Hola de nuevo! :)
Pues hacía mucho que no escribía, vamos, que tenía un bloqueo espectacularmente horrible del que no podía sacudirme, pero graicas a los Siete Rh'llor los Dioses Antiguos la cabellera de Jaime Lannister, he encontrado inspiración (POR FÍN!), y aquí vengo, con un par de drabbles para poner a trabajar los jugos creativos. Advierto: mi escritura no está en las mejores condiciones y los drabbles son más gen y metafic/análisis de personajes que otra cosa. Espero que no les parezcan tan detestables y que los disfruten.
Disclaimer: Ninguno de éstos personajes me pertenece y lo siento mucho GRRM, fueron ellos los que me poseyeron.
(Y no sirvo para poner títulos, lol xD).
Nombre: Ojos Cerrados
Fandom: ASOIAF/Game of Thrones
Categoría: Drabble.
Palabras: 695
Género: Más de lo mismo, gen, romance, drama...
Personajes: Ygritte, Jon Snow. Ygritte/Jon.
Notas: Ok, vale. Ya sé que Ygritte es un personaje controvertido y admito que nunca le agarré cariño sino hasta el final. Pero quería meterme un poco dentro de su cabeza y esta idea me enamoró.
Él no sabía nada. O por lo menos eso era lo que a ella le gustaba pensar.
A veces miraba a Jon Snow con envidia porque podía ver el verano en sus ojos y el calor en su boca. Podía sentir los rayos de sol en su piel desnuda y las flores estampadas en sus dedos. Podía oler el rocío de la mañana en sus rizos oscuros, los pájaros de colores en su cuello.
O habría sido envidia si no lo amase, ahora sólo era tristeza.
Cuando estaban juntos, a veces sus ojos se perdían y Ygritte sabía que estaba pensando en su hogar.
Podía imaginárselo, castillos inmensos, los días cálidos, las briznas de hierba. Hablaba de ello como algo lejano, como algo que había perdido, y a través de él ella podía sentirlo, una nostalgia terrible por aquello que nunca había conocido.
Desde pequeña siempre había soñado en un mundo más allá del muro. Había vivido en los rumores de un país de fuego, donde la nieve no llegaba, donde la oscuridad no acechaba. Había llorado por las injusticias y los había odiado a todos. Malditos hombres del sur, con sus canciones, con sus bailes, con sus farsas de caballeros y princesas. Pero a él no podía odiarlo, aunque llevase al sur grabado en cada centímetro de su cuerpo.
Se entregaba a él como nunca se había entregado a nadie.
Porque quería que él la conociese, porque quería que él la amase. Le entregaba secretos y canciones, dulces caricias ante el crepitar del fuego, pedazos de sabiduría que sólo la sangre había podido enseñarle. Se entregaba a él porque él era suyo. Y le gustaba pensar que siempre lo sería.
A veces podía ver la traición furtiva, las sombras agazapadas, escondidas en palabras que nunca llegaba a formular o en la manera que su corazón latía con fuerza cuando hablaba de un futuro. Había querido siempre ignorar que él sabía a muerte y a perdición.
Ella siempre había preferido no preguntar, había aplacado sus temblores con besos, había escogido no imaginarse los secretos que tenía que decir, siempre tan llenos de verguenza, siempre heridas mortales con la única intención de destruírlos.
Sabía que el día llegaría en el que él ya no estaría allí, en el que se perdería entre las nieves para no volver nunca más, en el que estaría sola de nuevo, justo como había empezado. Y se odiaba a sí misma por saberlo. La vida le había enseñado a no confiar en los hombres, y en un hombre del sur mucho menos.
“Nunca sabes lo que quieren.” “No piensan como un hombre libre.” “Son esclavos de su propia calaña.”
Todas ideas que había oído una y otra vez, desde pequeña, antes de conocer a su primer hombre sureño, cuando se los imaginaba como monstruos malévolos que los habían abandonado, cuando se los imaginaba como espectros de hombres, egoístas, malditos, ignorantes.
Pero Jon era distinto.
Podía ver el engaño en sus ojos entornados, podía ver la traición cuando se mordía el labio y todo su cuerpo se llenaba de culpa. Pero no la veía en sus dedos temblorosos mientras la acariciaba, nunca en las palabras susurradas bajo las pieles.
