SPN Fic: Hijos de Naboo (Sam/Dean. NC-17. 2/2)

Dec 30, 2010 03:05




Son todas esas cosas, y muchas otras, pero Sam todavía no se ha dado cuenta.

Tarda años en hacerlo, porque si hay algo curioso acerca de las cosas que has sabido siempre, es que puedes llevarlas dentro durante casi toda tu vida sin tener ni idea de que estaban ahí, hasta que un buen día, de repente, algo se rompe, cambia, y nunca vuelve a ser lo mismo.
Se da cuenta el día en que Asia se convierte en Huey Lewis & The News y le ahoga de repente la sensación de tener otra vez el corazón cargado de oxígeno. Quiere coserse a Dean a la piel, hacerlo parte de sí mismo, para que nada pueda volver a llevárselo lejos.

(Y tal vez hubiera podido darse cuenta un poco antes, sólo un poco antes, en aquel motel desde el que planeaba la caza más importante de su vida, si hubiese quedado entonces algún lugar en su cabeza que no estuviese lleno de mapas, fotografías a blanco y negro, y rutas trazadas sobre la pared desbordada de notas y recortes de periódico empezando a volverse amarillo.)

Pero se da cuenta entonces, aunque realmente no lo ve hasta mucho tiempo después, acostumbrado como está a una familia en la que no mirar a la verdad a los ojos es el equivalente a dar por sentado que no existe.

Ni siquiera le pone nombre: al igual que ocurre con los fantasmas, hay cosas a las que es mejor no permitir que se hagan demasiado reales.

Sam ha renegado muchas veces de los Winchester pero lleva dentro gran parte de las cosas de las que se ha pasado huyendo casi toda su vida.

Así que lo que hace es cubrirlo de sal, rociarlo con gasolina, y atesorar la esperanza de que el fuego lo haga desaparecer para siempre.

****

Si hay una cosa que los Winchester saben mejor que nadie es que en la vida, como en las películas de terror de serie B, lo último que debes hacer es darle la espalda a un fantasma hasta haberte asegurado de que está bien muerto, y preferiblemente calcinado.

En éste caso, Sam comete el error de darse la vuelta demasiado pronto.

Aunque hay quien diría que hay ciertas cosas a las quedamos la espalda con la esperanza de que aún sigan ahí cuando nos giramos para comprobarlo.

Tal vez ese sea el caso de Sam, quien sabe. Lo que está claro es que, como muchos otros exorcismos antes, éste falla, y a Sam no le queda más remedio que verlo, mucho tiempo después, en un motel de Indianápolis, cuando consiguen burlar por segunda vez al infierno y parece que las tinieblas empiezan por fin a ceder y la batalla está dispuesta a concederles una tregua.

Ocurre como una de esas catástrofes que se están gestando durante años sin que nadie sea capaz de trazar un patrón entre las señales, hasta que una mañana, sin previo aviso,  el mundo se resquebraja sobre sus cimientos. Sam Winchester es un cazador, debería haberse dado cuenta antes, pero supone que a veces lo verdaderamente difícil es seguir nuestras propias pistas.

Y en lo que se refiere a Dean, bueno, Dean siempre ha sabido muy bien como borrar sus huellas.

****

Sam está bastante seguro de que es martes. Tiene que ser martes, porque los acontecimientos extraños parecen tener una fijación considerable con los martes, y porque hay cosas que, sencillamente, no pasan días menos perversos, como los miércoles.

Tiene que ser martes porque es eso lo que le ha hecho dejar el periódico sobre la mesa y obligar a Dean a conducir hasta el tugurio más cercano para que le invite a unas cervezas.

Igual hasta la fecha coincide.

“¿Y dices que invito yo porque…?”

Sam le señala con la botella y pone su mejor tono de “Evidentemente porque…”

“Fui yo el que se pasó ciento y pico días viéndote morir, en varias modalidades, sea dicho de paso, y más seis meses persiguiendo al bromista por todo Estados Unidos. Hace cuatro años. Eso debería pagar ésta y otras dos o tres rondas”

Dean levanta su propia cerveza y la hace chocar contra el cuello de la que sostiene Sam.

“Mira que odio darte la razón, pero cuando la tienes, la tienes”

Al final, son un número de rondas que empiezan a contarse solas a partir de la sexta, porque Sam ha perdido la cuenta y Dean está demasiado ocupado ligando con la rubia que se le ha sentado al lado y tratando de vender a Sam a la morena como quien vende una moto vieja, garantizándole que es el negocio de su vida.

