Tema: 29# Compañía
Autor:
lia_kon_neiaPersonaje: William Odergand, Richard Eysenck
Rating: PG
Tabla:
Segunda tabla Notas de autor: Buen, después de tardarme siglos en escribir esto (en realidad algo así como una semana, malditas tareas de la escuela) al fin terminé con esto *iz happy* Me salió más largo de lo esperado, en realidad, pero me divirtió escribirlo. Es que, este par de ukecitos pueden ser realmente hilarantes a veces. Buen, no sabría qué más decir XP así que simplemente aquí lo dejo. Por cierto, Richard Eysenck es rubio de ojos verdes y es el padre de Yukiy Eysenck, oh, sí, porque la relación Odergand Eysenck es histórica, yeah.
Compañía
- Él es Richard Eysenck, está en tercero, en Gryffindor.
La voz de Keiro se pierde algunos instantes, entre un silencio pesado que zumba en sus oídos. La mirada del niño se mantiene fija en él, penetrante, un poco fría, con rastros de indiferencia que le hacen dudar que sea la mirada de un niño de once años.
Después de la mirada, lo siguiente notable es el color. Castaño, una aleación extraña de rojizos cerca de la pupila, degradados del mismo color, hasta fundirse en un rojo delicado. Piel muy clara, cabello muy negro y un poco alborotado, labios finos y el semblante serio. Sin embargo, hay algo más que no puede describir, pero le hace pensar que ese niño es delicado. Vulnerable.
- Un placer, joven Eysenck. - William estira la mano y él la sujeta, con cuidado y es un estrechón cordial poco personal - William Odergand, encantado de conocerle.
Y la voz infantil está revestida de un tono soberbio, de una altivez natural y quizá más sobriedad de la que debería.
Richard le sonríe, amable, tierno y se atreve a posar una mano en su hombro, tomar su maleta, atraerle hacía sí y dejar a los adultos hablar. Keiro Odergand y Franz Eysenck hablan en la estación. Richard conoce el papel que deberá interpretar.
- Asuntos de negocios.
William rompe el silencio, con la mirada fija en algún punto muerto, en algo que Richard no puede ver y luego sonríe -sonrisa pequeña, dudosa, con tinte amargo- mientras toma la mano del rubio, halándole para marcharse, para aventurarse a aquel mundo desconocido.
- Odergand...
- Lo entiendo. - La mano presiona un poco más y la sonrisa se amplía -tan falsa, tan verdadera- y sigue halándole. Richard corresponde, maleta en mano, le guía - Es lo correcto.
La primera vez que lo vio, Richard Eysenck sintió un leve escalofrío subir por su columna y permanecer en alguna parte de su pecho antes de deslizarse hasta la punta de sus dedos y quedarse como un sentimiento extraño, desconocido.
La primera vez que lo vio, William Odergand se encontró ante uno mas, uno de tantos, desconocido, vacío. Amabilidad forjada a fuerzas, interés falso, un muñeco. Y le tomó la mano y se grabó la sensación, marcando el momento como la caída definitiva.
***
Son dos años de lo que ambos denominan amistad antes de que llegue el momento. William tiene trece años, es un Slytherin y pasa desapercibido en el cubil. Vive horas leyendo en la sala común, en la biblioteca, se pasea por el invernadero, por los terrenos y en el atrio.
Richard tiene quince y sigue siendo un Gryffindor ejemplar, amable. Activo y va de arriba a abajo, ayuda a estos, juega con aquellos, sale con esta, ayuda con las tareas a aquellos. Es sonrisas y actividad, rodeado de personas y Joanna a su lado.
Pero se ven, algunos días, en algún aula vacía y conversan. O no lo hacen, pero se quedan uno junto al otro y Richard pregunta, Richard vigila, le cuida. William es dócil, se deja hacer, permite que le interrogue y contesta con sinceridad y falta de emoción.
- Keiro quiere que vayas a casa.
William lo suelta, sentado en el escritorio, balanceando los píes y llevando en sus manos un libro pequeño, edición de bolsillo que reza “Strong medicine, by Arthur Hailey”, sin prestar mucha atención a lo que dice o aparentando no hacerlo.
- ¿Cuándo?
- Vacaciones de verano. Un par de días, semanas si quieres. No importa mucho.
Asiente, porque no es sugerencia, es orden y seguro en casa Franz le tiene lista ya la maleta para el viaje, esperando sólo su llegada para mandarle a cumplir sus deberes. Sin preguntar, como siempre. Y él, sin reclamar, porque es costumbre, es por el bien familiar y porque es más fácil así.
- De acuerdo
La sonrisa se dibuja en sus labios, inmediata, sincera y en un arrebato que no debería tener, desliza su mano por el cabello del menor, revolviendo un tanto juguetón. William no aparta la vista del libro, masculla un ‘ya basta’ y sonríe. A Richard la sonrisa le sabe sincera.
***
Hace un calor insoportable el día en que llega y se planta frente a la puerta de la casa, de aquella mansión y toca el timbre varias veces, con una melodía que no conoce. Le mira aproximarse, caminando sobre el breve camino empedrado y las llaves en una mano. Abre la puerta de la alta cerca y le insta a pasar, cerrando tras de sí. El jardín está lleno de flores y Richard distingue rosas, petunias y claveles.
Cuando entran a la casa le invade el olor de la canela y el sándalo y William le obliga a quitarse los zapatos para no ensuciar el piso, luego le hala a través del recibidor, la sala y el estudio hasta las escaleras y le dice que su habitación será la segunda a la derecha contando desde las escaleras. Richard cree que podría perderse en esa casa, mientras entra a la habitación dada, deja la maleta en la cama y corre las cortinas para que entre la luz.
El jardín trasero es enorme, con varios árboles, pastizales, un estanque y varias aves que vuelan libres. Distingue un manzano y un naranjo y en el estanque cree que esos son lirios.
- Es hermoso, ¿cierto?
Richard da un pequeño salto sorprendido cuando le escucha detrás de él y se gira. William le ofrece un vaso de limonada con hielos y se recarga en el alfeizar de la ventana.
- Yo lo cuido. O mejor dicho, lo hacía, antes de ir a Hogwarts. Ahora lo hacen Allan y Annie. Debiste ver cuánto tuve que suplicarles a ese par de idiotas. Pero lo cuidan bien, aunque mataron los nenúfares.
Richard guarda silencio varios segundos, observando de nuevo el paisaje y él no sabía que William era capaz de cuidar algo que no fuese a él mismo. Cosa que, siendo francos, no hace demasiado bien. Termina sentándose en la cama, bebiendo la limonada, en silencio algunos instantes. William se sienta a su lado, sin mirarle. Es todo silencio, olor a sándalo y una tranquilidad desconocida.
