima, quien le pide que, a cambio de su tesoro, se deje penetrar (no expresado con esa palabra). La caracterización del ánima homosexual es satírica y en tono de burla, y el final del texto tiene como moraleja cuidarse de este tipo de prácticas.
Ya en el siglo XX, en 1906, aparece el poema de Los cuarenta y uno que, de manera despectiva, narra los sucesos de una redada cometida en un antro de la Ciudad de México, en donde la policía arrestó a cuarenta y un hombres acusados de “maricones”. El poema ayudó a que el acontecimiento se quedara en el imaginario mexicano y, desde ese momento, en México el número cuarenta y uno se utiliza para designar a los homosexuales.
Casos como los antes mencionados aparecen en la historia de la literatura mexicana de forma repetida. El homosexual en estas historias es representado de manera denigrante o burlesca, pues atiende a las ideas de la idiosincrasia generalizada.
Pero, así como existe esta perspectiva en la literatura, también encontramos la otra cara de la moneda. La estatua de Sal, de Salvador Novo, es una especie de voz alzada, un libro con el que se pretendía escandalizar a la sociedad con descripciones gráficas de la vida homosexual del autor. Sin embargo, Carlos Monsiváis, en su libro, Salvador Novo, lo marginal en el centro, hace un análisis de esta y las demás obras de Novo y lo que encuentra es determinante:
(…) Cuando escribe La estatua de sal, las divulgaciones de Freud lo norman ideológicamente, y se siente atrapado por la inclinación irrenunciable y no solicitada, que es sin remedio una tremenda desventaja. Para explicarse convenientemente esta limitación, acude a los dispositivos del fatalismo. Él, tan libre para vivir, es tercamente determinista cuando quiere entender su comportamiento (…) (Monsiváis, 2001, pág. 15)
Por lo que Novo representa en La estatua de sal no sólo esta visión exagerada de su homosexualidad, sino su propio determinismo por las ideas freudianas con respecto a las “perversiones sexuales”, así que en realidad no es una representación muy diferente de las antes mencionadas.
En este contexto literario aparece la segunda novela de Luis Zapata y, si antes se dijo que El vampiro de la Colonia Roma representó para la literatura algo muy parecido a su impacto social, es por la razón de que el texto presentaba una caracterización diferente de lo que hasta ese momento se había hecho con los personajes homosexuales.
Se deja de lado la caricaturización, la visión despectiva o burlesca, la representación trágica y fatalista. Zapata, como ya se ha expresado, hace que Adonis García sea un personaje como cualquier otro pícaro: vividor, aprovechado, en etapa de aprendizaje por la vida, cuya condición de homosexual sólo es un elemento más en esa trama enredosa y vívida.
Es decir, la condición sexual del personaje, a pesar de ser el eje central de la novela, se convierte en un mero elemento extra que tipifica al personaje en cuestión, a través de la ruptura que hace con la tradición existente sobre el tema en la literatura y en la sociedad, valiéndose de la caracterización social del hombre gay, pero desmitificándola.
A partir de este momento se dice que comienza en México la verdadera literatura de temática LGBT, pues la novela representa un punto y aparte para que otros autores se atrevan a tratar el tema de manera diferente a como se venía haciendo.
Y que te den de repente la cogida de tu vida
Como ya se ha visto, la sociedad está en todo y encuentra de qué hablar siempre y cuando haya un actante sobre el que valga la pena hacerlo. Mijail Bajtin afirmaba que lo que construye al hombre son los demás, la forma en la que otros se percatan de nuestra presencia y la asimilan de una u otra manera, no es más que una opinión claramente subjetiva que no siempre será un reflejo fiel de la realidad.
En ese sentido, es posible afirmar que lo que nosotros consideramos como la normalidad no sea más que el reflejo de lo que interiormente asimilamos y después expresamos. Dicho de otra manera, los elementos que conforman nuestro mundo circundante están cargados de significados preestablecidos y aceptados por la mayoría, lo que no quiere decir que sean una realidad real, es decir, sin haber pasado por el filtro del pensamiento humano.
Y precisamente estos elementos que están en nuestra cotidianidad, que conviven junto con la sociedad y que ésta los acepta sin cuestionarlos o intentar cambiarlos es de lo que está constituida la nueva mitología.
