Well, I was looking at my old writings, and this caught my attention for more than one reason, so I thought to post it here. I wrote this in... Well, in the file says 31/10/2011 (at 05:25 xD It doesn't surprise, I usually write at those hours), but there's two stories, so I don't know if I wrote the second one later or what, but, yeah, 2011 anyway.
So... Here it is.
Oh, as the last ones, this one is in spanish too. :'D I will translate them some day. ;w;Uu
"FULGOR HUMANO"
En las noches me gusta tener unos minutos para estar en el techo, contemplando el cielo adornado de estrellas. Aunque sea cinco minutos, siento que está bien. Sólo me quedo ahí, echado, observando como la oscuridad de la noche pelea contra la luz de las estrellas.
Y cuando está la luna, todo es aún más esplendido. La luz de la luna me parece reconfortante, como si hubiera algo en ella que calmase mi ser. No importa si es invierno o verano, no puedo quedarme sin tener aquel preciado tiempo con la luna.
Hay tantas cosas que tengo en la mente en aquel momento, y a la vez, es como si no tuviera ningún pensamiento. Es extraño, pero no incómodo. Llego a pensar en las cosas que hago, lo que espero, llego incluso a conversar en voz alta con el cielo, aunque nadie me escuche o responda.
Luego me quedo mirando el fulgor de cada estrella, y pienso que cada persona es como ellas. Algunas son brillantes, intensas, iluminadoras; otras son mas bien opacas, como si hubiera un velo que no dejase que muestren todo su esplendor. Y también hay estrellas que mueren y nacen, estrellas que ya no se notan porque su brillo está casi extinto.
Las personas suelen llegar con un intenso resplandor, uno que puede notarse en todo su ser, especialmente en la mirada. Pero muchos, conforme crecen, van perdiendo su luz, como cuando se acaba el aceite de un candil.
-Pero parecen no notar como lo pierden…
-Oh, entonces aquí estabas, Lucas -se escuchó una suave voz femenina-. Tu madre me dejó pasar -contestó a la muda pregunta del muchacho, cuyos ojos pardos la miraban intensamente.
La castaña joven terminó de subir la escalera de madera, para echarse en el frío techo gris, junto al muchacho, observando el cielo.
-¿Nuevamente filosofando? -Preguntó con una sonrisa-. La última vez que vine también te encontré aquí, ¿recuerdas? -acomodó sus cabellos hacia un lado, amarrándolos en una coleta.
-Lo recuerdo, al principio creíste que estaba loco por estar aquí cuando corría tanto viento -respondió, girando su rostro hacia ella-, pero te quedaste aquí hasta que tus padres llamaron, preocupados porque no habías regresado -sonrió con cierta burla, Andrea no estaba fuera de casa luego de las diez, pero aquel día se quedó en casa de Lucas hasta casi medianoche.
La muchacha se sonrojó suavemente al recordar aquello. Ella, que siempre había sido disciplinada en todo lo que hacía, no se había percatado de cómo había pasado el tiempo hablando con él. Realmente había sido divertido, eran temas poco usuales de tocar con otras personas, pero parecían tener ideas parecidas sobre varios puntos. Y además… En aquel momento deseaba estar fuera de casa, y en el único lugar en el que se sentía cómoda era ahí.
-¿Quién no se da cuenta de que pierde qué? -inquirió con una sonrisa que le indicaba que quería volver a tener una larga conversación con él.
Pero el de rizados cabellos color chocolate no respondía a la mirada almíbar fijada en él, en cambio extendió su brazo al cielo y preguntó:
-¿A qué te recuerdan las estrellas? -era una pregunta extraña, o al menos lo era para Andrea.
-¿A qué me recuerdan? -repitió en un susurro, observando los astros, como intentando hallar una respuesta. Luego de unos segundos de permanecer en silencio, se volvió a ver al joven-. Lo único que se me viene a la mente al pensar en las estrellas, son los ángeles.
-¿Ángeles? -Ahora fue el turno de Lucas de mirar el cielo, como si buscase uno ahí-. Yo creo que podría ser un reflejo de nosotros mismos
-¿Por qué de nosotros mismos? -la muchacha frunció el entrecejo, sin hallar la conexión que veía el otro aunque se concentrara.
-Porque todos traemos una luz -respondió, simple y claro-. Es una luz que ofrendamos al mundo como agradecimiento por vivir en esta tierra -agregó-. Pero es una ofrenda que damos durante toda nuestra vida.
La joven, interesada por lo que su amigo le decía, se sentó, como si cambiando a esa posición podría escucharle mejor.
-¿Y qué es esa “luz” que traemos? ¿Es nuestro trabajo?
-No es ningún trabajo. Nuestra luz es nuestro don, y claro que conlleva responsabilidades, pero si lo tomas como un mero trabajo, entonces estás denigrando la pureza de tu luz
-¿Por qué dices que todos tenemos esa luz?
-Porque es así. Ella nos guía -le parecía una pregunta tan obvia que era una pérdida de tiempo el hacerla-. Y no sólo a nosotros, también a todos a nuestro derredor. Pero principalmente a nosotros -hizo una breve pausa-. ¿No te ha pasado que tu cerebro dice muchas cosas, incluso cambiando de idea casi al instante, pero tienes un “presentimiento” de las cosas que debes hacer? -esperó que la muchacha asintiese para continuar-, pues bien, esa es tu luz. Pero, ¿cómo podrías confiar en tu luz cuando suelen decirte que no es razonable hacer algo así? Te dicen que confíes en tu cerebro, en datos, y el cerebro es un órgano increíble, pero no puede reemplazar tu luz. Si dejas que lo haga entonces opacas tu luz, porque no estás confiando en una de las partes más importantes de ti mismo.
Así también hay situaciones que te ponen a prueba, y entonces conoces la oscuridad, la fuerza de ésta. Si no has madurado tu luz para ese entonces, te dejas engullir por ella, como un agujero negro al absorber a una estrella.
O puede que aprendas a fortalecer tu luz estando en la oscuridad; algunos se expanden en los conflictos. Pero no debes dejar que acaben con tu luz, luego olvidarás por qué vivías y tus días se convertirán en un caos.
No vivas intentando ser la luz de otra persona, no puede ser una luz diferente de la que eres. Ellos pueden querer la luz de una vela y tú tener el brillo del sol.
La castaña apartó la mirada, evitando que Lucas le viera. Pero el pálido muchacho no tenía necesidad de verla, sabía que ella había estado perdiendo su brillo y que le costaba el mostrar la sonrisa que antes tenía.
Acarició la húmeda mejilla de Andrea, limpiando los rastros de lágrimas de su rostro.
-El que ellos tengan esos problemas no es agradable, pero, por favor, sigue brillando -le susurró-. Si sigues brillando no serás presa de la oscuridad… Y tal vez, sólo tal vez, podrías iluminarlos a ellos también. Eso ya depende de ellos…
Las personas son como las estrellas, brillan, explotan, se apagan, renacen. Pero pueden sentirse tan lejanas que olvidan que su luz es más que suficiente para comunicarse. Todos somos tan iguales a las estrellas.