Me aburro. Mucho.
A veces estás solo en casa. Es domingo y llueve. La poca luz que te llega desde la ventana consigue que te sientas apagado y que continuamente quieras volver a la cama.
A veces, no siempre, notas el olor a domingo, que te corroe. Un olor inexistente, pero casi palpable, detrás de la nariz, entre los ojos y en la garganta, pesado y espeso, que te recuerda tu aburrimiento constantemente.
A veces incluso te parece que oyes ese olor, esas voces pequeñas y confusas, que te hablan constantemente, mientras tienes la mirada perdida en el televisor, o cuando rebuscas entre los armarios algo de comida que llevarte a la boca y que masticas sin ganas.
Y sólo a veces, esas voces gritan tan alto que golpeas la pared esperando que se callen.
A veces, no siempre, notas el olor a domingo, que te corroe. Un olor inexistente, pero casi palpable, detrás de la nariz, entre los ojos y en la garganta, pesado y espeso, que te recuerda tu aburrimiento constantemente.
A veces incluso te parece que oyes ese olor, esas voces pequeñas y confusas, que te hablan constantemente, mientras tienes la mirada perdida en el televisor, o cuando rebuscas entre los armarios algo de comida que llevarte a la boca y que masticas sin ganas.
Y sólo a veces, esas voces gritan tan alto que golpeas la pared esperando que se callen.