La narratología al servicio de la literatura.

Apr 15, 2013 19:50

Una mirada a "La compuerta número doce" de Baldomero Lillo

Narrar es el arte de saber contar una historia. Por lo menos desde una perspectiva simplista. Un texto llamado narrativo es aquel en el que se te cuenta una determinados sucesos que juntos forman una historia, por esa razón la poesía no es narrativa, aunque es cierto que hay algunos poemas que usan este elemento pero son sólo excepciones.
¿Qué es lo que hace que un texto sea narrativo? En términos llanos es simplemente que se cuenta algo en ese texto, sin embargo un texto debe tener ciertos elementos que configuran lo que Gérard Genette denomina diegesis, y que no es otra cosa que la narración.
Dichos elementos son: el tiempo (más que verbal, que sí es muy importante, hablamos del tiempo ficcional y del tiempo de narración); el espacio en el que se desarrollan los acontecimientos; personajes que efectúan las acciones narradas y el narrador, que es el que nos contará la historia.
Para el presente análisis narrativo trataré de desarrollar cada uno de estos aspectos en el cuento “La compuerta número doce” de Baldomero Lillo, que se encuentra en el libro Sub Terra, utilizando el método propuesto por Luz Aurora Pimentel en el libro El relato en perspectiva.
En “La compuerta número doce” nos encontramos con un niño llamado Pablo que está descendiendo, junto con su padre, a la mina en la que éste trabaja. Ya tiene ocho años y es hora de que aporte dinero a la casa familiar para poder mantener a sus hermanos que aún son muy jóvenes para ganarse su plato de pan. El niño es designado para ser el portero de la llamada compuerta número doce, un trabajo que desempeñará por lo que le queda de vida.
Como podemos darnos cuenta por la sinopsis, nos hallamos frente a un texto triste, tal vez hasta podríamos decir que deprimente. De hecho, al leer el cuento uno puede darse cuenta de la crítica que el autor hace sobre un aspecto de la sociedad que a veces podría parecernos, a los que no estamos metido en ese mundo, incluso hasta exagerado. No me detendré en este aspecto porque no es importante para el análisis narratológico, salvo algunos elementos que tienen que ver con la intención del narrador, pero que dejaré para más adelante.
El primer elemento a considerar es el tiempo. “Como lo han señalado gran cantidad de teóricos del relato, un texto narrativo se funda en una dualidad temporal” (Pimentel, 2002, pág. 42), que son el tiempo que transcurre dentro de la narración y el propio tiempo en el que se narran los sucesos, podríamos decir que es el tiempo de lectura.
En realidad el relato es bastante sencillo en cuanto al tiempo, pues no nos encontramos ante un texto en el que se juega con el tiempo, es lineal lo que significa que nos va contando las situaciones en el orden en el que van sucediendo. Además, aunque el tiempo verbal utilizado sea el pretérito y el pretérito imperfecto, el lector tiene la sensación de que lo que está leyendo está sucediendo en el momento mismo en el que transcurre la lectura y que se ejemplifica con el siguiente fragmento:

"Los tres se marcharon silenciosos y el rumor de sus pisadas fue alejándose poco a poco en la oscura galería. Caminaban entre dos hileras de rieles cuyas traviesas hundidas en el suelo fangoso trataban de evitar alargando o acortando el paso, guiándose por los gruesos clavos que sujetaban las barras de acero. El guía, un hombre joven aún, iba delante y más atrás con el pequeño Pablo de la mano seguía el viejo con la barba sumida en el pecho, hondamente preocupado. Las palabras del capataz y la amenaza en ellas contenida habían llenado de angustia su corazón." (Lillo, pág. 147)

A este recurso se le denomina Tempo en escena y se caracteriza por ser “(…) la única forma de duración que podríamos considerar isócrona: es decir, un tempo narrativo en el que se da la relación convencional de concordancia entre la historia y el discurso (…)” (Pimentel, 2002, pág. 48).
Sin embargo, a pesar de este efecto “convencional de concordancia”, es posible encontrar otros elementos que podrían, de ser más largos, extender el tiempo.
Existe algo llamado rellentado, que es un efecto que provoca una pausa en el tiempo de la narración para dar paso a la voz del narrador. Este tipo de retardación del tiempo es extradiegético, es decir que no pertenece a la narración y se encuentra en el texto sólo como una especie de reflexión en la que el narrador se deja ver para comentar un suceso en el texto. En “La compuerta número doce”, por su propia característica de crítica social, es posible encontrarnos con este efecto de pausa narrativa.

