Yo te seguía por las calles desiertas, cantando y bailando, como habíamos hecho unos años atrás. Letras guardadas en la memoria volvían a tocar tus labios y yo intentaba no perderme en tus ojos brillantes, llenos de una vida que no has podido vivir todavía. La ciudad nos abrigaba con su silencio, evitaba que nadie nos mirase con desaprobación. Las ventanas sin luz de las casas nos hacían sonreír con más fuerza que nunca: en ese instante, en esa noche, la ciudad era nuestra. Pronto el sol traería ruido y caos para el resto de los seres que dormían eternos en sus camas. Pero aún, para nosotros, la noche continuaba con sigilo acompañando nuestros pasos alegres y ligeros. Y te seguiría hasta el final de la noche, como había hecho años atrás.