"¿Por favor?"
"Nop"
"Haré los turnos de colada lo que queda de año si me lo dices"
"Dean, estamos a 27 de Diciembre-"
"¡Eso son cuatro días enteros!"
"-y ya hice la colada ayer. Era tu turno"
"Incorformista"
"Pánfilo"
"¿Eso es alguna especie de insulto New Age?"
"Gi.li.po.llas ¿Mejor?"
"Mejor. Ya de insultarme por lo menos insúltame cosas que sean insultantes. Es insultante, cuando ni si quiera lo intentas"
"No te haces una idea de lo que me estoy arrepintiendo de esto"
"Pero si me lo dices me callooooo. ¡Sólo tienes que decírmelo"
“Si te callas, puede que te compre palomitas "
"¿Estamos en el cine?"
"Oh. Por dios. Cállate ya"
Le compra las palomitas y tras mucha discusión se sientan en lo que Dean opina que deben ser las butacas perfectas. Ni demasiado cerca de la pantalla. Ni demasiado lejos. No muy centradas tampoco. Le entran ganas de tirarle las palomitas por encima.
"Entonces-" empieza una vez ha conseguido sentarse, tras pelearse un buen rato con la butaca con resorte "¿Qué hemos venido a ver?"
Sam sonríe, deliberadamente, de lado, incluso a pesar de que sabe que Dean no puede verle. "Ya lo irás viendo sobre la marcha"
Frunce el ceño bajo la tela que le cubre los ojos, hecha sobre la marcha con un pedazo de la camisa de Sam que no sobrevivió a la última cacería y murmura "Mmmm", descontento, mordiéndose el interior de una mejilla, y luego, "Ah" y entonces, más bajito "Ah" . Y es ese tono de su voz lo que hace dudar a Sam y preguntarse si realmente ha sido tan buena idea cómo creía.
****
Triple sesión de las viejas. Una triple sesión y han visto la película con una atmósfera... rara.
Las veían cuando eran críos. Horas sentadas frente al televisor con las bocas abiertas y los ojos secos de tanto no pestañear. No la vieron aquel día, sentados en la alfombra del salón de esa casucha a las afueras de Tennessee, dieciocho años recién cumplidos para Sam y más cervezas de las que creían que podían permitirse. Por algún motivo -hasta él mismo lo reconoce - irracional, Dean les echa toda la culpa a las malditas películas. Tantas sonrisas torcidas y tantos besos de mierda. Probablemente es sólo que tiene que echarle la culpa a algo, pero joder si ese algo no son las putas películas.
Abre la puerta del motel, el llavero tiene el logotipo de algún bar de whiskey de la zona. Se lee "Calor tropical" en letras rojas y vivas, y Dean seguramente haría alguna broma guarra si no tuviese la garganta tan seca. Sam entra en la habitación. Sigue mirándole como se miraría a una mesa que de repente ha empezado a actuar de forma extraña y igual si que Dean está un poco raro, pero nada que ver con Indiana Jones, ni con haber besado a su hermano o haberse frotado contra el sobre la alfombra o no haber hablado de ello en los últimos cinco años. Nada que ver con haber probado el sabor dulce que adquiere en su boca la cerveza, ni de saber dónde y cómo y cuánto se le acumula el calor en el mismo sitio en el que se le acumula la sangre. Nada de eso. Una cerveza sí, sea como sea, necesita una cerveza.
Es una de esas cosas que, en contra de todas las señales luminosas que gritan que algo es realmente muy mala idea, a ti te parece buena. En ese momento.
Abre la pequeña nevera encajada bajo el mueble de la televisión.
"¿Abres una para mí?"
A Sam la voz le nace desde el estómago, profunda, vibrante.
No. Ni de coña. Nada de cerveza para ti, chaval.
Uno no puede ir por ahí corriendo riesgos innecesarios.
Cierra la nevera sin dejarle ver el interior.
"No quedan más"
Sigue mirándole de esa manera pero algo le dice que sabe lo que está pensando, como si le volvieran a funcionar los poderes paranormales esos. Sabe lo que está pensando, y eso significa que los dos lo están pensando. Joder
Sam se acerca, alarga la mano, enreda los dedos en torno al cuello de la botella. Dean se pierde un latido, se le escapa un pulso en la respiración.
"Entonces la compartimos"
Sam la coge sin darle tiempo para reaccionar y se la lleva a los labios, mirándole a los ojos, no deja de mirarle. Baja la botella. Si alguien le diese al pause en ese momento y le preguntase a Dean que es lo que cree que su hermano va a decir a continuación, está bastante seguro de que acertaría.
“Deberíamos hablarlo”
Y, claramente, acierta.
Traidor.
Pero van cinco años y Dean tiene toda la intención de seguir contando. Si que quedan cervezas en la nevera, pero ni de coña suficientes para hablar de eso.
Así que hace lo mismo que lleva haciendo hasta ahora.
“¿Hablar de qué?”
Disimular.
Y muy mal. Por lo visto.
“Por dios Dean. ¿No vamos a hablarlo nunca?”
Vaya pregunta. Pues NO.
“No”
Su hermano se queda quieto un momento y no es buena señal. Sam así no es una buena señal nunca.
“De acuerdo”
Bien, genial, perfecto. ¿Cómo?
“Que has-”
No le da tiempo a contestar.
Sam atraviesa el espacio que les separa y como si estuviesen otra vez en esa noche y el paso del tiempo hubiese dejado otra vez de tener significado, le besa. La lengua en su boca, labios, manos cogiéndole la cara, manteniéndole ahí, una fuerza viva de la naturaleza. Instintivamente intenta apartarse pero esas manos no le dejan “Nonono” Sam niega en sus labios. “Años Dean, podrían volver a pasar años” dice, fundiendo las palabras en su boca “Pero-” le besa, más profundo, apañándoselas no sabe como para hacerles caer sobre la cama “Así que hablemos, ¿de acuerdo?” enredándose en él. Maldito cabrón tramposo de mierda.
En realidad, lo que pasa después poco tiene que ver con las hablar, o tal vez mucho más de lo que parece, por esas formas misteriosas que adoptan a veces las palabras.
El caso es que.
Vieron Indiana Jones juntos por primera vez cuando Sam tenía ocho años. En realidad, muy probablemente no fue la primera, estrictamente hablando, pero si la primera que Dean es capaz de rastrear en su memoria. No la vieron aquel día, sentados en la alfombra del salón de aquella casucha a las afueras de Tennessee, dieciocho años recién cumplidos para Sam y más cervezas de las que creían que podían permitirse. Vieron las tres primeras, esa tarde en el cine, una celebración de Navidad tardía, Sam teniendo ideas horribles que resultaron no ser tan malas ideas y una cerveza que al final resultó que sí podían permitirse. Es el día de hoy que todavía no han sido capaces de ver la cuarta. No es que la película sea mala, o que no les apetezca verla, es que, inevitablemente, cada vez que la ponen terminan hablando.
Mucho.
Normalmente con muy pocas palabras.