QAF Fic: La ruta de las ferias del verano (7/?)

Apr 01, 2015 20:29




La arena gris trepa sobre las espaldas de los riscos. Sisea en la subida, como un látigo agitado por debajo de la tierra y se arremolina en el borde del rompiente antes de precipitarse y repiquetear al otro lado como un puñado de llovizna arrojado con desinterés por la mano de un gigante. Brian se encoge casi por instinto, contrayendo los hombros por debajo de la capa. Encaja las manos bajo las axilas.

Otra vez se han adelantado unas horas al resto de la comitiva, incapaces, ninguno de los dos, más que de arañar algunas horas de sueño. Brian siente un impulso maniaco, algo que tira de él a pesar del agotamiento y de esa sensación de adormecimiento que ha anidado dentro de su pecho, como el hormigueo de un miembro que no termina de despertar.

Piensa en lo extraña que resulta. La continuidad. Como si hubiera días que terminaran como el fin de un capítulo y lo sensato pareciera despertar mucho después, en otro punto de la historia, dejando un espacio no escrito entre medias que tendría mucho más sentido que la realidad, como si la vida requiriese también de sus intervalos en suspenso y hubiera algo antinatural en la sucesión lógica del tiempo y en el verse obligado a retomarla a continuación.

Han salido de Rea con la llegada del alba, a tiempo de ver como el sol tomaba impulso desde el borde de la tierra y resquebrajaba el cielo como un cascarón y ahora los rayos del mediodía descienden en una columna perpendicular, el calor tan denso y sofocante que pareciera que avanzan hacia el centro de la tierra en vez de atravesarla.

Como si estuvieran pensando en lo mismo, Justin se detiene. Rebusca en el carrito hasta dar con la botella de agua y pega un trago largo y continuo. Se seca la boca con el dorso de la mano antes de tenderla hacia Brian, que cierra los ojos cuando bebe, ignorando la rabia impertinente del sol y el cansancio cuando el agua se precipita en una línea fresca por el túnel de su garganta, borrando durante unos segundos el sabor amargo de su lengua.

"Ni siquiera se ve el final" murmura el mago. Brian deja de beber y su mirada se posa en el Justin. Tiene los labios cortados y una línea fina y roja en el interior de los ojos, como pintura contra las líneas de las pestañas. Parece repentinamente desmoralizado por lo inalcanzable del final del desierto, como si la sola idea le mermara las fuerzas y a Brian se le ocurre por primera vez en todo este tiempo que sin importar lo que haya podido pensar de él, Justin ha hecho exactamente el mismo viaje que Brian, andado los mismos pasos, soportado y temido las mismas cosas y ahora contempla la línea imaginaria del horizonte con la misma desesperanza larvada, el deseo de que todo esto termine y por fin puedan descansar.

"Venga, seguro que está a la vuelta de esa esquina" dice, guiñándole un ojo, consiguiendo que se le escape una carcajada rápida y que cuando se ponen en marcha otra vez, la sonrisa le dure todavía en los labios como si no tuviera prisa por quitársela.

"No lo sé, Brian. No sé. De los dos tú eres el que peor sentido de la orientación tiene"

"Como ha quedado bien demostrado"

El mago le dedica una mirada de suficiencia.

"Como ha quedado bien demostrado, por supuesto"

Cuando Brian despertó esa madrugada, las mantas estaban hechas un lío sobre su cuerpo, una geografía en miniatura de cordilleras y valles y accidentes imposibles y cuando se estiró sobre el colchón, buscando los restos de sueño escondidos en el calor de debajo, lo que encontró fue una clase de calor distinto, atrapado como una burbuja de aire y la forma de un cuerpo aún impresa sobre las sábanas. No puede dejar de preguntarse qué habría visto si se hubiera despertado un poco antes ni que es lo que tal vez no hubiera podido evitar hacer entonces.

Avanzan pesadamente durante el resto del día. En algún momento el sol decide que es hora de retirarse sin decirles adiós, pero antes de que se extingan los últimos parpadeos de claridad tienen tiempo de encontrar un lugar para pasar la noche, el principio inacabado de un túnel bajo un saliente rocoso, que se estira sobre sus cabezas como una ola en mitad de la ascensión.

