Brian envuelve el corazón con esmero, alisando el papel y rodeándolo luego con un fino cordel que culmina en un lazo. Entrega el paquete a la joven tímida que le tiende un puñado de argentos y que deja entrever un atisbo de sonrisa, secreta y esperanzada, la mirada fija en el envoltorio que sostiene con un cuidado casi reverencial. Un amor escondido, tal vez, piensa Brian, una esperanza ya madura. Sobre la superficie cristalina rezan en un sencillo diseño las letras con que ha compuesto el nombre de la joven. Es un gesto bonito y Brian no puede evitar preguntarse el destino de ese corazón. Si será correspondido o si será un corazón distinto el que se rompa con la respuesta. Es curioso que no vaya a saberlo nunca, cuando a veces tiene la sensación de parte de sí mismo se aleja de él en vez de al revés, al desprenderse de su estante. La idea es absurda y de lejos demasiado romántica para Brian, así que desecha el pensamiento mientras rellena el espacio vacío con un nuevo corazón, perlado de gotas de azúcar multicolores y letras redondeadas que anuncian a quien sea que quiera leerlo un llamativo y entusiasta "Para siempre".
Lo ensarta en el sitio con una mueca escéptica.
"Eh. Tú" Escucha decir a una voz "Sí. Tú. El de los corazones"
Brian levanta la cabeza. La voz, que se parte en algunos puntos del grave hasta despuntar sin ritmo en el inestable terreno de los agudos, pertenece a un muchacho de unos trece años. Parece alto para esa edad, aunque es la clase de alto que da la impresión de haber sido estirado de golpe, en espera de que el resto crezca a su alrededor. A su lado otro muchacho, bastante más bajo, observa Brian con el tipo de sonrisa perenne de los que han consagrado su vida y obra a secundar las palabras del de al lado. Brian ha conocido su cuota de abusones en la vida y más que reconocerlos, prácticamente los huele.
"Sí. Yo. ¿Qué pasa?"
"¿Pasar? Nada" dice el alto, encogiéndose teatralmente de hombros "Pero nos estábamos preguntando si eres así de guapo de nacimiento o si te haces algo para tener una pinta así. Porque entonces nos gustaría conocer tu secreto"
Lo suelta todo de carrerilla y con tono adulador, y las palabras quedan enmarcadas por la risilla de fondo que suelta el más bajo. Hay dos clases de abusones: los que no son muy listos y los que se creen que lo son. Qué suerte que estos sean de la segunda.
"¿Algún problema con mi cara, niño?" gruñe Brian, poniendo en práctica su mejor expresión intimidatoria y esperando para sus adentros que lo que sea que ven esos críos sea igualmente intimidatorio. Por lo que sabe bien podría parecer tanto una bestia como un alga parlante. No tiene muy claro cómo "verán un hombre sin corazón" puede traducirse en términos anatómicos. A él le suena intimidante, pero quien sabe.
"No. Que va. Ya bastantes problemas tiene tu cara ella sola"
Ohhhh Se van a enterar.
Sale de detrás del mostrador hecho una furia.
Hay que decir a favor de los críos que durante las tres primeras zancadas no se mueven un ápice del sitio. Solo cuando Brian está ya a poco más de cinco metros se desplazan milimétricamente hacia atrás, pero no tiene oportunidad de saborear mucho el momento, porque entonces una mano se posa en su hombro y tira hacia atrás, haciéndole perder un poco el equilibrio y destruyendo de un plumazo todo el efecto.
Es Justin.
"Vaya. Hola otra vez" dice el mago con una sonrisa de oreja a oreja mirando al chico alto. Su mano sigue cerrada en torno al hombro de Brian como un grillete "Nos conocimos antes. ¿Te acuerdas? En el puesto de frutas. ¿Tu madre no es aquella señora tan encantadora de allí?" Alza una mano y la agita en el aire para saludar. La expresión de bravuconería del crío se derrite en una de espanto. Echa una mirada sobre su hombro, hacia la mujer que devuelve encantada el saludo.
"Debería ir con ella" murmura con voz temblorosa, empezando a caminar hacia atrás.
"Muy buena idea. Todas esas bolsas deben pesarle" coincide el mago con un asentimiento afectado.
Los muchachos ponen pies en polvorosa.
No le extraña. Dadas las circunstancias adecuadas, hay pocas cosas más terroríficas que una madre. A Brian se lo van a decir.
