Apr 06, 2005 00:35
Todavía hoy, a veces, no recuerdo bien cómo ocurrió todo. No sé exactamente en que momento me di cuenta de tu presencia a mi lado. Quizás fue en uno de los primeros vaivenes del viaje cuando la inercia del movimiento unió tu cuerpo contra el mío. Fue un breve instante pero aun así sentí el calor de su piel. Un breve instante que me sacó del habitual ensimismamiento que me abate en los vagones abarrotados.
A partir de ese momento, mi habitual trayecto del trabajo a casa adquirió una dimensión desconocida hasta entonces. Disimuladamente, traté de fijarme en la persona que tenía a mi lado. Era una mujer joven de apenas pasados los treinta, cabello castaño y rizado, piel ligeramente pálida, labios húmedos y marcados, ojos azules y profundos y rostro atractivo. Llevaba un ligero vestido color rojo ceñido delicadamente a su cuerpo y acabado un poco mas arriba de sus rodillas. Sandalias de tacón y chaqueta de piel negras. Ambos estábamos de pie en medio de aquel vagón que, como cada día, serpenteaba entre las ciudades dormitorio de la metrópolis descargando los cientos de viajeros que trabajaban en ellas. Poca gente bajaba siempre en las primeras paradas, razón por la cual los vagones estaban atestados casi hasta el final de la línea. Aquel día, esta circunstancia, jugaba a mi favor.
Aquel primer roce inicial puso mi cuerpo en alerta. Lentamente, fui orientando mi posición hacia ella. De ese modo, y tras varios angustiosos minutos donde esperaba ser descubierto a cada momento, orienté mi cuerpo hacia su cuerpo, de modo que al final estábamos frente a frente. El tren seguía avanzando y nuestros cuerpos se unían juntos con cada oscilación del viaje, cada curva, cada tramo acelerado, cada parada en el camino. A ella no parecía molestarle el contacto. Al contrario, parecía que cada vez tardábamos más en separarnos después de unirnos. A esas alturas, yo estaba tremendamente excitado y apenas podía disimular la erección en mis vaqueros. Asimismo, aquella era la primera parte de mi cuerpo q entraba en contacto con su cuerpo, razón que hacía aumentar más si cabe mi excitación.
En un determinado momento, la mujer se separó de mí levemente y me dio la espalda. Aquello fue un enorme contratiempo para mí y pensé que quizás se había cansado de nuestro pequeño juego. Poco tardé en comprobar que estaba equivocado. Al siguiente movimiento del tren noté de nuevo su cuerpo sobre el mío. Esta vez ella estaba de espaldas sobre mi cuerpo. Noté una ligera presión sobre mi sexo. Para mi sorpresa y excitación, la mujer se había apoyado firmemente sobre mi miembro y, de vez en cuando, balanceaba sus caderas sobre él. Aquello me volvió loco y un gran calor invadió mi cuerpo.
Seguimos con aquel juego unos breves minutos. Mi excitación estaba llegando a límites que ya tenía olvidados hacía tiempo. Ella parecía disfrutar con la situación puesto q cada vez, poco a poco, aumentaba la velocidad y fuerza de su balanceo. Dado lo ligero de su vestido, debía notar contra su cuerpo nítidamente la dureza de aquel falo que había hecho suyo.
Impulsivamente, aprovechando un acelerón que la apretó todavía mas sobre mí, apoyé una mano en su cadera. Ella, sorprendida, dio un ligero respingo pero no pareció sentirse molesta. De ese modo, y con aquella tácita aprobación, fui deslizando mi mano por su cadera hasta su muslo, acariciándola suavemente sobre su vestido con las yemas de mis dedos. De ese modo, acabe cerca de la rodilla donde al fin pude alcanzar a rozar su piel.
