Caminaba por la estación con un café del Starbucks en la mano, y un croissant relleno de chocolate en la otra.
Acababa de llegar de marcha. Bueno, en realidad aún no había llegado. Había pasado de una disco, en la que había estado bailando con la pequeña Denisse, al baño del Starbucks, donde se había lavado la cara y se había comprado un chute de cafeína para poder arrastrarse hasta Lachaise con su hermano y con su prima.
Iría allí a visitar la tumba de sus madres, y luego se arrastraría a casa de su abuela a comer y dormir toda la tarde. Y por la noche volvería a salir de marcha.
Porque cuando no nos queda nada más que vivir como si nada valiese la pena, las cosas empiezan a carecer de sentido.
Subió las escaleras de la estación, para salir a un lluvioso exterior. Se caló bien la capucha de la cazadora para evitar la lluvia y caminó desde Gambetta hasta la puerta del cementerio.
Identificó a dos figuras sentadas en un banco y bastante empapadas. Uno era su hermano, con su inseparable chupa de cuero. La otra era su prima, tan acurrucada que ocupaba incluso menos de lo habitual.
-¿Qué pasa, que una vez que sientas cabeza ya no se puede dormir hasta tarde?-les preguntó, pues eran las nueve y media (tal vez un poco pasadas, porque él de puntual tenía lo que de monja), y ellos tenían todas las pintas de llevar horas allí.
-No, Al, es que cuando estás con alguien tienes cosas más interesantes que hacer que dormir-susurró su prima antes de ponerse de puntillas y robarle el croissant-y gracias por esto, ha sido todo un detalle de tu parte-añadió, pegándole un mordisco.
-Serás…-entrecerró los ojos. Después esbozó una sonrisa y le pasó un brazo por los hombros, mojándose con su chaqueta, que parecía recién salida de la lavadora-pero sólo porque estás en etapa de crecimiento.
Ignorando el codazo que su prima le clavó en las costillas se volvió hacia su hermano, y lo saludó con un gesto que significaba “¿todo bien?”. Adrièn asintió levemente con la cabeza, así que la sonrisa de Alphonse se hizo más pronunciada.
-¿Y qué hacíais mientras me esperabais?-preguntó con falso tono acusador.
-Estábamos comparando pollas-soltó su hermano como quien no quiere la cosa, antes de que su prima le soltase un puñetazo de esos que (teóricamente) no hacen daño.
Alphonse esbozó esa sonrisa Fronsac que era inherente a su carga genética. Sonrisa traviesa, torcida, enseñando colmillo.
-Y ahora acabas de ser testigo de cómo casi me disloca un hombro-añadió su hermano.
Su prima Ely puso los ojos en blanco.
-En serio, los hombres sois unas nenazas-dijo, antes de agarrarse de su brazo.
-Estoy de acuerdo, Ely… unas nenazas todos-se agachó para poder hablarle al oído-son los inconvenientes de la heterosexualidad-añadió en tono confidencial.
Adrièn soltó un gruñido, y Alphonse le dedicó a su hermano la mejor sonrisa de niño inocente que hace muchos años que perdió la inocencia de su repertorio.
-Por cierto…-empezó Alphonse, dándose cuenta del detalle-¿Vosotros dos sois idiotas o es que la estabilidad emocional os ha requemado las neuronas? ¿Qué hacíais bajo la lluvia?
-Pues… básicamente, a parte de comparar pollas, te estábamos esperando-explicó su hermano.
-Ah… definitivamente, os habéis quedado sin neuronas. ¿No sois un mago y una bruja perfectamente capaces de conjurar un hechizo impermeable o qué?
Su hermano y su prima se miraron como si hubiesen pasado por alto un dato crucial para un experimento especialmente complejo, y él estalló en carcajadas; que vale, sí, estaban al lado de un cementerio y eso no era procedente. Pero joder, quería mucho a su hermano y a su prima, aunque tuviese que reconocer que a veces eran jodidamente tontos. Él achacaba ese empanamiento mental al amor y esas cosas. Por eso él, tras darse la hostia de su vida, había decidido blindar su corazón. Ser inmune a esas cosas. Y lo había logrado.