"La mina no soltaba nunca al que había cogido, y como eslabones nuevos que se sustituyen a los viejos y gastados de una cadena sin fin, allí abajo los hijos sucedían a los padres, y en el hondo pozo el subir y bajar de aquella marca viviente no se interrumpiría jamás. Los pequeñuelos respirando el aire emponzoñado de la mina crecían raquíticos, débiles, paliduchos, pero había que resignarse, pues para eso habían nacido." (Lillo, pág. 149)

Este efecto lo que hace es pausar la narración, y por lo tanto el tiempo de la misma, para hacerla más lenta, para alargar lo más posible el relato al tiempo que nos muestra reflexiones que nos ayuda a comprender mejor la intención del autor.
Dentro del elemento del orden cronológico del tiempo existe lo que podríamos considerar como rupturas. Una historia de tiempo lineal de repente corta la narración para mostrarnos sucesos o escenas que tienen lugar en el pasado (analepsis) o en el futuro (prolepsis) de la diégesis. A este aspecto se le llama anacronía.

“El recuerdo de su vida, de esos cuarenta años de trabajos y sufrimientos, se presentó de repente a su imaginación, y con honda congoja comprobó que de aquella labor inmensa sólo le restaba un cuerpo exhausto que tal vez muy pronto arrojarían de la mina como un estorbo (…)” (Lillo, pág. 149)

Este fragmento es un tanto interesante pues nos da una analepsis, pero es una analepsis oculta, casi diríamos que críptica. Interrumpe la narración para referirnos que este minero entro a trabajar hace cuarenta años y que el resultado de esos años era un cuerpo cansado. Oculto en unas pocas palabras el narrador nos da a entender que el personaje sufrió mucho físicamente, que a lo largo de su vida tuvo un desgaste que lo llevó al momento en el que estamos.
Pero no sólo eso, también nos encontramos con una prolepsis pues nos dice que ese cuerpo desgastados será muy pronto sería echado como si fuera un ser inservible. Nos da información del futuro y del pasado de un personaje y todo eso en cuatro líneas y utilizando la menor cantidad de palabras, pero ahí está, forma parte de la narración.

Pasemos ahora al espacio. La dimensión espacial del relato es eso justamente, el lugar físico en el que se desarrolla la acción.
Desde un punto de vista meramente descriptivo, podríamos decir que el espacio es sólo una enumeración de sintagmas adjetivales o características que te dicen cómo es determinado espacio y dichas características serán de tipo físico (es decir que podemos percibir con nuestros sentidos), o abstractos (como opresivo, triste, etc.).
Sin embrago existen textos en los que el elemento del espacio tiene una función icónica, es decir que el espacio está en relación con las emociones o las características físicas de los personajes o con las sensaciones que el autor desea provocar en el lector.
En el cuento de Baldomero el escenario es una mina, un agujero profundo excavado en el suelo y en el que “las paredes laterales permanecían invisibles en la oscuridad profunda que llenaba la vasta y lóbrega excavación” (Lillo, pág. 146).
Y durante todo el relato nos imaginamos recorriendo los túneles bajo tierra, con una luz muy escasa y las paredes invisibles por la penetrante oscuridad. Pero esta descripción no es sólo para darnos un escenario, también está en sincronía con el ambiente que el autor trata de representar.
El lugar es oscuro, húmedo y feo y hay un niño de ocho años que va a entrar a trabajar a ese lugar, que pasará catorce horas (número dado por el autor) encerrado bajo tierra, amarrado a la pared para que no escape. Hay un ambiente opresivo que trata de reflejar la angustia y el desaliento que provoca el trabajar en la mina, y que está en sincronía con el escenario, de nuevo, opresivo se come a las personas que entren a entregar sus vidas y que jamás lograrán escapar. Y todas estas sensaciones podemos apreciarlas en el siguiente fragmento.

