Título: Las cosas importantes van en tres.
Fandom: The Dresden Files|Heroes of Olympus
Advertencias: Nada realmente.
Personajes/parejas: Harry Dresden, Karrin Murphy: Sally Jackson, Percy Jackson, Annabeth Chase. Mención de Harry/Susan y Harry/Sally.
Resumen: Que el teléfono sonara en su casa era algo que, a Harry, le preocupaba. El que fuera su ex del otro lado del teléfono no era precisamente tranquilizador.
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Notas: Escrito para
mundo_caotico: "Más allá del bosque empieza el ancho mundo. Y eso es algo que no importa, ni a ti ni a mí. Yo nunca he estado allí, y jamás voy a ir, ni tú tampoco, si tienes una pizca de juicio." Kennet Grahame, El viento de los sauces.
Las cosas importantes van en tres.
Que el teléfono sonara en su casa era algo que, a Harry, le preocupaba. La gente que lo conocía lo suficiente para tener su teléfono de casa no llamaba. ¿Por qué? Porque sabían que su teléfono se escuchaba mal y era, básicamente, un juego de rumor chino. Una vez había pedido comida china y, de alguna manera, eso se había convertido en pizza de anchoas y champiñones. Su teléfono de casa existía, básicamente, para emergencias.
El que fuera su ex del otro lado del teléfono no era precisamente tranquilizador.
- Percy volvió a tratar de escaparse para verte, Harry.
Gruñó un poco, dejándose caer en el sofá, la voz de Sally haciéndolo sentir culpable de no ser parte de la vida de su hijo aunque, real y concientemente Harry sabía que era lo mejor que podía hacer por él: cualquiera de sus enemigos, si se enteraban de que su hijo existía, no dudarían en usarlo en su contra. Había pasado cuándo Percy había tenido dos años y eso había sido, al final, lo que había hecho que él y Sally terminaran definitivamente, que Percy se quedara con el apellido de Sally en lugar del suyo: el querer proteger a su hijo. Sólo había una persona que estaba actualmente en su vida que sabía de su hijo.
- ¿Qué pasó?
- Me llamaron de la estación: trató de comprar un boleto para ir en camión a Chicago.
- ... son más de veinte horas. - la sola idea de un niño de doce años haciendo ese tipo de viaje, ya no se diga su hijo, le erizaba la piel cómo si hubiera uñas rasguñando un pizarrón. Veinte horas era un mundo de distancia entre él, su exnovia, el hijo de ambos y era la forma de ponerlos a salvo. Él nunca iba a Nueva York, evitaba siquiera pensar mucho en Nueva York como una zona existencial y así era cómo le gustaba porque era, sentía, la única manera de poder cuidarlos a los dos.
- Lo sé.
Y había algo en la voz de Sally que no disminuyó esa sensación de uñas-en-pizarrón.
- ... no lo dejaste que tomara el camión, verdad. .
- Por supuesto que no. Sin contar lo peligroso de eso, el déficit de atención de Percy es complicado en viajes cortos, en ese lapso habría enloquecido. O a alguien. - Harry empezaba a tranquilizarse cuándo Sally, cómo si estuviera hablando del clima, siguió:- Compramos un boleto de avión para Chicago, sale el lunes.
- ... dime que es una broma, Sal.
Supo, desde ya, que había sido la cosa equivocada que decir.
- ¡Lo que es una broma, Harry Dresden, es que tu hijo no te haya visto más que una vez desde que tiene seis años!
- ¡Campanas y estrellas, Sally, sabes porqué lo hago!
- Yo lo sé. - la voz de Sally podría haber cortado vidrio- ¿Crees que nuestro hijo puede entender que esto es para protegerlo, o que solamente piensa que su padre no quiere estar en su vida?
