Dotación anual de crack 01. Corazón de niño.

Aug 08, 2010 21:42

Título: Corazón de niño.
Autor: hikari_world
Fandom: Original.
Personajes: Ian Fairbairn e Ion Alexander Galvin.
Reto: Flashback.
Resumen: A veces, cuando un niño no puede proteger a lo que más quiere en este mundo, su corazón se fragmenta en tantos pedazos que no se puede volver a recomponer. No sin la ayuda de una mano amiga.
Palabras: 1798.
Notas: Los personajes que uso en el fic son los OC’s que una amiga, Siry, y yo, creamos para un foro de One Piece en el que estamos ambas. Así que quiero dejar más que claro que Ion no me pertenece, su creación, su apariencia, personalidad y todo lo que es él son de su propiedad. Míos tan sólo son Ian, su padre y la tripulación del mismo.
Otras cosas que aclarar son las siguientes: en primer lugar, este hecho del encontronazo entre ambos es algo que habíamos tratado un poco ambas, pero que nunca hemos llegado a hacerlo efectivo, así que en cierto modo no sabemos si pasará o no. Del mismo modo, aunque pasase, nada verificaría que fuese así, así que tanto la situación como la pareja en sí son un poco crack.
Me ha quedado un poco raro al final xD Pero espero que os guste.
¡Besos!


01. Corazón de niño

A Ian siempre le había gustado muchísimo la arena de la playa por la sensación fresca y suave que le recorría por las plantas de sus diminutos pies mientras caminaba por la orilla. Le encantaba el sentarse en ella mirando al mar, toqueteándola con sus manitas y haciendo castillos que nunca llegarían a sostenerse del todo, distraído en la inmensidad azul del agua, que le devolvía la mirada con una paz que le inflaba el corazón y le hacía sentirse completo. Siempre había sido así, desde que había sido muy pequeño.

Pero desde el día en que había muerto su madre ni siquiera eso podía darle consuelo. Con todo y con eso seguía repitiendo sus paseos siempre que podía, ya que al estar con su padre no es que pudiese estar en tierra demasiado tiempo. Por eso, siempre que anclaban en un puerto, y aprovechando que toda la tripulación tenía la mala costumbre de emborracharse hasta tarde y levantarse después del mediodía, se escapaba de la nao bien entrada la mañana y se iba a caminar por la playa para pensar todo lo que su mente de un niño de seis años le permitía. Caminaba sin rumbo, siguiendo la línea de la cosa y con los ojos siempre puestos en el barco, para poder volver antes de que empezasen a desvelarse para la hora de la comida, buscando en el frescor de la arena y el agua del mar el consuelo que había encontrado años antes al lado de su madre. Pero nunca llegaba. Nunca. Nada podría dárselo, ni siquiera el amor incondicional de su padre. Nada.

O al menos eso había pensado que pasaría siempre.

En esos momentos caminaba - aunque era mucho decir, ya que estaba prácticamente al trote - impacientemente, entreteniendo sus oídos con el chapoteo de sus pies en el agua, que en ese momento estaba agradablemente fresca, en comparación al pinchazo helador que le había recorrido al dar el primer paso. Alzaba el rostro al cielo para comprobar que el sol aún estaba saliendo y quedaban horas para el cénit, a pesar de que lo sabía perfectamente, puesto que aún el calor no era acuciante ni agobiante. Pero hoy era el último día que pasaría en aquella isla y le invadía un sentimiento horriblemente contradictorio. Por un lado estaba el hecho de que se moría de ganas de llegar al punto de encuentro, pero por otro no, porque en el momento en que llegase, significaría que debía empezar a contar el tiempo para marcharse, y eso no le gustaba.

No le gustaba tener que dejar a la única persona con la que había conseguido encariñarse tantísimo en tan poco tiempo después de haberse ido con su padre. ¡No quería! Pero no tenía más remedio que hacerlo.

Cuando vislumbró la vieja palmera blanca y torcida donde debía esperarle se puso nervioso y, no pudiendo resistirlo más, echó a correr. Al llegar no había nadie, pero no era algo que le sorprendiese. Siempre llegaba primero y se limitaba a esperarle pacientemente haciendo castillos de arena mojada. Siempre aparecía por su espalda, lanzándose en un abrazo contra él y haciéndolo caer por la arena hasta el agua. Y aquel último día no iba a ser la excepción, por supuesto.

