Tabla 30 Días
Fandom: Supernatural
Claim: Sam, Dean, John Winchester
1. De ahora en adelante
Intenta no mirar atrás, claro. Intenta mantenerse firme y no pensar y no dejarse llevar por sus impulsos, por las entrañas que gritan, aterradas. Intenta dar un paso tras otro, y si Sam Winchester es algo es cabezota, y los pies se le mueven solos. Adelante, siempre adelante, hacia el autobús y el mundo más allá de ellos dos, de su familia. Al futuro que siempre ha querido, el futuro que va a ser suyo, por fin.
Y le cuesta un poco, claro. Le cuesta dejarlos atrás, porque son papá y Dean -y es sobre todo Dean, claro, porque su hermano mayor es tan estúpido y quizás no pueda sobrevivir sin él, quizás, quién sabe, quizás en unos días esté muerto de estupidez-, son la única familia que ha tenido nunca, la única constante en su vida. Le cuesta largarse sin más, con una maleta medio vacía y los papeles de la universidad en la mano, pero es de su vida de lo que estamos hablando, es de ti, Sam, y no quiere seguir atado a un coche y a una carretera, no quiere un padre que le grita por estudiar y un hermano que no entiende que hay todo un mundo, ahí fuera. Más allá de los espíritus y los demonios y la venganza, más allá de las armas y el Impala, joder, hay más cosas, Dean. Hay familias normales que se sientan alrededor de una mesa y charlan de sus días, chavales de nuestra edad que han estado con chicas más de una noche, gente que puede recordar perfectamente su dirección día tras día, porque no cambia. Eso es lo que busca Sam, eso es lo que quiere. Normalidad -una vida-.
Y puede que la tenga, se dice. Tiene los papeles de Stanford en la mano -cualquier padre habría estado orgulloso, cualquier padre le habría dado una palmadita en la espalda y le habría dicho enhorabuena, muchacho, pero John Winchester no es un padre ni es nada, maldita sea, Dean es lo más parecido a un padre que tiene y ni se ha inmutado- y una beca completa y un futuro brillante. Puedes conseguirlo, se repite, puedes lograrlo, Sammy. De ahora en adelante no habrá más demonios ni wendigos, no pasarás hambre. De ahora en adelante podrás decir tu verdadero nombre y presentar un carnet de identidad perfectamente legal, y comprar con tu propio dinero. De ahora en adelante serás un hombre normal, un chico normal, y tendrás una vida.
De ahora en adelante, también, estarás solo.
2. Blanco y negro
Hay ciertas cosas en la vida, hay ciertos momentos, en que uno agradece saber, estar seguro. Poder escoger un camino u otro sin equivocarse, sin posibilidad de error; hay veces en que está bien, ver el mundo en blanco y negro, en que el maniqueísmo es casi imprescindible para tener la conciencia limpia.
En este trabajo, por ejemplo. En esto que hace John Winchester, que empieza a ser experto en ello -en lo de mirar a otro lado, cuando surge una pequeña sombra en su inmaculada visión del blanco-. En esto que es su vida ahora.
A Mary no le habría gustado. Siempre fue una mujer de sombras, de distintos tonos y rincones ocultos y multitud de sorpresas. Siempre fue de ese tipo de personas -supone que Sammy lo ha heredado de ella- que necesita algo más que un estúpido color para decidir cómo será su vida. No es sólo blanco y negro, John, le habría dicho, de estar viva. Hay miles de grises, entre ambos.
Pero es mejor así. Es mejor cuando no piensa, cuando se limita a actuar y echa la culpa a sus convicciones, cuando decide que el mal del mundo nunca se debe perdonar. Hay venganza de por medio, claro, y el miedo a que su mundo se derrumbe, pero es mejor cubrirlo todo con la sed de justicia y ese proteger a inocentes. Lo hace todo más fácil, John, ¿verdad?
Es por eso que duda un segundo. Porque en su mundo sólo debería de haber blanco y negro, claro, porque debería matar a ese demonio en un instante -me jodiste la vida, se la jodiste a mis niños- y no tragar saliva y respirar hondo, y hablar.