***
- Creí que tendría servidumbre, Odergand.
Richard se asoma al interior de la cocina y lo mira ir de aquí para allá, llevando leche, huevos, harina y cortando cosas.
- No, no tenemos. - William desvía la vista sólo unos momentos, para poco después volverla al libro de cocina que tiene abierto en la mesita. - Además, me gusta hacer esto.
- ¿Sin magia?
- Sin magia.
- Porque no sabe usar la varita. - Sentencia Richard y sus ojos ríen lo que sus labios no sueltan, más aún cuando William le mira, fulminándole y arroja una cuchara con intención de golpearle. Falla.
- Magos mimados, quítenles la varita y no saben hacer nada - El niño masculla, mientras rebana algo, con fuerza y a Richard le da escalofríos, pero no deja de ser algo gracioso. William hace berrinche.
- ¿Le ayudo?
- Lo arruinarás - Contesta de inmediato, negando con la cabeza y es que rechazar esa amabilidad es ya una costumbre arraigada y más que nada le molesta pensar que es falsa, sólo algo que debe hacerse por obligación.
- Puedo hacerlo - Necio, sentencia en su mente William y suspira, halándole del brazo, poniendo frente a él el recipiente, harina, huevos, leche y mantequilla. Y una hoja con los pasos exactos.
- Eres bueno en pociones - Comienza, Richard asiente y la parte ególatra de él quisiera añadir a su gesto un “sabe que soy bueno en todo”. Todo. Malpiensa, pero se abstiene de comentar - Así que sólo sigue las instrucciones y saldrá bien.
Asiente de nuevo, leyendo, comenzando la labor y le mira disimuladamente, de vez en cuando. Repasando las hojas del recetario, revisando esto o aquello, con la vista fija en el cronómetro del horno y la atención puesta en la estufa. Tan concentrado, tan ocupado y ausente.
- Le diré a Joanna. - Suelta William de pronto, al tiempo en que sofríe algo en la estufa y su voz suena seria y amenazadora, aunque por dentro no sea así.
- ¿eh? - No comprende y trata de mirarle el rostro, limpiándose un poco la harina que le ha caído en las pestañas hace poco.
- Me miras mucho. Le diré a Joanna que me acosas. - Y el matiz amenazante se esfuma y se transforma en risa que se eleva, ligera, corta y espontánea. Richard se acerca, le zapea despacio y ríe también, negando con la cabeza. Se divierten.
Unas horas después William sirve la comida, tres platos y es algo bastante nuevo para él cuando guarda uno en el horno y pone dos en la mesa, enciende el radio, enciende el par de velas y dispone la bebida. Es tan extraño que se siente incómodo y hasta asustado cuando se sienta y espera a que Richard baje y cuando lo hace, comen en silencio, con algún “páseme la sal” o “¿quieres que te sirva más?”
Corta el pequeño pastel y sirve los pedazos. Richard lo prueba antes que él y luego traga forzado y toma agua, bastante. William se lleva el trozo a la boca y saborea.
- ¿Se lo está comiendo?
William lleva el segundo bocado a sus labios y lo come antes de responder.
- Te esforzaste en hacerlo - Richard se derrite, por dentro, cuando escucha eso y sonríe. William bebe un poco y continúa - Además, está rico.
- William - Dos años y es la primera vez que se atreve a decirlo, así, sin el Odergand, sin la formalidad y ese tono de incredulidad, casi asombro.
- ¿uh?
- Está asquerosamente dulce - El menor alza una ceja, como si no entendiese y vuelve a comer.
- Repito, está rico.
***
Richard revisa la televisión. La rodea y camina a su alrededor, sacando la varita y golpeando varias veces. Toca el cristal de la pantalla y golpetea con los nudillos, pica los botones y como último recursos retrocede unos pasos y le apunta con la varita y masculla un “enciéndete”. Y el aparato no hace caso, nada de caso. Vuelve a intentarlo dos, tres veces.
Él sabe que picando los botones puede encenderla, lo sabe porque lo ha hecho antes, en casa de otras personas. Escucha el sonido de las palomitas que se hacen en la cocina y William avisa que ya casi están y que ponga la televisión en un canal específico.
- Enciéndete maldita cosa - Gruñe, hartándose y golpeando con fuerza y el sonido es seco. - Chatarra molesta.
- Deja de insultar a mi pobre televisión, Richard - William interrumpe desde el umbral de la estancia, mirándole con una mezcla de curiosidad, diversión y enfado y lleva en las manos las palomitas y coca-cola.
- ... - Guarda silencio unos instantes y se le acerca, los ojos verdes brillantes, mirada casi angustiada y su semblante es serio cuando coloca la mano en el hombro del niño. - Lamento decírselo, pero su televisión murió. Yo sólo trataba de revivirla, pero soy un fracaso médico.
William le mira, fijo y serio y el contacto visual dura lo que Richard considera una eternidad antes de que Will baje la vista, le pase la coca-cola y use la mano libre para cubrirse la boca y reprimir las fuertes carcajadas.
- No seas idiota - Deja las palomitas en la mesita de centro y se acerca al televisor, moviéndolo un poco y toma el enchufe - ¿Ves esto? Pues bien, estas cositas se meten ahí - Y señala la toma de corriente, para de inmediato enchufarlo y el aparato se enciende. - ¿Entendido?
Richard casi puede sentir sus mejillas encenderse y William se acerca y le jala al sofá, se atreve a dar un par de palmaditas en la cabeza y le sonríe, tan sincero, tan divertido y es una sensación casi real cuando se recarga y el rubio le acaricia el cabello apenas con las puntas de los dedos.
Aparecen las primeras imágenes de Manhattan, y pese a que Will ya la ha visto varias veces, no deja de ser interesante, divertida. Blanco y negro.
- Entendido.
Después de Manhattan echan Star Trek y aunque Richard no entiende nada, William insiste en verla y el rubio cede al capricho. Después de Star Trek empieza otra cosa y cuando pregunta qué película es, Will dice que no deberían verla. Al final, lo confiesa, con un bostezo y mascullando “Perros de paja” y advierte que es violenta, ante lo cual Richard no hace caso y sigue viendo de todos modos.
Para cuando la película acaba, el reloj ya ha dado las dos y William lleva mínimo una hora dormido, recargado en su hombro y con el trasto vacío de las palomitas en su regazo. Richard bosteza y le mueve, despacio y le susurra “despierta, hay que ir a la cama” varias veces, pero Will niega dormido y se acurruca un poco más.
