May 13, 2008 07:44
Estaba entrando en el patio de la facultad y a contraluz vi unas partículas que caminaban por las baldosas con los rayos de sol. ¿Qué serían? Parecían de agua, pero el sol rascaba los tejados de la ciudad. Tampoco eran esos pequeños insectos que empiezan a poblar el aire en esta época y que a veces, por error, acaban en la boca de algún parlanchín.
Miré los árboles contoneándose con la silenciosa melodía del viento, lanzándose sus flores púrpuras de unos a otros, coqueteando. Las partículas caían sobre mí como una lluvia imperceptible.
La vi. Era la primavera. Caía de los árboles.
Caminé unos metros entre la primavera. La primavera no es nada discreta. Es exuberante, un estallido, chispas de color. No tiene vergüenza. Es una chiquilla despreocupada, que aparece en cualquier parte, sacando vida de lo estéril, sacando luz de lo muerto.
La abracé, y ella me abrazó a mí. Pero pronto abandoné su luz inocente, para entrar en el edificio donde comparto mi tiempo y pensamientos con señores muertos (también vivos de vez en cuando) cuyo nombre me gustaría, a veces, recordar.