Hace algunos años, por poner un ejemplo, se tenía la creencia de que si te masturbabas demasiado te crecería pelo en las manos. Era un mito, falso a todas luces para la sociedad moderna, pero que en la época causaba espanto en todos los hombres, por lo que se privaban de la auto-satisfacción para evitar un daño mayor. Como dato histórico, hoy sabemos que esta creencia fue difundida por la iglesia católica para evitar que sus feligreses cayeran en el pecado. Surge así una invención que sus autores consideran como tal, pero que los demás, pobres ignorantes, nunca pondrán en duda y la aceptaran como verdad absoluta.
Así pues, el mito debe estar necesariamente solventado por la historia para asegurar su permanencia. A este respecto, Roland Barthes afirma:
El mundo provee al mito de un real histórico -aunque haya que remontarse muy lejos- por la manera en que los hombres lo han producido o utilizado; el mito restituye una imagen natural de ese real. De la misma manera que la ideología burguesa se define por la defección del nombre burgués, el mito está constituido por la pérdida de la cualidad histórica de las cosas: las cosas pierden en él el recuerdo de su construcción. (Barthes, 2010, pág. 238)
Por lo tanto, conforme pasa el tiempo, un mito, esa “imagen natural” de la realidad, queda afianzado. El elemento real que dio origen a ese mito se ha perdido y sólo queda una sentencia que, sin ser falsa, no es un reflejo fiel de la sociedad, sino que ha pasado por ese filtro antes mencionado que es la mente humana. Y de la misma forma en la que se habló del mito de la masturbación podemos encontrar imágenes naturales en todos los niveles sociales y de cualquier tema.
Pero aquí hay que añadir un elemento más. Un mito surge cuando no se conoce algo en específico. Como en la antigüedad los hombres no sabían que la rotación de la tierra genera el cambio de las estaciones, ellos inventaron mitos para explicarlo. Todos lo aceptaban, porque nadie podía demostrar que tal afirmación mítica no era real. De la misma manera un mito contemporáneo está sostenido, no sólo por la historia, como afirma Barthes, sino por la capacidad que tiene de ser desmentido o no. A esta habilidad se le llama desmitificación.
Dentro de la comunidad en general son muchos los mitos que giran en torno, primero de la sexualidad y luego de las preferencias sexuales. “La interpretación de la vida humana en clave sexual es uno de los grandes mitos modernos” (Ayllón, 2008, pág. 29) afirma José Ramón Ayllón de manera acertada. La sociedad, y sobre todo la sociedad mocha que abunda en México, ha creado mitos con respecto a la sexualidad que poco o nada tienen que ver con la realidad, pero que la mayoría acepta, lo más probable que por ignorancia. Y, aterrizando en el tema, cuando hablamos de mitos sexuales resulta difícil pensar en unos tan desapegados de la realidad como los que giran en torno a la homosexualidad.
Ya se ha contextualizado el lugar y la época de la que se está hablando en El vampiro de la Colonia Roma, se trata de los años sesenta, setenta, ochenta a lo sumo, en la ciudad de México. Las personas que vivían en este país en ese momento histórico, tenían unas ideas bien firmes (algunas aún persisten) sobre lo que eran los homosexuales: un grupo de hombres “putos”, alcohólicos, drogadictos, vividores, vestidas, gonorreicos, que vivían en la enajenación total y eran, en fin, lo peor de la sociedad, porque ni a hombres llegaban.
En ese contexto aparece un homosexual, rodeado de semejantes ideas, que levanta la mano y dice que tales afirmaciones son falsas y planea demostrarlo. Luis Zapata escribe El vampiro de la Colonia Roma y llena el libro, página tras página, con todas esas ideas, con todos esos mitos, que han atormentado a un grupo de personas que comienza a hartarse de la situación que están viviendo, y lo que hace es destruirlos; elimina la ignorancia del lector desmitificando su percepción del hombre gay.
Su estilo, cargado de ironía, ayuda a difuminar esta visión progresista a lo largo de toda la novela, por lo que en varias partes del texto encontramos elementos desmitificadores, como la idea, expresada en la introducción, de que en el sexo tan homosexual es el activo como el pasivo. Era un mito común de la época que eran más “machos” los hombres que “daban” que los que “recibían”, sin embargo, Zapata presenta esta percepción y la destruye en varios pasajes que no son tan fácilmente apreciables por estás presentes como idea conceptual en el relato.
