Sí, como bien indica el título del post, estoy aburrida. Cansada de este temario de mierda; y sobre todo de este asqueroso trabajo. Así que he hecho un alto para escribir este pequeño fic y dejároslo aquí.
¡Besicos!
Título: Every night.
Autor:
hikari_worldFandom: 28 weeks later.
Personajes: Doyle & Scarlett.
Resumen: Tras aquel día la buscaba inconscientemente entre las cristaleras. Todas las noches la encontraba frente a la pantalla de su ordenador; y en ese momento, Doyle, sin quererlo, fantaseaba. Se preguntaba cómo podría hablar con ella. Cómo podría acercársele y dirigirle la palabra; decirle que le parecía una mujer interesante y que no le importaría acompañarla en su despacho, tentarla a tener una larga charla mientras beben cerveza y se ríen de las pocas cosas divertidas que ven o experimentan en ese lugar.
Palabras: ¡Cortito! 801 :3
Notas:
Debo de ser la única persona del universo a la que le gusta shippear a personajes que están irremediablemente muertos. Bueno, quizás no, a fin de cuentas, hay de todo en la viña del señor, pero igualmente se me hace raro. En fin.
Hoy volví a ver 28 semanas después (28 weeks later) - sí, sé que la mayoría de los fans de este género me matarían por tal sacrilegio, pero meh, lo que me viene a importar… -, y me dejó con el mismo sabor de boca de siempre, dividido en dos pensamientos:
- O por Dios… quiero que 28 meses después (28 months later) salga YA.
- ¡Gargh! ¿¡Por qué demonios Scarlett y Doyle no pueden sobrevivir!?
Es en serio. Los personajes que me gustan siempre mueren. No tengo buena suerte con eso. El día en que me saque novio, le diré al pobre que saque un seguro de vida que pueda dejar rica a su familia, porque vamos, le espera un futuro a mi lado…
Tonterías y bromas aparte. Pues sí, la pareja que me gusta de esta película es el DoyleScarlett, y me fastidió de sobremanera que ninguno de los dos sobreviviese. ¿¡Por qué, Señor!? ¿¡Por qué!? Tampoco era tanto pedir, ¿no? Que sobreviviesen más de tres en esta peli… Pues nada. Al parecer a los guionistas no les apeteció darme ese caprichito. Porca miseria.
Pues eso. Como no me apetecía seguir estudiando y no voy a poder terminar el trabajo que tengo pendiente hasta que me saque esta idea de la cabeza, lo escribo, lo publico, y que sea lo que Dios quiera.
¡Ahí voooy!
Every night.
Doyle siempre se ha considerado un hombre sensato, dentro de sus límites, por supuesto. En su juventud bien cierto es que cometió trastadas varias; incluso en la Academia Militar llevó acabo correrías con sus compañeros - especialmente con Flint, que le arrastraba por la mala vida - que les metieron en auténticos líos que luego no fueron capaces de solucionar. Pero eran otros tiempos, y el ardor de la adolescencia y de la temprana adultez te hacen cometer verdaderas barbaridades para quemar adrenalina. Ahora, como sargento y francotirador que era, encargado de la seguridad del Distrito 1 en Gran Bretaña, no podía permitirse hacer el idiota ni tener la cabeza llena de pajaritos. Debía de estar con la mente fría y despierta, y estar con los cinco sentidos, y el sexto, bien alertas.
No obstante, hasta el más cuerdo de los hombres cae de vez en cuando en la flaqueza, y a Doyle le sucedió la primera vez que la vio. No creía ni en los flechazos ni en el encaprichamiento, ni en ninguna de esas tonterías; el amor era un sentimiento fuerte y consolidado; no surgía simplemente por mirar a una persona a los ojos. Pero aquella mujer le había llamado poderosamente la atención. No era especialmente guapa, de hecho, había salido con chicas mucho más atractivas que ella; además, con el uniforme de camuflaje, el pelo recogido y sin maquillar, su feminidad se evaporaba lentamente con cada paso que daba. Y sin embargo se quedó mirándola por la mirilla del fusil, siguiendo su recorrido hablando con el general, quien seguramente le ponía al tanto de las condiciones del perímetro de seguridad. Antes de cruzar la puerta, ella giró el rostro hacia el lugar en el que estaba, ya que su superior les estaba señalando a él y a sus compañeros, y hubo un segundo, sólo uno, en el que sus ojos se cruzaron, aunque quizás nunca llegó a saberlo. Y Doyle vio en la expresión de su rostro que era fuerte, que podía afrontarlo todo, que no se dejaría vencer por el miedo o el dolor, y que por eso estaba allí.
Cuando desapareció en el edificio principal, parpadeó un par de veces y se movió sobre su sitio, recorriendo con la vista las calles y al personal, que caminaba de un lado a otro intentando distraerse.
Tras aquel día, si no se encontraba hablando por radio con los demás francotiradores de la azotea o con Flint, su mente divagaba en la soledad de su puesto, e inconscientemente la buscaba entre las cristaleras. Todas las noches la encontraba frente a la pantalla de su ordenador; unas veces tecleando; otras absorta en las letras que había al otro lado. Y en ese momento, Doyle, sin quererlo, fantaseaba. Se preguntaba cómo podría hablar con ella. Cómo podría acercársele y dirigirle la palabra; decirle que le parecía una mujer interesante y que no le importaría acompañarla en su despacho, tentarla a tener una larga charla mientras beben cerveza y se ríen de las pocas cosas divertidas que ven o experimentan en ese lugar. Pero ¡ah!, ni él podía abandonar ni puesto ni ella era, seguramente, de las que aceptaban tener a alguien distrayéndole mientras trabajaba. Parecía tan recta, tan serena. Sin quererlo, empezó a desarrollar una cierta obsesión por ella. Y ni si quiera conocía su nombre. Sabía que le gustaba el café a media noche, que si se encontraba muy concentrada en algo se mordía el labio inferior, y que si estaba aburrida y cansada, se rascaba detrás de la oreja derecha.
“Qué triste eres, Doyle.” Se dijo una vez. “Pareces un idiota.” Seguramente Flint se habría reído de él.
Un idiota enamorado. Le habría dicho.
Pero Doyle sabía que no estaba enamorado. Y sin embargo sí que se conocía lo suficiente como para saber que, quizás, podría estarlo. Algún día. Lejos de aquel lugar. Un escenario que, seguramente, nunca tendría lugar; una situación que nunca se podría dar.
De modo que se limitaba a observarla en silencio, a imaginar su voz, pensando que el día en que pudiese encontrarse con ella y dirigirle la palabra, sería algo que le animaría considerablemente la triste vida en el Distrito 1. Sabía perfectamente que no se atragantaría con las palabras, porque nunca había tenido ese tipo de problemas; pero estaba convencido de que iba a tener tantas cosas en la cabeza pensadas para decirle, que no sabría a cual atinar primero. Y sin embargo lo único que se le vino a la cabeza cuando la vio en aquel almacén, en la oscuridad de la noche y abogado por los gritos de los infectados y por los sonidos de los disparos, era que, sin duda, habría preferido mil veces no haber sabido nunca que se llamaba Scarlett a descubrirlo en medio de aquel infierno de pesadilla.