Eso hizo que se callara. Sí, era frecuente que en sus cartas le preguntara sobre cuándo venía, o si él podía ir, y Harry generalmente cambiaba el tema de la conversación en sus respuestas. Pero eso iba cambiando poco a poco: Percy solía preguntar en cada carta que enviara, sin falta, cuándo podía verlo. Ahora que Sally lo ponía así, la última vez que lo había preguntado había sido poco después de Navidad. Estaban a finales de Junio. Y, poniéndolo en perspectiva, sus cartas eran cada vez más impersonales: Harry lo había tomado como los cambios de humor de un puberto.
La voz de Sally fue más suave, pero no por eso menos inflexible.
- Nuestro hijo está creciendo, Harry y, en este momento, quiere que seas parte de su vida. No puedo prometer que eso sea así mañana. Además, ¿qué vamos a hacer mañana que sus poderes se manifiesten y él no tenga idea de nada?
- No podemos saber si... sus... - ni siquiera pudo terminar esa frase: a sus dos años, Percy había desaparecido monedas. Y por desaparecido era un 'cómo es que están en la peera' y no un 'y están en su boquita'-. ¿Cuándo llega?
- El avión sale a las doce, debería estar llegando a las tres. Quiere pasar su cumpleaños contigo.
- Tres semanas, ¡Sally, tengo que trabajar!
- Yo también y eso no me ha detenido. Harry, piénsalo en el regalo de cumpleaños de tu hijo.
- Regalo va a ser si consigo que no se lo coman los trolles.
Sally rió un poco. Podía imaginar su sonrisa, el gesto ligeramente cansado, el amor que Sally había mostrado tan fácilmente. La última vez que había visto a Percy había sido casi todo él: sólo tenía los ojos verdes de Sally. ¿Seguiría siendo así, o habría sacado más cosas ahora que había crecido?
- ¿Harry?
- ¿Mmm?
- ... si en verdad no quieres que Percy vaya, dímelo ahora. Puedo aguantar muchas cosas, pero el tener a mi hijo con el corazón roto no va a ser una de esas cosas.
- ... rayos, Sal, por supuesto que quiero. Tienes que saber eso. - Y era lo peor. Sentía un miedo horrible que siempre estaba ahí de repente treparle por la columna vertebral. Iba a tener que contarle a Thomas que tenía un sobrino y dejar que lo matara por no haberle dicho antes, y decirle a Michael también para que se burlara de él, cómo mínimo. Preguntarle a Charity recetas para prepararle de cenar a un niño hiperactivo de doce, ver si no le molestaba que, si llegaba a tener algún caso, Percy pudiera quedarse con ella. Iba a reforzar por triple las defensas de su casa. Dioses, su casa. Necesitaba más cobijas para el sofá, ver si Murphy podía prestarle un sleeping bag o un colchón inflable. ¿Habría algún partido de baseball al que pudieran ir? ¿A Percy seguía gustándole el baseball?
... iba a conocer a su hijo. Merlínes barbudos.
- Bien. - sonaba a que Sally estaba sonriendo nuevamente-. Te hablo cuándo suba al avión.
- Un beso, Sal.
Harry se quedó unos momentos escuchando estática antes de que dejara a su teléfono ahí: encontrar teléfonos resistentes a él era difícil, y no quería que, además de toda su lista de pendientes nueva, tener que añadir eso. Se pasó la mano por el cabello, volteando a ver hacia donde Mouse y Mister estaban ocupando el sofá, los dos viéndolo con lo que era el equivalente a una ceja alzada en animales.
- ¿Qué? ¡Tengo derecho a estar nervioso!
Mouse resopló. Mister se estiró. Harry maldijo un momento antes de que sacudiera la cabeza, tomando la correa de Mouse.
- Vamos, traidor. Necesito dar una vuelta.
Porque necesitaba hablar con alguien y, para hacer eso, iba a hacerlo con la única persona que ya sabía de la existencia de hijo: Karrin Murphy.
Los sábados por la mañana, Murphy daba una clase libre de aikido en el parque para niños y adolescentes pero, cuándo llegó, los últimos estudiantes se estaban yendo. Saludó a algunos padres y niños que lo reconocían, dejando que los más valientes fueran a rascarle las orejas a Mouse, viendo a Murphy y a su hija terminar su último combate.
