La ropa de Castiel huele a tabaco. Dean lo sabe, lo nota.
No es capaz de imaginarse a un Ángel del Señor fumando como un camionero cualquiera, pero Castiel no es un Ángel del Señor cualquiera. Es quien lo ha salvado del infierno. Y poco le importan a él las miradas de desprecio de Uriel o el miedo de Ruby. Está en gratitud con él, pese a quien pese.
-Tiene que morir -esas palabras hacen que Dean se cuestione la bondad del ángel que lo ha salvado, que se pregunte por qué obedece tan ciegamente algo que es obvio que no está bien.
Y tal vez sea que la gente cambia, o que el infierno ha hecho de él, quién lo diría, una persona mejor. Porque hubo un tiempo en el que Dean Winchester obedecía una orden de su padre como si fuese la verdad más absoluta, una orden dada por una razón incuestionable.
Pero él ya no es ese Dean que obedecía ciegamente, más que nada porque no tiene nadie en quien confíe lo suficiente como para hacerlo, o tal vez porque se ha dado cuenta, en sus cuatro meses de vacaciones pagadas al infierno, que eso no estaba bien.
Porque confía en Sam, pero lo primordial es cuidar de él, incluso ahora que ha demostrado que puede cuidarse a sí mismo. Pero no es como con John, una figura a quien obedecer, a quien respetar, y quien lo cuidaba a él.
-¿Ah, si? ¿Y eso quien lo dice? -pregunta Dean, mirando directamente a los ojos a Castiel. Sabe que sólo él puede entender lo que le está pidiendo. Porque hubo una vez en que fueron iguales, y todavía lo pueden ser.
-No tenemos por qué darte explicaciones -dice la voz profunda de Uriel. Dean oye gruñir a Ruby, y puede jurar, sobre la tumba de su madre, que nada le gustaría más que partirle la boca al jodido cabrón que dice ser un ángel.
¿Cómo pueden ser tan diferentes dos ángeles entre sí?
Castiel mira a Uriel de soslayo y luego se centra en Dean, mirándolo con esos ojos verdes, llenos y vacíos a la vez, con algo parecido a misericordia, o tal vez vergüenza.
-Tenemos órdenes-dice simplemente.
Y Dean lo entiende, aunque no lo comparte, pero Sam, Sam que siempre ha despreciado el hacer las cosas porque sí, sin motivos que fuesen más allá de un mandato, chasquea la lengua y cambia el peso de una pierna a la otra, se cruza de brazos y alza la barbilla, aparentando ser el gigante que es en realidad.
-Las órdenes están para cuestionarlas-y bajo el tono cordial, Dean, y Ruby también, pueden distinguir una amenaza implícita, una invitación, un desafío.
-¿Cuestionarías las ordenes Del Señor?-pregunta Uriel amenazador.
Sam bufa levemente.
-Si el Señor tiene los pocos escrúpulos de querer matar a una chica inocente, las cuestionaré-su tono se vuelve acerado-He cuestionado las de mi padre mucho tiempo antes, y volvería a hacerlo con las del vuestro-masculla luego.
-Con esas palabras estás condenando tu alma-el tono amenazador de Uriel habría amedrentado a cualquiera, pero no a Sam Winchester, que ha perdido todo lo que se puede perder en la vida y lo ha recuperado, en parte.
A Dean, que está mirando, todavía, a Castiel a los ojos, intentando suplicarle sin palabras que salve la vida a Anna, no se le escapa la mirada de soslayo que Sam le echa a Ruby antes de decir:
-Mi alma ya está condenada-con ese tono acerado que ha heredado de John, y que hace que por un segundo, Dean se sienta orgulloso de él.
Y Castiel ladea la cabeza y mira a Uriel fijamente, antes de caminar hacia la puerta del cobertizo en el que están. Se detiene en el umbral, cuando Uriel ya ha salido, y, sin volverse, dice:
-Tenéis doce horas para marcharos. Después empezará la caza, y cuando os encontremos, la chica morirá-y lo dice con la voz inexpresiva de siempre.
Sale del cobertizo, y lo único que puede escucharse es el viento agitando las paredes de madera del cobertizo.
Ruby es la primera en reaccionar. Empieza a meter todas las armas de los Winchester en un bolso, mientras los dos hermanos se miran en silencio.
-¿Qué coño se supone que hacéis ahí parados?-pregunta furiosa, apartándose un mechón de pelo negro de delante del rostro.
-Dean… ¿por qué se fueron sin más?-pregunta Sam mirando a su hermano fijamente.
-Porque yo se lo pedí a Cas… Castiel-tal vez sean enemigos. Y a éstos hay que llamarlos por su nombre.
-¿Se lo pediste?-la voz de Sam denotaba incredulidad.
-Yo me entiendo…-dice Dean escuetamente, acercándose a la puerta donde Anna estaba oculta.
¿Cómo explicarle a su hermano que Castiel es poco menos que un ángel insurrecto? ¿Cómo podría alguien entender que se cuestionasen las órdenes de un padre? Sam, y sólo Sam puede entenderlo.
Anna está mortalmente pálida, y tiembla un poco. Dean la saca del cobertizo, con un brazo sobre los hombros de la chica, y Sam sale detrás, con Ruby cerrando la marcha, vigilante y lista para atacar si esos ángeles vuelven a aparecer.
Se acercan a donde Dean ha dejado el Impala, y abre la puerta de atrás para dejar que entre Anna. Ve como Sam abre el maletero para dejar las bolsas al mismo tiempo que Ruby entra en el asiento de atrás, junto a Anna.
Abre la puerta y se sienta al volante, recostándose contra el reposa cabezas. Espera a que Sam esté dentro para mirar a Ruby a través del retrovisor.
-Os juro que como os hayáis acostado en el coche os mato a los dos-dice, más en serio de lo que él mismo quiere reconocer, antes de poner en marcha el motor.
-No te preocupes, Dean… no iba a mancillar al amor de tu vida-replica Sam burlón.
Dean, por el retrovisor, como los labios de Ruby se fruncen en una mueca divertida, y ve también como Anna esboza una sonrisa. Una sonrisa que se le antoja preciosa y hace que el mismo sonría mientras manipula los mandos de la radio para poner algo de AcDc mientras pone a su nena a ciento veinte por la comarcal.
Allí, con la sonrisa de Anna y el ritmo de la guitarra de Angus Young en la cabeza, puede olvidarse del olor a tabaco en la ropa de Castiel.