No sabe en qué momento se duerme también, pero el reloj marca las tres cuando Keiro llega y les toma de la mano, halándolos y haciéndoles avanzar a empellones y con algo de cuidado por las escaleras, hasta las habitaciones y los acuesta, arropa y luego va a dormir.
Es el recuerdo difuso de un buen padre que William guarda en su memoria y es la imagen de ambos que Richard se llevaría como la más duradera impresión.
***
Se despiertan tarde cuando el aire huele a hot cakes y ya pasa del mediodía. William es el primero en bajar, cabello húmedo por la ducha y la toalla en la cintura. Cuando Keiro le ve le regaña sin muchos ánimos y con la sonrisa en los labios y no es en verdad un regaño. Vuelve a subir las escaleras, se para frente a la habitación de Richard y no se atreve a tocar.
- Richard... ¿Estás ahí? - ¿no te has ido? William llama y roza la puerta con la punta de los dedos, atento para escuchar la respuesta y hay una sensación instalada en su pecho que le abruma y se parece un poco al miedo - Richard.
- ¡Ya voy! - La voz anuncia desde adentro y Will suspira, sonríe y anuncia que estarán esperando abajo, que el desayuno está listo y que si no se apresura, no alcanzará.
Richard suelta alguna amenaza que Will apenas escucha y Keiro se ríe al escucharlos.
A Richard le llega la impresión de que está siendo sincero -por primera, quizá única vez en su vida- y eso es verdadera felicidad. A Will, todo aquello le sabe a nostalgia, a familia y a sensaciones perdidas que sabe que no durarán.
***
Pronto, muy pronto William le muestra la rutina.
Keiro tiene un horario de trabajo bastante pesado. Se va a mediodía y regresa generalmente de noche. Es Auror y es algo más que Will no sabe bien y dice que francamente no le interesa porque es asunto de su padre. Por alguna razón, Richard llega a la deducción de que William está celoso del trabajo de su padre y de cierta forma, cree comprender.
Pasan el día solos. William sale al jardín en las mañanas, riega las plantas, limpia el estanque, él se pasea, de aquí a allá, explorando la casa, entrando en las habitaciones vacías y de vez en cuando se asoma por la ventana para mirarle y hay algo que le resulta triste cuando lo observa sentado cerca del agua, callado, observando las aguas.
Piden algo de comer para la tarde y Will enciende la música a todo volumen (“¿Bryan Adams?”, “Me gusta Bryan Adams”, “¿Te gusta Bryan Adams?”, “¡Su música! Me gusta la música de Bryan Adams”, “Al menos no es Cindy Lauper”, “Girls just wanna have fun~”) mientras asea lo poco que se ha ensuciado y ojea los recetarios y canta y a veces se corta porque Richard le mira y ríe y no puede evitarlo.
Después no hay mucho que hacer y se entregan al ocio.
A Richard, muchas veces eso le asusta. Cuando William se sienta en la sala, algún libro en sus manos y la mirada fija en este y luego habla. Despacio, lento y casi le arrulla. William habla mucho, de todo y por lo general lanza datos inconexos y él escucha y trata de entenderle, pese a que casi nunca lo logra.
- Ronald Reagan es raro
- ¿Disculpe? - Richard le mira insistente, curioso y algo perdido cuando le escucha hablar y William vuelve la vista unos instantes, mirándole directo a los ojos.
- El presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan. - Y lo dice lento, como si hablase con un niño pequeño y Richard frunce el ceño, indignado, pero silente - Anunció el Sistema Estratégico de Defensa hace unos meses, el cual es conocido como Star Wars. No entiendo muy bien, pero Reagan es raro.
“El único raro eres tú” Pero se abstiene de decirlo.
- ¿Qué es Star Wars? -Y es como si hubiese dicho una blasfemia porque William le asesina con la mirada que se ve más rojiza de lo usual y el libro que lleva en las manos se cierra con estrépito cuando se acerca más y Richard siente la respiración del niño invadiendo la suya. Algo en su cerebro marca peligro y la parte que se expresa con palabras repite,”debiste quedarte callado”
Para cuando William termina la explicación que les ha tomado casi dos horas, Richard se siente mareado, la cabeza duele y las palabras Jedi, espadas de luz, Padawan, Sith, Estrella de la Muerte y Halcón Milenario dan vuelta en su cabeza junto con los nombres Han Solo, Luke y Anakin y Yoda y mucho, demasiadas veces Obi-Wan.
- ¿Entendiste? ¿Alguna duda? - Y no espera mucho antes de suspirar y añadir - Y el hijo más pequeño de Leia y Han se llama Anakin. Cuando tenga un hijo le pondré así. Así o Leia si es niña.
“Cállate, cállate y asiente, sólo di sí, di sí” Y lo mira fijo unos instantes mientras William sigue hablando solo y mencionando algo sobre romances incestuoso y haber llorado en sepa qué escena y es hasta unos segundos después que se percata de la mirada y carraspatea, recuperando seriedad.
- Digo, ¿entendiste?
Asiente, musita un sí que espera suene convincente y suspira cuando William parece satisfecho y se levanta, saliendo de la sala.
- Richard...
- ¿Sí, William? - Paz, santa paz, sin planetas, sin estrellas, sin nombres raros y monitos verdes.
-Tengo Una nueva Esperanza en vhs, podemos verla esta noche.
No hay remedio.
Acaban viéndola. Richard mira Una nueva esperanza, El imperio contraataca y El regreso del Jedi casi contra su voluntad y no entiende bien muchas cosas y de vez en cuando gruñe diciendo que si tuvieran una varita sería más fácil y que en vez de peleas con las espadas de luz, podrían tener duelos mágicos increíbles. Cabe decir que William le fulmina con la mirada cada vez que lo dice, cada vez que interrumpe y más aún cuando menciona que eso que pasa ahí se llama incesto y está mal.
William le tilda de hereje. Richard deduce que William es realmente raro.
***
En más o menos una semana ya ha conocido casi toda la casa, se ha duchado en el estanque, se ha subido a los árboles a arrancar sus frutos para hacer algún postre y ha aprendido más cosas de las que imaginaba existiesen. Parece feliz, William, cuando le muestra su mundo y se abre poco a poco y a veces Richard se olvida que la amistad es falsa y no le importa. A veces, William se da el lujo de mirarle y considerarle una persona.
William tiene videojuegos y una gran colección de discos de grupos que en realidad ni conoce. Tiene una gran habitación llena de pinturas de artistas de nombres impronunciables y realmente parece maravillado cuando fija la vista sobre una pintura y musita un “Alfred Sisley me encanta” y es tan sincero que a Richard le estremece. Tiene también guitarra eléctrica y el piano y toca, mucho y hasta que sus dedos se cansan, porque debe de practicar o no mejorará.