Se le enrosca la lengua entre trago y trago.

“Dice algo que suena a “she ha leído a Kashca” y añade, con una mirada más que significativa “Ha eshtudiado en Stanford”

Sabía que algún día Stanford saldría a colación para esto. Es que lo sabía. Su hermano ha visto demasiadas películas de los ochenta en las que las tías se excitan automáticamente cuando alguien dice “Harvard”. Stanford debe de estar en la misma lista.

Pero por lo visto, todas esas cosas raras en las que creer su hermano son ciertas, ésta por lo menos.

“¿Y te gusta mucho estudiar?” la chica le ronronea más que hablarle, todo lenguaje corporal sin el mínimo asomo de sutileza, y eso, mezclado con el suave burbujeo que se le extiende por el cuerpo llevado por las corrientes de cerveza en sangre, empieza a convencerle de que la dirección que parece que está tomando la noche no es para nada una mala dirección.

Pone un par de grados sobre la mesa, le mantiene la mirada y sonríe. No hay un solo Winchester que no sepa cómo jugar sucio.

“Soy bastante aplicado cuando me pongo”

Cuando desvía la mirada hacia Dean, adivina los bordes casi invisibles del asentimiento que se refleja en sus ojos.
Y antes no, pero ahora está dispuesto a contagiarse de lo que a Dean le dé la gana. Antes habría puesto morros y alargado la mano para pedirle las llaves del coche pero, ¿ahora? Ahora todo eso queda muy lejos y ha aprendido que todos los días son una gracia prestada de la que no hay garantías. Sam tiene todo lo que necesita. A su hermano, la carretera, un coche del que ya no se pueden pedir piezas de recambio a la casa, una mochila llena de posesiones apretujadas y todas las direcciones de América ocupando un espacio en la guantera. Si a Dean le apetece echar un polvo, pues qué demonios, echan un polvo. Han pasado cuatro años, han tenido su buena asignación de muertes y resurrecciones y a Sam también le apetecen muchas cosas que nunca será capaz de reconocer.

Pero esto puede permitírselo. Puede incluso cuando terminan los cuatro en la misma habitación de un motel de mierda en el que se les debe de haber olvidado la calefacción encendida durante todo el día, porque el calor se condensa formando espirales cargadas de agua y se arrastra por las paredes como una serpiente. Ni siquiera le parece que se esté pasando de la raya cuando la chica (pelo castaño, ojos negros, piel oscurecida por el sol que sabe a arena y a veranos en la playa) le baja los pantalones hasta las rodillas y empieza a lamerle por encima de la tela mojada de los calzoncillos, perfilando curvas calientes dónde los perfiles de su piel se ajustan la tela. Dean se roza contra la rubia, a su lado, y Sam es incapaz de desviar la mirada,  porque nadie debería rozarse así contra una tía, y mucho menos delante de su hermano. Pero si hay algo que a los Winchester se les da verdaderamente bien es hacer que las cosas antinaturales parezcan naturales, así que todavía quedan límites cuando ve como la chica se le sienta encima, completamente desnuda, y su hermano empieza a mover la cadera hacia arriba, hacia abajo, lento, profundo, serpenteante, metiéndole una  mano entre las piernas y susurrándole demasiado alto, susurros cargados de cosas que Sam no debería oír, que deberían ser sólo para ella vamos preciosa, ¿así?, ¿te gusta así? Ven aquí, quiero morderte. La morena ¿Mandy? le baja los calzoncillos, se lo mete entero en la boca, caliente como el infierno, haciéndole gemir desde lo más profundo de los pulmones. Dean se ríe “A mi hermano le gusta lo que le haces preciosa” habla con los ojos cerrados, las venas marcando las líneas de su cuello, el sudor brillándole en las pestañas. Algo dentro de Sam se nubla y se enciende a la vez “Dios”. Expulsa todo el aire para volver a cogerlo de nuevo. Resopla, se desinfla, gime, embiste en la boca de la chica. Tiene que morderse las palabas para que no se le escapen de los labios cuando Dean le entierra los dedos entre los mechones de su pelo, las yemas de los dedos erizándole la piel cuando cierra la mano en un puño, el corazón golpeando tan fuerte que le late en los extremos de las manos, en las puntas de los pies, en la piel sensible y caliente joder, tan caliente, de la polla. Su hermano se aferra a él, no deja de embestir a su lado, la otra mano todavía entre las piernas de la chica, acariciándola hasta que se contrae, mordiéndole los labios, follándosela despacio. Abre los ojos y le mira, no deberían ser tan verdes en la semipenumbra de la habitación, tal vez no lo sean, pero son todo lo que Sam puede ver, ojos verdes entrecerrados y esa boca que le habla bajito, ahogada, horadándole por dentro, haciendo que Sam se corra con él, como si su piel fuera la suya “Vamos Sammy, ahora tú, vamos, córrete. Dios”. Dean se deshace a su lado y lo único que sabe es que tiene que salir de ahí. Tiene que correr lejos, porque si se queda va a tener que besarle, o algo peor,  y una cosa es darte cuenta de que no es normal la forma en que quieres a tu hermano, pero esto es algo completamente distinto.

