Título: Cuestión de tetas
Fandom | Personajes: Original (London Bridge is falling down) | Nat, Will, Lilly, Jared, Chris, Ellen & Kaya
Rating | Advertencias: PG-13 | Se habla de tetas (?)
N/A: Este capítulo está dedicado a una persona de la RL que lee esta paranoia sin sentido (¡¡Y LE GUSTA!!), y me anima a seguir ~ *achucha a Loli*; además, está dedicado a todas esas personas que alguna vez creyeron que realmente puedo dedicarme a esto (iluuuusas xD), y a todas esas chicas cuya madre está loca como una regadera, pero que es la mejor madre del mundo :) Se hacen menciones al mundo de Harry Potter (menciones frikis, claramente). El capítulo anterior está
aquí, y
este es el índice. Por
aquí podéis encontrar el casting ~
Palabras: 4.040
Siempre me han gustado los viajes. Da igual si era un viaje de horas en el asiento trasero del Chrysler de mi padre desde Londres hasta Liverpool (allí tomamos un ferri para ir a Dublín, a casa de mis tíos, y aún recuerdo las lágrimas en los ojos de mi padre al dejar a su adorado bicho de cuatro ruedas en manos de un amigo que vive en la tierra de los Beatles) o que fuese un viaje de quince minutos metida en el metro para ir a casa de Kaya, como hacía cada tarde de sábado para ver una peli antes de arreglarnos para salir.
Aunque si he de ser sincera (y no me queda más opción que serlo, porque si mi madre se enterase de que miento, no me quedaría otra más que correr. Cuando se cabrea, juro solemnemente que Voldemort a su lado parece el abuelo que todas desearíamos tener. Sí, soy friki. La culpa es de Will) no sé cómo nos las arreglamos para llegar vivos al tren.
Después de salir de la ducha, me fui a mi cuarto de vuelta, donde mis amigos y mi hermana seguían a lo suyo, esto es: dormir. Así que le di los últimos retoques a mi maleta. Ya se sabe, me guardé bragas y un par de sujetadores, tres o cuatro camisetas y dos vaqueros. Sólo íbamos a estar media semana, no era como si fuese a mudarme al Congo. Y vale que tengo ropa en Oxford (de hecho tengo allí ropa con la que mi madre no me dejaría salir a la calle sin correa), pero tengo que llevar algo de casa, por lo que pueda pasar. Sí, puede que parezca un poco obsesiva-compulsiva, pero cuando vas con Kaya por ahí tienes que estar estupenda, y si Will-nena-no-combinas-la-ropa es tu mejor amigo no es como si pudieses ir de cualquier forma por el mundo. Son unos imbéciles a ratos, pero los quiero a morir.
Cuando cerré las cremalleras de mi maleta, que protestaron de vicio (¡vamos! ¡no estaba tan llena!) y me aseguré de que tenía en el bolso todo lo que me hacía falta (móvil, cartera, MP3, gafas, libretita para raptos de inspiración, bolis de colores, Un hombre encantador de Marian Keyes, mi peluche de Marie de Los Aristogatos, la palestina morada que me trajo Jared de un festival medieval al que fue, mi estuche de maquillaje, un par de paquetes de Oreo y un botellín de agua... hostia, así a bote pronto puede parecer que ande un poco cargada pero... ¡qué coño! ando un poco cargada, pero es mi columna la que se jode) me dispuse a despertar a los demás, más que nada porque si los tres tenían que ducharse (y teniendo en cuenta que Will tarda unos cuarenta y cinco minutos en hacerlo... ducharse, digo) se nos iba a echar el tiempo encima algo así como mucho.
Salté sobre la cama y acorralé a Will sobre el colchón (increíblemente, siguió durmiendo conmigo encima, en serio, flipante) y deslicé los dedos por su tripa. En serio, es gay y lo adoro como amigo, pero si estuviese un poco más bueno creo que más de una se haría un cambio de sexo por él. Cuando mis dedos llegaron al filo de su bóxer (ah, y por cierto, está todo depilado, el pobre. Se sacrifica con cera cada dos semanas... en algunos lugares a eso se le llama ser masoca) agarró mi mano y tiró de ella, abriendo los ojos y sonriéndome, mientras me dejaba tirada a su lado.
