Tema: 11# Desconocidos
Autor:
lia-kon-neiaPareja: William Odergand/Mattesa Oxford
Rating: NC-17 (creo e.eu)
Palabras: 1,000
Tabla:
Pr0nNotas: XP ¿a que William es lindo? Mocoso hotdog. Oh, Mattesa, corruptora de menores *Lia-chan se divirtió escribiendo esto por alguna extraña razón*
Empieza con un beso. Así como suele, como debe de ser. Un simple beso mientras la hacían de voyeurs en el jardín de la casa, en medio de una fiesta y observando cosas que él, sobretodo él, no debería de ver, sencillamente porque es un niño. Pero las ve, las cosas porno que han montado esa rubia y el chico desconocido -Anthony Cornwell, luego lo sabría-, y no le deja indiferente y la tal Mattesa que ha conocido hace escasa media hora le besa, profundo, demasiado, jugando dentro de su boca y asfixiándole porque es su primer beso.
Basta decir las palabras adecuadas, con ese tono pícaro y él obedece, tomado de la mano de su tía -su tía, joder, realmente va a follar con su tía - y subiendo los escalones con prisas, hasta entrar a una habitación vacía y sólo espera que no sea la de su padre. Pero es un pensamiento efímero que desaparece cuando ella le empuja a la cama, ansiosa y él mismo se siente desorientado, intranquilo, ansioso y hasta un poco asustado porque es su primera vez. Tiene doce años, lógico que es su primera vez.
Ella está arriba. Tiene los ojos color miel y brillan con un aire felino que se contagia a su sonrisa y cuando sus manos comienzan a acariciar, por encima de la ropa, William se da el lujo de relajarse, de deslizar una mano hasta el rostro que aún parece de niña y acariciar la larga cabellera castaña, en un gesto dulce. Y es esa la única demostración de sentimientos, porque no existen.
- ¿Sabes qué hacer? - Pregunta ella, conteniendo la risa cuando siente una mano en su cintura, tratando de llegar a las caderas y deslizar la falda.
- Básicamente.
- Eso no es suficiente. - Una mordida en el cuello, dedos hábiles que le desnudan y William queda a su merced. - Desvísteme.
Obedece. Con rapidez y dedos temblorosos y cuela las manos bajo la blusa, mientras ella indica cómo hacerlo. Lo dice todo, lo explica, cada cosa, cada movimiento y finalmente él se desespera, frunciendo el ceño, la respiración agitada y estrujando entre sus manos un seno pálido y suave. La empuja, la obliga a recostarse, le besa mordiendo y cuela la mano bajo la falda aún sin quitar, despacio, tentativamente y luego encima de las bragas. La siente estremecerse y él mismo lo hace porque ella le recorre con las manos, bajando una a su entrepierna, la otra atrayéndole, rasgando su espalda.
- Apresúrate - Musita y él niega, la sonrisa en sus labios imborrable y un gemido rasgando su garganta cuando ella apresura el ritmo de su mano. Pero es un juego -sin propósito, sin sentimiento, es pasar el rato - y él va a ganar.
Mattesa sabe que está mal, que follar con su sobrinito por despecho no va a traerle felicidad, pero sirve para distraerse, aunque sea un acto inmoral y que la matarán si se enteran. Pero ahí acaban sus cavilaciones, porque siente la mordida en su pezón descubierto y tiembla al sentir la mano apartando la ropa interior. Expuesta, echa la cabeza hacía atrás, ojos cerrados. Así, más arriba, no muerdas tanto. Se deja hacer. Más.
- ¿Voy bien? - Pregunta sin pudor, la mano perdida entre los labios, humedad y el aroma que le hace perder cordura. Ella asiente y se empuja un poco al frente. Es grande y él pequeño y sin embargo hace lo que puede para dejarse sentir entre sus muslos.
Cuando la penetra, sin mucho cuidado, ella suelta un respingo y no duele -cuestiones de la edad, supone- pero se siente bien, muy bien y le indica que debe moverse. Él sabe hacerlo, al menos por instinto y trata de aguantar lo más posible. El roce es delicioso, quemante y Mattesa se siente derretir mientras William se funde sobre ella. Francés, háblame en francés.
- Tu es la vague, moi l’île nue - Suelta, porque es lo único que puede recordar y Mattesa sonríe un instante, entre gemidos, tratando de recordar el nombre del niño para darle el placer de escucharla susurrándolo.
Se siente corruptora de menores. William no piensa en ello ni en consecuencias o prejuicios y lucha por mantener el poco control que le queda. Es todo un vaivén de sensaciones, un ritmo que se deforma y aumenta y luego no, disminuyendo y ella contrae los músculos, invitando al niño a perderse. Perlada de sudor, siente la convulsión en su cuerpo, el crispar de sus dedos en torno a la piel delicada y su exclamación es el quiebre de un cristal.
William llega a su propio límite en pocos momentos, respiración entrecortada, los labios húmedos y demasiado placer destrozándole por dentro y es como una bomba explotando en su interior, que se lleva todo recuerdo, toda sensación y por un instante está en un plano diferente y es todo y nada a la vez.
- Eres bueno. Bastante bueno - Se recupera antes que él y le siente salir, ahogando el suave suspiro que esto provoca. Le acurruca contra su pecho y él vuelve a acariciarla, despacio, más tranquilo y no pretende preguntar el por qué de lo que hicieron y ni siquiera aspira a una relación real.
Mattesa, sin embargo, se dedica a susurrar caricias en sus oídos y a repasar con respiraciones pausadas su piel.
Tardan poco tiempo en bajar y se separan, como si nada hubiese pasado.
Dos horas después, ha sido declarado oficial el compromiso entre Mattesa Oxford y Anthony Cornwell y los invitados se aglomeran alrededor de la pareja que agradece los gestos con sonrisas en el fondo hipócritas. Delilah empuja a William, hasta colocarlo frente a Mattesa y se miran.
- Mattesa, este es William, tu sobrino, hijo de Antonella ¿lo recuerdas?
- Un placer, señorita Oxford - Susurra William, con educación y ella deja que tome su mano y la bese.
- El placer es todo mío, William.
La sonrisa que ambos dibujan transmite más, mucho más de lo que los demás pueden ver.