La vaca acercó la nariz hasta la lagartija que paseaba junto a su pezuña al tiempo que espantaba una airada mosca con el rabo. Un niño de corta edad observaba la escena, preguntándose si a la vaca, como a la lagartija, también le crecería otro rabo en caso de perderlo. Su mano buscó en el bolsillo la navaja recién afilada. Se acercó con paso firme, asió el rabo con decisión e intentó, en un alarde de empirismo infantil, comprobar la veracidad de su fantasía. La vaca no se dejó impresionar por su determinación y, sin mucho esfuerzo, golpeó al niño en plena cara con el rabo.
El niño llegó a casa con los ojos enrojecidos y una mosca incrustada en la mejilla.