"¿Qué pensabas hacer?" pregunta Justin, torciendo los labios en una mueca que viene a añadir No. En serio y Brian se siente ridículo durante una fracción de segundo, antes de protestar:
"Solo iba a asustarles un poco"
"Y hubieras sido tú el que se habría llevado una buena tunda de su madre" suspira negando con la cabeza y Brian se siente regañado, como si fuera un crío el también. Es un poco ultrajante "Suerte que tienes de que los haya asustado yo con algo más de discreción"
El mago le dirige una mirada cómplice antes de echar a andar y Brian se encuentra devolviéndole la sonrisa sin poder evitarlo.
"En serio. Pase todo lo demás, ¿pero qué falta hacía volverme horroroso? Eso ya es ensañarse"
Regresan detrás del mostrador. A lo largo de la línea de puestos, los demás vendedores empiezan a retirar sus mercancías. Justin abre la tapa del carrito y coge una de las sillas, plegándola y guardándola en el interior.
"Si no fuera así, habrías jugado con ventaja" dice, y a continuación aprieta los labios, la segunda silla plegada a medias, y por la cara que pone está claro se ha dado cuenta de lo que acaba de decir.
La sonrisa de Brian se ensancha. El mago le da la espalda rápidamente, afanándose en guardar la silla. E igual hasta se ha puesto un poco nervioso, porque o es eso, o el trasto se le está resistiendo casualmente a cooperar.
"Al final estoy jugando con ventaja igual" Lo dice sobre todo para alterarlo un poco más pero la verdad es que está considerablemente más que bastante guapo, con el chaleco rojo a juego con el de Brian y los pantalones negros ajustados al cuerpo. No quiere ni imaginarse la impresión que deben de dar. Un tío con apariencia de vete tú a saber qué y un joven rubio y atractivo. Y cómo los pensamientos tienen vida propia y tienden a divagar hacia dónde les da la gana sin consentimiento esa idea enlaza automáticamente con otra que no tiene nada que ver y lo siguiente que Brian se escucha pensar es "¿Y qué habría pasado de conocerte en otras circunstancias? ¿Eh, Justin? ¿Habría jugado con ventaja entonces?". Pero antes de que tenga oportunidad de decirle a su mente que se calle y que deje de pensar en majaderías, el mago lo hace por él.
"¿Vas a quedarte vagueando ahí todo el rato o me vas a ayudar?"
Brian pone los ojos en blanco y empieza a recolectar corazones.
No, qué va. Ni de coña
*
La lluvia les pilla de improviso a mitad de camino.
Es súbita y torrencial. Cae en línea recta desde el cielo y rebosa desde las alcantarillas, formando ríos estrechos que discurren apresurados sobre los adoquines. La capa empapada le pesa en los hombros y Brian, que casi no puede ver nada entre los chorros de agua, atisba un espacio cubierto unos pasos más adelante. Le hace señas al mago, el canto de la mano pegado a la frente a modo de visera.
"¡Ahí!" grita por encima del estruendo, señalando el lugar, y ambos echan a correr en dirección al soportal, el carrito de mercancías traqueteando tras ellos con dificultad.
"¡Vaya si no está loco el tiempo aquí!" resopla el mago, quitándose la capa mojada y sacudiéndola con fuerza, como si de alguna manera eso pudiera ayudar a que se secase más rápido. Brian asiente con fuerza, las cejas alzadas, todavía algo pasmado por el repentino giro meteorológico. Pero esa es la particularidad de Keera, además de su apariencia de haber sido construida tomando pedazos al azar de cientos de culturas distintas, adquiriendo la forma de un gigantesco caleidoscopio que, con el giro del paso del tiempo, fuera adoptando formas cada vez más fantásticas y complejas: es un microclima de microclimas, como si con cada retal de civilización traída a cuestas por los antiguos inmigrantes estos hubieran marchado de su tierra llevando consigo un soplo de aire, una gota de lluvia, un nuevo color de amanecer que añadir a la mezcla. Recuerda haber estudiado la historia de la ciudad con Hon hace no tanto tiempo, cuando era un adolescente aburrido obligado a atender a sus clases. Keera fue fundada en la época de la primera invasión por aquellos que lograron huir de los Ura. El segundo más grande de los desplazamientos que tuvieron lugar durante el Éxodo, solo superado por Serra. Aquella guerra duró casi veinte años, y para cuando el pueblo gris fue rechazado por fin y exiliado a las tierras desconocidas al a otro lado del mar, las gentes ya habían echado raíces en esta nueva tierra.