-No está bien aprovecharse de un pobre chico indefenso como yo-me dijo con voz lastimera, antes de abrazarme y darme besitos en el pelo.
-No está bien que un pobre chico indefenso deje que yo me aproveche de él-le dije, intentando no reírme mientras me soltaba-¿Cuánto tiempo llevas despierto?-pregunté luego.
-Desde que entraste en la habitación, Nat, haces más ruido que un elefante bailando claqué-me dijo. Yo alcé una ceja y entrecerré los ojos, fulminándolo con la mirada, mientras componía un mohín de niña pequeña. Sabía que me estaba tomando el pelo, así como él sabía que yo no estaba realmente enfadada.
-O sea...-dije, poniéndome de rodillas sobre la cama y mirándolo, de brazos cruzados, desde arriba-... que me has dejado sobarte deliberadamente-dije en tono acusatorio, esbozando, sin embargo, una sonrisa.-Debería haber sospechado que lo de ser gay no es más que una tapadera... ¿sabías que hoy cuando me desperté estabas tocándome una teta?-alcé y bajé las cejas repetidamente-el subconsciente te traiciona, William-le dije luego, antes de agacharme de nuevo y abrazarlo.
Era nuestra broma particular. Yo sabía que no era una tapadera, y él juraba y perjuraba que en algún momento de su vida se volvería hetero por mí; pero en realidad sólo estábamos intentando quitarle hierro al asunto. Porque Will, no era que se avergonzase de su tendencia sexual, pero lo había pasado realmente mal: porque cuando a los diecisiete les dijo a sus padres que era gay, Jane Smith montó un drama de estos que marcan época, con desmayo, chillidos y lamentaciones incluido. Walter Smith, por su parte, miró a su hijo como habría mirado Hitler a un judío que tropezase con él por accidente, y con una voz de esas que acojonan, dijo: "tienes exactamente media hora para recoger tu mierda, y a partir de ahora, no vuelvas a poner un pie en esta casa". Lo sé, porque Kaya y yo estábamos allí, y le ayudamos a Will a recoger su ropa y sus libros en un tiempo récord (estamos acostumbradas a ir de rebajas y eso nos da un entrenamiento casi militar); veintinueve minutos y medio después, salíamos de casa de los Smith con dos maletas grandes, un bolso de viaje y una caja de cartón gigantesca atestada de libros; Will se vio a mi casa (mi madre es irlandesa, y tiene ese algo irlandés que no le permite ver a una criatura desamparada sufrir sin que ella automáticamente le dé cobijo, así que cuando, una vez en la calle, la llamé y le conté lo que pasaba, ella soltó algo así como "putos ingleses de mierda, no tienen entrañas ni para con sus hijos" [no, mi madre no soporta a los ingleses; la excepción somos mis hermanos y yo... y mi padre, si se tercia] y me dijo que lo llevase a casa, que donde caben cinco caben seis) hasta que, cuando cumplió los dieciocho y pudo vivir por su cuenta, se consiguió un piso en la zona de Green Lane.
-Deberías ir a ducharte, Will-dije bajándome de la cama-si Kaya se despierta antes de que entres no podrás, ni de coña, ducharte antes de llegar a Oxford-añadí mientras me dirigía a la puerta.-Voy a preparar algo para desayunar.
Pero resulta que la cocina ya estaba ocupada. Detrás de la barra/mesa estaba mi madre, con el pelo recogido en un moño sobre la cabeza, del que se escapaban mechones por todas partes, y sentados delante de la barra estaban mi hermano Jared y su amigo, el okupa Chris. Ahora que los dos estábamos vestidos, pude controlar un poco las hormonas, pero no era tarea fácil, y menos si su nuez se movía así cada vez que tragaba.
-Buenos días Nathaly-dijo mi madre blandiendo la espumadera con la que estaba dando vuelta a tiras de beicon en una sartén-¿Se han despertado los demás?
-Will sí, pero Elle y Kay siguen durmiendo-dije, colándome en sus dominios, detrás de la barra y apoderándome de la cafetera de dos litros y medio que mi padre le regaló por su vigésimo cuarto aniversario de bodas. De hecho, a mis padres le faltaba poco para las Bodas de Plata, y mi padre no cesaba de repetirlo-¿Hay algo de comer?-pregunté luego, hundiendo la nariz en la nevera en busca de algo con chocolate.