El frío se instala en el desierto como si relevase al calor y contra el telón transparente del cielo que se apaga parece como si las inmensas moles de caliza fueran en realidad la sombra de criaturas gigantescas, una selva congelada en mitad del tiempo, quizás dormida y Brian se resiste todo lo que puede a sentirse pequeño, diminuto a los pies de sus cuerpos de piedra. Pero a pesar del esfuerzo, para cuando aparecen las primeras estrellas tiene la sensación que durante todo ese rato ha estado conteniendo el aliento para no despertarlas.

"Tenía la vana esperanza de que llegaríamos antes del anochecer" murmura, sin poder detenerse antes de que se le escape en voz alta.

Justin se sienta en el suelo como un indio, el saco de provisiones zarandeándose en su mano derecha.

"Y yo, supongo. Pero mira el lado bueno. ¿Qué puede haber peor que pasar la noche en mitad de un desierto inmenso, congelándote el culo y sin tener ni idea de lo que pueda acechar ahí?"

Brian frunce el ceño, apartando con el pie unas piedrecitas de aspecto filoso antes de sentarse con un gruñido a su lado.

"¿Nada?"

"Pues eso"

Tiene que reírse muy a su pesar y la risa se superpone al gruñido de su estómago, que ahora que ha tomado conciencia de la posibilidad cercana de la comida no parece dispuesto a dejarse ignorar.

"Tienes razón. Es todo un alivio"

Para decepción del estómago de Brian el mago no reparte inmediatamente la comida. En cambio, lo que hace es volverse de un lado a otro, capturando algunas piedras más o menos grandes que va ordenado en un círculo frente a sí. Brian le observa en silencio, aportando un par de piezas cercanas, y cuando el circulo termina de cerrarse Justin se inclina sobre él como le ha visto hacer tantas veces, las palmas de las manos ahuecadas la una contra la otra como si contuvieran algo valioso y frágil y cuando sopla en el espacio una llama se prende en el interior del círculo con un chisporroteo.

"Comida. ¡Por lo que más quieras!"

"Va. Ya va. No seas impaciente." Justin sigue soplando para aumentar el fuego, que crece hasta que su parpadeo ilumina las esquinas y se refleja en ondulaciones contra el techo del túnel "Antes toca no congelarse. Y evitar que te coman"

"Me da igual que tengas razón" Bufa Brian, aunque sin verdadera fuerza, tratando de buscar postura contra la pared irregular "No pienso dártela"

"Toma" Justin pone los ojos en blanco pero agarra el saco y lo suelta entre los dos, avisándole de que Pero tampoco te pases, hay que racionarlas aunque Brian se come dos rajas de carne en salazón antes de acordarse repentinamente de lo que le ha dicho y dar cuenta del pedazo de queso templado al fuego con algo más de moderación.

Si la cercanía de la noche anterior se le hace extraña, esto lo es aún más, de alguna manera. Hablar como si nada. Seguir como si nada. Aunque no es exactamente así, en realidad. Son pequeños detalles: Un roce leve. La tonalidad de una palabra. Miradas que se alargan como una nota sostenida. Es como si mantuvieran dos conversaciones a la vez, una en la superficie y la otra sumergida bajo sus aguas, en un lenguaje completamente nuevo y misterioso. Sea cual sea el mecanismo interno de Brian que se encarga de calificar estas cosas no parece estar seguro, pero en realidad tampoco importa por el momento, Brian puede esperar hasta que lo entienda. Por el momento, es suficiente con saber lo que ahora sabe: que cuando Justin dice que está ahí, Brian le cree.

Así que hablan como si nada y siguen como si nada y Brian supone que esta es la manera en que las personas compensan por ese espacio en blanco que debería estar pero no está. Un espejismo de normalidad porque esa es la única manera de seguir adelante, mientras esa otra conversación se mantiene en un plano distinto. Y aunque la idea no es aún una idea completa, sino solo una pequeña porción de las piezas encajadas donde piensa que pueden encajar, cree que tal vez (es posible) no sea tan malo cambiar después de todo, mirar a su alrededor y por una vez, a partir de ahora, no apartar la mirada.