Dios.

Al parecer, entre el océano de líneas de luz que atraviesan la habitación de parte a parte, aún queda espacio para las revelaciones.

****

Ni siquiera lo considera un momento (más bien, de hecho, sólo lo considera uno, pero la idea le golpea tan fuerte que la encaja como un disparo, y tiene que concentrarse en respirar hasta que las ganas de vomitar se le pasan de nuevo y los nervios dejan de hacer que le tiemblen las piernas y tenga que sujetarse al borde el lavabo).
Se acuerda de Luke, y de Leia, y tal vez el borde del lavabo no sea un asidero tan fiable.

Incesto.

Mierda.

Le viene a la cabeza el día en que aquella chica de Santa Fe se lo propuso a Dean después de resolver el caso “Tú, yo, y tu hermano, ¿Qué te parece?” Y él simplemente se rió con ganas, y contestó, impasible como un santo “No hacemos oferta familiar preciosa, pero estamos disponibles por unidades, si te apetece” ondulante como los gatos. Dispuesto como siempre a no desperdiciar la oportunidad de echar un polvo. Se acuerda de cuando más tarde se lo contó en el coche, la chica y Santa Fe, hundiéndose poco a poco en la distancia “La ostia. Que somos hermanos. Hay que ver los fetiches tan raros que tiene la gente”

Tiene claro que vivir con la idea de que es muy posible que lleve años enamorado de su hermano (joder)  no le va a ser fácil, pero la lista de alternativas no acaba de empezar a llenarse y le ha perdido las veces suficientes como para que la opción de poner de por medio toda la tierra que cree que haría falta casi ni se le pase por la cabeza.

Tampoco cree que fuera capaz de ponerla, de todas formas.

“Eh Sammy, ¿estás bien?”

Dean aporrea la puerta a su espalda, el sonido le llega como amplificado, ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!, y el corazón le responde con el mismo ritmo, latiendo como un eco.

“Siiiii” Grita “Ahora mismo salgo”

“A esa pobre chica casi la tienen que venir a buscar en ambulancia. Creo que la has traumatizado. La has dejado tirada y te has largado como alma que lleva el diablo, chaval”

Porque me estaba corriendo joder, y tú te estabas corriendo conmigo y joder, joder, joder, JODER.

“Se me había revuelto el estómago”

Ha oído a la chica gritar por la habitación mientras recogía la ropa.  Algo acerca de que es la última vez que se acuesta con borrachos perdedores que a los que les entran las ganas de vomitar cuando les están haciendo una mamada. No es que pueda culparla.

“Siempre te digo que tengas cuidado con esos cócteles de colorines. Se te va la mano y mira lo que te pasa luego”

“Te juro que me reiría si no estuviera vomitando la pizza de la semana pasada, Dean”

Actúa como si no pasara nada, el muy cabrón. Igual es sólo que han compartido demasiadas cosas como para que el hecho de que se corra como en una explosión cuando su hermano le tira del pelo y le habla ronco y dios tan deshecho signifique algo. Igual es sólo que las líneas son diferentes para los Winchester, que se acercan tanto al borde que a veces parece que se confunden.

“Ese es mi muchacho”

Joder.

Igual no.

Se mira al espejo y lo que ve hace que se le caiga el mundo a los pies y el viento se lleve los pedazos.

Está jodidamente enamorado de su hermano.

Es el alma de todas las catástrofes.

Le lleva cuarenta y cinco minutos más encontrar el valor para salir del baño.

****

Van ya cerca de seis meses. Seis meses de tratar de encontrar respuestas en el pasado. De reconstruir sus pasos hacia atrás, como haría en una cacería cualquiera, con la minuciosidad de un detallada con la que se deconstruye una miniatura. Pero no importa todas las veces que lo repase, manteniéndose despierto a fuerza de café, nervios, y demasiados pensamientos agitándose como culebras en su mente. Todas las piezas están en su sitio, pero no hay ningún lugar a partir del que sea capaz de seguir el rastro.

