¡Feliz cumpletrecemeses! Sí, sí, lo sé, quedan días para que llegue, pero así soy yo, dando los regalos antes y tal... Meh, ya me callo.
En fin, a lo que iba: la vida real y esas cosas raras que alguien se inventó y a las que llamaron exámenes me han impedido celebrar tu cumple como se merece (pensaba escribirte porno), así que el regalo llega tarde y no es exactamente lo que pretendía escribirte, pero es algo. Y tiene como protagonista a Sylar (que hay que cambiar de fandom de vez en cuando, oye), así que ya tiene más puntos :3
Notas: No, no está mal: empieza por el epílogo. Y esas cosas. Also, espero que te guste :)
Broken
(Or how to let go)
Epílogo
Despierta empapado en sudor, el corazón acelerado; tantea con la mano el otro lado de la cama para descubrirlo frío, vacío, perfectamente colocado. Ahoga un gemido, traga saliva.
Y la ve.
I
El don de Isaac Mendez, el pintor, es útil, reconoce. Lo era, al menos -aún le cuesta adaptarse a hablar en pasado, aún le cuesta decir “era, podía, tenía”, pero lo va consiguiendo-; le habría gustado disfrutarlo más tiempo. Habría sido interesante, supone, haber podido ver esto. Haberlo pintado.
Elle no es capaz de mirarle a los ojos.
Y se dice que es irónico: he sido yo quien mató a tu padre. Quiere decirlo con ese mismo tono de otras veces, con la voz firme y algo parecido a la burla en la mirada; quiere explicarle cómo fue la sensación, por qué lo hizo. Te sientes poderoso, le diría. Te sientes especial, más fuerte, más vivo. Verla temblar de rabia -más que ahora-, ver cómo se dobla en dos y lucha contra el dolor y la ira y la culpa. Porque es culpa suya, es culpa de ella.
Sylar no habría existido de no ser por ti, Elle, le habría dicho Gabriel. Y habría sido verdad. Ella lo sabe, piensa lo mismo. Sólo hay que verla.
Pero Sylar ha dejado de ser Sylar; ahora es sólo Gabriel de nuevo. Es lo que tiene que ser, es justo lo que tenía que pasar. El mundo no necesita al asesino, ya. No del todo. Ahora hay otro mejor.
(Y Arthur Petrelli ni siquiera tiene que proponérselo, como Gabriel, ni siquiera necesita ese ansia insaciable: ya tiene el hambre de poder).
Así que Gabriel decide aguantar. Hablar con ella. Mirarle a los ojos y decirle que lo siente, lo siente de verdad -que no lo habría hecho de otro modo de haber tenido otra oportunidad, porque habría sido mentira-, estoy intentando arreglarlo. Cambiar.
Ella se viene abajo. Llora. Golpea -y duele, los malditos rayos duelen como mil demonios azules que le atraviesan la piel y le recorren el cuerpo, y Gabriel Gray grita y este castigo podría durar siempre; se lo merece, los dos se lo merecen-, y de repente para y cae de rodillas y todo está bien. Tranquila, le dice; al menos lo piensa. Tranquila. Se te pasará. Aprenderás a perdonarte.
Él aún lo está intentando.
II
A veces la ve, incluso despierto. A veces se la imagina junto a él, una voz insidiosa en su oído -eres especial, Gabriel, siempre lo fuiste; lo supe antes incluso de que tú me lo demostraras, antes de que ese globo cayera al suelo y esparciera la nieve por el salón-. A veces tiene ganas de gritar y llorar y golpear a la nada, porque Virginia Gray nunca se desvanece del todo, nunca le abandona. Porque una madre nunca deja a su hijo; es su trabajo, supone. Vigilarle, guiarle, susurrarle mentiras, de cuando en cuando. Te sigo queriendo, por ejemplo; es cuando lo dice cuando sabe que la está imaginando, que no es real. Porque cómo iba a seguir queriéndole, después de lo que ha hecho. Es que no ves en qué me he convertido, en qué me has convertido.
Pero eres mi niño, murmura ese espíritu; siente el aliento frío junto al oído. Podría ser sólo el aire, por supuesto. Podría no ser nada.
¿Estás bien?, pregunta Elle; él sacude la cabeza, no sabiendo muy bien qué responder. Al final, decide mentir: lo han hecho tan a menudo, los dos, que es casi una reacción automática.