"Eh. Estás en otro mundo" el mago le da un golpecito suave en el hombro y Brian sonríe un poco. Habrá mucho en que pensar cuando regrese. Mucho, mucho en que pensar.

"Solo un poco. Ya estoy aquí"

El mago le mira un instante, los labios cerrados en una sonrisa. Le mira y a Brian le parece que esté buscando algo solo que no, no es exactamente eso y Brian querría preguntarle pero algo le dice que no debería, como si este momento, con Justin mirándole así, fuera algo sobre lo que hay que pasar de puntillas, con el aliento contenido y la esperanza atrapada en el pecho de que si se queda así, muy quieto, pueda hacer que dure.

Y dura, aunque solo un poco más, hasta que el mago abre los primeros botones de su túnica y entrega a Brian algo envuelto en un papelito.

"Eso está bien. Porque quería darte esto"

Brian mira el paquete pequeño y rectangular. Tiene casi el tamaño exacto de su palma, el envoltorio ceñido con un cordel fino y marrón. Se queda mirándolo como si fuera a desenvolverse solo, sin saber muy bien que hacer o qué decir, pero Justin se le adelanta:

"No lo abras ahora. Es para después. Para cuando vuelvas a casa"

"Yo. No-" empieza Brian, buscando las palabras. Están en algún lugar ahí adentro, solo que no tienen forma y Brian titubea, apretando los labios en un intento enrevesado de hacerlas salir. Cuando no las encuentra, se decide por la segunda mejor opción que tiene "Yo. No…" Repite y Justin ríe, brillante, bajando la cabeza y llevándose la sonrisa consigo aunque es todo lo contrario a lo que Brian podría querer.

"No es nada. Solo algo que he estado haciendo desde que- Ya sabes. Tiene… tiene demasiado de ti para que lo tenga yo solo. Y de alguna manera, es tuyo también. Así que"

"Así que…"

"Sí"

No debería ser así. Hay veces en que puedes leer un momento y saber que la oportunidad es esa y cuando pase, no habrá otra igual. Y Brian sabe lo que quiere decir, solo que no hay manera de poder decirlo. Sería como tratar de explicar el agua o el viento. No puede hacerse. Es por eso que la magia es tan compleja, porque a veces no hay palabras, se quedan cortas o flacas o no alcanzan. Y lo importante no es que Justin le haya hecho un regalo, o agradecerlo. Lo importante es que no tiene por qué, y Brian no lo merece. Y aun así, ahí está, un peso minúsculo sobre su mano, inabarcable a la vez. Y sin saber tan siquiera lo que es significa tanto, y de una manera tan inmensa, que solo puede haber una forma.

Así que Brian hace lo único que jamás hubiera esperado de sí mismo. Lo único que encierra el significado de todo lo que podría querer decir.

Se inclina y deposita un beso sobre la mejilla del mago.

Cuando se aparta, Justin le mira como si las palabras del universo entero estuvieran contenidas en sus ojos y Brian cree que sí, que por una vez ha sido capaz de darse cuenta de cuando un momento es importante. Y que por una vez también, ha sido capaz de no dejarlo pasar.

ºººº

Se levantan con el sol y reanudan el camino.

A su paso, las altísimas elevaciones de roca estratificada se estiran hacia el cielo como una congregación de templos de una civilización ya desaparecida, como si buscaran ensancharse y crecer hasta lo alto, reclamando la mirada de los dioses a los que fueron consagradas una vez.

El camino da vueltas y revueltas y varias veces se ven obligados a detenerse para buscar un punto de referencia en el mapa, una pista de que caminan en la dirección correcta, como si ambos albergaran el temor de que la misma tierra les estuviese tendiendo una trampa, equivocando sus pasos para atraerles al interior de un laberinto de paredes marchitas.

"No deberíamos habernos separado del resto. Hay que ser idiotas. Esa gente ha estado siguiendo la misma ruta durante años. Conocen el camino que hay que seguir. Ya deberíamos haber llegado"

Parte de la voz de Justin queda atrapada por la tela del pañuelo con el que se cubre la boca para protegerse de la ventisca y lo que Brian escucha es una tonalidad rebajada a la mitad. Casi parece apropiado y se le ocurre que tal vez no sea solo su voz, sino ellos al completo los están siendo destilados despacio y a medida que avanzan parte de sí mismos quedase retenida en un poso.

