(Por piedad, alejadme del ordendor)
Título: Falling
Pairing: Eddard/Robert
Rating: PG.
Disclaimer: Nooooooooo. Nada mío. Nadanadanada
Spoilers: Del primer libro.
Nota: para
joanne_distte con todo mi cariño. Empecé a escribírtelo para el Amigo Invisible de
adharaphoenix allá por norecuerdocuando y dado el frenesí escritoril que me ha dado ésta última semana he conseguido terminarlo. No es lo que pretendía, pero es todo para ti, y es una forma, algo pobre, de darte las gracias por todo.
Nota2: Puede considerarse una precuela de
"De espadas viejas y tiempos perdidos" (Funny how) Falling
(Feels like flying, for a little while)
xxxx
El chico moreno le saca por lo menos una cabeza.
Debe llevar ahí un buen rato, a pesar de que Eddard, entretenido como está, sentado a cierta distancia del borde y empujando con un palito una piedra para lanzarla por el acantilado, no se ha dado cuenta hasta ahora. Tiene el pelo negro un poco más largo de la cuenta, y se arremolina con la brisa que viene del oeste, cubriéndole por momentos unos ojos que parecen azules entre las guedejas de pelo alborotado. Cuando Eddard le ve, al principio no dice nada, espera un momento antes de hablar, como considerando lo que va a decir, hasta que por fin pregunta.
“Pensaba que las piedras se lanzaban por los precipicios para verlas caer”
Normalmente sí, pero-
“El suelo es demasiado inestable”
Por su expresión, el muchacho no parece muy convencido. No puede ser mucho mayor que él, aunque si más fornido, y sí, definitivamente más alto.
“¿Tú eres Eddard Stark?”
Eddard no responde, sólo espera, frunciendo un poco el ceño. La pequeña piedra aprovecha ese momento para empezar a rodar, precipitándose hacia el acantilado. El chico la sigue con la mirada hasta que desaparece por el borde - rebotando un par de veces, a juzgar por el sonido, sobre los salientes más protuberantes- y entonces comienza a andar hacia límite del precipicio, justo hasta el lugar por el que ha desaparecido la piedra, dejando escapar un silbido de apreciación. Solo un par de pulgadas le separan del vacío.
“Si que está alto esto”
Se asoma sobre la cornisa de piedra. El sol, que ha empezado a ponerse hace rato, ilumina los límites de su silueta en matices transparentes de rojo anaranjado. Eddard hunde una mano en la hierba mojada, buscando un asidero que sabe inseguro, pero que aún así logra calmar un poco su aprensión.
“No te acerques tanto”
“Mmm. Mi padre siempre dice que no se deben aceptar consejos de personas sin nombre” Se agacha para recoger otra piedra. Una grande. La lanza un par de veces en el aire para sopesarla.
“No creo que tu padre diga eso”
El muchacho alza las cejas.
“Suena como algo que diría mi padre. Eso seguro. ¿Entonces, eres o no eres Eddard Stark?”
Lo dice todo con tanta tranquilidad, sin asomo alguno de segundas intenciones, que Eddard se siente un poco descolocado. La serenidad del chico le extraña, aunque hay algo en su forma de hablar que le hace cercano, inexplicablemente confiable. Pero la naturaleza de Eddard siempre ha sido en cierta medida desconfiada.
“¿Para qué quieres saberlo?”
El chico se acerca un poco más a él, y vaya si sus ojos son azules, muy azules. Eddard nunca ha visto unos ojos así.
“Porque si eres Eddard Stark, entonces Jon Arryn te está llamando para la cena. Si no-” Hace un pequeño gesto, torciendo la boca, como aburrido “Bueno, entonces voy a tener que seguir buscando”
Coloca las piernas de tal manera que encuentren mejor apoyo y echa el cuerpo para atrás, preparándose para lanzar la piedra en dirección al punto por el que el sol empieza a ponerse. Es ese el momento en el que la tierra de Nido de águilas, un conglomerado de piedra, barro y gravilla oscura, se desliza bajo sus pies, quebrándose con un sonido opaco, precipitándose hacia la oscuridad que ha empezado a crecer en el vacío. El chico no tiene tiempo a reaccionar.
Para su fortuna, Eddard sí. Se estira hacia delante y le agarra a media caída, justo cuando su espalda impacta contra el suelo, sujetándole por la cara interna del brazo, encajando la mano en el pliegue de su axila y tirando hacia atrás. El chico le mira con los ojos azules abiertos en redondo, los dedos apretados en torno a la tierra que ha levantado al agarrarse.
La respiración se le acelera de tal forma que Eddard puede ver como la piel sobre su corazón sube y baja en un latir frenético y ahogado.
“Me has salvado la vida” consigue decir con voz seca.
Eddard coge aire. Ahora que la tensión se disipa el golpe de adrenalina hace que le tiemblen los brazos, y nota las piernas débiles, sin fuerza. Se deja caer a su lado, apoyando la mejilla en la hierba húmeda y fría.
“Te dije que no te acercaras al borde” para quedarse más tranquilo, añade “Imbécil”
El chico sólo sonríe con toda la boca, no dándose por aludido y, levantándose, estira una mano para ayudarle a incorporarse. Como siga sonriendo así, la sonrisa se le va a salir de la cara.
“Mi nombre es Robert Baratheon. Algún día seré señor del Bastión de Tormentas”
Si Eddard tuviese que contar con los dedos de la mano todos los niños tontos que le han dicho que serán los señores de algo, tendría que pedir manos prestadas.