"Con los codos en las rodillas y el pálido rostro entre las manos enflaquecidas, mudo e inmóvil, pareció no percibir a los obreros que traspusieron el umbral y lo dejaron de nuevo sumido en la obscuridad. Sus ojos abiertos, sin expresión, estaban fijos obstinadamente hacia arriba, absortos tal vez, en la contemplación de un panorama imaginario que, como el miraje del desierto, atraía sus pupilas sedientas de luz, húmedas por la nostalgia del lejano resplandor del día." (Lillo, pág. 149)

En realidad el escenario no abarca mucho más: es la descripción, no enumerativa pero sí clara, de un lugar en el que la vida se esfuma dejando tras de sí un cuerpo exhausto y triste y que está en relación con la sensación de desolación y opresión y la nostalgia y el deseo de una vida mejor de los personajes y de los lectores.

En cuanto a los personajes, en el cuento aparecen cinco pero son sólo tres los que podemos considerar importantes: Pablo (el hijo del minero), el padre y el capataz. Vayamos uno por uno.
• Pablo. Es un niño de ocho años, hijo de un minero que a su vez es hijo de otro minero. La primera y única descripción física del personaje la tenemos de la mano del capataz cuando lo ve: “Sus delgados miembros y la infantil inconsciencia del moreno rostro en el que brillaban dos ojos muy abiertos como de medrosa bestezuela (…)” (Lillo, pág. 147). En cuanto a sus sentimientos o su descripción interna, Pablo tiene la inocencia de un niño (porque lo es) que mira todo con curiosidad pero a la vez con miedo, sabe que está en una mina pero no sabe para qué. Escucha hablar a los adultos pero no los entiende. Su papel e meramente presencial y sobre este punto quisiera hablar de éste y de los demás personajes, pero lo haré después de abordarlos a los tres.
• El padre es un minero ya grande (en el texto no se nos dice claramente su edad pero sabemos que ya lleva cuarenta años trabajando en la mina). No sabemos cuál es su aspecto físico porque nadie lo menciona pero sí sabemos que carga con un cuerpo exhausto, cansado de tanto trabajar por muchos años. Es un hombre orillado por las circunstancias a meter a su hijo de ocho años a trabajar a la mina, su familia pasa hambre y él está seguro de que pronto perderá el empleo, así que necesitan un nuevo sustento: “-Señor (…) Somos seis en casa y uno solo el que trabaja, Pablo cumplió ya los ocho años y debe ganar el pan que come y, como hijo de mineros, su oficio será el de sus mayores, que no tuvieron nunca otra escuela que la mina” (Lillo, pág. 147). Le duele, le pesa, su amor de padre trata de decirle que lo que le hace al niño está mal pero él no puede hacerle caso, tiene que ver por sus demás hijos y no sólo por Pablo.
• El capataz tiene una breve aparición y está aquí sólo como el elemento de gobierno, el representante del sistema al que está sujeto el trabajador. Es un hombre ya viejo “En el fondo, sentado delante de una mesa, un hombre pequeño, ya entrado en años, hacía anotaciones en un enorme registro. Su negro traje hacía resaltar la palidez del rostro surcado por profundas arrugas.” (Lillo, pág. 147), y que resulta inflexible con sus trabajadores, pues le dice al padre que si no logra cumplir la cuota de esta semana sería despedido. Sin embargo al ver al niño siente lástima por él y trata de hacer que el padre no lo meta en ese mundo minero, que lo ponga a estudiar “por un tiempo” dice. El lector puede llegar a sentir simpatía por el personaje, sin embargo ante la insistencia del padre, decide no darle importancia a personas que no le llaman nada y le da al niño el puesto de otro de los hijos de un minero que murió aplastado cumpliendo su labor.