Van ya cerca de seis meses viviendo con ello cuando todas las barreras que ha ido construyendo (un par de ladrillos por aquí,  un par de bloques de hormigón por allá, tal vez alguna que otra pared de acero reforzado) se desmoronan un día de golpe, y de paso ya no le queda ninguna duda de que los martes son días malditos, puestos ahí por algún sicario del demonio, claramente con el objetivo de asegurar unos ingresos base en el prolífico negocio de la venta de almas.

Otro martes como éste y hasta Sam es capaz de volver a plantearse vender la suya de nuevo. Solo para que alguien saque al puto día de en medio.

Le ha besado.

No tiene ni idea de por qué (y el cómo, el cuándo, el dónde y varios adverbios más que no deben de estar ni inventados están empezando a dejar de estar claros también).

La conversación que estaban teniendo sobre si La isla era mucho peor que La fuga de Logan a pesar de tener “El indudable aliciente de las tetas de Scarlett Johanson, Sammy, que son lo único que salva la película. Eso y que sale Obi Wan” estaba- o al menos eso parecía - a varios kilómetros de distancia del terreno de las conversaciones peligrosas, aunque  tiene que reconocer que tal vez el hecho de que estén sentados en el sofá de la cabaña que han alquilado cerca del bosque dónde se supone que otro wendigo está haciendo acopio de enseres para el invierno, viendo la tele mientras comen patatitas grasientas y acumulando latas de cerveza sobre la mesita de salón, era un poquito más arriesgado.

Dean le mira con los ojos entrecerrados, como si estuviera maquinado algo. Sam sabe que hace tiempo que su hermano nota que le pasa algo, y si Dean, que desde su punto de vista tiene más o menos la misma sensibilidad emocional que un frigorífico, ha sido capaz de notarlo, entonces es que tiene que notársele mucho.

De todas formas, debería mirarle con pánico, no con ese interés… desconcertante.

Prueba a morderse la lengua para no besarlo otra vez.

“¿Y eso?” le pregunta por fin, pero cuando Sam va a contestar, lo único que consigue es llenarse la boca de aire.
“Sam, ¿estás hiperventilando?”

“Joder. No” Se mira las manos “O sea, un poquito sí. No. Yo-” Para cuando nota que la voz empieza a temblarle. Hace acopio de valor. Continúa “No tengo ni idea, Dean” Y se da cuenta, de que lleva meses haciéndose la misma pregunta, y que es posible que, en realidad, “Es- Todo es culpa de Luke y la princesa Leia” si que conozca la respuesta.

“Así me gusta, no es solo que te expliques bien, es que eres transparente” Hace un gesto con la mano “porque eso lo explica de vicio, campeón” Le mira como quien miraría a una cucaracha que intenta aprender a caminar de espaldas. Pero por lo menos sigue en el sofá, escuchando.

Dadas las circunstancias, a Sam le parece algo a tener en cuenta.

“Lo explica mejor de lo que crees”

“Pues a mi te va a tocar explicármelo a la antigua usanza, con una gráfica sencillita, porque así como que no lo pillo, chaval”

Ah. Pero puede. Curiosamente, puede.

Bueno, por lo menos puede intentarlo.

“No lo digo yo. Lo dices tú” Dean levanta una ceja, interrogativo “Es decir, lo dijiste. Dijiste que Luke seguía enamorado de la princesa Leia, y que tenía que haberle costado superarlo, que no podía dejar de quererla de un día para otro”

“Entiendo” Pero no, Sam ve el preciso momento en que lo entiende de verdad, en su cara, en las pupilas que se ensanchan, en su expresión de pánico infinito, Mierda, porque en ese momento cuando pregunta, súbitamente  “¿Es eso lo que te pasa?”

Los nervios hacen que se le suba la cerveza. Le cuesta un mundo entero explicarse.

“Sí. Solo que- al revés”

“Como si le explicaras a una sueca como funciona una batidora, Sam. Despacito y con calma”

Sam traga saliva.

“Quiero decir que me he enamorado de ti, sólo que me está costando asumir que somos hermanos”

“Eso es lo mismo”

“No”. Maldita. Puta cerveza “Solo lo parece”

Debería cambiarle la expresión. Lleva un buen rato con la misma. El ceño algo más fruncido. No puede significar nada bueno.