“Un día lo vas a ver.” Él había murmurado una noche, su cabeza sobre su pecho desnudo, sus corazones palpitando al unísono. “Un día vas a ver los campos verdes, y los castillos abandonados, y el mar.”
Ella había sonreído, apenas capaz de imaginarse una vista tan espledorosa, un mundo fuera de sus mayores sueños.
“¿Vas?” Había preguntando, una esquirla de miedo clavándose en su pecho, por primera vez haciéndola descubrir que aquello iba en serio y que no podía imaginarse un mundo sin él.
“Vamos.” Jon Snow había sonreído también, sus labios besando el dorso de su mano en un gesto increíblemente foráneo que había hecho lágrimas escapar de sus ojos. Ygritte se había escondido entre los pliegues de su capa, entre la oscuridad de su cabello sólo para que él no la viese ruborizarse como una niña pequeña.
Le gustaba pensar que él no sabía nada sólo para ocultar que ella sabía mucho menos.
Nombre: Caballero Blanco
Fandom: A Song of Ice and Fire/Game of Thrones.
Categoría: Drabble
Palabras: 595
Género: Gen, angst, romance.
Personajes: Sansa Stark (aka. Alayne Piedra), Sansa/Loras (Platónico).
Ella soñaba con él. Era increíble como algunos días se olvidaba de todo y su imagen todavía seguía allí.
Algunos días ni siquiera se recordaba de su nombre verdadero, o de cómo lucía la sonrisa de su hermano. Algunos días se levantaba siendo Alayne Piedra, y aún así podía ver su sombra en resquicios del día, su capa blanca ondeando entre los árboles de aquel invierno de nunca acabar.
Al menos, mientras la nieve caía se sentía en casa.
“Una doncella tan joven como usted mi Lady debe estar impaciente porque llegue la primavera.”
“Por supuesto.” Respondía. “No hay nada que desee más que ver las flores del Valle.”
Habían sido flores que nunca había conocido, y por eso la mentira no sonaba tan falsa.
“Sansa” Se susurraba a sí misma por la noche, como si fuera una plegaria. Era mucho más que eso. Era un secreto. Y Lord Baelish le había enseñado que los secretos tenían poder.
“Sansa” Se repetía.
Y a su cabeza llegaban los regaños de la septa, las caricias de su madre, el picor de la barba de su padre. Podía oír de nuevo las canciones. No las tristes, no las de arpistas torturados, sino las que hablaban de veranos de nunca acabar. En aquel momento había sido feliz, en aquel momento nunca habría imaginado que extrañaría el invierno y el frío, las bolas de nieve, sus hermanos.
Y sonreía y sus ojos se llenaban de lágrimas porque en el medio de la noche recordaba todo con claridad y al día siguiente su verdadero nombre no le parecería algo tan remoto. Sonreía entre la oscuridad porque al día siguiente la línea que separaba a Sansa de Alayne no sería tan borrosa.
Cuando conseguía dormirse, él volvía a su cabeza y ella sabía que a él era que le tenía que estar agradecida.
Loras Tyrell, con una capa blanca. El caballero de todas las canciones, el héroe de todos los cuentos de la septa Mordade y la vieja Yaya. Arya habría chasqueado la lengua con cara de asco, pero para ella, él lo era todo.
Él la rescataba, la cargaba entre sus brazos, la desaparecía entre la noche bajo el aullido de los lobos.
Al inicio habían sido fantasías de una niña aburrida, ahora eran sueños de escapista. Apenas podía recordar su cara ahora, se había convertido en un espectro como el resto de su vida pasada. Y sin embargo él aún se aparecía entre sus pensamientos, un símbolo de lo que alguna vez había sido.
Él se había convertido en todo, en su madre, en su padre, que vendrían a rescatarla. Se había convertido en Robb, en Arya, con espadas de madera, defendiendo su honor. A veces, sus ojos aniñados eran los de Bran y Rickon y era ella la que quería protegerlo, decirle que todo iba a estar bien, que los volvería a ver en algún momento, que esperasen por ella. Incluso en otras ocasiones era Jon Snow, el otro hijo abandonado, el otro que todavía estaba de pie.
Cuando el cansancio se la llevaba, el caballero blanco era el frío, aunque las facciones de su cara fuesen borrosas.
Al final del día, cuando no tenía más consuelo que las lagrimas sobre las almohadas y los gritos ahogados, él era todo lo que ella quería, aunque no quedase valor en las flores marchitas y en los rizos deshechos.