Vale, sí, mi madre estaba haciendo beicon y huevos revueltos, pero, por muy poco anglosajón que suene, prefiero mi café y mis galletas a quince toneladas de grasa antes de las diez.
-¿Eres consciente de que mientras tú, la loca de tu hermana y tus amigos estabais por ahí haciendo el vago, tu hermano y Christopher estuvieron trabajando toda la noche?-me preguntó, ignorando mi pregunta, en un innecesario tono acusador. Así era mi madre. Nos adoraba a mi hermana y a mí con todas sus fuerzas, pero mi hermano era algo así como su ojito derecho.
-Mamá…-la voz de Jared era un susurro ronco. No le gustaba ser el ojito derecho de mamá, sobre todo cuando él nos había cuidado a Elle y a mí como si fuésemos sus muñequitas desde que nos conocimos. Somos sus niñas bonitas (salió a papá en eso) y quiere que seamos las niñas bonitas del mundo entero.
-¡Ni mamá ni leches!-dijo mi madre volviendo a blandir su espumadera-Yo a su edad-me señaló con el báculo que le otorgaba el poder en esta cocina-ya te tenía a ti. Deberían preocuparse más por sentar cabeza y menos por salir de fiesta.
Ahogué un gruñido, mientras echaba café frío en dos tazones gigantescos.
-Pero señora Moore…-miré al okupa Chris un poco aterrorizada (debo reconocerlo), porque nadie que llame a mi madre por su apellido de casada sale con cabeza. Y ahora que se había lavado el pelo con mi champú era una pena que fuese a terminar decapitado-… su hija es demasiado joven para tener un niño…-me dedicó una sonrisa que hizo que casi se me cayese la cafetera-… y usted es demasiado joven para ser abuela… ¿no cree?-con tono zalamero.
Flipando. FLIPANDO. Así con los ojos como platos y más pasmada de lo que he estado nunca en mi vida. Mi madre bajó la espumadera y esbozó una sonrisa de… ¡adolescente! al tiempo que se medio sonrojaba.
-Ay, hijo…-mi madre acababa de reírse como una colegiala-… llámame O’Brien, Lilly O’Brien-añadió, echándole tres lonchas más de beicon en el plato.
Metí mi taza y la de Will en el microondas y con los dedos bastante temblorosos, he de decirlo, lo programé para dos minutos. Después me giré, me apoyé en la encimera y fulminé a mi madre con la mirada. Puede que para sus cuarenta y cuatro años siguiese estando muy buena, pero yo había visto al okupa primero, y si algo había sacado de ella, era la mala hostia irlandesa, así que no iba a dejar que mi madre se pusiese remolona con un tío al que no me importaría follarme.
Decididamente, necesitaba poner tierra de por medio, necesitaba pillar el tren a Oxford lo antes posible, porque en menos de dos horas había visto a Chris casi desnudo y había pensado en sexo más de lo que había hecho en todo el tiempo desde que David y yo lo dejamos. Y vale, el tío estaba tan bueno que llamarle “tío bueno” sería insultarlo, pero yo no era de las que perdía la cabeza sin saber que jugaba mis cartas en terreno seguro, y desde luego, no era la típica cría de veinte años que perdía la dignidad por un tío al que no conocía (y sí, babear es perder la dignidad; y sí, también, me gusta creer que tengo un poco de dignidad, aunque llevo tanto tiempo a, en palabras de Kaya, palo seco, que la dignidad empieza a hacerse cada vez más difícil de soportar).
-¿Qué? ¿Y papá aún no se ha levantado?-le pregunté a mi madre con tono mordaz, mientras sacaba mi taza del microondas y me sentaba al lado de mi hermano. Ahí, recordándole a esa mujer con cuerpo de infarto (incluso después de tres embarazos y tres partos, dos de ellos prácticamente seguidos) que estaba casada con un hombre que chocheaba por ella. Y que, joder, un poco de por favor, que era mi madre y debía preocuparse por mi salud sexual.
¡Otra vez pensando en sexo! Definitivamente, debía alejarme de ese tío.