“Vale. Bien.” Asiente, mordiéndose el interior de la boca. “Muy bien. Vale”

Y Sam supone que eso de las revelaciones debe de ser así para todo el mundo. Un momento estás tan tranquilo y de repente pasa algo que hace que todo se haga un lío de mil demonios, como en un barco tras una tormenta en el que todas las cosas están rodando por el suelo, sólo que cuando quieres volver a colocarlo nada encaja en su sitio y no te queda más remedio  que buscarle uno nuevo, hasta ir despejando el desorden. Supone que eso es lo que le está pasando a Dean, porque no se le ocurre ninguna otra explicación para el hecho de que le esté besando los labios a mordiscos, sacándole la camisa a tirones,  mientras sigue repitiendo Bien. Muy bien, Sammy. Luke y la princesa Leia. Hay que joderse. Muy bien. Por el amor de dios. Ayúdame a quitarte esto. Le ayuda. Y también con las botas, con los calcetines, se quita los calzoncillos arrastrándolos junto con los pantalones y lo hace todo sin dejar de temblar, muerto de miedo como está, esperando oír en cualquier momento “No podemos hacer esto, Sam” o “No te quiero volver a ver, jodido desviado de mierda” o un montón de cosas que van de mal a peor solo para irse después a rayar en lo monstruoso, hasta que lo que le escucha decir es otra cosa, totalmente inesperada “Ya estás pensando demasiado, Sam, y si tú piensas demasiado me vas a obligar a mí a pensar demasiado y créeme, ahora mismo es lo que menos falta me hace” y bastante poco inesperada, a la vez, porque Dean es un revoltijo total, con la ropa puesta solo a medias,  y la verdad es que parece un poco desquiciado. Tiene esa mirada de kamikaze que Sam le ha visto tantas veces. Esa que promete sal, y quemaduras, y mil condenas distintas a las que Sam está más que dispuesto a entregarse “Lo que tú digas”. Y a partir de ahí el universo se emborrona tras sus ojos y todo lo que Sam ve es a Dean, lamiéndole las costillas, su pelo haciéndole cosquillas en la cara, la piel que se roza contra su polla y que está demasiado caliente para ser natural pero tal vez sea porque él también está ardiendo y las manos de Dean que le acarician suave, despacio, subiendo y bajando Te lo voy a hacer como me gusta a mí, pero luego me enseñas haciendo la presión justa mientras le besa resoplando, la polla húmeda contra su pierna. Se emborrona hasta volverse blanco, y cuando Sam vuelve en sí tiene el estomago manchado, de Dean, de sí mismo, y la sensación de que hay algo que queda pendiente. Como si a pesar de todo, aún no hubiese tenido bastante.

“Dean, verás-"

“Creo que ya me acuerdo de esa conversación”

Su hermano se apoya en un codo para mirarle. Tiene medio cuerpo fuera del sofá, y cualquiera que les viera ahora diría que la posición no es tan cómoda. Igual no lo es de verdad. A Sam se lo parece.

“¿Si?”

“Sí. Tu decías algo sobre que, al descubrir que son hermanos, era lógico que el amor se fuera a la mierda, por pura supervivencia, que uno no puede vivir enamorado de su hermano”

“¿De verdad dije eso?”

No recuerda haberlo dicho.

Dean sonríe, algo en la luz hace que se mirada parezca más negra. A Sam le cuesta no perder los ojos en los lunares que comienzan en su hombro, que sabe que continúan hasta perderse sobre su espalda.

“Suena a algo que tu dirías”

“Entonces vamos a asumir que yo estaba equivocado”

Dean se acerca, duda, le besa. Muy despacio, apoya la frente en la suya.

“Yo siempre asumo que tú estás equivocado”

La risa caliente sobre su oreja y a la mierda todas las leyes de la naturaleza, y del mundo, y de todos esos dioses en los que no creen.

Porque al final, la vida está formada por todos esos pequeños son.

Porque al final, si todas las pequeñas piezas son y de alguna manera todas esas piezas se unen, llega un momento en que la suma de las partes deja de ser equivalente al todo, y de alguna forma misteriosa, casi mágica, inexplicable, se convierten en algo nuevo, algo que es mucho más que la simple suma de las piezas que lo componen.

Porque al final, somos.

Tú, y yo. Piensa Sam.

Somos.

(Al final, el amor es algo muy parecido a ese rastro perdido al que ninguna ley ha sido todavía capaz de dar una respuesta)

! fic?, the epic love story of sam and dean, winchesters, !fandom: spn, !pairing: sam/dean, will you still see me through smoke

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