El recuerdo trae consigo una súbita punzada de nostalgia por su hogar. De las tardes lluviosas vistas desde el otro lado del cristal de la biblioteca. Del calor de la chimenea y la voz emocionada de Hon que se iba amortiguando a medida que empezaba a quedarse dormido.
"¿Crees que durará mucho?" pregunta Brian, asomando la mano fuera de su refugio, recogiendo un puñado de gotas con la palma.
"Quien sabe" Justin se encoge de hombros. Las columnas del soportal, sobre las que se apoya una vivienda de dos plantas, quedan unidas en ambos laterales por dos muros bajos de piedras fibrosas engarzadas con argamasa, que quedan protegidos de la lluvia por un alero de pizarra. El algunos puntos, dónde el agua lleva siglos destilándose sobre ella desde el techo, la piedra aparece alisada y casi encogida, como un cabello replegándose al contacto con la llama. El mago se sienta en una de las partes dónde el agua no alcanza a salpicar, los brazos cruzados y apretados contra el pecho. Brian toma asiento a su lado, apoyando la espalda contra una de las columnas, la superficie más cálida de lo que cabría esperar.
"Supongo que entonces no nos queda otra que esperar aquí hasta que amaine"
Se escuchan sonidos amortiguados por encima de sus cabezas provenientes de la casa. Voces ininteligibles y el ocasional desplazamiento de alguna silla. Justin se frota los brazos y los hombros con fuerza. Poco a poco, la lluvia ha comenzado a refrescar el ambiente y el mago acompaña el movimiento de las manos con un rápido golpeteo de los pies, murmurando entre dientes que "Vaya que suerte tenemos", mientras el flequillo empapado se bambolea sobre su frente, desprendido de cuando en cuando alguna gota minúscula.
Brian no podría estar más de acuerdo. Está agotado y no puede pensar en nada más que llegar al hostal y pegar la cabeza a la almohada. Ha sido un día arduo. Han tenido que madrugar más de lo normal para obtener una licencia de ventas y que se les asignara una parcela para montar su chiringuito por culpa de las rígidas regulaciones de comercio de la ciudad. Y por si eso no fuera bastante la venta en sí no ha dado sus mejores frutos. Todo eso, unido a la animada conversación con los dos mocosos, ha drenado la energía de Brian hasta dejarlo por los suelos.
Se inclina para anudar el cordón de uno de sus zapatos, que debe haberse aflojado por la lluvia. Envuelve la lazada con parsimonia y cuando está a punto de reclinarse de nuevo contra la piedra algo llama su atención.
Asoma en el muro, a la altura de su rodilla y Brian se inclina para examinarlo con curiosidad.
"Pues un poco de suerte sí que va a ser que tenemos" dice animándose de golpe, tirando del paquete de tabaco arrugado y extrayendo -alabados sean los dioses- un último cigarrillo olvidado.
"No te irás a fumar eso en serio" el mago abre mucho los ojos, siguiendo con incredulidad el movimiento de la mano de Brian, que se coloca el filtro entre los labios.
"¿Qué? ¿Es poco principesco?" pregunta divertido, el cigarro bamboleándose en su boca al hablar.
"Podría ser cualquier cosa" lo dice como si "cualquier cosa" fuera algo contagioso y Brian estuviera haciendo mal por no lanzar el cigarrillo lejos y lavarse rápidamente las manos para eliminar el riesgo de microbios.
"Pues mejor" contesta, señalando con la cabeza la mano del mago, que le mira un instante sin entender, suspirando después y susurrando unas palabras incomprensibles que, acompañadas por un chasquido de los dedos, hacen brotar una llama minúscula.
Brian acerca el cigarrillo y aspira una, dos veces, hasta que la punta prende y el humo denso y caliente le baja por la garganta.
"Esto debe ser cómo eso que dicen de que no hay mal que por bien no venga"
"Si tú lo dices…" refunfuña el mago entornando los ojos.