Llevaba ya una montañita considerable de gotitas de arena mojada; tan grande que le llegaba por el pecho. Estaba realmente orgulloso de haber conseguido una así, como las que solía hacer su madre con gran maestría. Pero en el momento en que sintió los brazos delgados de su amigo rodeándole el pecho e impulsándolo hacia delante se arrepintió, porque no iba a quedar para la posteridad de ninguna de las maneras. Rodó tierra abajo hacia la orilla, acabando completamente empapado de agua salada y con un cuerpecillo de igual envergadura sobre él, riéndose. Suspirando, lo abrazó con fuerza y lo hizo dar un par de vueltas más para que ambos quedasen mojados. ¡No iba a ser él el único! Y entre risas estuvieron intentando ahogarse un rato, para dejar de lado las penas.

Como siempre gatearon hacia la orilla y se tendieron al sol una vez se hubieron cansado de jugar. Ian se sentó con las piernas cruzadas y la espalda apoyada en el tronco rasposo de la palmera, y el otro pequeño, algo mayor que él por su apariencia larguilucha, dejó caer la cabeza sobre las piernas de su amigo, sonriendo ampliamente mientras sentía cómo le acariciaba el pelo con sus deditos.

No dijeron nada durante unas horas. El sol seguía ascendiendo y los nervios de Ian aumentaban a cada minuto, porque no le había dicho nada de que era su último día en la isla. Lo miraba de vez en cuando con sus pequeños ojos pardos, intentando recordar con precisión el rostro del niño. Se llamaba Ion. O así se había presentado cuando se le había caído encima desde lo alto de la palmera una semana atrás. La similitud en sus nombres le había hecho gracia a ambos, y habían decidido que se verían todos los días en aquel lugar para jugar cuando hubo llegado la hora de la separación. Y ninguno había faltado a su cita diaria.

Ian aún no sabía por qué. Ion era un chico demasiado entusiasta, demasiado alegre y despreocupado para su gusto. Muchas veces le ponía nervioso y sentía ganas de tirarle contra el árbol, porque su constante cambiar de emociones le influenciaba mucho más de lo que él habría querido y le mareaba. Pero disfrutaba tantísimo a su lado… Le hacía olvidarse de su culpabilidad, de su pena, le animaba y le daba ganas para volver sonriendo al barco y corretear por él con su padre y su tripulación. Le hacía sacar todo lo bueno que había retraído tras la muerte de su madre. Le hacía ser un niño de nuevo - aunque su padre no se lo decía, sabía que pensaba que se había vuelto demasiado duro, que había crecido demasiado deprisa. - Le hacía pensar que no todas las personas eran malas y traicioneras, y castigaban injustamente a las personas inocentes.

Le daba ganas de reavivar el sueño que se había esfumado sólo un año antes. La idea de ayudar a los demás.

-Estás nervioso. - Dijo cuando faltaba un par de horas para que fuese el mediodía y tuviesen que irse.

-No digas tonterías.

-Si las dijese lo sabrías. No las digo. Estás nervioso, Ian. ¿Pasa algo?

El pequeño no dijo nada. Ni siquiera cuando Ion se giró sobre su regazo y le miró directamente con esos ojos tan parecidos a los suyos. Le mantuvo la mirada todo el rato, incluso cuando se abrazó a su vientre y enterró su cara ahí, respirando con fuerza. Se había obligado a acostumbrarse a la efusividad y al cariño del pequeño con rapidez. Observó, sonriendo levemente, cómo la cola que salía del coxis del pequeño Ion se rizaba hacia arriba y se acercaba a él para que la acariciase también. Le encantaba esa cola. Era tan suave como su pelo, del mismo color, y generalmente, cuando se quedaba adormilado por las carantoñas, la movía para que jugase con ella y no se aburriese.

-Creo que quiero volver a ser médico, Ion. - Dijo de pronto. El mencionado sonrió ampliamente, relajando su cuerpecito y cerrando los ojos.

-Ya lo sabía.

Ian se quedó un poco perplejo.

-¿Cómo?

-Porque es algo que está en ti ayudar. Eres una persona muy amable, Ian.