Son los Ura. Sabe que son los Ura. Cada vez están más cerca de ellos.

"Tal vez deberíamos retroceder hasta dar con la calzada" Justin retira el pañuelo y la idea se difumina pero solo un poco, demasiado presente en el paraje gris, en la forma en que la cara del mago parece iluminada por una luz de segunda mano.

Brian se apoya en una roca y trata de aspirar el aire denso que no termina de rellenar sus pulmones. Siente el cuerpo rígido y contracturado. El dolor es como una presencia completa, un cuerpo superpuesto a su cuerpo y a veces solo es capaz de sentir eso y nada más. Si seguimos aquí mucho tiempo. Brian se ve a sí mismo sentado en esa roca, su propio color rebajado, la mirada extraviada de los que han perdido el rumbo, y se da cuenta de que el miedo por recuperar su corazón ha hecho sitio para un nuevo tipo de miedo: el de quedar reducido a una versión emborronada de lo que era, una forma distinta de desaparecer hasta que no quede nada reconocible y otra vez más acaricia la posibilidad de regresar, no solo hasta en busca del resto de la comitiva, sino todo el camino de vuelta, para que al menos así, si ha de desaparecer, pueda hacerlo aun siendo el Brian Kinney que reconoce.

"No podemos-" empieza y traga saliva en la garganta seca, mirándose las manos como si la respuesta a esa pregunta estuviera escrita ahí, en los renglones retorcidos de las líneas "Ni un solo paso atrás"

No puede darlo. Eso es lo que quiere decir. Si lo hace, nunca desandará sus pasos. Aunque Brian sospecha que no tendría fuerza de todos modos, la influencia de los Ura tirando de él a cada paso, impidiendo que se aleje, como hizo con el lobo negro de Motaror. Piensa en el esfuerzo terrible que tiene que haber costado a las gentes de las tierras grises levantarse cada mañana y solo avanzar, aferrándose a los restos de su voluntad, como si a fuerza de continuar, cada uno de ellos presentara su pequeña batalla privada, luchando hasta el momento en que la pierdan del todo. No sabe si servirá de algo, ni que es lo que encontrarán más allá del desierto; si existe aún la posibilidad de romper el encantamiento, aun cuando logren alcanzar la última de las ciudades. Solo sabe que no puede rendirse. Aún no.

Lo único que sabe, es que debe terminar la ruta de las ferias del verano.

Justin parece entenderlo, no obstante. Posa una mano en su hombro, un tirón leve, instando a Brian continuar.

"Sigamos entonces" dice, pero de la misma manera, escondido entre la forma de las palabras, lo que a Brian le parece que escucha es Estoy aquí contigo, Brian. Estoy aquí.

Un poco más. Solo un poco más.

ºººº

El paisaje se desmorona a cada paso que dan.

Es como asistir a una versión terrible y vertiginosa del paso del tiempo. La piedra gris y porosa se diluye. La arena se desprende con el viento como las hojas de un libro viejo, tan viejo que se desintegrara al tocarlo, migaja a migaja, deshaciéndose en cenizas al tacto de la mano.

Al final de la segunda tarde la cordillera ha desaparecido por completo y lo que les rodea ahora es el verdadero desierto, estirándose a lo largo y a lo ancho del infinito, adornado de vez en cuando por formaciones de piedra compacta, de tallos estrechos que ascienden hasta desenvolverse como flores, como si la naturaleza misma se resistiera a su extinción y floreciera exultante y maravillosa en un último acto de rebeldía.

Ya no les queda duda de que se han equivocado de camino. A pesar de eso, continúan avanzando casi sin detenerse, el sol como única brújula. A sus espaldas, los pasos impresos en la arena se pierden de vista, un espinazo irregular que parece partir la tierra en dos mitades, la columna vertebral de una bestia extinta.

