Tema: 4# Contacto
Autor:
canariiPersonaje: Hashim Kadar
Rating: G
Advertencias: un poco de violencia, ¿un beso? (entre chicos).
Notas: Más de la infancia de Hashim, algo de gay stuff... nah, eso sería decir mucho, es boyxboy extremadamente ligero o más bien curiosidad infantil. No demasiado que decir sobre el fic a parte de esto. A propósito, hoy me voy de vacaciones por lo que no podré escribir en bastante tiempo. Sin más dilaciones, opinen ustedes mismos.
-Ziad, Ziad. ¡Eoh! ¡Ziad!-
Oídos sordos para la voz que le llamaba. Voz con timbre inocente, con timbre melódico. Aquella voz siempre tan detestable y que, pese a todo, seguía insistiendo.
-¡Ziad! ¿Quieres parar un momento? ¡Ziad!- Voz enfadada, ofendida.
Que vuelve a ser ignorada.
Ziad continúa su camino y se adentra en las caballerizas de Padre. Están apartadas y a esa hora no hay nadie. El muchacho había ido a visitar a su alazán, pero no lo recuerda, porque, pese a que trata de ignorarlo, Hashim sigue gritando su nombre. Ziad se obliga a seguir su camino, adentrándose en las cuadras hasta que, hastiado, el chico se voltea para hacer callar a aquel niño de alguna manera. No tiene tiempo más que para sentir como un cuerpo, más pequeño al suyo, se abalanza sobre él, derribándolo con violencia. Por suerte, cae sobre el heno.
-Estás sordo o qué.- el chiquillo jadea debido a esta última carrera para alcanzar a su objetivo. Está enfadado, molesto. Odia que nadie le vea, que nadie le escuche.
Odia que le ignoren.
Pese a que el heno le amortigua, la colisión duele. Ziad no responde, sino que le golpea, dejándose llevar por la ira. Por más que lo intenta no logra tratarlo con indiferencia. Lo detesta. Pese al golpe, el niño no se queja, sigue agarrado a él, impidiéndole levantarse.
Es idiota. Se dice sin poder acallar aquel pensamiento, y vuelve a golpearle, sin mayor resultado que el obtenido antes. Es un cabezota. Porque duele se aguanta, y ni siquiera parece tener la intención de tratar de decirle lo que quería desde un principio. Porque no le queda otra, se aguanta hasta que Ziad le permita hablar.
Y tras un tercer y cuarto golpe, Ziad no tarda mucho en concederle aquella gracia. Porque a la larga, golpear a algo que no se queja ni se inmuta, resulta estúpido.
-¡Por Allah! ¿Qué quieres?- Irritado.
-Padre quiere verte con urgencia.
Sudor frío. Por qué querría verle padre. No era un acontecimiento muy habitual y Ziad sospechaba que no se trataría de algo bueno. Era imposible que se hubiera enterado de sus incursiones con Abdulah y Ahmad por los terrenos colindantes... ni de las palizas a los perros... Quizás era por el crío. A lo mejor aquella rata se había ido quejando a Padre. Sin embargo un simple vistazo le bastó para saber que Hashim no tenía ni idea del por qué de su llamada, era tan solo el mensajero. Todavía por aquel entonces era lo suficiente transparente como para verlo. Lo suficientemente estúpido como para obedecer. Además seguro que el chiquillo se sentía complacido porque Padre le había encomendado una tarea. Resultaba tan simple, tan fácil de leer.
Ziad lo observó atentamente, ahora, que estaban tan cerca el uno del otro. El cabello castaño que le resbalaba hacia el rostro, y aquellos ojos determinados. Parecía dispuesto a llevar a Ziad ante Padre, aunque fuera a rastras. Siempre tan solícito, tan obediente con Padre. Lo detestaba.
Su mano se movió despacio hasta rozar con la yema de los dedos el rostro del niño. Deslizándolos con suavidad por las huellas que habían dejado los golpes en su cara. Acariciándole bajo el ojo derecho, rozando su mejilla herida y delineando aquel labio partido...
Hashim no entiende. Es la primera vez que su hermano le toca sin ser para golpearle.
Ziad sonríe.
Una aviesa idea pasa por su mente.
El mayor acerca su rostro al del muchacho, recorriendo con su lengua la herida de aquel tentador labio.
Sorpresa. Hashim no hace ni dice nada, parece demasiado sorprendido. -Es un idiota.- Ziad en parte también se siente sorprendido y algo asustado como si aquello estuviera mal, pero sabe sobreponerse, sabe sacar partido de la situación. El sabor de aquella sangre derramada, de la que él es la causa, le resulta extrañamente satisfactorio. Luego un beso, porque siente curiosidad, breve y apenas un roce, porque no sabe hacerlo de otra forma, porque nunca ha besado a nadie.
Pero el contacto apenas dura un instante y se rompe con facilidad. El momento pasa.
Pronto Ziad vuelve a ser Ziad y el chico que tiene delante, su eterno enemigo. Lo empuja. Se levantan. Miradas esquivas. Ziad le dedica un ‘idiota’ y todo parece volver a ser como siempre. Hashim le observa abandonar el lugar, se siente totalmente confundido. No entiende.
Ziad se promete que aquella será su primera y última tregua.
Nunca volverían a mencionar aquel pequeño desliz.