Harry no conocía al ex de Murphy, pero Annabeth había sacado, al final, casi todo de Murphy: desde el cabello rubio en tirabuzones hasta los ojos azules e, incluso, la linda nariz respingada con la única y gran excepción de la estatura: a sus doce años, a la niña le faltaban escasos diez centímetros para ser de la misma estatura de su madre, y todo parecía apuntar a que iba a seguir creciendo.
No que eso fuera gran problema para que Murphy hiciera una llave y terminara tirando a su hija al suelo.
Desde dónde estaba pudo ver la boca fruncida de Annabeth.
- ¿En qué me equivoqué?
- Tardaste en lanzar el golpe-. Murphy sonrió: nunca nadie conseguía sonrisas tan radiantes cómo Murphy las tenía para su hija-. Pero mejoraste tus bloqueos.
- Gracias, mam-- ¡Harry!
- ¡Hey, campeona!
Harry sonrió, agachándose para que Annabeth pudiera echarle los brazos al cuello. Desde que la había salvado a sus cinco años, Annabeth lo consideraba la segunda persona más cool de este lado de la galaxia (con Murphy, claro, siendo número uno). Vio a Murphy sacudir la cabeza, entornando sus ojos en la dirección mientras Harry le sacaba la lengua. Ese rescate era lo que los había vuelto amigos. Alguien había tenido la grandiosa idea de querer vengarse de que Murphy lo hubiera metido a la cárcel por posesión de droga - que era cierto, si bien la droga había sido una droga faérica y no cocaína, pero era igual de peligrosa realmente - por medio de su hija: la habían salvado, claro, sin mayores consecuencias que Annabeth desarrollando una aracnofobia que seguía al día de hoy, y, bueno; también le había costado la mitad de la custodia a Murphy y eso era algo que ni él ni Murphy se habían conseguido perdonar a la fecha.
- ¿Viste mi último ejercicio, Harry?
- Lo siento, campeona, vengo llegando. Me lo tendrás que enseñar luego.
- O puedes venir acá y puedo demostrate en persona la llave que Annabeth aplicó correctamente - sugirió Murphy.
- No, gracias, Murph: hoy no vine a que patearan mi trasero más de lo usual.
Era una prueba de que tan bien se conocían que Murphy supo que algo pasaba sin que él lo dijera. Murphy lo vio unos momentos antes de sonreírle a Annabeth, dándole un tirón leve a la trenza en que se sujetaba los rizos cuándo hacía ejercicio.
- ¿Quieres una salchica?
- Que sean dos y le das una a Mouse.
Annabeth aceptó el dinero entornando los ojos, su gesto diciéndoles a ambos que su intento por no decirle 'déjanos a los adultos hablar' no había funcionado, pero aceptó la correa de Mouse, Mouse echándole más o menos la misma mirada a él antes de que le diera un golpe leve a Annabeth con el costado, haciéndola reír, los dos alejándose trotando hacia donde estaba el vendedor.
- Okay, ¿qué pasó, quién murió, qué monstruo, tengo tiempo de ir a cambiarme y dejar a Annabeth con mi madre?
- No es nada de eso, Murph. Es Percy. - Murphy perdió el gesto calmado y casi burlón, frunciendo el ceño, y Harry se dio cuenta de lo mal que había sonado eso-. ¡No así! Es. Va a venir. El Lunes.
- ... ¿y por eso tienes cara cómo si se hubiera muerto a alguien? Me estás haciendo reconsiderar esa llave, Dresden.
- Muy graciosa. - Se pasó la mano por el cabello-. Sally dijo que había vuelto a tratar de escapar y que ya era hora de que hablara con él sobre...
- ¿Los booms que le va a causar a su primer iPod, ya no se diga a las computadoras de la escuela?
- Eso y todo. Pero. ¡Campanas infernales, Murph! ¿Qué se supone que haga con un niño de doce años? ¿Llevarlo conmigo cuándo esté en peligro de que me vendan por Ebay? ¡Sally tendría que saber porqué esto es una pésima idea! ¡Lo decidimos por esto mismo!
