Tabla Estaciones
Fandom: Monster
Claim: Eva Heinemann
19.Extinto
Y, de pronto, todo ha cambiado. La despiertan en mitad de la noche -Señorita Heinemann, dice el teléfono, en ese tono seco y fatalista; Señorita Heinemann; su padre está muerto-, y a partir de entonces todo da vueltas. La gente la mira al pasar -ella ya está acostumbrada-, la miran de reojo, y hay algo distinto, esta vez; ya no hay admiración, en sus ojos, no hay envidia; sólo queda la lástima, y una suerte de placer morboso, también, y Eva se resiste a devolverles la mirada, a dejarles ver que ha caído, al fin.
Hay un segundo en que casi se pierde, Eva. Hay un segundo en el que se deja llevar -le están echando tierra encima, al cadáver de su padre, lo están enterrando y no volverá a verlo jamás- y llora y chilla y maldice. Algunos susurran, palabras que oscilan entre la compasión y el desprecio; nadie se acerca. Sólo Kenzo.
Y en ese mismo instante se da cuenta, Eva. Comprende que no importa nada -el dinero, el éxito, el orgullo-; comprende que no merece la pena esquivar los abrazos, el calor, el cariño. Su padre siempre le dijo lo contrario; su padre la educó para ser una señorita, y Eva acaba de descubrir que una señorita no es lo mismo que una mujer. Así que se deja abrazar, consolar un poco; llora lágrimas amargas, pesadas, lágrimas de desconsuelo y desamor. Su padre la habría abrazado, también.
No puede creer que se haya ido. Que esté muerto, extinto. No, no puede -no quiere- creerlo, pero la tumba sigue abierta, y la tierra cae y cae y cae, y lo aparta de ella.
Cuando Kenzo la suelte, Eva estará sola.
21.Margarita
Cuando todo acabe, piensa Eva, podré descansar. Olvidarlo todo; dormir de un tirón, cada noche, no pensar.
Nunca bebe demasiado en esas fiestas; necesita estar atenta, despierta, preparada para todo; necesita saber qué es lo que ocurre, en todo momento. Podría pasar por delante, se dice; podrías perderlo. Y entonces todo esto no habría servido de nada. Todas las noches en pie, fiesta tras fiesta, enfundada en vestidos caros y esperando verle aparecer en cualquier momento. Al monstruo. A Kenzo. Qué importa.
Martin conduce con calma, como si no hubiese nada en el mundo. Como si no tuviesen que llegar a ninguna parte, nunca, y solo existiesen ellos dos y el coche y esa tensión en el aire con la que ninguno hace nada. Martin lo hace todo despacio, con calma; conduce, la mira, la besa.
Cada fiesta se parece a la anterior; al cabo de un tiempo, Eva tiene la sensación de no haber salido nunca, de llevar toda la vida en esas habitaciones enormes, lujosas, llenas de gente y ruido de vasos chocando y de tacones, Martin justo detrás y su jefe en alguna parte, acechando como ella acecha. Toma una copa de vino, a veces; otras, champán. Hay noches en que no prueba absolutamente nada.
Martin siempre toma lo mismo. Un margarita, pide en voz baja; de alguna forma, siempre le oyen. Y luego le saben a tequila, los labios, y a limón y un poco a Eva, y cada noche transcurre exactamente como la de antes, y ninguno nota la diferencia.
Cuando todo acabe, piensa Eva, podré descansar. No está segura de que sea eso lo que quiere, en realidad.