He estado mirando y remirando en ff.net (arrepíos que le dan a una) y he decidido que, ya puestos, voy a pasar alguna historia más aquí, a elejota. Ya empecé en su día -Instantes terminará por mudarse, supongo, aunque no sé cuándo-, y digo yo que es una bonita costumbre. Así que nada.
Esto, en concreto, es un fic a medio terminar, una serie de viñetas supuestamente sucesivas y centradas, claro está, en Peter. Ya le hacía falta, al pobre. Así que nada, aquí va la primera (a ver si, ahora que lo cuelgo en los dos sitios, lo termino de una vez).
Un verdadero Gryffindor
1.Valor
El Gran Comedor es precisamente eso, grande. Inmenso, amenazante, también; le observan cientos de ojos, pupilas clavadas -burlonas- en su cuerpecito rechoncho de once años. Respira hondo; un paso. Y otro. Y el Sombrero Seleccionador se acerca un poco más, y Peter resiste el súbito impulso de salir corriendo.
Inspira. Inspira y retiene el aire, como si fuera ese tiempo que no para, pero que es demasiado lento. Y piensa Mamá no estará orgullosa, después de esto. Mamá no estará orgullosa, porque su hijo no es el héroe que esperaba, el Gryffindor que llevará la bufanda del abuelo. Espira. Y avanza despacio, temblando, rodillas inseguras y la boca seca, y una mirada decidida en los ojillos azules. Porque no quiere decepcionar a mamá, no quiere decepcionarse a sí mismo.
El Sombrero le queda enorme; se desliza por su cabeza, y lo atrapa. Huele a viejo, huele a magia y a algo sabio y arcano, que infunde respeto. Peter casi contiene la respiración, ahí dentro.
¿Asustado?, inquiere una voz, y el niño asiente. El Sombrero ríe, con ese tono condescendiente que usan muchos adultos, y añade: No hay mucho que pensar en tu caso, pequeño, dice. Llevas al león tatuado en la frente.
¿Gryffindor? Y casi, casi, no se lo cree. Porque un Gryffindor es noble y valiente, como el abuelo, es un héroe de cuento, y no un niño asustado y tímido, de nariz larga y afilada y ojos pequeños. Porque él, Peter, no es -no puede ser- Gryffindor. Así que protesta.
Pero tengo miedo.
Y una risa suave, de nuevo. Todos tenemos miedo, Peter. El valor es sólo saber superarlo.
Y grita ¡Gryffindor!, y la mesa de los leones aplaude. Es el sexto, este año, aunque no el último, y va a sentarse -corriendo, casi saltando- junto a un niño de mirada imposiblemente orgullosa y un miedo infinito oculto bajo esa fina capa de insolencia casi aristocrática.
Sirius Black es Gryffindor, también.
Y Peter se siente afortunado. Afortunado por ser mago, por sentarse, como su abuelo, en esa mesa. Rojo y dorado; los colores de los héroes, le han dicho siempre. De los que luchan y rugen en cada batalla, día a día, mes a mes, vida a vida. Porque todos tenemos miedo, ha dicho el Sombrero. Y es un sombrero, al fin y al cabo, de algo más de mil años. Tiene que ser sabio.