Richard conoce casi toda la casa, pero hay un lugar que no y lo observa cuando bajan una mañana. Ahí, pasando las escaleras, cuarta puerta a la derecha. No se abre. La puerta no se abre, nunca y por más que forcejea no logra hacerlo, ni siquiera con el juego de llaves que Keiro le ha dado o con la varita. Le da curiosidad. Y cuando pregunta William titubea -William Odergand titubea, Richard sabe que debe guardarse ese momento tan memorable-, y después de pensarlo mucho, se aventura con un “te mostraré”
Esperan a que Keiro se vaya de casa y los deberes estén hechos, cuando cae la noche. Y están de píe frente a la puerta -caoba, cedro- en silencio y con los ojos fijos en esta. Richard se desespera. William espera antes de sacar la llave que es un poco delicada y gastada pero que se ve hermosa pese a todo.
- Keiro puso encantamientos en la puerta - Explica con aire ausente mientras introduce la llave y gira y se escucha el crack. - Se rompen con esta llave. - No hay sonrisa y en realidad William siente algo extraño, una sensación en su pecho y miedo y casi puede revivir el momento y se estremece, sin que se note demasiado.
Richard entra y el olor es penetrante. A sándalo, lo reconoce ya y también a limpieza. Asepsia. El piso es de un blanco reluciente y conforme se adentra observa las paredes, de un verde pálido, con aquella cenefa del mismo tono y dorados y molduras en la parte baja. Es muy grande. Hay un taburete en donde se sienta y sigue mirando y es el baño más grande de la casa. Tarda un poco en darse cuenta de que William permanece en el umbral.
William lo recuerda, demasiado nítido y siente nauseas repentinas cuando por encima del sándalo se eleva otro aroma, dulzón y sofocante y se aguanta para no retroceder, para no alejarse y da un paso al frente.
- Mi madre murió aquí. Se suicidó cuando yo tenía cinco años. - Habla despacio y con tono neutro, eliminando cualquier asomo de emoción, para no transmitir lo que siente. Se encoge de hombros.
Cuando Richard le escucha, aquello es una oleada agridulce en su interior y es tristeza y una extraña alegría porque William le está confiando cosas que son personales y profundas y dolorosas. Se levanta del taburete y avanza, despacio y no le toca porque es frágil y teme romperlo. Le mira, guarda silencio y espera.
- No pudimos deshacernos de esta parte de la casa. No pudimos, porque aquí hay algo de ella, lo sé. - Se corta un momento y el aroma sigue embriagándole y Richard no deja de mirarle y se siente incómodo. - Por eso está cerrado, pero en realidad, ya no tiene importancia ni significado - ”No me tengas lástima”, frunce levemente el ceño y retrocede, endurece el semblante, “no necesito tu lástima”, y finalmente fija sus ojos en los verdes, tan brillantes, indulgentes.
Richard se acerca y se inclina y los varios centímetros de diferencia desaparecen cuando se acuclilla. La mano pálida se posa en su mejilla y aunque Will piensa en apartarla, no lo hace. Y se siente un poco vulnerable y delicado y la sensación aunque desagradable, le es un poco familiar cuando siente los labios sobre su frente y los dedos revolviéndose en su cabello.
- ¿Quiere jugar un rato antes de dormir?
William lo siente un bálsamo cuando no hay preguntas ni palabras ni ese maldito “mi más sincero pésame” que es la cosa más hipócrita que conoce. Asiente despacio. Le agrada, Richard Eysenck le agrada un poco y es casi, tal vez, alguien que valga la pena conocer un poco.
***
Juegan Donkey Kong en el Atari 5200 que William presume y cuyas características enumera y alaba los controles y la palanca con su giro de 360º. Y aunque es malo en el juego, le agrada mucho tener eso porque es Atari y esa es suficiente razón. Richard mueve la palanca, arriba, abajo, concentrado en el juego y va ganando. La pizza permanece en sus platos, sobre aquel mantel porque la alfombra no debe ensuciarse. William pierde al final y da un ligero golpe con el puño en el hombro a Richard y musita un “eres bueno con las palancas” que Richard malpiensa pero al parecer Will no.
- Era muy hermosa - Musita William, reiniciando el juego y la vista fija en la pantalla, con el control en una mano y con la otra llevándose el trozo de pizza a los labios. Richard pregunta con una mirada que William no ve, pero cuyo silencio logra reconocer - Mi madre, era muy hermosa.
El juego empieza y vuelven a centrarse en la historia, en los gráficos y de nuevo la victoria parece anunciarse para el rubio que debe ganar porque es un Eysenck y es perfecto y un crío mimado no le va a ganar. No, claro que no. El orgullo Eysenck siempre ha sido demasiado fuerte.
- Pelirroja. Cabello largo y rizado y unos ojos del mismo color que los míos - William sigue y se mueve, junto con los controles como si de esa manera pudiese hacer que su personaje se moviese más rápido o hacía dónde él quisiera. - Y labios rojos también. Mi hermana se parecía mucho a ella, pero tenía los ojos de papá.
Richard pierde, imposibilitado de luchar o prestar atención cuando desvía la vista hacía el menor y alza la ceja e interroga de nuevo y realmente no tenía idea de eso.
- ¿Tenía una hermana? - Atina a preguntar cuando el juego le marca game over y deja la palanca en el suelo. William asiente, apagando el Atari, comenzando a guardar, como por mutuo acuerdo.
- Se llamaba Umi. Murió muy pequeña, a los seis o siete meses - Las palabras le duelen y cree que en realidad debería callarse porque esas cosas a Richard no le importan y ni a él mismo deberían. Pero no deja de hablar ni cuando termina de guardar el juego y recuerda y el recuerdo es fuerte aunque no debería recordarlo. - Se ahogó con una almohada.
Se ahogó. A William le sabe a completa mentira y a que se escuda y la culpabilidad en su pecho es una punzada continua que no se detiene y va poco a poco más profundo y trata, lucha por convencerse de que no fue su culpa, que él no sabía, que tenía cinco años y jamás imaginó que Umi pudiese morir.
- Esas cosas pasan, William... - Susurra y realmente le incomoda la situación, atreviéndose a revolverle un poco el cabello mientras lleva los platos a la cocina y regresa y parece que nada ha cambiado porque William sigue mirando de esa forma, casi muerta y ojos un poco opacos que en realidad no deberían estarlo tanto. - Son accidentes.
¡Mentiroso! Reclama su mente en ese instante pero se limita a asentir en la realidad, con la mentira en las manos y escapándose despacio. Quisiera que Richard no le creyera, no se tragara su cuento y supiera la verdad. Que le llamara culpable y así, así podría sentirse un poco más sincero.
