Jul 02, 2007 18:54
Tenía diez años y estaba sola en casa. La acompañaba su sombra, claro, pero ésta nunca ha osado hablarle; la sigue a todos lados con su silenciosa reverencia y le provoca un estado de nerviosismo al saber que nunca podrá despegarse de ella…
Empezó a caminar, no, a arrastrar los pies por el suelo de brillante madera. Era invierno, doce de enero exactamente. Fuera, la nieve cubría cada milímetro de acera y el hielo hacía resbalar a los ciudadanos, pero ella estaba resguardada en una casa enorme con la calefacción bien alta…ella estaba apartada.
Giró a la derecha, entró al salón. Salió por la puerta corrediza y llegó al pasillo principal. ¡Resbala! Con un golpe seco, cae. No tuvo la precaución de ponerse las zapatillas y se la han jugado.
Aun así, vuelve a levantarse. Con una mano en el trasero, aliviando el dolor de la caída, prosiguió. Subió las escaleras y abrió una trampilla, siempre está abierta, pero nunca pasó por ella. Le habían dicho que no era bueno que se adentrara en las golfas, pero había algo allí y deseaba encontrarlo…
Observó la estancia. Era enorme, y había objetos cubiertos con sábanas, además de cajas…cajas con recuerdos, cajas llenas de todo lo que había en su antiguo hogar. Cuberterías, vasos, jarras, libros, juguetes, juegos, sus sueños empaquetados.
Luz. Encendió la pequeña bombilla y fue destapando, una a una, todas aquellas cosas cubiertas por una sábana polvorienta. Un sofá le llamó la atención: de cuero negro, era el sofá que había en su casa…y estaba lleno de álbumes de colores vivos. Se sentó en el borde y cogió el primero. Lo separó con dos dedos, que quedaron llenos de polvo, y observó la primera foto…
Una Omega que aún conservaba el pelo castaño la miraba sonriente. Tendría unos cinco años, aún no había pasado nada, aún era una niña como otra cualquiera. Sintió una punzada de dolor y pasó la página. Pero otra vez, la misma niña de ojos verdes la acechaba. Página tres, cuatro, cinco. Estaba en todas, y siempre sonriente…hasta llegar a la última. Estaba dividida en dos partes, en la primera estaba media cara de la niña de cabellos castaños, pero en la otra mitad se veía con el pelo gris, y ya no sonreía, sólo mostraba la infelicidad…Decir infelicidad era un eufemismo.
Observó la composición durante un buen rato, evaluando el cambio que había sufrido en unos años; ahora era más linda, pero carecía de vida. Y vio el pie de foto, un comentario a mano con tinta roja sobre el pergamino:
“Dios, devuélvele la vida.”
Leyó esas palabras con incredulidad. Ella no era creyente, pero sus abuelos sí. Ellos deberían haber escrito esas estúpidas palabras, sin significado, viles y desesperadas.
Empezó a reír por lo bajo. Poco a poco, esa risa apagada se convirtió en un torrente de carcajadas. Era estúpido. Como si ellos supieran qué necesitaba, como si existiera un botecito de elixir que hiciera olvidar los problemas, como si ella quisiera un amigo. Como que se iba a arreglar todo.
Su risa paró en seco y miró la frase con lágrimas en los ojos.
“Sólo yo sé qué necesito.” Escribió debajo de la oración. “Y nunca sabréis qué es.”
Cerró el álbum y pasó al siguiente.
escritor:kaskakayla,
personaje:omega dévigne,
fotografías