Brian cruza las piernas sobre el muro, los codos apoyados contra las rodillas. Pega otra calada que crepita al consumir el papel, el humo escapando hacia el techo cuando exhala. La larga columna asciende con rapidez y entonces se deshilvana en el aire, como si dedos invisibles jugasen a desgarrar las guedejas, deconstruyendo formas que se arquean en el tinte grisáceo de la noche: serpientes y lagartijas y una anguila de detalles filosos que gira en un torbellino antes de desaparecer.
"¿Cómo has hecho eso!" pregunta Brian boquiabierto.
"¿Uh?" el mago pega un pequeño bote en el sitio, como si le hubieran pillado haciendo algo que no debería hacer. Entrelaza las manos que dirigían el humo hace solo unos segundos, encajando y desencajando los dedos en un gesto nervioso, como si restos de magia se le hubieran quedado chisporroteando en las yemas. "Me entretenía un poco. Es fácil de hacer"
"Era bonito" dice Brian, mirando otra vez el humo, que ahora asciende silencioso y aburrido, bastante decepcionante en comparación. Por encima de su cabeza, unos pasos hacen crujir los listones de madera. Hay otros sonidos indescifrables y un momento después se escuchan los primeros acordes de una canción. La voz densa y rasgada se filtra por las rendijas y Brian cree reconocer la melodía de lo que parece mucho tiempo atrás, cuando todavía era un príncipe y la música inundaba las gigantescas salas, cuando la vida era tan solo presente y voracidad palpitando en las venas. Cuando Brian todavía podía ser Brian, lejos, muy lejos, en un mundo que ya no es más que recuerdo.
"¿Quieres probar?" dice, ofreciéndole el cigarrillo y casi le parece sentir cómo la piel se le despega un poco, incómoda, como si quisiera mutar y volver a ser lo que era. Debe ser la música y lo que despierta y Brian se deja llevar, arrastrado por la ola de sensaciones.
"¿De eso?"
"No, qué va. Del cartón, para ver a que sabe"
Justin hace una mueca, una ceja alzada, mirando el cigarrillo como si no rondara ni de lejos su lista de cosas susceptibles de existir.
"No. Gracias"
Brian se encoge de hombros, aspirando una nueva calada con deliberada parsimonia.
"Bueno, si te da miedo probar cosas nuevas… Tampoco es que me sorprenda"
El mago se tensa un poco y Brian sonríe para sus adentros. Lleva años perfeccionando el arte de cabrear a la gente hasta conseguir que hagan lo que quiere. Es solo cuestión de tener ojo para reconocer según qué hilos hay que tensar.
"Que si me- ¿Te crees que no he fumado nunca?"
"Bueeeno..."
Y uno. Dos. Tres…
"Dame eso"
¡Bingo!
Más que esperar a que se lo dé el mago prácticamente se lo quita de las manos. Sostiene el cigarrillo con determinación, como si fuera algo que primero hay que someter a reconocimiento, y tras unos instantes de contemplación silenciosa, se inclina hacia él absorbe una calada larga.
"Ah- ¡Joder!"
Yyyyy… tose. Otra tos. Otra más. Se encoge sobre el estómago, rumiando una maldición tras otra, alejando el cigarrillo del cuerpo como si de verdad transmitiera la peste y Brian se atraganta de la risa porque es que venga ya, alguien debería sacar una foto de esto. No es justo que no tenga nada con lo que atormentarle en la posteridad.
"Desde luego eres lo que se dice un fumador consumado"
El mago suelta otra retahíla de maldiciones.
Brian intenta recuperar el cigarrillo pero Justin le esquiva y antes de que se dé cuenta está pegando otra calada, más pequeña esta vez, con la expresión concentrada de alguien que no piensa dar el brazo a torcer aunque le vaya la vida en ello y tras un intervalo de duda expulsa el humo en una espiral seseante, que se agita y se retuerce hasta adoptar la forma de una cometa, que sale despedida de sus labios con un aleteo decidido.
"Muy impresionante" comenta Brian con un silbido, y lo dice en serio.
"Ya ves" contesta el mago, aún un poco tembloroso, pero con aire triunfal.
Debe ser eso. La música. O la forma cerrada de la noche, como si la lluvia les hubiera atrapado en ese pequeño espacio y fuera necesario resolver alguna especie de conjuro para poder salir, porque a Brian lo siguiente que dice le sale sin pensar.
"Impresionante, sí" repite "Aunque aún te queda una cosa por probar"
"Yo diría que ya he más que cubierto mi cuota de estupideces por hoy" ironiza el mago, amortiguando una tos en lo alto de la garganta.