Los otros dos personajes no son de suma importancia para la trama, uno (Juan) que es otro minero sirve para guiar al niño a su puesto de trabajo y no interviene más que para hacer un comentario. Y el otro es otro niño trabajador, que está sentado mirando al techo de la mina, como viendo al cielo y que podríamos interpretar como la representación del anhelo de libertad que sienten todos los mineros.
Dije antes que quería hacer una puntualización de los personajes y este es el momento para hacerlo. Nótese que sólo dos de ellos tienen nombre (Pablo y Juan) pero son nombres bastante comunes. No hay lo que Luz Aurora Pimentel llama “los nombres y los atributos”, el “retrato” o el “hacer y ser del personaje”. Simplemente están ahí y cumplen la función del texto, como un personaje cualquiera. Lo que trato de decir es que en realidad los personajes no resultan muy complicados porque lo que estamos viendo no es aplicable sólo a estas personas sino que puede sucederle a cualquiera, Pablo y Juan bien podrían llamarse Jo sé y Antonio y no habría ninguna diferencia. Estos personajes son la representación de miles de hombres para que los lectores conozcamos un poco de la forma de vida que llevan.

Hablemos ahora del narrador. También conocido como enunciador, el narrador es esa voz que nos cuenta la historia, que narra, no es el que decide que narrar (pues ese es trabajo del autor) pero sí el cómo y el cuándo narrar.
“Tradicionalmente se designa al narrador de un texto como narrador en primera persona o en tercera persona (…)” (Pimentel, 2002, pág. 135). Al narrador en primera persona Genette lo llama homodiegético, y en tercera persona heterodiegético. Existen otros tipos pero estos son los más utilizados.
El texto “La compuerta número doce” está narrado en tercera persona por lo que su narrador es heterodiegético. No presenta más dificultades que eso, pues no se trata de un texto en el que se abogue por el discurso lingüístico sino el semiótico. El narrador no está tratando de marear al lector con idas y vueltas en el tiempo sino que su intención es presentar idea, la crítica social.
Pese a esto hay aspectos relevantes en cuanto a la focalización. Focalizar es poner tu atención sobre un objeto en específico y no moverte de ahí. Al principio del cuento parece que la narración se centrará en la perspectiva de Pablo: “Pablo se aferró instintivamente a las piernas de su padre. Zumbábanle los oídos y el piso que huía debajo de sus pies le producía una extraña sensación de angustia.” (Lillo, pág. 150). Pero con forme vamos avanzando en el cuento la focalización cambia y pasa a la perspectiva del capataz: “(…) su corazón endurecido por el espectáculo diario de tantas miserias, experimentó una piadosa sacudida (…) Las duras líneas de su rostro se suavizaron y con fingida aspereza le dijo al viejo que muy inquieto por aquel examen fijaba en él una ansiosa mirada” (Lillo, pág. 147).
Obviamente si la focalización está sobre Pablo, el narrador no tiene forma de saber que el corazón del viejo “experimentó una piadosa sacudida”. Esta focalización cambia de nuevo para darle la voz al padre, quien hace digresiones sobre su pasado y su futuro, mismas que ya fueron citadas anteriormente. Y luego vuelve a Pablo y otra vez al padre.
Esto nos dice que el narrador heterodiegético es además omnisciente, es decir que lo sabe todo de todo (incluso de el niño que se encuentran en la mina y que ni siquiera habla).
No es posible ahondar más, pues otros aspectos como el uso del tiempo o el escenario y la intención de ese texto de tesis ya fueron expuestas más arriba y mencionarlo de nuevo sería reiterativo.
Como vemos, el cuento “La compuerta número doce” es un texto de tesis, tiene una función específica (que es la de expresar el punto de vista de un autor sobre determinado aspecto de la sociedad) y narratológicamente no tiene nada muy complicado que ofrecernos. Sus elementos narrativos son simples pero están ahí, como en todo texto narrativo, y los he tratado de esclarecer lo más sintéticamente posible.

Bibliografía
Lillo, B. La compuerta número doce . En E. L. Gonzálvez, ANTOLOGÍA TEXTOS LITERATURA HISPANOAMERICANA DEL SIGLO XIX: ROMANTICISMO, REALISMO Y MODERNISMO (pág. 238).
Pimentel, L. A. (2002). El relato en perspectiva (Segunda ed.). México , México: Siglo veintiuno editores .

artículo literatura, ensayo literario

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