En un mundo perfecto, esto sería imposible. En un mundo en blanco y negro, lo que va a hacer está en la parte de las sombras, es algo oscuro y prohibido y joder, deberías dejarlo. Échate atrás, John, mátale si quieres, pero no lo hagas.
Pero es Dean. Es ese niño que no protesta demasiado, que necesita a su padre y a su hermano y siempre tuvo una misión en la vida. Ese niño que dejó de serlo a los cuatro años, que ha crecido siendo un cazador y del que se siente secretamente orgulloso. Es Dean, es su hijo, y John es sólo un hombre, al fin y al cabo.
Hay blancos y hay negros, y, después de todo, Mary, puede que tuvieses razón. Hay grises entre medio.
3. Nunca desaparecerá
No duerme bien. No se lo dice a Sammy, claro, porque no quiere preocuparle -ya tiene bastante con todo lo demás-, pero hay noches en que le cuesta conciliar el sueño. No son pesadillas, exactamente, porque hace mucho que no las tiene -desde los cinco o seis años, más o menos, porque cuando uno vive con monstruos cada día, cuando uno lucha contra ellos, las pesadillas se convierten en otra cosa, en sólo sueños-, no es miedo ni frío. Es culpa. Es esa sensación justo ahí, en la boca del estómago, es el saber que tendrías que estar muerto, Dean Winchester, que has muerto dos veces y dos veces te han salvado la vida, que quién cojones eres tú para quitársela a los demás, muchacho. No vales tanto, no vales dos almas a cambio de la tuya.
Y, sin embargo, sigue vivo.
Y es difícil, a veces, seguir adelante. Como si nada, como si no supiera que su padre -su propio padre- se ha sacrificado por él, que probablemente está en el infierno, como dijo ese demonio, retorciéndose de dolor para darle una segunda (tercera) oportunidad al imbécil de su hijo, a ese tipo que no sabe hacer nada bien.
Sammy lo nota, algunas veces. Pregunta, pero hay una especie de regla entre ellos, algo que no se ha escrito ni pronunciado en ningún momento. Pregunta pero le deja estar, porque Dean le contará lo que sea cuando le apetezca, porque no puede obligarle a hablar. Joder, son hermanos. Le llamará si le necesita, pero para qué cargarle con algo que no le importa, en lo que no puede ayudar.
Una noche le habla, Sam, y Dean no le manda callar porque no tiene fuerzas, porque está ocupado haciéndose el dormido. Las camas no están lejos, el motel está tranquilo. La voz de Sammy le llega como en un sueño, pero si fuera un sueño su hermano no sería tan capullo.
Necesitas hablar, le dice, y a Dean casi se le escapa una risa. No necesita nada, no necesita hablar ni llorar ni perdonarse, no necesita nada más que una botella y una chica guapa. Sé que es difícil, Dean, pero papá lo hizo por ti -y eso es lo peor de todo-, pero eso no lo hace culpa tuya.
Y ese es el momento en que Dean quiere preguntar quién cojones ha dicho eso, quién dice que no es culpa suya que su padre esté muerto. Le ha fallado, se ha dejado matar y ahora es otro el que paga, y es duro. Y duele pensarlo, y casi sería mejor no hacerlo, beber y beber hasta perder el sentido, quizás.
Deja de actuar así, Dean. Sé que estás despierto. Y Dean Winchester no se mueve, no habla; apenas respira. No seas imbécil, ¿quieres? Lo necesitas. Desahógate, échalo fuera, ¿eh?
Ahora sí, ahora Dean deja escapar un resoplido. No importa lo que haga, Sammy, piensa. No importa lo que diga, no desaparecerá.
4. Es culpa del frío
Es culpa del frío, por supuesto. No tiene otra explicación, porque, cuando Sam se encuentra a su hermano durmiendo a su lado -apenas unos milímetros entre los dos-, es lo único que se le ocurre. Hacía frío esta noche, claro. Eso es. Por eso, por eso es que Dean ha acabado en su cama, o quizás él en la de su hermano, por eso se siente tan bien, tenerle al lado -es cálido y seguro y es Dean, joder, es Dean y lo único que Sam quiere hacer es abrazarle; parece mucho más joven cuando duerme.