"De eso nada" dice Brian y, dejándose llevar ese impulso repentino, se pone en pie, ofreciéndole la mano. "Te queda esta"
El mago le mira a él y luego al techo y luego a él otra vez. Abre mucho los ojos.
"Eso sí que no"
"Venga. Si no lo haces tendré que pensar que tampoco has bailado nunca"
Justin frunce el ceño, cómo siempre. Resopla, apartándose el flequillo mojado de la frente, despeinándose hasta límites indescriptibles. Tiene esa mirada evaluativa suya y Brian ya cree que va a mandarlo a la mierda de una vez por todas cuando, en un giro inesperado del azar, se agarra de su mano.
"Pero solo una canción"
"Solo una. Lo prometo"
La música se desprende desde el techo en cascada, como la lluvia. Es siempre igual, piensa, y es extraño que eso no cambie nunca cuando cualquier otra cosa puede hacerlo en el tiempo que dura un parpadeo. Hay algo en la música que no ha sentido con nada más. La sensación de que todo alrededor se pliega y se ajusta, reduciéndose a un instante. Como si fuera una clase especial de magia, más antigua y más compleja, porque no existe palabra alguna que pueda expresarla. Magia salvaje, en estado puro. Una magia que cantara al centro del alma, haciendo que cualquier otra cosa deje de ser importante. Le hace sentirse invencible y vivo y expectante, con la certeza inequívoca de que algo extraordinario estuviera a punto de ocurrir. Como si con la música todo fuera más grande, más importante, más intenso, más y el que la escucha caminara en una cuerda floja al borde de todas las posibilidades.
Es como si en su centro, Brian fuera exactamente lo que debe ser.
Justin se mueve despacio, inseguro, como si le diera vergüenza y eso no está bien, porque nadie debería dejar de sentirlo. Brian le coge de la muñeca y le da una vuelta que le pilla desprevenido y el mago gira en un movimiento torpe, recuperando cómo puede el equilibrio, pero siguiendo sus pasos. Así que Brian lo hace otra vez y otra, hasta que Justin se deja llevar de verdad y está bailando con él. Le rodea el cuello con una mano para sujetarse cuando Brian les hace girar a ambos, siguiendo el ritmo de las notas, tan cerca que cuando la música le atrapa por fin y se le escapa la risa Brian la siente vibrar a través de su propio cuerpo, filtrándose a través de su pecho, y están juntos en ese momento, los dos y uno, atrapados en el mismo hechizo.
Porque es contagiosa, esa euforia, lo más parecido a que la materia del infinito haga batir las alas, y se pose durante un segundo sobre la yema de tus dedos.
Tan súbitamente como empezó, la música se apaga. Los dos se quedan parados en el centro del soportal, el pecho subiendo y bajando y Justin… Justin le mira. La risa se le escapa entre jadeos, como si no quisiera o no pudiera detenerla o ni siquiera le importara. Los ojos claros se arrugan en las comisuras. Y la cuestión es que ahí, con el pelo revuelto y la ropa húmeda algo descolocada, parece más joven que nunca, menos fachada y más la imagen real, poco más que un crío de la edad de Brian y se le ocurre pensar en lo discrepante que resulta a veces, como si Justin y el Mago fueran dos cosas distintas, habitando el mismo cuerpo por pura casualidad y Brian piensa que tiene que tener razón, que tiene que ser magia si puede hacer algo como esto. Le devuelve la mirada a Justin, que niega con suavidad, los dedos aún prendidos del cuello de su chaleco. Definitivamente. Magia.
"Ha dejado de llover" dice, apartando de él los ojos azules y mirando alrededor, a los restos de lluvia que gotean desde las fachadas y los pequeños ríos que desaparecen por las rejas de las alcantarillas.
Y con eso, el hechizo se rompe.
"Deberíamos…" empieza Brian.
Justin asiente despacio.
"Sí"
Se separan.
En el suelo, a un lado del carrito, lo que queda del cigarrillo emite un pequeño parpadeo y luego otro, avivado por una breve ráfaga de viento. Brian lo aplasta con el pie. El mago recoge su capa inservible y pone en marcha el carrito. Cuando se han alejado unos metros de los soportales, lanza a Brian una mirada de soslayo.
"Tampoco es que tú bailes tan bien" comenta, sin ocultar el deje divertido de su voz.
