RETO 99
(Parte III)
67. X-Men: Lobezno, Pícara
Casi no puede creer que lo haya hecho, no de verdad. Casi no quiere creerlo. Ahora es sólo una chica más, desde luego, ahora es una adolescente entre las millones de adolescentes que ha visto en su vida, una mecha cana en el pelo. Y es raro verla y hablar con ella, y es todavía más raro no saber qué decirle -quiere reprochárselo, quiere echarle en cara que haya dejado atrás todo lo que la hacía especial, lo que la convertía en uno de ellos-, y la ve alejarse y no es capaz de moverse. Sus instintos le gritan que corra, que corra hacia ella y la llame y la agarre del brazo, de la cazadora, pero por qué va a hacerlo. Ahora podría cogerle la mano, desde luego, y no significaría nada.
68. X-Men: Cíclope/Lobezno
Hay muchas formas de lidiar con el dolor; quizás la suya no sea la más sana. Se culpan el uno al otro -porque, en realidad, sienten la culpa como propia-, y se odian y se encuentran a escondidas, y hay golpes, patadas, y hay besos, y ambos fingen que el otro es ella, ambos quieren creer que Jean sigue con ellos, de alguna manera.
69. X-Men: Magneto, Charles Xavier
Eran brillantes, los dos, en sus tiempos; tenían ideas grandiosas, sabían que podían cambiar el mundo y hacerlo un poco mejor, más habitable, menos infierno. Y quizás eligieron caminos opuestos, claro, porque Charles pensaba que podrían esconderse para siempre y Eric se preparaba para una guerra; quizás no supieron seguir juntos, no cuando importaba, pero, al final -porque siempre hay un final, en estas cosas-, eso será lo de menos. Tendrán que alargar la mano, entonces, y aferrarse el uno al otro. Por si acaso.
70. Skins: Sketch, Maxxie
Tenía que cambiarlo todo, el beso. Tenía que hacer que él se enamorase, tenía que hacerle caer a sus pies, tenía que arreglar todo lo que ella ha destrozado. En lugar de eso, Sketch sólo tiene una mirada fría, dura, un público que aplaude y una obra que se desmorona. Y no hay fuegos artificiales, no hay declaraciones de amor eterno; no hay nada. Y eso duele, eso es lo que más duele, porque, en el fondo, y por muy estúpida que fuera, Lucy tenía esa esperanza. Todo puede cambiar, todo puede ser mejor, y es duro descubrir que no es más que una mentira.
71. Skins: Tony/Michelle
Debería dejarlo, debería olvidarse de él ahora que puede -ahora que él ha demostrado cómo es, en el fondo, cómo es de verdad-, ahora que se ve con fuerzas. Pero es difícil, porque Tony es algo así como el amor de su vida, y Michelle no se tiene por una romántica empedernida, pero hay ciertas cosas que no cambiaría por nada. No es sólo sexo, para ella, no es tener a un chico al que llevar a las fiestas -son más divertidas cuando va sola, de todas formas-; es mucho más, es mucho menos. Es distinto, es no querer estar sin él y no saber si debe estar con él, porque no es bueno, porque quizás no la quiere. No como ella a él.
72. Skins: Sid, Tony
Hay veces en que Sid se odia, por no hacer algo. Por no pararle los pies -porque Tony necesita que se los paren, de vez en cuando-, por no actuar cuando tiene que hacerlo. Cuando quiere hacerlo. Luego se acuerda de todo lo que ha pasado, lo que han vivido juntos -y, por muy triste que suene, eso es más o menos toda su vida-, y es difícil enfadarse. Difícil reprocharle su comportamiento, porque, en el fondo, es lo que todos esperan de él, lo que todos quieren de él. Es tan fácil, de vez en cuando, echarle la culpa a Tony. Es tan fácil que Sid ha llegado a preguntarse si no es por eso que lo hace. Para ver qué ocurre.
73. Love Actually: Harry/Karen
Y hay días en que no consiguen mirarse a la cara, después de eso. Hay días en que lo único que les mantiene juntos, tan cerca y tan lejos, son los niños -porque piensan en ellos, porque no pueden pensar en nada más, porque todo se hundiría de no ser por ellos-. Hay días en que a Karen le gustaría darle la espalda de una vez por todas, no verle nunca más. Y Harry intenta decir algo -la conoce, la conoce bien, sabe todo lo que pasa por su cabeza-, Harry intenta arreglar algo que no tiene arreglo, y finalmente calla. Respira hondo, la abraza. Y eso es lo único que les queda.