- ¿William?
El silencio es tan pesado, tan presente y asfixiante. Niega con la cabeza, se acerca y con sus dedos, finos, de puntas frías, acaricia su palma y le toma.
- Todo está bien.
No hay mentira que odie más ni verdad que necesite tanto.
***
- No, ¿En serio?
Richard permanece en la cama, de costado y con el brazo flexionado, el codo como apoyo y recargando la cabeza en la mano. Bóxer y nada más, porque hace calor y la sábana ligerísima sobre su piel y se pregunta de vez en cuando si eso será o no seda.
- En serio.
William sonríe, mostrando apenas un poco los dientes, conteniendo el resto de la sonrisa y expidiendo picardía por cada uno de sus poros y sobretodo en su mirada que ríe de verdad y se burla, clavándose en los ojos verdes y profundos. Se gira un poco, acostado boca arriba y el rostro dirigido a su interlocutor.
- Pero ella tenía diecinueve años.
Diecinueve años y unas piernas para volverse loco. William la recuerda bien y no sólo porque fuese su tía. Prima de su madre o algo así, cree, pero no está muy seguro y no le interesa saber. Richard parece algo sorprendido y reprobatorio, aunque entre líneas puede leerse su aprobación y el ‘ohmalditomocoso’.
- Pero era guapísima. Y sexy. Y labios rojos, muy rojos y no, no era el maquillaje como pensaba. Y qué curvas, de infarto. - Medita en voz alta, con ánimo de molestar, confidente y en tono cómplice, como quien no quiere la cosa y trata de aguantar las risas cuando Eysenck se lleva la mano a la cara y cubre y está sonriendo pero lo oculta porque él debe ser el buen ejemplo. Ahá. Muy buen ejemplo el señor ‘tengo condones por si necesitas’.
- Díos mío.
- Sí, eso pensé yo también.
Y en realidad es muy divertido hacerle escandalizarse y ni siquiera le molesta sentir el ligero golpe en su hombro e ignora entre risas el “sinvergüenza” que se escapa de los labios del mayor y si es regaño o no, no lo sabe, pero no lo parece. Claro, perder la virginidad a los doce, con una tía de diecinueve y que para colmo estaba comprometida, no es algo tan usual. Pero le importa poco, porque es algo que no debería hacer y que ha hecho y no se arrepiente. Y vamos, que Mattesa no se quejó y seguro ni siquiera recuerda el incidente, la pervertida esa.
- Tu primer polvo, fue esa tal Kirsten, ¿cierto?
Richard le mira de nuevo y asiente despacio y con la sonrisa pícara y estar solos en casa es algo a lo cual no le ha costado habituarse. Y que William se cuele a su habitación, para conversar un poco porque “no hay nada bueno en televisión” lo hace un poco, mucho más entretenido.
- Ahá, este año. Un muy buen polvo. - Richard lo recuerda bien, poca saliva, mucho tacto, mordidas aquí y allá y él ‘apresúrate, tengo que llevar una orden’. Hacerlo en horas de trabajo no era ni por asomo buena idea, pero no se arrepiente. - Pero ¿le gustó? Hacerlo, con esa chica...
Will le mira, alzando una ceja y se acerca más y finalmente le golpea con la palma de la mano en la frente, despacio y como si de un niño pequeño se tratase y eso a Richard le colma la paciencia como pocas cosas, pero se aguanta porque debe hacerlo.
- ¡Por supuesto! - Y el sonroje es imperceptible entre la semi oscuridad que William agradece y luego hay silencio, largo y a diferencia de otros, amable.
Tantea y roza el cabello, largo y le atrae un poco, apenas nada y aferrándose de manera inconciente. Se pega un poco y es inseguridad, repentino miedo y por esos momentos tan efímeros, es incluso soledad y tristeza y Richard está ahí pero en realidad no debería porque es ‘un buen chico’. Demasiado bueno, a decir verdad.
Richard le rodea con un brazo, acariciando sus costados y la espalda, por encima de su pijama. Lo siente tan frágil que teme romperlo y está demasiado solo, guardando tantas cosas y eso no es bueno, porque explotará, porque llegará el momento en que se romperá y no podrá reconstruirse. Y quisiera decirlo, pero se muerde la lengua y calla, porque debe recordar que su amistad no lo es.
- Richard... - Es un susurro demasiado delicado, aterciopelado contra la piel de su cuello y Richard se estremece ligeramente, apenas nada y trata de no pensar en cosas que no debería, porque no, para nada está bien pensar en lenguas y sudor y mordidas y todo ese calor y fricción, no cuando tiene entre sus brazos justamente a William. - ¿Puedo dormir aquí?
Preguntaría, sabe que debe preguntar la razón, pero no le interesa mucho y se maldice interiormente, maldice esa estúpida convivencia que le ha hecho cogerle cariño a esa pequeña rareza y creerse, tan ingenuo, que realmente hay algo entre ellos, aunque sea sólo una mentira.
No responde y sólo le abraza, manteniéndole cerca y le delinea el rostro, grabándolo en la oscuridad con su tacto hasta el momento en que William se acurruca. No entiende nada, absolutamente nada, cuando le siente temblar.
- William... - Susurra, tratando de reconformar y le siente negar varias veces, siente el roce de los cabellos contra su pecho y es tan pequeño y de pronto es tan suyo que también le duele. - William, tranquilo.
- Fui yo... - Sus labios rozan en el pecho también, subiendo lento y es casi como si no lo hiciera y hunde el rostro en su cuello. Le recuerda demasiado a esas ocasiones y aunque falta el olor a sándalo y la voz delicada, siente el cabello contra sus mejillas y las manos en su espalda. - No dejaba de llorar, no se detenía - No debería decirlo, lo sabe, porque es arriesgado, porque Antonella le dijo que nunca nunca lo dijese a nadie, que era una mentira, que no era su culpa, que jamás lo fue. - Yo no quería...
Se destroza y Richard siente los trozos en sus manos, resquebrajándose, como cristales que se incrustan y no puede hacer nada para evitarlo y no quiere realmente pararle, porque le entiende y ha sido demasiado. Y cuando siente la humedad sobre su piel no puede reprimirse más y al diablo las reglas, lo aprendido, al carajo los acuerdos y las hipocresías, se inclina un poco y aprieta en sus brazos, hunde su rostro entre el cabello azabache y besa, despacio, labios contra sus mechones y luego contra su frente y ahí se detiene, el aire pesado y la mano limpiando una lágrima que no se ha formado.