Un Fronsac con el corazón blindado, es un Fronsac que está a salvo.
Echó a andar hacia la entrada del cementerio, con su prima colgada del brazo y su hermano caminando a su lado.
Al entrar en el cementerio, Alphonse experimentó un cambio casi físico, aunque tal vez fuese el cansancio de la noche de marcha y el no haber dormido. O tal vez era el hecho de que era la primera vez desde que su hermano había entrado en el colegio, que iban juntos a ver a sus madres. Como cuando eran niños.
Pasaron por delante de la tumba de Oscar Wilde, y Alphonse apretó levemente el brazo de su prima, al mismo tiempo que su prima le apretaba el brazo a él. No era procedente una explosión de fangirlismo histérico en medio de un camposanto, pero era la primera vez que se pasaban juntos por allí desde que habían leído al autor irlandés.
-El gigante egoísta-susurró Alphonse a Ely. Ese era su cuento favorito de los de Wilde.
-Mola más El niño estrella-repuso ella.
-Está claro que la mejor obra de Wilde es El amigo fiel-dijo su hermano, desde detrás de ellos.
Alphonse se giró, haciendo que su prima se girase con él.
-Gus… desconocía que supieses leer-dijo su prima con una sonrisa traviesa-Nah, broma. Pero… ¿Wilde? ¿En serio?
Alphonse entendía la sorpresa de su prima, ya que, cada vez que ellos dos se ponían a hablar de libros, Gus se quedaba el tiempo suficiente como para llamarles comelibros, antes de largarse por piernas. A su hermano le pegaban más cosas tipo la Playboy que los grandes clásicos.
-Mi hermano tiene la manía de dejar los libros que le prestas encima de la mesa del salón-se encogió de hombros-Y si tanto os gusta algo… no sé-su sonrisa se hizo más pronunciada-… algo bueno tiene que tener.
-¿Y El amigo fiel?-preguntó Alphonse, mientras caminaban, alejándose de la tumba de Wilde-¿De todas sus obras?
-Yo qué sé-se encogió de hombros de nuevo-se supone que cuando lees algo tienes que sentirte identificado, ¿no?
-En realidad no necesariamente-murmuró su prima-es más bien cuestión de cómo te sientas en el momento de leerlo-se estremeció-y ahora tal vez deberíamos apurarnos, porque a este paso tendréis que sacarme de un cubito de hielo antes de llegar.
Alphonse la medio abrazó mientras caminaban. Ella había sido quien lo había abrazado clandestinamente después de que su hermano (que no lo abrazaba desde hacía añazos) y sobre todo, la única persona que había encontrado una grieta en la carcasa de su corazón de Fronsac, Liham Benoît, hubiesen salido del colegio.
Porque con ese chico de grandes ojos oscuros y una inocencia tan grande que casi se lo había tragado, Alphonse podía dejar caer el disfraz. Podía ser el mismo durante el rato que estaban juntos y a solas. Se sentía… bien.
Y era algo diferente a cuando sus niñas (Tiana, Chloe y Denisse) lo abrazaban. Y sobre todo, era algo radicalmente diferente a los abrazos de su prima.
Sacudió la cabeza intentando apartar de sí mismo esos pensamientos.
-Ely… ¿Basil o Dorian?-preguntó. Los dos personajes más intrínsicamente relacionados en El retrato de Dorian Gray. El enamorado silencioso y el cruel objeto del deseo frustrado.
Ella miró al infinito, mientras caminaban, como sopesando la respuesta. Su hermano, sin embargo, parecía tenerlo claro.
-Basil. Basil es un tío legal que se enamora de la persona equivocada. Dorian sólo es un asesino-se encogió de hombros.
Su prima se giró y miró a Gus alzando levemente una ceja.
-En realidad yo prefiero a Dorian. Dorian, el chico inhumanamente guapo, el chico inocente al que Henry influye hasta el punto de robarle toda su inocencia…-soltó un suspiro y se soltó de él para mirarlo, caminando de espaldas-… Dorian es capaz de sacar lo mejor de Basil. Y da igual si después su inocencia se malogra. Lo que cuenta es lo que le hace sentir a Basil, ¿no crees?