Sí. Es sólo... Hace un gesto vago; ella asiente.
Claro. Es raro; sonríe. Tiene una sonrisa bonita, agradable, y Gabriel se la devuelve casi sin darse cuenta. Se le hace extraño, verla ahora y no sentir nada de lo que se supone que debería sentir -hambre, odio, curiosidad-.
Podría ser lo mejor que nos ha pasado nunca, admite. El eclipse. Podría ser lo único bueno que nos ha pasado jamás, en realidad; eso no lo dice. Elle lo entiende igualmente, se acerca a él. Le besa, largo y lento, en la boca; mordisquea su labio inferior, se ríe dentro del beso. Es cálida y huele bien, y esto podría durar para siempre, piensa Gabriel Gray. Podrían olvidar el pasado. A Sylar y a la Compañía, a sus padres, a todo eso que fueron una vez, lo que nunca escogieron ser.
Cierra los ojos, le acaricia la mejilla. Elle se deja hacer.
Te quiero, murmura contra sus labios. No está seguro de que le haya oído, pero da igual. Habrá otro millón de oportunidades; piensa decírselo cada día.
III
Duele. Hacía tiempo que no sentía algo así, en realidad; duele, pero no es como otras veces. El dolor se desvanece rápidamente; quiere cerrar los ojos, quiere dormir, olvidar el ruido del disparo, el frío que le invade poco a poco. Elle suelta su mano; está llorando, cree Gabriel, está llorando por él. No llores, quiere decirle, no me mires así. No es tan terrible. No es tan horrible como crees: tendría que haber pasado hace mucho. Lo único que siento, lo único que siente, en realidad, es no haberlo dicho más alto, antes. Te quiero.
IV
Y, de pronto, el negro se desvanece. Cree que ha estado muerto -no sería la primera vez; puede que no sea la última, tampoco-, pero no está seguro; se siente confuso. Le falta algo, le duele algo; hay algo que no termina de encajar. La echa de menos, aunque por un instante no sabe quién es, por qué tendría que recordarla. Pero los labios le saben a sangre y por debajo de la sangre aún queda el sabor de Elle, el olor de Elle, el nombre de Elle y el fantasma lejano de un beso. Se levanta.
Tiene que encontrarla.
V
Siempre supe que eras especial, Gabriel, le dice la voz de Virginia. Él traga saliva; Elle le observa, ceño fruncido, los ojos clavados en los suyos. Lo siento, quiere decirle. Lo siento mucho; habría sido bonito. Habría sido perfecto.
La besa. La besa y la estrecha contra sí, y no dice nada porque no hay nada que decir. El eclipse no ha durado para siempre; no fue más que un espejismo. Una mentira. No fue más que un breve paréntesis en esa burla, ese chiste malo que son sus vidas. Podríamos tenerlo todo, Elle. Si sólo no fuéramos nosotros. Si no estuviéramos estropeados. Rotos.
VI
Despierta empapado en sudor, el corazón acelerado; tantea con la mano el otro lado de la cama para descubrirlo frío, vacío, perfectamente colocado. Ahoga un gemido, traga saliva.
Elle le sonríe desde el otro lado de la habitación pequeña de motel, los ojos azules muy abiertos, justo como antes. Se acerca a él; Gabriel -porque es Gabriel a esas horas de la mañana, porque aún no ha tenido tiempo de ser nadie más- aprieta los puños. Márchate, le pide.
Oh, sabes que no va a irse, murmura una voz en su oído. Él no necesita volverse para saber quién es; conoce bien a su madre. Demasiado. Tampoco quieres que se vaya, cariño.
Elle se sienta en la cama, sobre sus rodillas; no pesa. No esperaba otra cosa, por supuesto. Tiene una línea rojiza cruzándole la frente, una mueca perpetua en los labios; se inclina hacia él, y le besa. Y es un beso frío y triste y largo, y puede que no exista, puede que no sea más que su imaginación. Sylar despierta poco a poco y lo invade todo, y Elle palidece y se deshace ante sus ojos; Gabriel gime. No te vayas, quiere decirle. No me dejes otra vez.
Traga saliva; Elle sacude la cabeza. Podría haber sido distinto. Podríamos haberlo dejado atrás, podríamos haber sido nosotros, sólo nosotros, por una vez.
Te quiero.