(Quizá fue ese el momento, meditaría Richard mucho tiempo después, el instante en que todo se fue al carajo porque se volvió real lo que no era y no volvió a ser falso lo que surgió. Sí, concluirá, en ese momento lo quiso, le tomó cariño y aunque duela no se arrepiente. Jodido masoquista que resultó. )
Permanecen así, en silencio y William es quien se separa, despacio, sin mirarle, musita algo sobre olvidar el incidente y luego no se va, se queda, se acurruca de nuevo, no tan cerca, pero no lejos, más expuesto de lo que debería mientras se cubre con la sábana y Richard asiente, hace lo propio, maldice no poder ayudar, se traga su frustración y acaricia su espalda, lento, hasta que William se ha quedado dormido.
Si no estuviera seguro de ser heterosexual, si no supiera de antemano que para William él es tan sólo un objeto y si no tuviera el horrible presentimiento de que si cede algo malo pasará, le besaría, así, en los labios mientras duerme, robándole la respiración. Y no lo hace, olvida pronto sus propios pensamientos, culpa de ellos al calor, las emociones y quizá el exceso de azúcar en la cena y entonces logra dormir.
***
- Y así es como acaban los niños que han sido educados como niñas. Marica. - Allan habla, con la sonrisa dibujada en labios y es casi un siseo cuando su voz raspa y William hace como que no le mira mientras se aparta como puede y aleja el brazo de Richard que le sujetaba y oculta la desnudez parcial del rubio, sintiendo sobre sí la mirada burlona de su primo.
- Cierra la boca, imbecil - Masculla ya de píe y desde el umbral ella le mira, los ojitos brillantes y juguetones y que también se burlan pero a él poco le importa porque es ella y si se quiere burlar, que lo haga, le da lo mismo. - ¿Qué haces aquí?
- Ya, ya, mejor hablamos fuera, no sea que despertemos a tu principito - Sigue sonriendo de la misma forma cuando le hala del brazo y destila veneno, porque la mirada es de lástima ahora y Annie ya se ha ido y no puede regañarle. - Vaya puta que resultaste.
Gruñe y susurra un ‘jódete, cabrón’ que es más serio de lo que debería y quizá sea porque realmente no es broma y Allan no le agrada y ojala pudiera sacarlo de casa pero no puede porque es su primo y curiosamente ese primo está en el árbol familiar y tiene prestigio y honor, no como él. Y todo porque ‘un suicidio no le hace bien a la reputación de una familia’. Putos Odergand. Y también porque el incidente de Umi ya le ha hecho quedar como nada ante todos ellos y tiene que esforzarse, el doble, el triple, para recibir la aprobación que Allan ya tiene desde siempre. Hay que joderse.
Conversan en la sala, mientras se hace el té y Annie atiende el jardín, apenas dejándose ver y cuando se muestra, aunque sea sólo para entrar por algunos artefactos, William le sonríe, ella devuelve la sonrisa y Allan le golpea en el hombro y le recuerda que si toca a ‘su hermanita’ será hombre muerto.
- Richard - William sube las escaleras y abre la puerta, mientras su primo entra detrás, la cabellera rubia cobriza un poco despeinada y los ojos castaños casi miel aún burlándose. - Richard, despierta - Trata de evitarlo, realmente lo intenta, pero Allan se cuela de nuevo a la habitación y esta vez se sube a la cama y le revuelve el cabello a Richard y le mueve, hasta que el rubio despierta y se gira pero aún no abre los ojos.
- Así que Richard, ¿eh? - Allan comienza a hablar, con el tono característico de quien finge la inocencia y deja a flote la malicia - ¿Qué tal? ¿Se mueve bien mi primito? - Y se agacha un poco cuando William arroja algo, que no sabe bien que es pero lo esquiva y eso es bueno, gracioso y que el rubio ya le halla volteado a ver, con esa confusión plasmada en la cara hace todo aún mejor - Digo, cuando te lo tiraste, ¿a que es un buen polvo?
- ¿Quién...? - Se calla, porque entonces le reconoce y frunce el ceño, apartando las sábanas y cuando lo busca, le encuentra en el umbral de la puerta, el sonroje un tanto notable y es William Odergand sonrojado y se lo tiene que guardar en la memoria. Allan habla de nuevo y Richard piensa que debe ser de familia, eso de hablar mucho y de estupideces porque para colmo él jamás tocaría a William y menos de esa forma y cómo quisiera que ese idiota se callara porque hay algo ahí que le incomoda. - Ya cállese.
- ¿eh? Oh, pero sólo digo la verdad, Will es tan manipulable - Y se ríe y la risa no es agradable y cuando el aludido le mira fijo, destrozándolo con la mirada y matándole de mil formas, calla, un poco, unos instantes y luego se ríe más y se levanta de la cama, diciendo que es mejor dejar solos a los tortolitos y le revuelve el cabello a William al salir. Richard siente que le odia, pero es un sentimiento que le dura demasiado poco.
- ¿Qué hacía él aquí, William? - Pregunta al fin, luego del incómodo silencio en el cual el menos observa el suelo y él apenas se levanta un poco y recuerda eso de ponerse más ropa que la que trae puesta. William se acerca y deja la taza de té en la cómoda, se sienta y sigue sin mirarle. Simplemente, Richard no le entiende - ¿William?
- Vístete - Es una orden directa y el tono es bastante frío y poco usual, al tiempo en que se lleva la taza a los labios y no sopla porque es mala educación, bien lo recuerda - Es el cumpleaños de Delilah, por tanto, va a haber fiesta. Pronto llegarán para adornar el salón y organizar todo. - Se encoge de hombros y finalmente le mira, sonríe un poco y la tensión se va disolviendo, despacio junto con el vapor - No le hagas caso a Allan, es un imbécil. Seguro que le gustas y simplemente está celoso.
Richard asiente, sonríe, le revuelve el cabello y luego lo ordena. Algo dentro le dice que no debería hacer, sentir, esas cosas cuando William se recarga un poco y él simplemente le atrae, un poco, más cerca.
***
- ¿Buscarle? Oh, no, joven Eysenck, no debería hacerlo - Rhett permanece sentado en una de las sillas, en las mesas del salón y bebe de esa copa, un poco de vino blanco y su vista se pierde en las personas que bailan y en su esposa que va de un lado a otro, recibiendo felicitaciones que a él le saben demasiado hipócritas. Se ríe, un poco y sólo con la mirada y con una media sonrisa, cuando Richard, que lleva media hora conversando con él, avisa que irá a buscar a William.