Me bebí un largo trago de café, que casi me hace vomitar. Sólo a mí puede ocurrírseme no ponerle azúcar al café negro a estas horas de la mañana. Definitivamente, deberían regalarme a la beneficencia.
-Buenos díaaaaas-dijo Will haciendo su aparición estelar en la cocina. Sí, aparición estelar, no había otra forma de definirlo. Con el pelo mojado, la camisa con los cuellos abiertos y cayéndole por fuera del pantalón, estaba tan bueno que debía recordar que era gay para no intentar cepillármelo.
¡¡¡Joder, subconsciente, DÉJALO YA!!!
-William, hijo…-mi madre le dedicó su sonrisa más cariñosa. Era como cuando veía a un perrito o un gatito abandonado. Cuando se enteró de que sus padres lo habían abandonado a su suerte, lo adoptó, y se encargó de alimentarlo y mimarlo hasta que pudo irse de nuestra casa. Para ella es como un hijo más. A mi madre le encantan mis amigos. A veces creo que le gustan más que yo misma, incluso-… ¿te lo pasaste bien anoche?
-Ya lo creo, Lilly-le dijo él, con ese guiño que lograba traernos a todas de calle.
-Chris, este es Will-explicó mi hermano, mientras revolvía su café.
-Hey-dijo el okupa, saludándolo con un movimiento de cabeza.
Will le dedicó una sonrisa y le respondió al gesto, pero acto seguido me miró, mandándome un mensaje ocular de esos que tenemos entre nosotros. Nos entendemos por gestos, vaya.
“¡¿Has visto qué bueno está?!” me preguntó prácticamente escandalizado.
Yo asentí casi imperceptiblemente con una sonrisa traviesa, pero casi me caigo del taburete cuando me di cuenta de que Chris me estaba hablando.
-Dado que yo soy el novio de tu hermano…-me dijo, alzando una ceja maliciosamente (Jared soltó un bufido antes de esbozar una sonrisa)-… ¿él es tu novio?
Solté una risita divertida y miré a Will con complicidad.
-Bueno, hemos dormido juntos, si es eso a lo que te refieres-dije, mirando mi taza de café, mientras le echaba la quinta cucharada de azúcar.
-Sí, bueno, hemos dormido juntos, pero contrariamente a lo que pueda parecer, no me gustan las tetas de Nat, aunque son unas tetas preciosas-me mandó un beso y yo saqué la lengua-no me gustan las tetas, en general-añadió, alzando una ceja juguetona en dirección a Chris.
-Es una lástima, son unas tetas preciosas, ciertamente-le respondió Chris, asintiendo con la cabeza, totalmente convencido.
¡Hola mundo! ¿Un desconocido que está más bueno que el pan diciendo que mis tetas son… preciosas? Creo que hoy te has olvidado de tomarte las pastillas de la locura, mundo. Háztelo mirar. ¿Lo peor de todo? Que mi madre miraba a Chris, y luego me miraba a mí, y luego volvía a mirarlo a él. Se estaba montando su película en la que yo y Chris estábamos juntos. ¡Oh, Sirius, qué he hecho yo para merecer esto! (Que no es que me moleste que mi madre quiera arrejuntarme con un tío bueno, no es eso. Es que no me mola que toda la familia esté pendiente de cada bocanada de aire que respiro, que es lo que pasará como sigamos así).
-¿Os importaría dejar de hablar de las tetas de mi hermana?-preguntó súper Jared llegando al rescate de su niña bonita. En serio, en este momento podría comérmelo a besos.
-¿Quién está hablando de mis tetas?-preguntó Ellen entrando en la cocina, pertrechada con unos pantalones vaqueros y una chaqueta roja con capucha.
-Nadie habla de tus tetas, Ellen, apenas tienes. Chris y Will hablaban de las tetas de tu hermana-explicó mi madre, tan adorable como siempre.
Mi hermana soltó un gruñido y pasando de ella (y de todos los demás) se vino a incrustar contra mí en un abrazo, hundiendo la cara en mi cuello y mojándome con su pelo húmedo de la ducha.
-Naaaaat, me moriré de sueeeeño-gimoteó mientras se separaba de mi cuello, quedándose pegada a mí con el resto del cuerpo. Se apoderó de mi taza de café y se ventiló mitad de un solo trago. Como si volviese a la vida, se giró hacia Chris y lo miró ladeando la cabeza-¿Y tú quien eres?