Cada paso es más pesado que el siguiente. El dolor se ha invertido poco a poco hasta convertirse en una presencia sorda, aplanada, y lo que Brian siente ahora es vacío. Un vacío inmenso que le desborda y le diluye, como si su cuerpo no fuera más que una extensión del vacío del propio desierto. Porque no hay nada. Nada excepto arena y arena gris, el horizonte visto a través del ojo de un pez, el calor rezumando de la tierra como corrientes de mercurio.

El viento que aletea en sus oídos, que le susurra, como el batir delicado de las alas de una mariposa.

Tenía razón, Brian. Ella tenía razón.

Las alas le llevan lejos. Un espejismo de realidades superpuestas.

Ve a su madre. Su verdadera madre y siente el peso de su mirada condenada cuando le mira por última vez. No te muevas de aquí. Regresaré pronto. Espérame.

No llegaba ninguna luz.

Ve a la Reina. El pelo de fuego agitado entre los dedos de la brisa del verano. La sonrisa en sus labios cuando le tendió la mano, dándole aquello que Brian nunca le llegó a pedir.

Pero lo vio en tus ojos. Tuvo que verlo en tus ojos. Porque cumplió la promesa que nunca le pediste que hiciera. Igual que si hubiese llegado a oírla.

Ve a Mike, asomado a la ventana más alta de la torre. Recuerda subirse al borde como en un sueño y a Mickey con él, siempre a su lado, sin dudarlo jamás un instante.

"Ven, sube, desde aquí se puede ver el mundo entero. Ven Mickey, volemos"

Ve ojos azules y el dorado del sol. Dedos suaves en su mejilla. El tacto de un beso.

Todo es nada y nada es todo. Una visión interminable. La certeza súbita de que ya no existe un fin que puedan alcanzar más allá de la vasta destrucción de los Ura.

Llévame. Llévame contigo. No me dejes solo. No me dejes aquí

Cae de rodillas.

"¿Brian? ¿Brian que pasa?"

Tiene la noción lejana de que Justin se arrodilla a su lado, pero es como si el silencio taponase sus oídos y lo que escucha llegara a través de una espesa muralla de cristal. Así que es así piensa Es así como ocurre. Es así como termina. Esto es contra lo que debería haber luchado y no lo hizo. Solo desearía haberles visto una última vez. A su familia. Decirles todo aquello que ha mantenido velado en su interior durante años. Decirle a Justin que- que…

Eres un idiota, Brian Kinney. Un idiota. Eso es lo que eres de verdad

"Brian. Brian. Mírame. Escúchame. ¡Brian!" Justin tira de él. Intenta levantarle pero vuelven a caer los dos y Brian siente el dolor distante en sus rodillas, el roce viscoso de la arena entre sus dedos. El mago le obliga a levantar la cabeza. A mirarle. Las manos sobre sus oídos, como si en contra de toda lógica tratara de bloquearle la entrada al silencio.

"No puedo más" Dice. Lejano. Cada vez más lejos "Ya no puedo"

"¿Qué dices-? Brian. Escucha. Es el desierto. No es más que el desierto. Estás bien. En un momento estarás bien"

El cuerpo que intenta levantar es plomo y Brian pesa mil toneladas. No es el desierto. No es el desierto. Los Ura han entrado y Brian no tiene nada con lo que luchar contra ellos. No tiene voluntad. Ni esperanza. Ya no tiene esperanza. No se puede vivir sin corazón. Pesa. Pesa tanto. Piedras rodeando su cuerpo, arrastrándole hacia el fondo. Es como si durante el camino el corazón que no tiene se hubiera dividido en cien partes. Cien partes exactas. Pesadas cada una y las hubiera arrastrado a lo largo de todo este desierto y al final, ahora, la carga es demasiado pesada.

"Tienes corazón. Sí que tienes corazón. Por favor. Brian. Mírame."