Cuando se atrevía a soñar, él era las canciones que había olvidado, un nombre susurrado bajo las mantas y la esperanza en un norte que había perdido.
Nombre: La Sonrisa de la Victoria
Fandom: ASOIAF/Game of Thrones
Categoría: Drabble.
Palabras: 657
Género: Gen, romance (?).
Personajes: Jaime Lannister, Brienne de Tarth. Jaime/Brienne... somewhat? (Porque no me puedo resistir a estos dos...)
Había habido una vez, apenas un par de años atrás, en la que había declarado que prefería morir a ser un lisiado. Durante mucho tiempo lo había pensado así, incluso después de la amputación. Ahora no podía estar tan seguro, y no recordaba cuándo había cambiado todo.
Tardes como aquella no habrían podido existir en un mundo donde Jaime Lannister no hubiese perdido su mano.
Porque las tardes como aquellas estaban vivas con cada rayo de sol, con cada gota de sudor. Vivas con el sonido del acero chocando, con las chispas, el sabor al esfuerzo. Vivas con ella y su ceño fruncido.
Él nunca había considerado a Brienne de Tarth una mujer hermosa ni una grácil, pero todo en ella olía a vida. La fuerza de su brazo, el ángulo perfectamente calculado con el que Guardajuramentos rozaba su barbilla, la manera en la que se mordía el labio inferior cuando iba ganando, o el brillo en sus ojos cuando él hacía algo que la sorprendía.
Ella había sido la última persona con la que el matarreyes había luchado con sus completas facultades y de alguna manera se alegraba de que hubiese sido la moza y no otro cualquiera. Al menos así había llegado a conocerlo en su época de esplendor y no era tan humillante perder en su contra una y otra vez.
Jaime no era una persona que estuviese obsesionado con ganar, sólo con sobrevivir se conformaba. Le gustaba el sabor del triunfo, eso no lo podía negar; pero encontraba más placer en la sorpresa, en ver la cara de sus enemigos cuando se daban cuenta de que los había atrapado, en la sangre salpicando el suelo, en que todo se hubiese acabado en un segundo. Él era esa clase de hombres que disfrutaba el desarrollo de una batalla aún más que el resultado.
El haber pasado toda su infancia jugando con Cersei, además, le había enseñado a dejarse perder y a hacerlo sonriendo con tal de hacerla feliz. Había aprendido a no ser el mejor, a no llamar la atención y a ocultarse, porque ella tenía que brillar. Ya de adultos, las cosas no habían variado mucho. Después de todo su querida hermana nunca había sido muy abierta a los cambios. Había aprendido que con Cersei feliz, su mundo era feliz y con eso se había conformado durante mucho tiempo. El único campo en el que había tenido la libertad de no ser modesto había sido con la espada y el caballo.
Él nunca había considerado que Brienne de Tarth pudiese ser hermosa. De ninguna manera. Ni siquiera en un universo paralelo en el que se hubiese decidido por faldas en vez de armaduras, o en el que no hubiese recibido todas aquellas cicatrices y heridas de batalla. Pero cuando la sorprendía con algo nuevo, cuando cada día estaba más cerca de desarmarla, Brienne esgrimía una sonrisa no del todo desagradable.
-No estuvo tan mal, mi señor.
Jaime se sacudió el polvo, intentando todavía recuperar el aliento, maldiciendo una y otra vez su falta de mano y la inagotable energía de la doncella de Tarth.
-Cierto. Sólo estuviste a punto de matarme cinco veces.
-Algún día.-Dijo, y sus ojos se iluminaron mientras recogía su espada del suelo.
Y allí estaba, más viva que nunca. Joven, fuerte. Podía entender por qué los hombres la llamaban “la bella” con ironía, pero en aquellos momentos Brienne era bella. Bella por la sonrisa que intentaba ocultar, bella por el esfuerzo, por la pasión y por la adrenalina.
Aunque Jaime pocas veces había entendido el encanto de la victoria, había descubierto que con ella era distinto.
Con ella estaba decidido a ganarle, por lo menos una vez. Sólo por ver sus mejillas coloradas, por oír el orgullo escondido en su voz. Porque sabía que después de tardes de entrenamiento, después del sabor de la tierra, de la vida, después de historias que contar, de copas de vino al final del día, aquello a Brienne de Tarth la haría feliz.
♥