Stairway to heaven
Oye sus propios pasos repicar con estruendo mientras deambula por los largos pasillos. Camina solo y le encanta la paz que todo transmite. Realmente no hace tanto ruido, pero así, solo y los corredores tan desérticos, cualquier sonido se incrementa. El más leve susurro se escucharía por todas las esquinas.
Sabe bien lo que es eso, y lo difícil que resulta pasar desapercibido en esa quietud cuando tres cuerpos se apretujan bajo una única capa e intentan hacer el mínimo ruido posible. Sin éxito. Claro.
Pero ahora no le acompañan. Ahora al menos él tiene permiso para caminar solo por los pasillos a esas horas de la noche, haciendo su guardia.
La kilométrica bufanda casi roza el suelo al andar. Cargando en su brazo derecho lleva unos libros que ha cogido de la biblioteca a última hora. Se siente cansado, exhausto, agotado. Se para en uno de los ventanales y mira el oscuro cielo estrellado. Hoy no hay luna. Eso le hace enfermar. La ausencia de luna se traduce en él como una ausencia de ánimo. Como si al esconderse quisiese esconder también todas sus energías. Sus fuerzas se esfuman como la gran bola plateada. Suspira, exhalando todo el aire de los pulmones. Quizás hoy pueda dormir, se miente.
Al entrar en la Sala Común no la encuentra vacía. Sirius lee su revista de rock mientras Peter y James, en una de las mesas, están peligrosamente rodeados de trozos de pergamino emborronados y pilas de libros que amenazan con engullirlos. Peter babea sobre su pergamino y James se afana en buscar algo que no logra encontrar.
-¿James?-el sonido de su propio nombre le asusta, da un respingo en su silla y lo mira con cara de horror.
-No he terminado el trabajo-dice con voz queda-el de Transformaciones-pánico- No lo había ni empezado-el horror en todo su esplendor- ¡¡no me acordaba que era para mañana!!
Vuelve a su afanosa tarea de estudiante y Remus no puede más que sonreír ante la estampa. Le sale una sonrisa queda, porque hasta sonreír le cuesta ese día. Intenta ocultar el suspiro de cansancio que se extiende por todo su cuerpo. Pero no puede esconderlo, para Sirius no, que lo olisquea desde el sillón junto al fuego. Ha dejado la revista en un lado para mirarlo y desearía que no lo hiciese, porque siente que sus ojos lo engullen.
-¿Estás cansado?-pregunta, ceñudo. Mirada intensa. Asiente levemente.
-La luna-y lo comprende. No hace falta decir nada más. “La luna”, que es más bien “la ausencia de luna”. Y sin dar más detalles sube escaleras arriba. No se cree estar lo bastante entero como para sostener esa mirada sin suplicarle algo, no se, dormir juntos, que tontería, que le abrace, que mariconada, que hoy esté con él, toda la noche.
Porque si la perspectiva de la luna llena, que lo desgarra y lo rompe, sacando de debajo de la piel a la bestia que en él encierra, imbatible, imparable, haciendo que la energía que bulle en su interior ante la víspera del resurgir del monstruo, no le deja dormir…
Cuando la luna falta, le falta todo. Le faltan las fuerzas, le falta el aliento, le falta la vida. Tampoco puede dormir, porque el vacío se hace tan palpable que duele.
Amontona los libros en su baúl y se quita los zapatos sin desatar, empujando punta con talón. Siente un escalofrío recorrerle toda la espalda cuando nota esas manos en su cuello, desanudando la capa y tirándola encima de los libros. No hace falta que se de la vuelta, lo siente, bajo la piel, en los huesos. Como al lobo. A Sirius.
Todo su cuerpo desprende una energía inquieta y desbordante que le electrifica de pies a cabeza. Quiere decirle que no, que esa noche no puede porque de verdad, de verdad, el contraste de energías le haría desfallecer. Pero no dice nada porque no se encuentra la voz. Hace un sonido gutural cuando le lame el cuello y Sirius sisea.
“Ssssssh. Túmbate” le ordena, y él obedece. Porque no puede ignorar su presencia.
Porque sólo él le hace querer.
Tendido en su cama, Sirius empieza a quitarle la ropa suavemente, con calma. En contraposición con la pasión canina que siempre arrasa con todo. Pero esta vez es diferente. Esta vez sus ojos también denotan calma.
“And it makes me wonder…”
Lo besa saboreando sus labios, jugando con su lengua, tocándole el alma. Y le lame.
Le lame cada cicatriz, cada músculo, cada centímetro de su piel. Y no hay luna pero todo es tan real como ella. Cada roce es sentir la vida en cada poro. En la yema de los dedos, que le acarician. En los labios que le besan. Se deja hacer porque sus ojos grises están en calma y le transmiten seguridad. Se deja hacer porque es Sirius, y se dejaría matar por Sirius, y se entrega a Sirius porque aunque no lo sepa, se entregó a él en cuerpo y alma desde el primer día.
Hace tiempo, cuando era pequeño y sufría en su soledad los debacles de la luna, soñaba con hacer una escalera hasta el cielo y quedarse en ella para siempre. Porque así no perdería nunca de vista a la luna. Porque así siempre estaría con ella y no dolería tanto. La soledad que comparte la luna.
Pero está ahí. Sudando y suspirando, con todo el cuerpo vestido por una capa uniforme de saliva, con Sirius a su lado. La estrella más brillante mirándolo siempre a los ojos. Comprendiéndole como nadie lo ha hecho jamás. Lamiéndole la tensión y el cansancio del cuerpo. Transmitiéndole esa energía que a él parece sobrarle. Rodeados de algo que chispotea, que electrifica, que da calambre, que es real y es palpable. Está ahí. Con ellos. Rodeándolos. La magia.
Y se quedan dormidos, sudorosos y abrazados, escuchando el leve ulular del viento colarse por la ventana.
Qué importan los debacles de la luna, el dolor y el desgarro de cada luna llena, y los cansancios extremos de la luna nueva. Qué importa nada, si una estrella ha decidido quedarse junto a él.
Ya no importan las escaleras hacia el cielo. Tiene el cielo junto a él.
Para todas las que seguimos creyendo, por ellos.