Le mira y lo que ve es líquido e inmaterial. Nota calor sobre las mejillas y sabe que son lágrimas. Lágrimas también en los ojos del mago y Brian quisiera levantarse, quisiera no dejarle solo. No es justo que le deje solo. No quiere. Solo que-

"Vete. Todavía-puedes regresar. Ve"

"¡No!" Ya no son solo las lágrimas. Le tiembla todo el cuerpo. Tira de Brian, intenta arrastrarle. Pero Brian pesa demasiado. Sabe que pesa demasiado. "No pienso irme sin ti. Ya estamos cerca, Brian. Tenemos que seguir. Salir de aquí. No queda nada. Un poco más y estaremos. Por favor. Por favor. Vamos. Por favor"

"Ya no hay a dónde ir. Ya no hay nada más adelante. Es imposible. Siempre ha sido imposible" respira, porque por fin ha dado con las palabras que tanto le ha costado encontrar "Gracias por no dejarme solo"

Y ahí está, el verdadero miedo de su corazón, abierto hacia el cielo como los pétalos de las flores de piedra. La última rebeldía, no contra su madre, la real y la que siempre ha sido la verdadera. No contra su padre. O los Ura. No contra el mundo. Contra Brian Kinney, contra el temor que le ha mantenido ciego durante años.

Las palabras que rompen su propia maldición.

El mago se deja caer a su lado. Sollozando. Murmura incoherencias. Perdóname dice Nunca debería haberte hecho esto. Es culpa mía. Nunca pensé que-. Brian Pero Brian no le escucha. Tiene la cabeza enterrada en las manos y cubren el sol. Cubren todo el sol y Brian quiere verlo. Aunque sea solo una última vez. Tiene que verlo.

Pero antes de que Brian pueda moverse, antes de que pueda alargar la mano y mirar, un sonido se quiebra en el cielo.

Es un ulular largo y gutural. Una nota que empieza grave y sube y sube y el sonido se ensanchan y reverbera. La llamada de un gigante.

Es el cuerno de batalla de Babilonia.

"Brian"

Justin separa las manos, pero no le mira a él. Sus ojos están fijos en la lejanía, muy quieto, todo el cuerpo en tensión, esperando que el sonido se repita. Y lo hace, estalla de nuevo en mitad del cielo sin nubes y entonces Justin si le está mirando a él y Brian siente por primera vez desde hace mucho tiempo algo que creía enterrado, un recuerdo ligado a las palabras de una promesa y la esperanza inunda por completo el silencio, aligera el peso cargándolo sobre su espalda.

Esta vez, cuando el mago tira para ponerle en pie, Brian logra levantarse.

"Detrás de esa duna. Vamos"

Ascienden como pueden. El mago rodeándole la cintura y el brazo de Brian apoyado sobre sus hombros. Los pies se les hunden en la arena. Pero suben, cada vez más ceca del vértice, casi arrastrándose los últimos metros, hasta que, finalmente, lo ven.

El inmenso armazón del ejército destella al otro lado. La superficie de espejo de las armaduras parece captar el sol, refractando saetas de luz en todas direcciones. Altos se muestran los estandartes. El verde de Ylomor. El azul pálido de Novenia. Púrpura en el árbol cubierto de luciérnagas de Ora Sena. Y destacando sobre todos ellos el tejido madreperla del estandarte de Babilonia, el hilo de oro entretejido en los tejados de sus torres y la corona de bismuto de la casa real.

"Mike"

Brian se arrastra hasta el borde de la duna. Su hermano está ahí, con todo su ejército desplegado frete a las fronteras de Novenia y Brian a punto está de echar a correr hacia él cuando Justin le detiene agarrándole de la ropa.

"Brian. Ahí. Mira."

Una nube se acerca por el Oeste, envuelta en oscuridad. Su densidad parece rozar el suelo como las garras de un tornado, arañando hasta prenderse de la tierra. Pero hay otra oscuridad más abajo. Una oscuridad más corpórea, de sustancia compacta y perversamente real y Brian distingue el polvo azotado por los cascos de los caballos, el gris marchito del metal. Es el ejército de los Ura, que carga contra su hermano como una bestia con la boca abierta, la tormenta restallando como colmillos en sus fauces.

Brian mira a Justin, y en sus ojos ve la misma decisión suicida, la misma consciencia repentina de que lo que está a punto de ocurrir en esta guerra marcará el todo y el nada.

"Tenemos que llegar hasta él"

"Vamos"

Se deslizan por el arco de la duna.