Pero así como hay mitos sobre los que se sostiene toda la ideología generalizada de la novela, también encontramos momentos en los que una idea social específica queda desmentida. En un pasaje está Adonis tratando de ligar con un hombre heterosexual cuando llega la pareja del vampiro, que es bastante amanerado, y se extraña de la situación:
(…)Ya que se fue mi amigo se me acercó todo ingenuo y angustiado y me pregunta “oye adonis ¿qué a ti te gustan los hombres?” sí en serio eso me preguntó creía que él me gustaba porque parecía mujer o no sé qué yo no le contesté nada porque no tenía el valor de decir que sí y porque además carajo me parece absurdo que no lo supiera (…)” (Zapata, 2005, págs. 78-79)
Un mito que parece seguir en la mente de la sociedad es el de que a los homosexuales les gustan los hombres afeminados, los hombres que se maquillan, que caminan contoneados, que hablan con una inflexión cantarina y exageradamente chillona. Zapata nos dice que no, por eso la incredulidad en el tono de Adonis, porque a él le gustan los hombres; esa es la razón por la que no puede entender que el otro, el amigo con el que vive, se extrañe de que esté tratando de ligar a un amigo heterosexual, al que había conocido en un billar.
Y lo dicho, es un mito que persiste en nuestro días, sobre todo en las comunidades rurales, donde abundan lo que a muchos les da por llamar despectivamente “jotas de pueblo”: homosexuales afeminados, vulgares y exagerados. Lo que en cierta medida ha ayudado a que el mito permanezca.
Pero, al presentar la idea anterior, Zapata no sólo desmiente este mito, también otro igualmente generalizado y persistente como es el de que todos (o por lo menos una inmensa mayoría) de los homosexuales se comportan de forma poco viril.
Sin embargo el propio Adonis no es para nada afeminado, sino que se comporta de forma tan poco amanerada que hay momentos en los que puede estar en compañía de hombres heterosexuales y pasar por uno de ellos sin ningún problema: “(…)me veían tan parecido a ellos en muchos aspectos en todo el cotorreo que agarrábamos que no agarraban la onda de que yo no ps de que yo no ¿ves?(…)” (Zapata, 2005, págs. 88-89) por lo que también pasa revista de este mito y lo desmiente.
Es bastante común escuchar a personas homofóbicas decir, argumentando en contra de la homosexualidad y las teorías genéticas de la misma, que la “deviación sexual” es producto de una mala educación, maltratos en la niñez o una figura paterna ausente. En la realidad las cosas nunca son tan buenas o tan malas, y así como se alegan estas ideas con respecto a las preferencias sexuales, también se han manifestado cuando la persona en cuestión es drogadicto, ladrón, asesino, etc. La sociedad siempre está tratando de buscar culpables cuando algún suceso resulta especialmente escandaloso, concepción que está muy apegada (aunque la mayoría no lo sepa) a las ideas psicoanalíticas de Sigmund Freud.
Con respecto a este tema, Freud afirmaba que todo lo que nos acontece en nuestra vida adulta (hablando en el terreno meramente personal, sin tomar en cuenta el sino de cada día), tiene su origen en un acontecimiento especialmente traumático de nuestra niñez, como una alteración del perfil psicosexual, la incapacidad de superación del complejo de Edipo, el padre o la madre ausente, etc.
Sin embargo, es posible y además correcto afirmar que dicha hipótesis está sustentada en un muestreo realmente pequeño. Cierto que Freud pasó su vida estudiando y desarrollando sus ideas, pero generalizó sus aseveraciones sin tomar en cuenta el hecho de que sus pacientes ya sufrían alteraciones psíquicas antes de que él las descubriera, y por lo tanto aplicarlas a toda la población sería por demás ridículo.
En El vampiro de la Colonia Roma, Zapata, a través de la voz de su personaje, nos dice que, si bien la niñez de Adonis no estuvo caracterizada por la abundancia ni el desahogo, por lo menos fue tranquila y libre de experiencias que pudieran generarle un trauma que después derivaría en su homosexualidad.
Ni siquiera la muerte temprana de su madre, acontecimiento que el personaje recuerda como algo lejano y tranquilo: “(…) mientras nosotros andábamos en la escuela y las canicas y los cochecitos y la perrita y todo ese desmadre mi mamá se iba poniendo cada vez más grave hasta que un día se murió(…)” (Zapata, 2005, pág. 19). Adonis habla de la experiencia, cómo fue que le dieron la noticia y la manera en la que reaccionó: “(…) y nosotros aunque lo comprendimos no le dimos mucha importancia (…) nos fuimos adentro nos pusimos tristes pero ni siquiera lloramos (…)” (Zapata, 2005, pág. 19).
