Mmmm, en el capítulo Forever (5x17) de BTS, el demonio llamado Doc parece reconocer a Spike de su pasado, cuando el rubio aún no era vampiro. Nunca se nos mostró este encuentro, así que este fic trata de llenar ese espacio en blanco.
Título: Big into dominoes
Autor: Yo, inyet
Pairing: William/Doc
Rating: TP
Disclaimer: "Los personajes no son míos pertenecen a Joss Whedon, Mutant Enemy, la W.B, UPN y FOX, o quien sea que tenga ahora sus derechos, y sólo los uso para contar esta historia. La cual si me pertenece, y por la que no persigo ningún fin comercial
"You're that guy, that, that guy, hangs around down at the corner mart. Big into dominoes, aren't you?"; Doc a Spike en el capítulo Forever
Londres, 1880
1. El desafío
Está a punto de marcharse cuando su mirada se posa en una figura femenina, el esbelto cuerpo abrazado por un vestido azul noche con finísimos bordados plateados. La piel muy blanca de los brazos que se adivinan, bajo la capa de oscuro terciopelo que la cubre de hombros a pies, finos y elegantes, de muchacha de buena casta.
No puede verle la cara, ya que la oculta bajo una máscara oscura, ribeteada en plata, con brillantes y pequeñas estrellas; pero la reconocería entre un millón de antifaces más. Los espesos y oscuros bucles enmarcando su rostro, el modo de echar levemente la cabeza hacia atrás al reír… es ella.
Parece darse cuenta de que la observan, pues mira en torno a sí y finalmente repara en él. Un poco sorprendida, le sonríe dulcemente -sin duda no le ha reconocido- y da varios pasos hacia él, segura de sí misma y de su rango, altiva hasta rozar el desprecio. William siente que el corazón se le va a romper en el pecho; se protege mejor bajo su capa de seda negra y se acomoda la capucha, bien dispuesto el antifaz que sólo deja a la vista los dos zafiros de sus ojos.
- Buenas noches.- Está frente a él, indiferente al parecer, del revuelo que ha dejado a su espalda ante su inesperado comportamiento. Acostumbrada a salirse con la suya, nunca teme las consecuencias de sus actos, ni le importa el qué dirán. Sabe que, a pesar de todo, seguirá siendo “una de los suyos” y eso le da una ventaja y cierta libertad de la que él no disfruta. Un error por su parte, una mala palabra, un gesto fuera de lugar y sería su ruina.
Ella espera frente a él su respuesta, desenvuelta y con ojos que brillan bajo la luz que desprenden las arañas y los numerosos candelabros repartidos por el enorme salón. Pero el joven no se atreve a responder, temeroso de que al hablar ella lo reconozca y la magia del momento se rompa, y ella vuelva a torcer la sonrisa en ese gesto despectivo que reserva sólo para él.
- ¿No sabes hablar?- Ríe ella divertida y curiosa, más que eso, interesada en él. Como nunca antes, y eso diluye por su sangre una suave calidez que le nubla el sentido común. Por eso se ve a sí mismo, como en sueños, inclinarse hacia ella y coger su mano enguantada, sonreír bajo la máscara y besársela con fervor casi religioso sin apartar sus ojos de los de ella.
La joven se lleva la otra mano al pecho repentinamente sofocada, como si de pronto la bulliciosa habitación fuera demasiado pequeña y le costara respirar. William comprueba que uno de los acompañantes que aguardaba tras ella se ha adelantado varios pasos, dispuesto a tomar cartas en el asunto, pero ella levanta la mano para aplacarlo, la otra aún entrelazada con la del misterioso enmascarado.
Parece realmente divertida, piensa él complacido mientras le sonríe de nuevo, y se encuentra de pronto elaborando versos acerca de su sonrisa y sus ojos risueños. Después recuerda otros ojos más tristes, cansados y llenos de ternura, y recuerda que tan sólo ha ido a aquella presuntuosa fiesta para presentar sus respetos al anfitrión, conocido de su madre.
Se inclina entonces ante ella con una educada reverencia a modo de despedida y le da la espalda; apenas le da tiempo a dar dos pasos cuando siente una delicada presión en el brazo y a su alrededor resuena un murmullo grupal, semejante al aleteo de las palomas al alzar el vuelo en bandadas cuando los chiquillos corren por las plazas.
Los dedos que le agarran suavemente del brazo son largos y delicados, y van unidos a una mano acostumbrada a los aceites más perfumados y a los labios más nobles. Cecily le sonríe bajo la máscara, tirando un poco de él.
- ¿Os vais tan pronto?- La voz tintinea en sus oídos como dolorida, aunque William la conoce lo suficiente como para saber que eso no es del todo cierto. Lo único herido, en todo caso, es su vanidad, pero aún así se deja llevar por ella hasta el grupo de amigos que la esperan. Curiosas y escandalizadas las mujeres, hostiles tras sus disfraces los hombres. Uno de ellos, el que poco antes hizo ademán de intervenir, la toma sutilmente del codo apartándola de él y del resto. A pesar de la música, el alboroto y la distancia, hasta William llegan ecos de su discusión.