El ejército está a casi un kilómetro de distancia, a su izquierda. Intentan correr tan rápido como pueden. Justin trastabilla y está a punto de caer al suelo, pero Brian le sujeta a tiempo y siguen corriendo así, tirando el uno del otro. El carrito rueda penosamente tras ellos y Brian escucha como las ruedas se atascan y forcejean para salir. Los Ura están cada vez más cerca. El cielo se derrumba sobre ellos, como si la mismísima bóveda celeste se plegara para tocar el suelo. En la distancia, las banderas de los Reinos sisean y parecen partirse con el soplo de la tormenta. Le llega el sonido de las espadas al rozar el cuero de sus vainas, la vibración de miles de hojas de acero al empuñarse para la batalla.

El cuerno suena otra vez, como el aullido final de un dragón que se prepara para la carga. Y después el silencio, y entonces:

Se escucha el silbido de las flechas que agujerean el aire y antes de darse cuenta Brian está lanzándose sobre Justin y tirándoles a ambos al suelo. Las puntas rebotan contra los escudos y se escuchan gritos y órdenes de maniobra. El ejército de su hermano. Su ejército. Responde con un estallido de magia. Las bolas de fuego rugen como meteoritos y Brian levanta la cabeza para ver a los magos que se sitúan en primera línea. Un golpe, opaco y seco, golpea la tierra como un martillo descargado desde el cielo y una pared de arena se encabrita y embiste contra la marea de fuego. Las partículas chisporrotean en el aire, estrellas diminutas y extintas en cuestión de segundos y entonces Brian escucha la canción, el conjuro de los magos. El suelo tiembla con el rumor de la llamada. Despierta dicen Despierta.

"¡Tenemos que llegar antes!" grita Justin "¡O nos pillarán justo en el medio!"

Corren.

El suelo se fractura bajo sus pies como si los magos estuvieran retirando una a una las costuras que mantienen unido el tapiz de la tierra. El calor brota desde las grietas, levantando vaharadas de polvo que se les meten en los ojos. Siente que las piernas le fallan pero sigue corriendo. La tierra se yergue frente a los magos, las manos alzadas al unísono, como posadas sobre una pared invisible y la tierra sube y sube, raíces calcáreas brotando desde sus entrañas, construyendo un muro que soporte la primera carga. La horda de los Ura está ya tan cerca que Brian puede olerlos. Ocre y podredumbre, un olor decadente, como la muerte conservada en un frasco.

Brian tropieza y cae al suelo. Justin se detiene para ayudarle y lo siguiente que Brian escucha en el ronquido de un animal, siente la sombra que se cierne sobre ellos, un jadeo incandescente en su cuello.

Los cascos levantan un anillo de polvo cuando se entierran en la arena, un palmo de su cabeza. La piel descarnada rezuma una sustancia oscura y viscosa. El animal trata de aplastarle de nuevo pero Brian rueda por el suelo un par de metros hasta quedar tendido de espaldas y entonces, por primera vez, puede verlo de verdad.

El Ura se yergue sobre el lomo de su bestia de ojos ciegos. La piel nervuda se parte en fisuras por todo el cuerpo, el metal de la armadura encajado en las aberturas como un parásito anidado en los labios de una herida. Carne y hierro forjados el uno en el otro, soldados por la misma sustancia ácida que se desliza por las patas del animal y que arde y sisea al tocar la tierra, como brea escupida desde el mismo infierno. Solo el rostro del Ura permanece al descubierto y cuando la mirada de Brian lo alcanza lo que ve es Nada. Ceguera. Dar la vuelta a la piel de la oscuridad. Borrado. Nada.

"¡No le mires a los ojos!"

Justin le empuja y Brian se golpea de bruces contra el suelo. Tose. Escupe un acceso de bilis amarga. Lo ha visto. Ha visto lo que pasará si vencen. Eso en lo que los Ura les convertirán. No tiene tiempo de pensar nada más porque Justin ya está tirando de él. Escucha el silbido de una hoja y cuando se pone en pie la montura del ser está alzándose sobre las patas traseras. El Ura hace girar su arma, una barra de acero lisa que se afila y se curva en ambos extremos, dos cuchillas gemelas con aletas alineadas en los planos, diseñadas para desgarrar la carne al salir.