74. Love Actually: Jamie/Aurélia
No es tan difícil como parece, después de todo. No se entienden muy bien, claro, pero, la mayor parte de las veces, no necesitan hacerlo. Ambos recuerdan perfectamente esas Navidades -apenas han pasado unos meses- y cómo bastaba con mirarse, entonces, con mirarse y rozarse y nada más, y todo salía solo. Como si estuviesen destinados a esto, a estar juntos, a pesar de las diferencias, a pesar de lo absolutamente ridículo que es el portugués de Jamie, aunque Aurélia no consiga decir más de diez frases seguidas antes de perderse totalmente. Hay cosas que hablan más alto, hay cosas que importan más que las palabras.
75. Love Actually: Daniel, Sam
Intenta ser el mejor padre del mundo -lo lleva intentando mucho tiempo, en realidad-, y hay veces en que casi se le olvida, casi le sale solo. Joanna solía decir que se le daba bien, que deberían haber tenido más niños, ellos dos, para que le hicieran compañía a Sammy. Él solía reírse; es verdad, siempre se le han dado bien los niños. Siempre se le ha dado bien su niño, y hay una parte de él que está aterrada, una parte de él que no puede dejar de pensar que, en realidad, algún día dejará de ser un niño. Que va a crecer y, ahora que no tiene a Jo, a dejarle solo.
76. Sense and Sensibility: Marianne/Coronel Brandom
Diez años casados, y Marianne aún se despierta de vez en cuando preguntándose si hizo bien, si esto es lo que quería -si él se merece a alguien como ella, que duda y no es capaz de apreciarle del todo-. Hay noches en las que tiene que levantarse y pasear por el cuarto, y a la mañana siguiente las ojeras la delatan. Él no dice nada, desde luego -demasiado caballeroso, incluso para eso-, él no dice nada, pero, de vez en cuando, se sienta ante el piano, toca algo. Y hace que se sienta mejor, Marianne; puede que este no sea el amor apasionado con el que tanto soñaba, capaz de incendiar ciudades, pero es mejor que la alternativa.
77. Sense and Sensibility: Elinor, Marianne
Y en ese momento Marianne cree que podría golpearla, a su siempre seria y recta hermana mayor. En ese instante cree que le tiraría del pelo, le arrancaría la piel, haría lo que fuera para meterle, aunque fuera a la fuerza, algo de sentido común en esa cabezota. Lucha por él, quiere gritar, pero no lo hace. Es Elinor quien tiene que elegir, es Elinor quien debe tomar la decisión, es Elinor quien está perdiendo al amor de su vida y no consigue moverse, no consigue actuar. Y Marianne querría empujarla, claro, pero en lugar de eso la abraza. Para eso están las hermanas.
78. Sense and Sensibility: Elinor/Edward
Podrían haber sido más felices de otra mañana, claro está. Podrían haber sido más felices si él hubiese seguido siendo el heredero de esa enorme fortuna, suficiente para mantener a la madre de Elinor y a su hermana menor; podrían haber sido más felices si el destino no hubiese lanzado tantos obstáculos en su camino, desde luego. Pero, en el fondo, qué importa lo que ha ocurrido, qué importa lo que podría haber pasado entre los dos, lo que podría estar ahí y no estará nunca. Qué importa si se tienen el uno al otro. Al fin y al cabo, es lo que querían. Lo único que importa de verdad.
79. High School Musical: Ryan, Sharpay
Le molesta, claro está. No es justo, no hay derecho; Ryan no puede dejarla atrás, no en algo como esto. No pueden separarles de una forma tan horrible, con ella quedándose aquí, simplemente, esperando a que él vuelva convertido en una estrella. En la estrella que ella tendría que haber sido, en realidad -porque está claro que es ella quien tiene el talento, es ella quien se lo merece-. Ver cómo cumple sus sueños, y la deja atrás.