Poco a poco fui rodeándola más con mi abrazo. Su cuerpo seguía jugando con el mío. Mi mano poco a poco se iba adentrando por el interior de su suave muslo, subiendo muy lentamente en pequeños círculos. Noté como su cuerpo se relajaba y se dejaba explorar por mis dedos. Sus piernas se separaron ligeramente y su respiración se hizo más agitada a medida que aumentaba su excitación. Pronto alcancé la parte superior del muslo de su pierna derecha. Gracias a nuestra posición en el tren, aquella era la única parte de su cuerpo que no quedaba expuesta a miradas ajenas. Mis dedos seguían acariciándola muy lentamente, saboreando el momento, jugando con su excitación, acrecentando su deseo. Podía sentir la proximidad de su ingle, el calor irradiado en aquella parte de su cuerpo. Su piel era terciopelo, lienzo sobre el que dibujaba palabras con mis manos. Notaba la proximidad de su sexo. Mi dedo índice comenzó a acariciarle levemente por encima de su ropa interior desde la parte superior de su pubis, deteniéndome y presionando ligeramente más a la altura de su clítoris, de la vagina y de su ano. Notaba la humedad y sus flujos bajo la fina tela que separaba mis dedos de su sexo. Estaba disfrutando con aquel momento, con aquella dulce tortura para su cuerpo. Quería incrementar su deseo hasta el límite. Deslicé mi mano en su interior y jugué un momento con su vello púbico. Luego mi dedo anular se deslizó hasta su clítoris y comenzó a acariciarlo despacio, muy lentamente, en sentido vertical. Despacio hacia arriba, despacio hacia abajo. A veces presionaba ligeramente o cambiaba de dedo para, mientras le acariciaba el clítoris con mi dedo índice, jugar a la altura de la vagina con el dedo anular. De ese modo comenzó a dejarse llevar por la situación, olvidándose de mí y entregándose por entero a disfrutar de la sensación de mis manos. Mis caricias fueron aumentando poco a poco en velocidad y ritmo. El calor invadía su cuerpo y apenas podía evitar dejar escapar de vez en cuando un suspiro. Su cuerpo comenzó a moverse al compás de mis caricias, acoplando las mismas a las partes mas sensibles de su sexo. El orgasmo se acercaba y yo no daba tregua con su clítoris, el cual comencé a acariciar con dos dedos cada vez más fuerte. Ella parecía que en cualquier momento iba a quebrar el silencio. Con mi brazo izquierdo, y sin dejar de acariciarle con el derecho, le di la vuelta y la puse frente a mí. Le vi el rostro, estaba mas sonrosado que al principio. Estreché su rostro contra mi pecho y le seguí acariciando. Ella ahogabaen sus sonidos conmigo, estaba llegando al clímax, se estaba corriendo. En ese momento no era consciente de nada más que de si misma, del placer centrado en su cuerpo, del calor que la envolvía. El orgasmo había llegado fuerte y de improviso, en una postura atípica que multiplicó su intensidad y duración, en unas circunstancias que habían contribuido a incrementar el deseo.
Lentamente, su respiración se hizo menos agitada. Alzó sus ojos y los fijó en los míos. Sonrió. En ese momento caí en la cuenta de que ni siquiera habíamos hablado todavía. Tampoco se me ocurría nada que decir, así que, sin pensarlo le dije: “¿Estás bien”?, a lo que ella me respondió: “Si, estoy bien”.
Seguimos un instante abrazados. Luego, un poco avergonzados nos separamos. La situación era muy extraña y totalmente irreal, y parecía que ambos estábamos incómodos.
- Pronto me bajaré, yo paro en Puente Mayor - me dijo - ¿A qué estación vas tú?.
- San Lorenzo. Penúltima estación. Un par de estaciones mas allá de la tuya.
Por un momento nos quedamos sin saber que decir luego quisimos hablar los dos al mismo tiempo.
- ¿Coges siempre este tren? - le dije - No me suena haberte visto antes.
- Bueno - contestó sonriendo - he empezado un nuevo trabajo hace poco y me parece que voy a tener este horario, por lo menos hasta los meses de verano.
Y así comenzamos a charlar hasta que llegó el momento en que le tocaba apearse. No se por qué, nos despedimos con un simple “Hasta luego”. Normalmente, y con muchos menos motivos, siempre he tratado de pedir un teléfono o averiguar un modo de contacto cuando he conocido a alguien que he querido volver a ver.
Esta vez me quedé bloqueado, perdido. Se bajó del tren y, hasta hoy, no he vuelto a saber de ella. Hoy hace tres semanas de aquel encuentro y, desde entonces, he subido al mismo tren, el mismo vagón, cada día que ha pasado.
Los viajes de vuelta a casa son más largos ahora que nunca, mientras la mirada se me pierde a través del paisaje pensando en aquellos ojos que me miraron justo después de la explosión de sus sentidos.
“Si, estoy bien”…me dijo aquel día.
Desde entonces, yo ya no he vuelto a estarlo.