Alphonse tiró de ella y volvió a medio abrazarla.
-Pero si saca lo bueno de él para luego hacerle daño… no vale realmente la pena, ¿no?
Ella se encogió de hombros.
-Siempre queda el recuerdo del sentimiento al que aferrarse cuando todo lo demás no vale la pena-susurró-pero la filosofía te la dejo a ti-añadió con suavidad.
-Tengo que reconocer…-empezó Gus-… que tal vez tengas un poquito, pero poquito, de razón; pero yo no me voy a poner a discutir con unos comelibros como vosotros-añadió, con una sonrisa traviesa.
Alphonse le dedicó una sonrisa a su hermano.
-Yo no sólo como libros, Gus-dijo, como quien no quiere la cosa.
-Ya, yo tampoco-añadió su hermano.
-Ehm… felicidades a ambos, entonces-dijo su prima, mirándolos como miraría a alguien que se ha vuelto naranja fosforito de repente.
Espera. Naranja fosforito no. Morado fosforito. Así mejor.
-Oh, vamos, deja de comportarte como si tú no comieses alguna que otra cosa diferente a los libros de vez en cuando-le dijo Gus.
Alphonse miró a su prima, que, para su sorpresa, no estaba roja (ni morada).
-Adrièn, de verdad… lo que yo coma o deje de comer… créeme: no es asunto tuyo-le dijo con esa voz que precedía a los arañazos, puñetazos y demás demostraciones de ira-Y, por si sientes curiosidad… tampoco me importa lo que comas o dejes de comer… ¿sabes? Es más fácil para poder mirarnos a la cara y tal.
Su hermano soltó una risita sorda y él tiró de su prima.
-Sigues debiéndome los detalles-dijo, picándola un poco más.
Entonces ella le dedicó una sonrisa traviesa.
-Está bien… tú pones el tequila y yo pongo los detalles-dijo, haciendo que sonase a amenaza.
Alphonse la estrechó un poco más. Estaba mojándose porque ella estaba empapada (y además llovía, pero eso era a parte) y en el fondo daba igual. Después su abuela le reñiría mientras él intentaba quedarse dormido en su sofá, y por fin podría dormir; pero la daba igual mojarse. Porque ella también lo abrazaba (así a medias) y era, probablemente, la única chica en el mundo a la que podía abrazar sin poner una excusa de por medio.
Tenía la teoría de que para ir a la casa Aruge había que traer un necesitador y dador de abrazos de fábrica. Porque los Aruge eran expertos en abrazos cósmicos. Porque los abrazos de Chloe eran dulces y cariñosos, como si tuviese miedo a romperlo cuando lo abrazaba. Y los abrazos de Denisse… bueno, ella era puro fuego, abrazando y en todo lo demás… pero Tiana o Ely, cuando lo abrazaban, lo hacían como a él le gustaba. Así, fuerte y suave a la vez; con esa decisión que hay que poner en un abrazo.
No era por fardar, pero eran abrazadores profesionales, dijesen lo que dijesen los demás.
Cada vez caminaban más despacio. Cada vez estaban más cerca de la tumba de sus madres.
Alphonse recordaba el entierro de su madre. Habían abierto la tumba de la madre de Ely y la habían ampliado, para que ambas compartiesen descanso eterno en ese mismo lugar. Porque se habían pasado la vida más juntas que sí realmente hubiesen sido hermanas. Y su abuela había dicho que así era como debía ser tras la muerte.
Llegaron al lugar. Una pequeña tumba de mármol blanco, custodiada por un ángel en equilibrio sobre un pie, como en un paso de ballet, con una estrella en perfecto equilibrio en la punta de sus dedos. Como si quisiese salir volando hacia las estrellas, como si quisiese acariciarlas con las yemas de los dedos.
Se le formó un nudo en la garganta, y apretó levemente la minúscula mano de su prima entre la suya. Ella lo miró y le dedicó una pequeña sonrisa, de esas que siempre le habían infundido valor. Miró a su hermano, que parecía levemente desorientado, levemente perdido, y posó una mano en su hombro, atrayéndolo levemente también. Las gotitas de agua que bajaban por su chaqueta de cuero se filtraron en la suya.