- Oh vamos, no seas aguafiestas querido.- Cecily se dirige a su interlocutor mientras camina de nuevo hacia William, hablándole sin mirarlo siquiera.- Sólo quiero que este amable caballero se una a nuestro juego. Cuantos más seamos, mejor, ¿no te parece?
El tuteo más que un signo de intimidad resuena en la estancia como una humillación, y todos son capaces de sentir la sangre bullendo de ira bajo los ricos ropajes del interpelado. Es alto y de oscuros cabellos, viste traje azul marino y elegante, cortado a medida, permitiéndose la nota de color en su chaleco bordado de terciopelo granate. Abrazado por una fina capa negra, como casi todos los varones del baile, oculto el rostro bajo una agresiva máscara negra con una puntiaguda nariz aguileña.
- ¿O es que temes la competencia?- Añade Cecily, riendo cruel, los hermosos ojos clavados en el joven William que aún no ha despegado los labios en todo el encuentro. El resto de damitas ríe también, junto con algún otro hombre, presto a hacer leña del árbol caído.
- ¿Y a qué quiere jugar, señorita?- Pregunta una de las jóvenes bajo un abanico de plumas. Es rubia, delgada y de ojos castaños, suaves. William adivina que es de buena casta, por la forma en que se mueve, como si el mundo y sus pobres moradores le pertenecieran. Como si pudiera aplastarlos con el mero chasquido de sus dedos.
- Bueno… ¿qué tal a beso o atrevimiento?- Sugiere Cecily rozando, con estudiado descuido, uno de sus hombros desnudos al pronunciar la palabra “beso”.- Quien no sea capaz de llevar a cabo su reto… deberá descubrirnos su identidad.
Las mujeres aplauden entusiasmadas mientras los hombres se miran como midiendo sus fuerzas. William y el joven de la máscara oscura permanecen en silencio, mirándose a los ojos. Finalmente, ambos aceptan con una leve inclinación de cabeza. El joven sonríe sombríamente antes de dar comienzo al juego.
- Ya que este desconocido parece ser su invitado de honor, querida, dejémosle que sea el primero.
- Pero antes ha de escoger, ¿beso o atrevimiento?- Pregunta otro de los presentes que poco antes se había reído del enmascarado, hábilmente cambiando de bando. Y por nada del mundo William va a dejarse pisotear esa noche, se dice controlando el latir furioso de su corazón. Hará lo que le pidan, aunque sólo sea por el valor de su orgullo. La idea del beso es tentadora, pero el disfraz bajo el que se protege no le otorga, sin embargo, la audacia suficiente. Así que en un susurro ronco, a fin de enmascarar en lo posible su voz, escoge atrevimiento.
- Atrévete a traernos algo del mercado de Leadenhall.- El joven no hace ningún esfuerzo por ocultar su hostilidad.- Pongo a tu disposición a mi cochero si es preciso. Tráenos algo que sólo podría encontrarse allí.
William traga saliva con aprehensión. El mercado de Leadenhall. Nido de la peor chusma de Londres, abierto a medianoche hasta bien pasada la madrugada, laberinto de puestos malolientes donde las fuerzas del orden no osan entrar apenas.
Los otros esperan su respuesta, Cecily sonriendo a la expectativa, el muchacho con la mueca de la victoria despectiva dibujada en los labios. Y sólo por eso, William inclina la cabeza en un leve asentimiento, aceptando el desafío.
Sin más palabras se aleja del grupo, a su paso un pasillo de miradas y cuchicheos le alteran el humor de la sangre, violentándolo. Apenas está dándole las instrucciones a uno de los cocheros dispuestos en hilera a la entrada de la enorme mansión cuando una voz a su espalda lo detiene. Se vuelve y ahí está una de las damas de antes, la de cabellos dorados, vistiendo un hermoso vestido del color de las rosas tempranas, un extraño y hermoso colgante en el cuello.
- Busque el puesto de libros antiguos.- Le dice sin más preámbulos. Al notar su desconcierto le sonríe un poco.- Hágame caso, él sabrá qué objeto darle. Busque el puesto de libros antiguos y pregunte por Douglas.
El joven William no tiene tiempo de pedir explicaciones o dar las gracias, porque apenas dado su consejo la muchacha le da la espalda y se apresura en volver a la fiesta, sus cabellos rubios acariciando su espalda descubierta en un ademán demasiado provocativo para las normas sociales. William se estremece cuando, al subir los escalones de la entrada la joven se recoge un poco el vestido, dejando a la vista la piel tersa y sedosa de sus tobillos.
El cochero aguarda tratando de disimular su fastidio, mientras los caballos bufan y cabecean como anticipando el restallar del látigo. Al fin el joven consigue subir, un tanto confundido al carruaje, y se deja mecer suavemente en su interior mientras dejan atrás la fiesta, perdiéndose en las calles adoquinadas de la ciudad con el resonar de los cascos de los caballos como único himno.