Hace rato el susodicho estaba en el piano, presumiendo ante varias chicas invitadas por sus primas, tocando sonatas que resonaban en el lugar, la concentración puesta en las teclas y el temor a equivocarse escondido en algún lugar, para sentirse sin verse, porque William lo siente y eso Richard lo sabe (“Me molesta, mucho” “¿Qué le molesta?”, “Que lo prefiera a él”, “Explíquese”, “A Sasamine, el piano. Sasamine toca, toca demasiado bien. Por eso debo esforzarme”, “¿Le tiene envidia?”, “No, sólo... debo esforzarme”). Luego le vio con Delilah, un baile lento y la adoración extraña en ojos del chico, casi entre el odio y el cariño. También le vio discutiendo con Allan y otros primos, miradas frías, sonrisas forzadas y un poco de asco, soportando quien sabe qué cosas, por recuperar el honor perdido. Pero ya no le ve, desde hace varios minutos no se le ve en ningún lado y la ausencia parece ser ignorada por el resto.
- Pero...
- Se lo digo, por su propia sanidad mental, Eysenck - Rhett es una persona dulce, Richard concluye, mientras sigue viéndole a los ojos y este mantiene la mirada esos momentos y es muy cristalina en cuanto a sentimientos se refiere. Y William le quiere. Llevan conversando de eso buen rato, acerca de las cosas que el menor ha hecho en su vida, desde el incidente con el jarrón, las preguntas incesantes de la infancia (“¿qué tan alto es arriba?”, “¿Dónde acaba el arcoiris?”, “¿Por qué los perros no hablan?, “¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?”), hasta el haberse escapado de casa y encontrarle vagando. Eso y tanto, tanto más y Rhett parece tan orgulloso de él, de su William, que cuesta creer que no sean en realidad padre e hijo.
- De cualquier forma, iré a buscarle, señor Leakey - Se excusa y se levanta, dejando su copa de vino en la mesa, casi sin tocar y Rhett suspira como si tratara con un niño pequeño, musita un ‘que le conste que advertí’ y la sonrisa es tan genuina que Richard se pregunta cómo alguien como Rhett Leakey puede terminar metido en ese mundo de manipulación y muñecos, donde desgraciadamente a él le toca ser de los segundos.
Le toma varios segundos deshacerse de las personas y salir del salón, llegando al fin a un área de la mansión que no esté tan abarrotada y son sólo algunos niños pequeños que juegan, otros en el jardín y piensa que nunca va a entender cómo William llega al extremo de poner encantamientos a las flores para hacerlas intocables y que no sean dañadas. Claro, a las flores, pero no al resto del inmueble y suspira cuando pasa por una de las estancias y ve el Atari que parece roto y eso no le va a causar gracia al señorito.
Cuando sube las escaleras y llega al segundo piso, el silencio le es un poco incómodo y avanza, pasa por su habitación, por la de William y no logra encontrarle sino hasta que escucha sonidos dentro de una de las habitaciones y cuando se acerca a abrir detiene la mano a medio camino. Los sonidos que escucha (“Dios, más, ya, joder”, “El sostén, ¿cómo se quita?” y “Al diablo, sólo levántate la falda”) no son de lo más inocentes y casi percibe las respiraciones y no le cuesta imaginar lo que pasa y no.quiere.saber.más.
Cuando baja, derrotado y con el ligero tinte rojizo aún en las mejillas, Rhett le espera en la mesa y le extiende la copa de vino, dándole asiento y la sonrisa que dibuja es un claro ‘te lo dije’ lleno de diversión y quizá algo de indulgencia. Richard se sienta, bebe un poco y suspira.
- ¿Qué tal le fue, Eysenck?
Richard sonríe y niega con la cabeza en clara señal que indica un ‘William no tiene remedio’. Ni vergüenza, añadiría, pero da igual y se lleva la copa a los labios y el sabor es suave y un poco amargo.
- Sin comentarios, señor Leakey.
***
El golpe llega directo, seco y con fuerza a su hombro, impactando y Richard sabe bien que eso dejará una marca violácea que tardará un poco en borrarse, al igual que el resto de los golpes, pero sigue llevando la delantera porque William sangra y de verdad que ya no recuerda por qué empezó la pelea o si era sólo juego, pero cuando el menor vuelve al ataque, lanzando un puñetazo que apenas esquiva, decide que todo va a acabar y le sujeta de la muñeca, toma su brazo y de un movimiento le tiene inmovilizado y si quisiera -si lo deseara, si no fuera tan bueno- podría quebrarle el brazo ahí mismo.
- Tregua, tregua - Demanda William con un tonito que no se sabe si es enfado o está conteniendo la risa y cuando Richard le suelta, se soba el brazo y sonríe y masculla que es un bruto y que no era para tanto.
Aún se secan el sudor cuando logran escuchar el sonido de la puerta al abrirse y al cerrarse y William casi corre a la entrada, limpiando los últimos vestigios de la sangre de su labio y no oculta la sonrisa cuando toma a Keiro del brazo y hala. Richard le sigue, un poco atrás, inseguro y con la curiosidad a flor de piel.
(Richard sabe que Hicrok no se equivoca del todo cuando le llama ‘gatito’. No es lindo, no es pequeño y menos aún es muy mimoso, pero la curiosidad le puede. Algún día se dará cuenta de ello y no le importará. Ni se ocupará en ocultarlo, es un cotilla y hasta a sus hijos les hace gracia)
Cuando William sale de la habitación, sigue sonriendo. Es algo que no siempre sucede, son días especiales y debe de aprovecharlos y es un buen chico, todavía y Keiro es una buena persona, es un buen hombre, un buen auror. Es tan bueno, tan bueno y él no le merece.
- Vamos a preparar algo de comer - Richard se deja arrastras escaleras abajo, con la confusión dibujada en el rostro y el ¿qué pasa? en los labios y a punto de salir - Papá tiene el día libre o algo así, así que seremos buenos, le dejaremos descansar y le haremos algo de comer, ¿de acuerdo? - Richard abre la boca, para contestar - De acuerdo - Y como siempre, William habla en su nombre y él sólo suspira, derrotado.
La tarde es silenciosa, más que de costumbre, sin Cindy Lauper y Bryan Adams, sin Iron Maiden y Deep Purple y menos aún ellos en ropa interior haciendo karaoke -que se ha vuelto costumbre, aunque sea jodidamente ridículo- . Sólo silencio, algo de paz, William subiendo el té y la sonrisa tranquila del señor Odergand. Hay algo en los ojos de Will que Richard logra percibir, algo que sabe amargo y que duele cuando parece que sonríe y que es feliz.
Cuando en la noche William vuelve a colarse en su habitación, musitando una excusa estúpida y acurrucándose, Richard se abstiene de preguntar. Le abraza, sonríe, susurra un ‘todo estará bien’ y después, mucho o poco después, se permite dormir.
