Hermione sabía que esperar a que Grimmauld Place durmiera para bajar al comedor y encender el tocadiscos era absolutamente masoquista. Pero, ¿para qué están las heridas, si no es para hurgar en ellas? Así al menos dejaría de pensar en la cama a la que Fred nunca volvería para dormir junto a George. Aquella mañana había encontrado en el hueco de la escalera uno de sus calcetines, el que le había tirado a su hermano a modo de bomba fétida la primavera pasada, y que luego no había podido encontrar.
Se había echado a llorar con tanta fuerza que aún le dolían el pecho.
Grimmauld Place había estado tan vivo. Ahora, sin embargo, parecía un mausoleo al recuerdo de los que ya no estaban. Si al menos los muertos no dejaran rastro tras ellos sería más fácil para los vivos, reflexionó Hermione. Pero de vez en cuando aparecían calcetines desparejados y bolsitas de caramelos a medio abrir, y cada hallazgo le dolía como si le hubieran atravesado el corazón con un punzón.
¿Cómo podía estar la casa tan silenciosa? La guitarra de Sirius tenía un dedo de polvo, y la armónica de George había empezado a oxidarse. Hermione no osaba tocarlas. Ella, que tanto había reñido a los gemelos y a Sirius por hacer ruido, ahora daría lo que fuese porque volvieran a hacerlo.
No le hizo falta encender la luz al entrar en el comedor. La luna estaba alta y llena en el cielo, derramando su claridad lechosa por las alfombras y los muebles de la estancia. El aire estaba inmóvil, como si el tiempo se hubiera suspendido y sólo reinara una calma profunda, somnolienta.
El disco seguía sobre la mesa, tal como lo había dejado aquella tarde. Había pertenecido al único hombre de esa casa que no hacía ruido cuando entraba en una habitación. Sirius solía reírse de eso. “Sigue así y te juro que te pongo un cascabel. Me vas a matar de un infarto un día de estos”. Pero Lupin era así de ingrávido. El silencio le era tan natural como su preferencia por los días lluviosos, las calles vacías y las canciones a medio tiempo.
Las manos le temblaron al sacar el disco de la funda. Le picaban los ojos.
Todavía, no, Hermione, por favor, se dijo, para infundirse valor. Con el pulso vacilante le costaba colocar bien la aguja sobre el vinilo, pero cuando lo consiguió, dejó que sonaran las primeras notas de piano antes de sentarse junto a la ventana.
A Remus le había gustado tanto ese disco. Solía ponerlo por la tarde, y se sentaba a escucharlo en el viejo sillón de pana verde con la mirada fija en un punto inconcreto. Casi podía verle, vestido de marrón, bañado por la luz dorada del atardecer, escuchando la voz de Billie Holiday elevarse por la habitación como volutas de humo.
I'll find you
In the morning sun
And when the night is new.
I'll be looking at the moon,
But I'll be seeing you.
Ahora sí.
Tenía esto rondando por el ordenador, y no sabía qué hacer con él. Como es demasiado cortito para subirlo a FF, he decidido colgarlo aquí, como recuerdo de una noche de frenesí fanfiquil en que
frecklednose124 y yo perdimos gradualmente la dignidad (sobre todo yo) llorando como canes femeninos al escuchar la susodicha canción (Billie Holiday- I'll be seeing you) e insertándola como banda sonora de un Grimmauld Place después de la guerra.