-Soy Chris, el novio de tu hermano-dijo él, con una sonrisa que a cada paso se tornaba más desvergonzada (y que a cada paso me aceleraba más el corazón).
Ellen se giró hacia Jared, y luego se miró hacia mí, con los ojos como platos, pero yo negué con la cabeza y ella compuso un mohín, volviendo a acomodarse contra mí.
-No está bien jugar con las ilusiones de la gente, cuñadito-le soltó, mordaz. Mientras decía eso, una de sus uñas trazó un círculo en la tela de mi pantalón vaquero. Eso significaba que se había dado cuenta de lo que me pasaba con Chris (que me ponía como una moto, vaya) y que iba a empezar a sacar la artillería. No es por fardar, pero cuando mi hermana se pone en pie de guerra no hay fuerza humana capaz de controlarla. Y mola-pero si crees que mi hermano es mucho hombre para ti, te cedo a mi hermana, que vale, es mucha mujer para cualquiera, pero sabe portarse bien.
En momentos como este, no sé exactamente si o comérmela a besos.
-Creo que si me la prestases, podríamos llegar a llevarnos muy bien-le dijo con una sonrisa de niño bueno que hizo que se me acelerasen las pulsaciones. ¡Por el amor de Dumbledore! ¿Podía parar de… tontear conmigo?
En serio… un tío bueno estaba tonteando conmigo. Y eso no podía ser. Estoy demasiado oxidada en esos temas. Hace dos años que lo dejé con David, y desde entonces nada de nada, si a eso le sumamos casi cuatro años de relación… vuelvo a ser una niña de catorce años que no tiene ni puta idea de cómo funciona eso de tontear con un tío. Me bloqueo. O juego demasiado rápido mis cartas y acabo en un callejón sin salida.
-Pero resulta que no soy algo que pueda prestarse, Chris-le dije con una sonrisa, mientras estrechaba a mi hermana contra mí. Elle es como un peluche gigante, aunque sólo en apariencia.
-Yo no dije eso-replicó Chris. Mi madre nos miraba como en un partido de tenis, y soy plenamente consciente de que para sus adentros estaba frotándose las manos como un jefe del mal supremo, imaginándose ya nietos con ese pelo tan… jodidamente sexy que tiene Chris y cargados de pecas, como yo.
Pues vale, mamá, quieres que tu hija juegue. Y tu hija va a jugar.
-Lo sé-repuse, dedicándole una sonrisa-pero estoy segura de que podríamos llegar a… llevarnos muy bien-añadí parafraseándolo.
-¿Con quién vas a llevarte bien?-preguntó una voz femenina y extremadamente sensual desde la puerta de la cocina.
Me giré (con mi hermana convertida en un apéndice más de mi cuerpo) para ver a mi mejor amiga apoyada en el vano de la puerta, con una pose innecesariamente sexy, de brazos cruzados y con esa camiseta/vestido dejando muy poco lugar a la imaginación. ¡Estamos en diciembre! Se ha vuelto más loca que de costumbre. De eso no cabe duda.
Bueno, vale. Ahora que Chris la había visto a ella, se había acabado el tontear conmigo. Tengamos en cuenta que a mí me había visto en bragas y camiseta, y ahora con una camiseta de Jack Daniels y vaqueros; mientras que a Kaya, que es preciosa, la acababa de ver “vestida para matar”.
-Kaya, hija, creo que te has olvidado los pantalones-le dijo mi madre con una sonrisa, mientras mi amiga entraba en la cocina y se acodaba sobre la barra al lado de Will, a quien le robó un sorbito de café, sin (¡¡milagro!!) joderse el pintalabios (rojo, rojo, rojo).
-Lilly, ya sabes que no me gusta ponerme ropa que no me haga falta-le dijo ella con esa sonrisa, a medias traviesa, a medias dulce, que esbozaba siempre.
-Kay, ese es Chris-dijo Ellen, señalando al okupa-me ha dicho que es novio de Jared, pero por otra parte le gustan las tetas de Nat. Nos pongamos como nos pongamos, es mi cuñado-añadió, con una sonrisa traviesa.