Echan a correr al tiempo que escuchan el terrible bramido del animal, que golpea el suelo con los cascos en una amenaza, como una alimaña deleitándose en el pánico de su presa y carga entonces, resollando espumarajos negros por las quijadas, uno de los filos de la doble alabarda del Ura preparado para ensartarles.

A ambos lados del Ura aparecen dos jinetes más, desplazándose en un arco con la intención de bloquearles los flancos. Justin grita algo, pero Brian no puede entender sus palabras. El primer jinete pasa a su lado y la hoja le abre una herida por encima de la cadera. El segundo dirige un tajazo a las piernas de Justin, que cae al suelo, la sangre empapándole el muslo, extendiéndose como tinta derramada sobre la arena. Brian se arrastra para llegar a su lado y aprieta una mano sobre la herida del mago, ejerciendo presión sobre la sangre que se escapa. Alza la vista en busca de los Ura pero lo que ve más allá le deja sin aliento. El carrito medio olvidado que traqueteaba tras sus pasos yace caído, hundido hasta casi la mitad en una de las grietas que se han abierto en el suelo. No está lejos. Solo a unos metros de distancia. Por el rabillo del ojo, ve como los Ura hacen virar a sus monturas, visones terribles en mitad del terror de ese mundo que se agrieta y que tiembla, preparados para atacarles de nuevo.

Hay momentos, momentos breves y que raras veces vislumbramos, en que somos conscientes del giro que puede obrarse en nuestros destinos. El Ura en cuyo rostro Brian ha visto el vacío está cada vez más cerca, y sus dos compañeros se acercan por ambos lados. Hay una fisura en su ataque, una fisura pequeña y arriesgada que Brian podría aprovechar. Correr en dirección al carrito y salvar la última posibilidad que le queda de recuperar su corazón. Justin respira con dificultad a su lado, la mano apoyada en su hombro y en ese momento, Brian es consciente de todo, de lo que podrá perder y de lo que podrá ganar. Es una elección tan pequeña. Diminuta. El aleteo de un párpado. ¿Qué quieres ser, Brian? ¿Quién quieres ser, durante lo que te queda de vida?. Aprieta la mano de Justin, y el hombre que ha elegido ser, espera.

La cuchilla del primer Ura describe una curva en su carrera y la armadura alojada en la línea de su clavícula borbotea sangre con el movimiento. Brian piensa en que ni siquiera pueden sentir dolor, solo ese impulso, el de engullirlo todo hacia el pozo de su vacío, arrasar el mundo entero hasta que no quede nada más que lo que ha visto en esos ojos, arrebatarle su derecho a existir.

Y Brian no piensa dejarse matar sin luchar por impedirlo.

Se pone en pie y se lanza contra la tripa de la bestia.

El animal casi no resiente el impacto, pero consigue desequilibrar al Ura, que trata de golpearle con el cuerpo del arma. Brian cierra las manos entorno al cilindro y tira, intentando hacerle caer al suelo, pero la criatura le asesta un puñetazo en el cráneo con su mano recubierta de metal. La vista de Brian se nubla. Pierde el asidero del arma. Escucha el grito de Justin. Por encima del hombro ve otro jinete avanzar en dirección al mago, la alabarda perpendicular al cuerpo, dispuesto a aprovechar el impulso para partirle por la mitad. Trata de correr hacia él pero una mano le sujeta por el pelo. Estira hacia atrás. No es capaz de cerrar los ojos antes de hundirse de nuevo en el abismo de la mirada del Ura. La nada le absorbe, pero Brian forcejea. Nota la primera dentellada del miedo, como lava vertida en el interior de su pecho y entonces, escucha un gañido rapaz, el rechinar de unas garras sobre el hierro.

Lo último que ve, cuando se suelta la presa sobre su cabeza, es la punta de acero sobresalir del pecho del Ura, una columna de luz verde y el atisbo de una pluma perdida, descendiendo en espiral desde los cielos como los restos extraviados de algún milagro.

(Sigue aquí)

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