80. High School Musical: Troy, Sharpay
Se fijó en él desde el principio; está orgullosa de decirlo, desde luego. Se fijó en él antes de que se convirtiese en el jugador estrella, antes del estirón, antes de que el resto del mundo decidiese que merecía su atención. Y ya entonces pensó que era un chico mono, que probablemente estaría bien tenerle cerca un par de días; ya entonces supo que tenía que ser suyo. Suyo, y no de una tramposa recién llegada, no de una chica que no es lo bastante rubia ni lo bastante guapa, no de esa chica que ha llegado y se ha abierto paso, a codazos, y la ha dejado relegada al rincón.
81. High Schol Musical: Ryan/Chad
Finge que no le importa, claro. Que qué más da, que su novio se marche a la maldita Nueva York otra vez, después de unas vacaciones de menos de diez días en las que, de todas formas, no se han visto tanto. Finge que, sinceramente, haz lo que te dé la puñetera gana con tu vida, que para eso es tuya. Y Ryan se quita el gorro -y es raro verle sin uno, en serio- y se lo deja caer a él en la cabeza. No se aguanta especialmente bien, entre tanto pelo, pero el gesto es lo que importa, ¿no? Y dice Chad, tú también podrías visitar de vez en cuando. Y se ríe.
82. El Jorobado de Notre Dame: Esmeralda/Febo
No tiene buena pinta, murmura ella, en su oído; él se encoge un poco. Un escalofrío le recorre la espalda, pero se esfuerza por no quejarse; aprieta los dientes, asiente. Haz lo que tengas que hacer, y Esmeralda le besa en ese instante, un beso suave y corto, un roce que no es suficiente, que no es siquiera la mitad de lo que necesita, pero que, por el momento, basta. Al menos, hasta que te cure eso, dice ella; él se limita a cerrar los ojos, y las manos de ella le recorren la piel, limpian la herida, le devuelven la vida. No sabe qué haría sin ella.
83. El Jorobado de Notre Dame: Frollo, Esmeralda
Es bella, eso tiene que admitirlo. Es algo así como un demonio hecho mujer, toda sensualidad y piel morena y brillante, pelo oscuro y ese olor, tan suyo, tan propio, tan terriblemente tentador. Claudio Frollo sueña con la gitana, de vez en cuando -y es el tipo de sueños que no tiene desde los catorce años-, y, cuando despierta, le sorprende no encontrarla allí. Le sorprende no ver su cara aparecer en el fuego, demonio convocado por su propia lujuria; le sorprende no tenerla, porque puede tenerlo todo. Y, si ella no es suya, decide, si ella no es suya no será de nadie.
84. El Jorobado de Notre Dame: Frollo, Quasimodo
No es exactamente cariño; es más bien una especie de culpa, ese sentimiento que no debería estar ahí -al fin y al cabo, la madre era una gitana que, probablemente, esté mejor donde está-. No, no es cariño, pero hay veces en que se le escapa una sonrisa al ver al niño, cada vez más grande, curioso como cualquier otro a su edad. Hay veces en que deja de ser el juez, defensor de su causa, y se convierte en algo así como un padre, más que un amo, y no le gusta. Sonreír es mostrarse débil, querer es dejarse dañar. Así que evita mirarle, y el tiempo lo hace más fácil. Al fin y al cabo, Quasimodo no es ni más ni menos que un instrumento. Como todos los demás.
85. Brokeback Mountain: Jack/Ennis
Y los años pasan y es difícil fingir que es como antes, cuando les bastaba con verse una vez -cuando a ninguno se le ocurría pensar que, quizás podrían verse más que eso-, y Jack intenta explicárselo a Ennis, pero es difícil, porque él no quiere escuchar. Porque prefiere seguir fingiendo, prefiere seguir como hasta ahora aunque todo sea una farsa; porque el recuerdo de Brokeback Mountain está cada vez más lejano, y no le gusta soñar. Le hace callar con un beso, y puede que no baste -cómo conformarse con eso, si podrían tener tanto-, puede que no sea suficiente, pero Jack cierra la boca, deja de hablar.
86. Brokeback Mountain: Jack, Lureen
No soy ninguna imbécil, le dice, uno de esos días. Sé perfectamente dónde vas, murmura, así que deja de comportarte como un niño pequeño, deja de esconderte. Y Jack no sabe cómo tomárselo -y va a llegar tarde; hay mucho camino hasta poder ver a Ennis-, así que no se lo toma de ninguna forma. Se encoge de hombros, lo deja estar. Y, cuando vuelve, Lureen le recibe con los brazos abiertos -más o menos-, le pregunta si lo ha pasado bien. ¿Cómo es él?, pregunta, también, y es como si le hubiesen golpeado, y Jack espera oírla gritar, de un momento a otro. En su lugar, Lureen le mira a los ojos. Te dije que lo sabía. No soy estúpida.