Kaya me miró, alzó una ceja y yo alcé la mía en respuesta. Nos habíamos entendido. Si a mí me interesaba, ella no entraba en el juego. De todas formas, yo sé que había cosas que le interesaban más en esa cocina.
-Hola Chris-dijo Kaya, ladeando la cabeza para mirarlo-¿Qué te trae por la maravillosa cocina de Lilly O’Brien?
-¡Sí! ¿Qué te trae por la cocina de mi madre?-esa, cómo no, fue Ellen.
-Ha venido a hacer un trabajo conmigo-dijo Jared, con un suspiro. Me compadecí de él. De ambos, en realidad. Llevaban toda la noche trabajando, sin dormir, y allí estábamos nosotros, como pequeños gremlins acosadores.
-Sé que lo haréis genial, hermanito-le dije, estirándome hacia él, con Elle pegada a mí, para aplastarla entre los dos en un abrazo.
-¿A qué hora sale vuestro tren?-preguntó mi madre, mirándonos a Ellen y a mí, que estábamos pegadas a Jared como dos imanes a una nevera gigantesca.
-A las doce-contesto Will por nosotras.
La mirada de mi madre se giró hacia el reloj que descansaba sobre el microondas, y sus ojos adquirieron el brillo gélido de la despiadada guerrera celta que todo irlandés lleva dentro.
-¡Pues más os vale correr!-aulló, blandiendo la espumadera como si fuese una espada láser-faltan veinticinco minutos y aún estáis aquí… así…-empezaba a hablar atropelladamente-¡largo! ¡largo!
Lo que sucedió a continuación, es una nebulosa. Sé que Ellen y yo corrimos hacia la puerta, donde nos tropezamos con Kaya, que salía delante de Will. Corrimos hacia nuestro cuarto, nos hicimos con las maletas, volvimos a salir al pasillo, nos tropezamos con Jared, y nos colgamos de él (Ellen y yo) dándole sendos besos de despedida, creo recordar que Chris me retuvo momentáneamente, pero es una nebulosa. Le mandé un beso a mi madre por el aire, y finalmente salimos a la calle. Corrimos hacia la boca de metro, sorteando a la vecina del segundo, y casi nos tiramos por las escaleras haciendo una especie de escalón-esquí con nuestras maletas. El metro (¡milagro!) llegó puntual, hicimos dos transbordos hasta llegar a la estación de tren, sacamos los bonos, confirmamos los tickets y entramos en tropel en un vagón de nuestro tren.
¿Milagro? No. Nos gusta vivir al límite. Milagro fue que yo no me partiese la columna tirando de mi maleta, de mi bolso, del bolso de mi portátil y de la mano de mi hermana (adoro a Ellen, pero tengo que reconocer que al ser tan bajita tiene las piernas más cortas que las nuestras y correr a nuestro ritmo le cuesta; pero yo perdería el tren antes que dejar a mi hermanita atrás). Milagro fue que Kaya no se partiese la crisma con esos tacones de quince centímetros. O que no se le viese todo lo que tiene para verse con ese mini-vestido/maxi-camiseta. Milagro fue que Will pudiese cargar con su maleta y la de mi hermana y seguir corriendo a nuestro ritmo.
Y ahora aquí estamos, desmadejados en cuatro asientos en torno a una mesa, en un tren en dirección a Oxford. Mi hermana se ha quedado sobada otra vez, usando mi hombro como almohada. Kaya está jugueteando con su móvil (sospecho que haciéndose adicta al twitter). Will está inmerso en su (nuestra) quinta relectura de Canción de Hielo y Fuego. Cierro los ojos. Definitivamente, me gusta viajar. Aunque sea así.
Meto la mano en el bolsillo de mi chupa de cuero, y mis dedos se rozan con algo que parece papel. Qué raro, no recuerdo haber guardado nada en la chaqueta…
Saco el papel. Es una hoja de cuaderno doblada.
La desdoblo, y el corazón me late a mil por segundo.
Con letra increíblemente pulcra, aparece un “Llámame” seguido de un número de teléfono móvil. Tengo la certeza de que cuando Chris me retuvo, en medio de la nebulosa, me coló ese papel en el bolsillo.
Ahora lo que quiero saber, es por qué.