“Pues al paso que llevas vas a tener un señorío muy corto” dice, pero acepta la mano. No quiere, pero esa expresión bobalicona es un poco contagiosa. Robert niega con la cabeza, su lengua asoma por detrás de los labios, en una expresión que cerca está de granjearle una buena colleja.
“No si tengo a alguien para salvarme”
Eddard deja escapar una risa en forma de bufido.
“Entonces, Robert Baratheon, heredero de Bastión de Tormentas, hazme caso” y añade, cuando por fin se pone en pie “Mantente siempre lejos del borde”
xxxx
La última estocada hace eco en el patio de armas con una cadencia similar a la de las viejas campanas de la torre. El escudo de Ned absorbe el golpe sólo a medias, las vibraciones extendiéndose desde su antebrazo hasta el final del hombro con un retumbar de huesos. Levanta el brazo, haciendo caso omiso al dolor, aprovechándose del peso del mandoble de Robert para desviarlo hacia un lado y poder así encajar su propia espada en su costado descubierto. Da resultado. La hoja embotada, prácticamente inservible de la espada de entrenamiento, le alcanza de canto justo en las costillas. Su cuerpo responde protegiéndose, curvándose hacia el dolor y Eddard coge impulso, le empuja cargando su peso en el escudo, haciendo que caiga hacia atrás. El pelo negro de Robert, pesado de sudor, se desparrama en una multitud de mechones desgajados cuando impacta contra el suelo.
“Au” se lleva una mano a la coronilla y frota.
“¿Au? Te tiene que haber dolido mucho más que Au”
“Que va. Si estoy hecho un toro” frunce los labios en una sonrisa canalla “Y lo tengo todo del tamaño de un toro, además”
Sigue frotándose la cabeza, los ojos apretados en un gesto de profundo dolor.
“Lo que tienes como un toro es el cerebro, Robert. Lento, pesado y estúpido” Jon Arryn se separa del punto de la pared en el que había estado apoyado hasta ahora, observando en silencio, ésa expresión de concentración que muy a menudo viste su rostro intensificada bajo la claridad del sol de principios de octubre. Es de las pocas personas a las que Robert, de carácter altivo y rebelde, parece respetar de forma natural, como si su sencilla presencia fuese capaz de apaciguarle “Levántate, anda”
Robert se levanta, sacudiéndose el polvo del pelo y de los brazos, un poco enfurruñado, porque lleva todo lo que va de mañana insistiendo en que -
“No entiendo por qué no puedo luchar con el escudo. ¡Así no hay forma de que gane!”
“La idea no es que ganes, Robert. La idea es que sobrevivas” dice Ned, colaborador, sólo para fastidiarle.
“Muy bien, Ned. Es exactamente eso” Jon le posa una mano en la cabeza, como dando su aprobación. Robert aprovecha el momento en que su mirada se desvía para hacerle muecas Ñañañañaña.
“No entiendo por qué no puedo utilizar el escudo y ya está” suspira, agachándose para recoger el mandoble.
Jon se mesa la barba en con ese gesto familiar que aparece siempre que se ve obligado a explicar algo.
“Porque tienes que habituarte a luchar sin él”
“¿Entonces para que he estado habituándome a luchar con él?” Se exaspera Robert.
“Precisamente para tener algo de lo que deshabituarte. La lucha, como todo lo demás, hace que adquiramos costumbres de las que luego nos cuesta deshacernos. En una batalla real puedes perder con facilidad el escudo. Tienes que aprender a defenderte sin él. Para eso es necesario que primero adquieras los vicios que conlleva utilizarlo, para que después podamos corregirlos”
Robert se muerde el labio, pensativo, luchando con la necesidad de no dar el brazo a torcer pero viendo la lógica de las palabras de Jon. Tarda un momento pero cede. Sopesa el mandoble, haciéndolo girar en la mano como si pesara mucho menos de lo que pesa en realidad.
“Está bien”
“Continuemos entonces”
“Te vas a enterar ahora” Susurra Robert, de tal forma que Jon no pueda oírle. La eterna sonrisa de sus ojos contradiciendo la amenaza de sus palabras.
“Ya veremos, mocoso” ríe Ned, preparándose para atacar.
Eddard sabe que la vida no es así, que no siempre será esto. Que es para una guerra, para lo que se preparan. Una guerra que todavía no tiene un rostro, ni un nombre, pero que llegará, como todas las guerras que se narran en esos cuentos de Jon que no son en realidad cuentos. Pero es fácil creerlo cuando retoman el entrenamiento hasta bien pasado el mediodía, bromeando, retándose entre risas y roces que podrían ser casuales, pero que nacen en su mayor parte de esa constante necesidad de Robert por el contacto que Ned ha aprendido a distinguir hace tiempo. Para cuando el sol brilla desde lo alto, Robert es capaz de corregir la mayor parte de los movimientos hacia los que le dirige el instinto.
Un poco antes de dar por finalizada la práctica Jon les permite luchar en tablas. Giran el uno entorno al otro, entre fintas y estocadas, la adrenalina quemando la sangre que bombea hacia el corazón y devolviéndola al cuerpo caliente como brea. Robert ríe, eufórico, atrapado por ese ritmo hipnótico que se desprende del entrechocar del metal, hasta que la lucha pierde significado y solo queda la belleza de la danza de las espadas, convirtiéndoles en un único movimiento que se discurre como agua.
Son ahora el principio de aquello en lo que se convertirán. Uno en la batalla. El corazón, el metal y la sangre.
Guerreros todavía invencibles de las fortalezas de Poniente.
Continua