87. Brokeback Mountain: Ennis/Alma
La quiere, la quiere de verdad, la quiere de esa forma en que se quiere a una hermana, a una hija, una amiga. La quiere y no la cambiaría por nada -salvo por Jack, pero es difícil no cambiarlo todo por Jack, se dice, aunque no sea verdad-, pero le cuesta seguir con esto, le cuesta seguir adelante y fingir que todo va bien, que ella no lo sabe y él no sabe que lo sabe, que no se les hunde, ese barco que es su vida. Y quizás debería admitirlo, quizás debería decírselo ahora, dejar de esperar, pero es que es difícil, es duro y no cree que vaya a tener fuerzas. Así que calla.
88. Drop Dead Fred: Fred/Lizzie
Le habría gustado tenerle siempre con ella, le habría gustado no tener que despedirse tan pronto -cuando casi le había recuperado, cuando casi volvía a ser esa niña de antes un poco más-, le habría gustado que Drop Dead Fred siguiera con ella eternamente. Y, sin embargo, sabe que es mejor así. Un beso y un hasta siempre, un cuídate, porque has crecido, Lizzie, has crecido, que era lo que tenías que hacer, al fin y al cabo. Y no hay lugar para amigos imaginarios en el mundo de los adultos, y Drop Dead Fred seguirá siempre vivo, muy dentro de ti.
89. Drop Dead Fred: Lizzie, Polly
Admite que le tiene miedo. Que es su madre y aún así la aterroriza, que, si tiene pesadillas, es probablemente con ella. Porque Polly es dura y está sola, y sólo la tiene a ella -a Lizzie- y ni siquiera sabe cómo tratarla. Porque se parecen, a veces, pero sólo en lo peor -en el no saber cómo estar solas, el no saber cómo defenderse de un mundo que se les echa encima y las quiere devorar-, y Elizabeth no quiere mirarse al espejo, un día, y verla a ella. Nunca.
90. Drop Dead Fred: Lizzie/Mickey
Y él puede ser su final feliz, un hombre que se ríe con ella y le perdona sus payasadas, un hombre que no ha dejado de lado del todo a ese niño que fue un día. Un hombre que no la engañará con otra, que no aprovechará para burlarse de ella a sus espaldas. Podría ser su final feliz, y puede que el tiempo -que es lo que hace falta- lo convierta precisamente en eso. En algo más que un amigo, en alguien con quien contar cuando necesita apoyo. En todo lo que Charles no fue nunca, lo que ella quería que fuera. Merece la pena darle una oportunidad.
91. La espada mágica: Cornwall, Devon
Están acostumbrados a verse, el uno al otro. Al fin y al cabo, llevan juntos desde siempre, desde que rompieron el cascarón, y, por mucho que les cueste admitirlo, en cierto modo lo agradecen. Nunca están solos, por lo menos -la vida sería mucho más aburrida sin Devon, supone Cornwall; su otra cabeza no añade nada-, y pueden discutir todo lo que quieran, y, oye, es mucho más entretenido quejarse de este lugar cuando hay alguien que comparte tu opinión, aunque sea insoportable en todo lo demás. Así que tampoco están tan mal, juntos, después de todo. De vez en cuando, al menos.
92. La espada mágica: Kailey/Garrett
Es lo único bueno que ha sacado de todo esto, piensa después. Es lo único que realmente merece la pena -no el convertirse en caballero, porque casi había olvidado ese viejo sueño; no el ser un héroe de pronto, tampoco, porque qué le importa lo que puedan pensar los demás, en realidad-, lo único que le hace alegrarse de haber dejado el bosque que era su hogar. Puede sentirla cerca; es cálida y agradable, es prácticamente perfecta, y es en momentos como este que Garrett se pregunta cómo es posible, cómo ha podido tener la suerte de conocerla. De tenerla para él.