- Lo que decidieron cuándo Percy era un bebé no aplica ahora que ya es casi un adolescente. Un adolescente que quiere conocer a su padre. Perdona que lo diga, Harry, pero tu ex tiene razón. Dime una cosa sencilla: ¿cuándo fue la última vez que lo viste?
No contestó porque Murphy sabía la respuesta: Susan. Tras el ataque de Susan y que desapareciera, Harry había hecho el viaje de casi dos días en tren para ir de Chicago a Nueva York y había pasado dos semanas en el sofá de su ex, conociendo a su hijo de seis años. Le había enseñado a usar una bicicleta, habían jugado baseball, le había leído el primer libro de Harry Potter y la risa de su hijo había sido el mejor bálsamo para la pérdida que acababa de sufrir. Susan había querido conocer tanto a su hijo.
De eso ya eran seis años. Tenía fotos, claro, y las cartas llenas de errores de ortografía de Percy que, aún con lo mucho que su hijo odiaba escribir, le enviaba una vez a la semana.
Harry se sentó en una banca, las manos en la cabeza. Murphy se sentó a su lado en silencio por unos minutos.
- ¿Cuándo llega?
- El lunes por la tarde. Y se queda casi un mes.
- Tráelo para las clases, entonces. Le vendrá bien algo de ejercicio.
- Bien, ya tengo una cosa que hacer, necesito veinte más.
Murphy le golpeó el brazo, llamándolo llorica. Por esas extrañas razones que Harry nunca iba a comprender... de hecho, sí le ayudó.
*
Sus nervios aguantaron sin problemas hasta que las pantallas electrónicas del aeropuerto cambiaron para anunciarle la llegada del vuelo 326 de Chicago y, entonces, Harry súbitamente deseó un cigarro a pesar de que no fumaba.
Thomas lo había insultado (además de haberse sentido y Harry sabía que sí había herido a su hermano con esa omisión de verdad, aún cuándo Thomas igual había entendido porqué lo habíe hecho), Michael se había reído y le había regalado una cajetilla de cigarros de chocolate y Charity se había reído de él. No había podido llenar su refrigerador de toda la comida que le había dicho, pero ahora tenía cereal de animalitos y barras de granola bajas-en-azúcar porque un niño hiperactivo no necesitaba más excusas para estar hiper. Tenía ropa usada que Charity le había pasado de sus hijos, el colchón inflable de Murphy junto con su casa de campaña para que Percy no se sintiera tan arrimado, había limpiado la casa de cabo a rabo y había triplificado las defensas de todo el departamento tres veces.
... bien, quizá no había estado tan tranquilo cómo le hubiera gustado, pero había estado más. Harry tomó aire, tratando de no ponerse histericamente a cambiar de pie a pie. Era el vuelo, Sally le había confirmado que su hijo había subido y no era cómo si Percy hubiera podido hacer que el avión se cayera. ¿Verdad? O no habría habido pasejeros saliendo.
Harry estaba a medio camino de convencerse de que algo había salido terriblemente mal cuándo, finalmente, salió: Estaba cargando una mochila y usando la chamarra de mezclilla de segunda mano que Harry le había enviado por Navidad - a la que había llenado de hechizos de protección - el cabello negro igual de desordenado que el suyo, pálido y flaco y con un gesto algo privado en el rostro... su hijo.
Quería abrazarlo. Quería apretarlo fuerte y tratar de no pensar que la última vez que lo había hecho Harry había tenido la mitad de edad que ahora, que se la había colgado y le había pedido papi, no te vayas.
Quería dejar de sentir ese nudo en la garganta.
- ¿Percy?
Su hijo lo volteó a ver. Había algo triste y enojado en esos ojos verdes, un algo que hizo que el gesto serio de su hijo siguiera, aún cuándo le sonrió.
- Hey, Harry.
Iban a ser unas largas, eternas tres semanas.