(no subject)

Sep 03, 2009 17:33



“Alec no piensa así. Él es genial, ¿no?”

“Sí. Vamos, lávate los dientes.”

“¿Puedes hacerlo tú? Ese hechizo me gusta mucho.”

Draco sonrió. “De acuerdo,” dijo y movió la varita. Ben soltó un gritito.

“¿Puedes contarme la historia del hipogrifo asqueroso y el gigante tonto?”

Draco parpadeó. Ah, otro motivo por el que Harry y él nunca llegarían a ningún lado. Hizo una mueca al imaginarse la cara de Harry si llegaba a escuchar a Ben contándole a Alec sobre Hagrid y su pollo gigante.

“No, mejor te leeré,” dijo sacando uno de los libros mágicos para niños del estante de Ben y sentándose para leer. Fue una de sus primeras compras después de volver a tener permiso para hacer magia, cuando Ben tenía un año de edad. Todavía recordaba la enorme emoción de ir al Callejón Diagon por primera vez desde la guerra, al igual que la humillación de tener que pedir permiso para hacerlo. Tener que explicar sobre su hijo a la bruja condescendiente del departamento de Libertad Condicional del Reforzamiento de la Ley Mágica, y que le rechazaran su petición de utilizar un encantamiento glamour para ocultar quién era.

Terminó de leer Nonny y el Colacuerno Noruego, besó la frente de su hijo y salió del cuarto, para regresar a terminar de calificar.

Tu interpretación del soneto es brillante. Desafortunadamente, pareces haber confundido la clase de teoría musical con la literatura Inglesa.

Es inspirador ver lo mucho que has logrado escribir sin decir nada.

No podía concentrarse en su trabajo y se encontró pensando que él y Ben estaban bien. Ben era feliz sin tener contacto con el mundo mágico. Mañana vería a algunos magos y brujas y con suerte sería feliz con eso, y quizá al siguiente año, Draco podría comenzar a frecuentar las áreas mágicas de Dublín, conocer personalmente a algunas personas de allá, para luego llevar a Ben a conocerlas.

Si tan solo el Ministerio le hubiera permitido mudarse de las Islas. El continente estaba tan cerca, pero podría haber introducido a Ben al mundo mágico en Norte América o Australia sin tener miedo de que su hijo fuera juzgado por su asociación con un íntimo de Azkaban. Estando así las cosas, lo más que podía esperar era que la comunidad mágica de Irlanda fuera mas indulgente que la de Inglaterra, y que cuando -si es que ocurría así - fuera el momento de que Ben fuera a Hogwarts, hubiera menos oportunidades de que sus compañeros supieran quién era su padre.

Me desespera el futuro de la música muggle (tacha eso) irlandesa.

Lo que le falta a tu ensayo en originalidad, le sobra en ignorancia.

Se levantó dándose por vencido por esa noche con las calificaciones, y se fue con Ben, que dormía pacíficamente. Se sentó pensativo en la cama junto a él.

Quería regresar con desesperación. Estar de vuelta entre su misma especie, sin importar las consecuencias. Le rehuirían, sería un paria, pero al menos estaría en casa.

Y quería con desesperación seguir adelante esto que tenía con Harry. Tocarlo, sentir la magia que emanaba de su piel en vez del vacío que sentía con los muggles. Quería deslizar las manos por su cabello, juntar sus labios, acercarlo, hacer que se corriera, escucharlo gemir... y maldita sea, se estaba excitando de nuevo. Estos días, parecía que se la pasaba la mitad del tiempo excitado y la otra mitad frustrado. Sopesó la posibilidad de ir a su habitación para lidiar con esto de la forma en que solía hacerlo, que últimamente era con mayor frecuencia, pero sabía que no le ayudaría. Terminaría cansado y deprimido otra vez.

En cambio se quedó en donde estaba, observando a Ben, la razón por la que no podía permitir que esto siguiera su curso.

Era demasiado arriesgado. Se atrevería a hacerlo sino fuera por Ben, suponiendo que aún cuando las cosas no resultaran en el aspecto romántico, sería un extra el empujón que recibiría su estatus por el simple hecho de ser visto con el Chico Que Vivió. Pero tenía que pensar en Ben. Y él no necesitaba que su padre volviera a ser el centro de atención, o que hablaran de él en los periódicos.

Suspiró al tomar la mano de Ben entre las suyas, quitándole el cabello de la frente. ¿Desde cuándo se había convertido en alguien que evitaba lo que quería y no aceptaba los riesgos que quería tomar por otra persona? ¿En especial un mestizo? Sus ancestros tanto por el lado de los Malfoy como de los Black deberían estar retorciéndose tanto en sus tumbas que seguramente se podrían medir las vibraciones.

“¿Por qué ya no los ves?” le había preguntado Ben. “¿Por qué vives aquí si eres un mago?”

¿Cómo podía siquiera intentar explicar cualquiera de esas cosas a su hijo? Se imaginó su cara cuando le contara sobre la guerra, sobre Azkaban, se imaginó sus ojos color avellana abiertos desmesuradamente por la impresión, con el respeto hacia su padre disminuido.

¿Y por dónde podría comenzar? ¿Qué podría decirle a Ben sobre esa parte de su pasado?