* * *
El verano se va rápido entre fiestas molestas y tardes de videojuegos y peleas, entre las rosas del jardín y las notas de las prácticas diarias de piano.
Cuando Franz toca a la puerta, el ambiente se vuelve más frío y William mira al hombre, con falso respeto, con suma educación y sirve té, galletas y le atiende mientras Keiro no está disponible. Richard habla con su padre y a Will la relación se le antoja fría e impersonal cuando nota que a Richard la palabra padre no le sale como debería. No todos tienen suerte, sentencia William cuando al fin Keiro llega, le revuelve el cabello, pasa al recibidor y habla con ese hombre.
Veinte minutos después, Richard ya ha empacado y William observa desde el umbral y hay una parte de él que no quiere que el rubio se vaya porque no es tan vacío, porque no es sólo un peón y si lo es, no le importa mucho porque le agrada, quiera o no quiera admitirlo. Se parece a un hermano. Pero no lo es y tiene que golpearse varias veces con la realidad y entender.
(William sabe que es su forma de vivir. Entender, comprender y resignarse. No hay más y no hay marcha atrás, por más que duela, por más que lastime, a si mismo y a otros. Es el camino que ha elegido, pensará, y no hay nada para cambiarlo. En el fondo, siempre fue un pesimista)
- Fue un placer pasar las vacaciones con usted.
Le cuesta decirlo y hacer que no suene frío, que no suene como lo que es, asuntos de negocios y nada más. Richard lo comprende. Son asuntos de negocios, relaciones y nada más. Involucrar sentimientos está prohibido y no porque su padre lo halla dicho, sino porque necesita evitarse sufrimiento. Por eso cuando se despide es con un estrechón de manos que el menor corresponde tranquilamente y con el gesto indiferente que es usual y que ya no lo era.
- El placer ha sido mío, Richard.
Es cuestión de enterrar, olvidar y seguir adelante. William se lo repite mil veces y Richard lo hace a su vez. Ni siquiera son amigos. Son negocios, relaciones preestablecidas y todo es parte de un plan del cual son sólo piececillas.
Richard no va a poder, lo sabe desde el principio, que el sentimiento se va a quedar, que el sabor de las sonrisas y el aroma de los pasteles recién hechos se quedarán como un recuerdo invaluable y el cariño perdurará.
William sabe que será fácil. Desechar sentimientos y pronto, muy pronto Richard vuelve a ser un extraño, disolviéndose de su corazón conforme recorren el camino hasta el enrejado y abre la puerta y les ve partir. Richard Eysenck desaparece y es sólo uno más. Y quizá, eso duele más que extrañarlo.
* * *
- ¿Bautizo? ... William, ¿tiene hijos?
Richard anda por la casa con el teléfono en la mano. Oh, sí, el teléfono, uno de los mejores inventos muggles, casi tan bueno como la televisión y tan informativo como esta, cosas que no pueden faltar en su casa ni siquiera siendo mago de sangre pura y todo lo demás. Franz nunca dijo nada contra eso.
- Tres. Un pequeño de casi tres años. Y unos mellizos.
Se recarga en la pared unos instantes y le cuesta procesar. ¿Cuántos años? Muchos, demasiados, desde que salió de Hogwarts, lo recuerda. Ningún contacto y ahora eso. Siempre lo supo, que William era un idiota. Y con muy mala suerte, porque se ha enterado de lo de Yaotzin y lamenta no haber estado ahí cuando William se derrumbó.
- ¿Mellizos?
- Sí, mellizos - Suena casi orgulloso, aunque Richard le conoce, quizá demasiado bien y deduce que hay algo mal ahí, porque el tinte le sabe un poco, levemente, amargo - Niño y niña.
OhnoDiosmío. Mellizos, niño y niña, y lo recuerda como si fuese ayer cuando hablaron de eso, entre otras conversaciones sobre la mujer perfecta y condones fosforescentes y estupideces sobre ponerse el condón, apagar la luz y ‘búscame’.
- No me diga qué...
William no entiende, luego medio recuerda y es recuerdo difuso pero suelta una risa algo fuerte y enreda el cable del teléfono entre sus dedos, jugueteando, suspira e ignora a Loren que lava los trastos y se ríe un poco, musitando algo que suena como ‘pareces una jovencita hablando con su amorcito’.
- Oh, no, claro que no, Richard.
- ¿Luke y Leia? - Y pobre de William que lo haya hecho. Pobres niños, piensa muchas veces y Luke al menos es un nombre bastante normal. Pero Leia no y tampoco Anakin y seguro el primogénito se llama así. Pobre Loren, además.
- Kyle y Aishi.
Se ha salido con la suya. Cree, porque aunque Kyle es un nombre normal, Aishi no tanto, pero la madre de Loren se llamaba así -y el padre Kyle, así que ya entiende- y tan malo no puede ser. Tal vez tenga segundo nombre y sea mejor, eso.
- Bien, como decía... ¿Vas a venir al bautizo de los mellizos? Pensaba que podrías ser el padrino, ya sabes, asuntos de negocios y relaciones. Tú o Irrasce, pero no estoy seguro, hace mucho que no nos vemos, Richard...
Avanza hasta el sillón, sentándose y ser padrino de los pequeños de Odergand no le parece tan malo. Aunque seguro que luego se los encasquetará y serán pequeños demonios de ojos rojizos y frikis, raros o lo que sea. Suspira y siente algo pegándose a sus píes y ‘papá, la pijama, quiero pijama’ seguido de una mirada de cachorrito con esos ojos azules y enormes y es tan adorable que le cuesta negarse.
- Ahora no...
- ¿Eh? - William habla a través de la línea y su voz se escucha un poco cansada aunque aún joven. Muy joven. Richard suspira y niega, olvidando que no puede ser visto.
- Nada, le decía a mi hijo. Está necio con que quiere que le ponga un pijama de no sé qué - La sonrisa se dibuja mientras el pequeño, cerca de cumplir los cinco años, infla las mejillas y hala del pantalón.
- ¿Tienes un hijo? - Parece un poco sorprendido y al otro lado del teléfono Loren pasa, le mira unos instantes y sonríe y William dibuja con sus labios un ‘Richard Eysenck tiene hijos’ y el tono, si lo tuviera, sería incrédulo y divertido, casi curioso - ¿Y qué haces hablando conmigo? Anda, atiéndelo y te llamo en media hora.
- William, no es necesario... - Y le responde el sonido del teléfono que ha sido colgado. Definitivamente, lo sabe. Pese al tiempo, a las circunstancias, a las apariencias, William no ha cambiado, no por dentro.
Y francamente, le alegra que sea así.