El niño se sonrojó hasta las orejas y lo apartó de él por la vergüenza. Ion, lejos de sorprenderse, entristecerse o molestarse, se echó a reír mientras lo veía cruzar los brazos y girarse en otra dirección. Se escurrió por la arena y volvió a colocar la cabeza sobre el regazo del niño de cabello pardo, que había fruncido el ceño, en un intento por parecer enfadado, cuando lo que de verdad estaba era avergonzado.

-Eso no es verdad.

-Claro que lo es. Si por ti fuera salvarías a todo y a todos, porque no soportas que los demás sufran. Eres bueno y amable y por eso me gustas. - Se puso de rodillas en la arena y le dio un pequeñísimo beso en los labios. - Si por mi fuera me iría de la isla y te ayudaría a salvar el mundo.

Ian sólo se había puesto más colorado, si es que eso era posible. No era la primera vez que le besaban en los labios, pero nunca un chico. Mucho menos un chico mayor que él. Pero con todo y con eso pensaba.

-¿Me ayudarías?

-Claro.

-¿Siempre?

-¿Siempre?

-Aunque hiciese cosas malas. Aunque… me convirtiese en pirata y no en médico. ¿Te vendrías conmigo y me ayudarías?

Ion se sentó con las piernas cruzadas y se llevó la mano al mentón, acariciándoselo suavemente. Ian le imitó al sentarse y dejó las manos lacias sobre las rodillas, con los ojos fijos en el barco. Podía decirle que se fuese con él de verdad, que formase parte de la tripulación de su padre y que estuviesen juntos siempre. Era prácticamente su mejor amigo. Su único amigo. Y no quería separarse de él tan pronto.

-Lo haría. - Dijo. - Lo haría porque sé que me necesitas. - Apoyó sus manos en los tobillos, sonriendo con inocencia. - Pero no puedo irme contigo, Ian. Debo quedarme aquí con mi familia y cuidar de ellos. ¡También me necesitan! Y tú eres más fuerte de lo que pareces y de lo que crees que eres. ¡Pero no te preocupes! - levantó la mano y la colocó sobre el pecho del niño, justo donde se escuchaba el cálido arrullo del corazón. - Siempre voy a estar aquí contigo. Y si cuando somos mayores nos encontramos de nuevo, te seguiré. Seas lo que seas.

-¿Aunque sea malo?

-Tú nunca podrías ser malo, - rió - pero sí, aunque lo fueses.

Ian sonrió levemente, e Ion gateó hacia él, volviendo a acurrucarse en su regazo, moviendo la cola castaña cerca de su amigo. Guardaron unos minutos de silencio.

-Ion.

-¿Sí?

-Me voy hoy. Y no creo que vayamos a volver.

La cola dejó de juguetear y bajó lentamente. Las manos de Ion se aferraron a su ropa, pero no escuchó ni un solo sonido o quejido. Sin embargo supo que estaba triste.

-¿Por eso estabas nervioso?

-Sí.

-¿Por qué no me lo dijiste?

-No quería irme. No quiero irme.

-Lo sé. Pero tienes que hacerlo. Además, recuerda que voy a estar contigo, akame idiota.

-Akasaru lerdo.

Ambos sonrieron y soltaron una leve carcajada, disfrutando simplemente del hecho de estar juntos en aquella bonita playa tropical. E Ian se aseguró de no mover un solo músculo hasta que el sol no estuvo en su punto más alto, porque no quería marcharse. Aunque tuviese la certeza de que la mano de Ion iba a estar siempre tras sus espaldas para sostenerle.

Notas (again): Éstas son para hacer unas aclaraciones sobre la historia en concreto.

La primera es que el padre de Ian es pirata, y viaja con él porque los marines destruyeron el pueblo donde vivía con su madre - matándola a ella también - por dar cobijo a los piratas. Por eso está tan desencantado del mundo. La segunda es sobre esta frase "porque su constante cambiar de emociones le influenciaba mucho más de lo que él habría querido y le mareaba." Ian ingirió una akuma no mi de paramecia, la Kyoukan Kyoukan no mi, que le permite ver las emociones de los demás de forma externa, reflejadas en auras de colores. La última es que “akame” significa ojos rojos y “akasaru” mono rojo.

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