Alphonse quería a su hermano, probablemente, más que a nadie en el mundo. Porque era él quien siempre había cuidado de él. Incluso desde antes de que pudiese recordar. Era, para él, un hombre fuerte. Un modelo a imitar. Un modelo a seguir.
Su fuente de inspiración. Siempre había querido ser como su hermano mayor. Y a veces sentía que nunca lo lograría. Pero no por eso debía dejar de intentarlo.
Sobre la tumba había una jardinera con flores. Alternaba girasoles con tulipanes morados. Era una combinación excéntrica; pero su abuela era excéntrica, y no por ello quería menos a su hija y a su sobrina.
Su hermano se acercó a la tumba y dejó una rosa de color rosa sobre la tumba. Las rosas habían sido la flor favorita de su madre. Pero no las rosas, si no las doradas. Pero las rosas doradas naturales eran muy complicadas de conseguir en esa época del año.
Su prima dejó un lirio morado que sacó de su bolso, estaba un poco espachurrado, pero lo colocó con cuidado sobre la tumba. Después sacó un diminuto lirio blanco y lo dejó al lado del más grande. Él sabía por qué lo había hecho. Se había enterado casi sin querer. En una de esas borracheras tremendas que ella se había pillado el verano en el que tuvieron su discusión apocalíptica.
Entonces fue su turno, y se acercó a la tumba, para dejar una amapola. Roja y negra. Como la sangre y la oscuridad.
Volvió hacia atrás, y entonces los tres se miraron entre sí. Alphonse se dio cuenta de que su hermano se sentía totalmente perdido. Apoyó su mano en el hombro de Gus, intentando transmitirle un poco de calma. Su prima parecía más… en ese mundo en el que se sumergía a veces, Nunca Jamás o dondequiera que estuviesen sus pensamientos. La segunda estrella a la derecha y recto hasta el amanecer. Algo de ese estilo.
Él mismo sentía una especie de nudo en el estómago. Y supo que tenía que largarse de allí lo antes posible.
Como si estuviesen interconectados mentalmente, echaron a andar a la vez. Callados. Cabizbajos. Como si una nube de tormenta se cerniese sobre ellos.
Y no fue hasta que hubieron salido del cementerio que él empezó a sentirse mejor. Seguía lloviendo, sí, y los tres parecían haberse sumergido en una piscina. De hecho, Ely se deshacía en escalofríos, y él estaba empezando a sentirse resfriado.
-Gus, Ely… yo me voy a casa de la abuela-dijo, estrechando a su prima un poco más, y palmeando el hombro de su hermano, antes de soltarse de ambos.
-Vale, dile que me pasaré por allí más tarde-su hermano se apartó el pelo mojado de la frente y miró a su prima-ahora voy a acompañar a la rubia a su residencia, porque Lionel no me perdonaría que dejase a su novia caminar sola por las peligrosas calles de París-añadió, con cierto tonito irónico-Y después voy a ducharme a ver si se me pasa el frío.
-Eres un exagerado-murmuró su prima, negando con la cabeza, antes de acercarse a Alphonse y darle un minúsculo beso en la mejilla-Nos vemos, Al-susurró con suavidad.
Su hermano se despidió con un gesto de cabeza y después se fue, remolcando a su prima de la mano. Al cabo de unos cuantos metros, se dieron cuenta de que estaban caminando de la mano y se soltaron. A Alphonse le pareció que era probable que se enfrascasen en una de sus habituales discusiones sin sentido, sin fin y sin propósito; así que, negando con la cabeza, se giró, y se alejó hacia el otro lado..
En serio, quería a su hermano y a su prima mucho más que a mucha otra gente en el mundo. Pero cuando se ponían a discutir, parecían ellos los críos y él el adulto.
Y puede que a veces no se soportasen entre ellos, que discutiesen, se picasen mutuamente o se vacilasen a morir. Pero ellos dos eran las dos únicas personas en su vida a las que podía recurrir con toda seguridad.
Eran, más que su padre, su familia.
Y Alphonse Fronsac, aún desde la oscuridad, aún desde el silencio, siempre cuida de los suyos.