"¿Perdona?"
"Sí, ya sabes, para tener esa reputación que tienes" dice con aire conversacional, reprimiendo malamente el atisbo de una sonrisa "Tampoco es que se te dé"
"Vas a retirar eso. Ahora"
El mago niega con la cabeza, la batalla a la sonrisa ahora perdida del todo.
"Sí, claro. Porque si no vas a-" empieza, pero en ese momento vuelve a escucharse el plopplopplop del agua al romper sobre los adoquines. "Uf. ¡Ya empieza otra vez!"
Y con eso echa a correr. El agua salpica bajo las suelas de sus botas.
"¡Eh! ¡Que lo retires!" le grita Brian.
"¡Ya estamos cerca!"
"¡Retíralo he dicho!" grita otra vez, echando a correr tras él, intentando ignorar la sensación que le borbotea en el pecho cuando escucha el corto arrebato de su risa.
ºººº
Continúan viaje siguiendo la línea de la costa.
El largo camino que parte de Ionamar conectando las ciudades costeras está atestado de vendedores ambulantes que, como ellos, viajan de una a otra de las ferias de verano.
Brian observa la concurrida procesión con curiosidad, atendiendo a los pedazos de conversaciones que llegan hasta su oído y que traen noticias de la guerra lejana, fragmentos de proyectos futuros, confesiones de amores efímeros que han quedado ya atrás.
El mago camina a su lado, la mirada absorta en el mar que se divisa a pocos kilómetros del valle por el que discurre la calzada. Las hebras de su pelo se revuelven inquietas bajo la fuerte brisa que se levanta desde las aguas y aspira el aire cargado de salitre hasta lo más profundo de sus pulmones, como si pretendiese guardárselo ahí, llevarse un pedazo de mar dentro del pecho como quien guarda una fotografía.
De vez en cuando, anota algo en su cuaderno, el trazo rápido y descuidado, como apresurándose en atrapar una idea huidiza.
"¿Nunca habías visto el mar?" pregunta Brian, intrigado. Un largo carromato se acerca a ellos y se hacen a un lado para dejarlo pesar. Los cascos de los caballos levantan volutas de polvo del suelo, dejando las marcas de sus herraduras impresas sobre la arenilla.
"¿Eh? Sí, claro. Es solo que, ya sabes" dice, apartándose un poco cuando Brian se inclina por encima de su hombro para intentar echar un vistazo "Si no anoto las cosas siempre se me olvidan"
"¿Y qué puede tener que ver el marcon la magia?" pregunta con la esperanza de tirarle un poco de la lengua, señalando con la cabeza en dirección al mar, entrecerrando a la vez los ojos para tratar de localizar lo que sea que ha llamado la atención del mago.
"¿Eh? Oh. Nada, claro" contesta algo agitado, cerrando el cuaderno con más rapidez de la necesaria y devolviéndolo a su lugar entre los cientos de bolsillos ocultos del interior de su túnica.
"¿Alguna vez vas a decirme qué pones ahí?"
"Seguramente te aburriría" contesta, y Brian se pregunta por millonésima vez que será exactamente eso que escribe que sea tan importante como para poner tanto empeño en ocultarlo. "Ya debe ser la hora de comer" añade un poco de la nada, saliéndose por la tangente.
No obstante, tiene razón. Pequeños grupos de viajeros empiezan ya a acomodarse sobre los campos que flanquean el camino, desenvolviendo paquetes y distribuyendo su contenido sobre manteles de colores chillones.
"¿Quieres que paremos?"
"Vamos" asiente Brian, el cuaderno y sus misterios relegados a un segundo plano ahora que siente el estómago repentinamente vacío ante la visión de la comida.
Detienen su carrito junto a un árbol de ramas caídas y se sientan con las espaldas apoyadas sobre la superficie escamada del tronco. La brisa agita las hojas y las de las ramas más largas acarician la hierba en un movimiento de vaivén, sin ninguna prisa, como si una vez alcanzada la meta solo quisieran recrearse en disfrutar del contacto húmedo de la tierra.
"Llevamos cuarenta y un corazones" cometa Brian añadiendo a sus notas las cifras de ventas de la última parada, notando una punzada de desánimo al comprobar el resultado.