93. La espada mágica: Ruber
No es tan difícil, en serio. No está pidiendo nada del otro mundo, en realidad; sólo un poco de atención, que bien saben todos que se ha ganado, y la recompensa justa a sus esfuerzos. Nada raro, nada que no merezca, y todos esos caballeros orgullosos y desinteresados pueden meterse sus miradas de superioridad donde les quepan. ¿Es que alguien pensaba que hacía esto porque sí? Duda que alguno de ellos esté dispuesto a marcharse con las manos vacías, en realidad -excepto Lionel, pero Lionel siempre ha sido un poco raro-. Duda que ninguno piense igual que él. Exactamente igual.
94. Mamma Mia!: Donna, Sophie
Le gustaría poder darle mil y un consejos, le gustaría poder ayudarla a elegir el vestido, a decorar el salón del banquete, pero es todo muy apresurado. Le encantaría comprarle un regalo de bodas, a su madre, y poder sorprenderla con, por ejemplo, una despedida de soltera. Hacer todo lo que Donna ha hecho antes, con ella -una semana y cambian las tornas, y Sophie no sabe si querrá contar esto, en el futuro, a sus hijos o sus nietos-, pero su madre tiene razón. Al fin y al cabo, qué mejor regalo podría haberle hecho, en realidad, que a su amor de toda la vida.
95. Mamma Mia!: Donna, Harry, Bill, Sam
No sabe cómo sentirse, cuando les ve. Una parte de ella se remueve, una parte de ella quiere reírse porque son ellos, y es absolutamente imposible, no pueden estar aquí. No los tres juntos, no justo ahora, cuando Sophie ha crecido y ha dejado de preguntar por su padre. No sabe qué hacer, tampoco, no sabe si tiene que hablarles, acercarse a ellos, y qué puede decirles, después de tantos años. ¿Sabéis?, por ejemplo, ¿sabéis que uno de vosotros me dejó preñada? ¿Sabéis que uno de los tres tiene una hija preciosa que va a casarse en unos días? No cree que sea una gran forma de empezar una conversación, desde luego.
96. Mamma Mia!: Donna/Sam
Pueden darse una segunda oportunidad, supone, después de tantos años y tantos reproches. Pueden darse una segunda oportunidad, vivir todo lo que no vivieron en su momento, lo que tendría que haber sido. Pueden tener su boda y su luna de miel, un matrimonio de verdad, de los que tienen amor de por medio y funcionan, uno de esos que siempre quisieron. Pueden quererse y tener, por una vez, lo que buscaban.
97. Petshop of Horrors: Leon, Count D
Y llega un momento en que se convierte en rutina, lo de llegar y traer algún pastel y sentarse con él. El Conde saca té, normalmente, y Leon se resigna, se encoge de hombros y come. Y charlan, también, aunque el Conde siga siendo el sospechoso número uno de cualquier cosa, aunque se supone que Leon está de servicio, cuando va a verle. Pero no se puede ser el policía perfecto las veinticuatro horas al día. De todas formas, y si alguien pregunta, esto sigue siendo una investigación. Más o menos.
98. Petshop of Horrors: Robin/Medusa
No habla, desde luego. No habla, pero no hace falta; escucha. Y sonríe y tiene esa risa silenciosa, no por ello menos hermosa, y depende de él. Se aprieta contra su cuerpo por las noches, como buscando calor, y tiene la piel fría y escamosa, pero es agradable al tacto, a la vista, al olfato; es preciosa y está tan sola, tan indefensa. Y es entonces cuando Robin lo decide: tiene que conseguirlo, tiene que seguir adelante, volver a ser lo que era. Por ella. Por ellos. Porque lo merecen, desde luego.
99. Petshop of Horrors: Jason/Evangeline
Y es la culpa lo que le obliga a mirarla, día tras día, cuerpo perfecto y cara de ángel, ojos tan azules como los de antes. Es la culpa lo que le obliga a quedarse allí cada mañana, cada tarde, y ver a Evangeline deslizarse por el agua, graciosa y sensual, casi humana, casi ella. Y la escucha cantar y eso le pierde, y quizás se enamore un poco, aunque no mucho. El agua se convierte en aire, y ella vuela, baila, y es casi como antes -cuando era una jovencita caprichosa y egoísta, cuando estaban juntos y todo estaba bien-, y es doloroso, es horrible. Es lo único que le queda de lo que fue su antigua vida, antes de convertirse en asesino.