En Azkaban no había habido dementores, ni tortura, ni lo mataron de hambre. Pero era frío, oscuro, húmedo y sucio, todo ahí era duro y feo. La comida apenas si se podía comer, era escasa y siempre tibia y sin sazón. Su celda estaba desnuda y vacía, a excepción de él mismo. Nada de varitas, libros, papel, nada.

Nada que hacer salvo permanecer sentado, día tras día, solo en una celdita, a excepción de una hora, su única diversión eran las voces de los otros presos de ese bloque. El único momento en el que veía rostros humanos era durante la comida del medio día, cuando se les permitía congregarse en el jardín. Nada qué hacer más que esperar a que terminara cada día, y pasar una y otra vez por todas las emociones: resentimiento, coraje, arrepentimiento, odio, miedo, cansancio, desesperación, aburrimiento. Siempre, siempre el aburrimiento.

En el almuerzo sus padres eran a los únicos que les hablaba siempre, porque los prisioneros condenados a cadena perpetua no estaban en su mismo bloque. Cuando su madre y él llegaron ahí, su padre estaba delgado, sin rasurar y con la mirada vacía, pues ya tenía ahí más de tres años. A su madre le habían cambiado su túnica fina por un traje de prisionera, que ya desde antes de que se lo pusiera estaba viejo y raído. Observó cómo su cabello se volvió fibroso, opaco y sin vida, su mirada se volvió vacía conforme fue envejeciendo ante sus propios ojos y le había alegrado que no hubiera espejos que le mostraran su propia apariencia. No estaba seguro de que hubiera sido algo bueno que sólo se hubiera visto a sí mismo al final de su sentencia, sucio, barbudo, delgado y domado, cuando estaba demasiado cansado y vencido como para que le importara algo su apariencia.

Quizá sí se había merecido ir a Azkaban, aunque en su momento había estado lleno de coraje contra aquella gente que lo había metido por el simple crimen de haber estado en el lado perdedor de la guerra. Lleno de odio hacia los hipócritas que habían encerrado a su madre, porque su madre no había hecho otra cosa para merecer su sentencia que ser la esposa y la madre de dos mortífagos y negarse a renunciar a sus creencias. Y quizá también él tenía bien merecido el exilio, aunque en su momento le había parecido que no era más que otra forma para los ganadores de pisotear a los que habían perdido. Pero ahora ya no sabía cómo se sentía al respecto.

¿Cómo podía explicarle nada de eso a Ben? ¿Cómo podía explicarle por qué sus padres seguían ahí y por qué nunca le habían contestado sus cartas? ¿Cómo, cuando no podía explicárselo ni a sí mismo? ¿Cómo podía explicárselo para que no le perdiera todo el respeto, si no que comprendiera por qué no era buena idea ser tan abierto con respecto a la identidad de su padre en el mundo mágico? Y ¿debería o no decirle que el motivo por el que no podía seguir adelante con lo de Harry, era el bienestar del propio Ben?

Si tan sólo tuviera a alguien a quién acudir en busca de consejo. Un amigo o un pariente. Alguien que lo entendiera, alguien en quien poder confiar.

Su mirada cayó en una figurilla de una diosa sobre el estante de su hijo, un regalo de Kara y se quedó pensando un rato, debatiéndose consigo mismo. Había pasado mucho tiempo, pero...

La tomó casi con renuencia, sopesándola, recorriendo la superficie suave con los dedos.

No sé si estoy haciendo lo correcto, le dijo a la figurilla, se sentía vacilante y algo tonto como siempre que se metía en esto, y casi regresó la figurilla a su lugar en el estante. Ya casi no hacía esto. No lo necesitaba, no de la misma manera que cuando había llegado por primera vez aquí. Su padre siempre había dicho que la religión era para los débiles, pero era lo único que lo había mantenido relativamente cuerdo en esos primeros momentos después de haber salido de Azkaban, cuando se había sentido tan solo y confundido que estaba dispuesto a hablarle a cualquier cosa que lo escuchara, dispuesto a concederles el beneficio de la duda a los dioses y a los espíritus para obtener el poco o mucho alivio que le pudieran dar.

Volvió a tocar la figurilla concentrado en sus pensamientos. Estoy haciendo lo correcto, ¿verdad? Preguntó vacilante. ¿Al llevar mañana a Ben a la Colina, sin contarle nada sobre mi pasado? Supongo que es demasiado tarde como para echarse para atrás con respecto a eso.

Miró a Ben que murmuró algo y se volteó dormido, y sus pensamientos se negaron a quedarse quietos. Recordó vagamente que Kara había dicho que la actitud apropiada durante una oración era la meditación tranquila, y que ésa se alcanzaba no debido a alguna deidad exterior, si no por la divinidad propia o algo así de incomprensible, pero en este momento, la meditación tranquila estaba tan lejos como la luna.

Ayúdame. No sé si estoy haciendo lo correcto.

Ni siquiera sé si hago lo correcto al no seguir adelante con lo de Harry. Sé que se supone debemos honrar el amor y la atracción física y tratar los deseos de nuestros cuerpos con respeto. Pero tengo un hijo en quién pensar. No estoy tratando de negar un regalo de la diosa, sólo estoy intentando hacer lo correcto. ¿Lo estoy haciendo?

Desearía que pudieras mandarme alguna señal.

¿Y por qué te estoy hablando siquiera? No sé si creo en ti o no. Suspiró y volvió a colocar con gentileza la figurilla de Ben en el estante antes de darle un beso a su hijo y dirigirse a su propia cama.

Capítulo Séptimo

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