Como puede verse, con mucha dificultad se podría afirmar que a raíz de la muerte de su madre, el personaje comenzó su vida de degeneración (hablando en términos homófobos), pues no hubo trauma alguno y, aunque pocos años después, cuando el padre muere, sí representó un duro golpe en su vida, para esa época él ya había experimentado los primeros atisbos de su creciente deseo homosexual y sus primeras masturbaciones fantaseando con las imágenes de los hombres que penetraban a las mujeres en las revistas pornográficas de su hermano. De esta manera, es muy fácil apreciar lo que el autor opina de este mito urbano.
Otro mito que es desmentido en la novela es el de que a los homosexuales son incapaces de mantener relaciones sexuales, o siquiera excitarse, cuando el objeto sexual es femenino. Muchos siguen pensando que esto es cierto pero, a diferencia de otros anteriormente expresados, ha ido perdiendo peso, sobre todo si nos basamos en las tablas y estadísticas propuestas por Alfred Kinsey, un entomólogo que curiosamente es más recordado por sus estudios de sexología que por sus aportes al estudio de los insectos.
Kinsey, con un muestreo de más de 5000 hombres, llegó a la conclusión de que la gran mayoría de los sujetos de estudio tuvo experiencias homosexuales y generó una tabla, numerada del cero al seis, en donde exponía su teoría de los grados de sexualidad en el hombre: en donde cero correspondía a los hombres absolutamente heterosexuales, que nunca había experimentado ni siquiera deseo por otros hombres, y el seis, que era aplicable para los hombres homosexuales que nunca hubieran sentido deseos por mujeres. Y justo en el medio, con el número tres, se encontraban los hombres bisexuales. El resto se distribuía en los demás números.
Sin embargo, kinsey decía que esta tabla no era rígida ni normativa. El exponía que, si bien a cada hombre en el mundo le corresponde un número en su tabla, también dice que este número puede variar a lo largo de su vida. Así, un hombre que en determinado momento de su vida estuvo en el grado cero podía ascender uno o dos números conforme su percepción y deseo se fueran modificando.
Si bien es cierto que hoy en día muchas de las estadísticas de Kinsey se consideran poco fiables, la tabla de deseos del hombre se ha mantenido, ya que no se ha logrado desmentirla por ningún estudio científico reciente.
En la novela de Zapata, Adonis no sólo llega a sentirse excitado por alguna mujer, sino que incluso tiene relaciones sexuales con una: “(…) Entons le empecé a agarrar la pierna y ella me respondió ¿ves? Movió la pierna así y entons yo ya me voltié hacia otro lado y este ps yo ya tenía la verga parada ¿no? (…)” (Zapata, 2005, pág. 89).
Contextualizando la cita anterior, hay que decir que este acontecimiento sucede a raíz de la insistencia de sus amigos heterosexuales (o bugas, para usar el término empleado por Zapata), en que tuviera relaciones sexuales con la muchacha en cuestión, y que Adonis lo hace para que sus amigos dejaran de “chingar”.
Sin embargo, es correcto decir que, si bien la experiencia no se repitió, esta no hubiera tenido lugar si, en primer lugar, Adonis no hubiera sentido un mínimo de deseo por la muchacha. Sin este componente elemental, y además sintiendo las presiones de sus amigos, el personaje ni siquiera hubiera experimentado una erección ante la perspectiva del sexo heterosexual.
Como se ha podido apreciar en las páginas anteriores, El vampiro de la Colonia Roma es, ante todo, un texto desmitificador. Ya antes se ha expresado la idea de que el texto está sostenido por mitos desmentidos, por lo que, aparte de los ya mencionados, en toda la novela encontramos esta idea expresada en diferentes momentos que no se han extraído para su análisis por considerar que su función está dentro la novela y, descontextualizados, perderían mucha significación semántica.
Zapata, como buen espectador de su mundo y su condición homosexual, nos cuenta la historia de un joven gay en la ciudad de México, pero, a través de la narración de la vida de este personaje, tipifica la percepción que la sociedad tiene con respecto a esta preferencia sexual y la desmiente, aportando así su grano de arena en la lucha por la liberación sexual.
BIBLIOGRAFÍA
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