Una familia de faunos brinca entre los grupos de viajeros sentados sobre la hierba. Sus flautas atraen pequeñas congregaciones de mirlos de pluma naranja, que se desligan de su bandada para girar en ágiles espirales, envueltos en el sonido de las notas, uniendo sus cantos a la melodía. Justin lanza una moneda a uno de los faunos más jóvenes, que le dedica una sonrisa entusiasmada antes de continuar con su canción.
"¿Cuántos dices?" pregunta distraído, la mirada embelesada por los pájaros que alzan nuevamente el vuelo para retomar el misterioso destino de sus viajes estacionales. Saca el cuaderno otra vez y otra vez mueve su pluma en garabatos rápidos, cerrándolo antes de que la tinta tenga tiempo de empezar a secarse.
"Cuarenta y uno"
El mago curva los labios en una sonrisa breve. Se estira para alcanzar las notas de Brian. Pasa el índice por el trazo húmedo que dibuja la cifra, emborronándola ligeramente y añadiendo una nueva mancha oscura a las varias que ya motean sus dedos. "Es un buen número. Casi la mitad"
"Parece menos" Brian se escurre un poco y la corteza araña ligeramente su espalda. Cuarenta y uno. Ha sido un largo camino hasta aquí y no quedan ya tantas ciudades antes de terminar el viaje.
"Veo que has llegado a la fase de depresión" La frase no suena a burla. El mago la acompaña de una sonrisa pequeña, estirando los brazos sobre la cabeza y empujando hacia los lados para liberar la tensión de los hombros. Brian coge aire.
"Oye, Justin"
"¿Hum?"
"Si se acabara el tiempo y no lo consiguiera… ¿Es verdad? Que yo-" extiende la mano, los dedos abiertos en abanico y Justin los mira como si el resto de la pregunta se hubiera quedado prendida ahí y fuera posible leerla entre los círculos de las yemas. Debe de ser así, porque el mago asiente con los labios apretados, esconde la mirada debajo de las pestañas cuando contesta.
"No te preocupes ahora por eso"
"Yo diría que es justo el momento de preocuparse" suspira Brian, sintiendo cómo los nervios que normalmente consigue mantener a raya se le acumulan en el estómago.
"Oye… sé que todo esto es difícil" empieza el mago, dejando la frase a medias, como si tuviera que estar seguro antes de continuar. No es que evite la mirada de Brian pero la forma en que se concentra en deshacer el nudo del hatillo que contiene sus provisiones le resulta un poco demasiado intencional "Pero lo digo en serio. Aún tenemos tiempo. No merece la pena que le des vueltas a algo que no sabes si va a pasar"
"Pero…"
"Tú hazme caso, ¿quieres?" su voz es suave mientras extiende las puntas de la tela sobre la hierba, esparciendo el contenido sin ningún orden especial, pero en la forma en que lo dice se adivina algo más, y en algún punto del cerebro de Brian ese tono queda registrado, como un pedazo de tela prendido de una piedra en la corriente de un río.
"¿Qué pasa? ¿Has decidido que me salvarás el culo en el último momento porque te has dado cuenta de que soy demasiado guapo para morir?"
"No tientes tu suerte" Contesta el mago, lanzándole una mirada poco impresionada por debajo de las cejas, pero hay algo diferente en la manera en que lo hace, como cuando intentas señalar las diferencias entre dos imágenes idénticas y supieras que hay algo que falta aquí y allí, justo antes del momento en eres capaz de identificar el qué.
"No se pierde nada por probar" replica Brian cogiendo el pedazo de queso que le ofrece. Mastica sin prisa, concentrándose en el sabor denso, mordisqueando los pedazos más duros cerca de la piel. "No das el tipo" dice un rato después.
El mago se detiene a milímetros de su bocado de pan.
"¿Qué tipo?"
"Del que da ánimos"
"Ah. Eso" Justin se inclina para coger la cantimplora. Da un trago largo, su garganta subiendo y bajando, ligeramente humedecida de sudor "Será que das un poco de pena" añade, lanzándole una manzana que Brian no consigue atrapar y que rueda hasta la hierba al lado de su zapato.
"Ahora eres tú el que está tentando su suerte" dice, sintiendo como algo del peso que se asentado sobre su espalda se aligera un poco.
El mago niega con la cabeza, dejando escapar un largo suspiro, cómo si se lamentara de toda la paciencia que tiene que tener con él.
"Anda. Termina de comer"
Brian le hace caso.
(sigue aquí)