También es el frío, todas las otras noches. El frío o todas esas experiencias horribles, el espíritu de un niño de poco más de diez años, monstruos debajo de las camas y en los armarios, demonios y metamorfos y seres devoradores de hombres; es eso, quizás, lo que les hace quedarse juntos, noche tras noche, dejar una cama sin tocar y acurrucarse como pueden en la otra, sin hablar, sin comentarlo. Y es también eso, o el frío, lo que obliga a esos roces casuales, a ese estar más juntos de lo debido, incluso en un espacio tan reducido. Es el frío quizás el que les lleva a besarse, en un momento dado -sólo una vez y nada más, se prometen-, labios y lengua y saliva y nada más, ni una palabra -no hay chistes malos ni bromas ni se sigue más abajo, no hay nada salvo un beso y el estar juntos, porque tienen frío aunque fuera haga calor, aunque estén a ni se sabe cuántos grados, porque el frío no está allí, no está en el aire; está en ellos. Y se necesitan, el uno al otro, necesitan abrazarse y dormir juntos en una cama demasiado pequeña, algunas noches, y necesitan saber que están ahí, que lo estarán siempre, que en todos estos años no han podido olvidarse. Y luego Sam pensará en Jessica y Dean se irá con la primera que pase, pero ellas nunca llegan más allá -nunca están ahí, con ellos, cuando lo necesitan. Y es difícil, es duro, no tener a nadie, así que se tienen a ellos.
Pero no está mal. Es culpa del frío.
5. Cinco minutos
Cinco minutos. Sólo ha dormido cinco minutos, puede jurarlo -ha sido sólo cerrar los ojos un segundo-, pero el grito le despierta igual y esto, sea lo que sea, no es un sueño.
Sammy llora. Es un ruido al que se ha acostumbrado a lo largo de los meses, a ese llanto de bebé en mitad de la noche; esta vez, sin embargo, no es lo único que se oye.
¡Mary!, quiere gritar, pero se le atascan las palabras y la voz no le sale. Quiere llamar a su esposa, quiere pensar que no ocurre nada, pero ella chilla y John sube las escaleras tan rápido como puede y, joder, han sido sólo cinco minutos, he estado dormido sólo cinco minutos, y quiere llamarla Mary, Mary, no pasa nada, no puede pasar nada, pero hay fuego en la habitación del niño y Sammy llora y cómo coño está su esposa clavada en el techo, qué es todo esto, qué pasa. Hay olor a humo y a sangre en el aire y el fuego hace crecer las sombras, y tienes que sacarlos de aquí, John, saca a tus hijos, no puedes hacer nada por ella, está muerta. Y no puede mover las piernas, no puede hacer nada más que mirar; Dean se asoma a su habitación, corretea por el pasillo, y John sabe que ese es el momento.
Saca a Sammy de aquí, le dice -y no sabe, no puede saber, que ha dejado de ser el padre del bebé en ese instante, que le ha pasado esa responsabilidad a otro niño, uno que casi no se tiene en pie, tampoco, pero que seguirá esa estúpida orden toda su vida- y se queda en la habitación unos segundos, y la sangre de Mary sigue cayendo y el fuego se aviva, y la casa arde, la casa esta ardiendo. Tengo que salir de aquí. Por los niños.
No entiende mucho, John Winchester, en ese momento. No puede entender mucho porque está en estado de shock, dice un médico, y porque todo esto, todo lo que está pasando, se escapa del mundo real, del mundo normal y del día a día. No, John Winchester no entiende mucho, en ese momento. Ha estado cinco minutos durmiendo, le explica a la policía, y entonces todo le olía a humo y su esposa sigue dentro, maldita sea. Y en ese instante no llora; no puede llorar. En ese instante no hace mucho más que abrazar a sus hijos, sentarse sobre el coche y ver cómo arde la casa, cómo arde Mary. No entiende mucho de todo esto, John Winchester, pero, sea lo que sea, ahora está metido de lleno. Hasta el fondo.