La entrada de alguien en mi f-list me recordó mucho a una de las peores épocas de mi vida, y no es que hubiera vivido tanto (tengo 27 años apenas) ni tampoco es que no tenga presente que pueda ponerse peor en el futuro; pero en el año 2010-2011 apenas podía pagarme el alquiler del cutre monoambiente en el que vivía; ya la había pasado muy mal antes, cuando tenía 17, así que no fue tan terrorífico porque estaba un poco curtida en el asunto de ser un madao con todas las letras.
Tenía (y tengo) a mi gata; es muy loco hablar de ella porque, aunque no suelo contárselo a la gente que me rodea, no tengo problemas en reconocer que tener que hacerme cargo de ella me salvó un poco la vida. La encontré en la calle poco después de decidir que iba a suicidarme cumpliéndolo esta vez. Ella era muy chiquita y no la quería nadie, ni mi familia. Sabía que si me moría ella no tendría a nadie que la cuidase. Me encariñé mucho con ella, y entre el ir y venir, entre la atención que ella necesitaba y los viajes a la veterinaria un día me di cuenta de que no me había quitado la vida como tenía planeado, de hecho, no pensaba tampoco en eso sino en encontrarle un hogar a ella. Puede sonar tonto, pero siento que de alguna forma Heben me ayudó.
Por eso, varios años después, en el 2010, pese a que la estaba pasando muy mal, la tenía a ella y tenerla simbolizaba una responsabilidad: debía alimentarla, además de alimentarme yo. A ella nunca le faltó comida, nunca, porque soy muy consciente que tener una mascota representa responsabilidad, y no iba a separme de ella; pero no podía hacer lo mismo conmigo: ella era mi prioridad, no yo (y aunque digan que es solo una gata, eso no implica en absoluto que deba sacrificarla en mi beneficio, nunca, ningún ser vivo).
A veces tenía tanta hambre que me dolía el estómago al punto de enfermarme. Comía lo que tenía en el momento, comida vencida o pan enmohecido. Durante meses me alimenté solo con arroz blanco y un poco de sal. Comía bien solo cuando mi hermana me invitaba, o cuando
yageni venía a casa a visitarme y zurrarme.
Era extraño y ahora me resulta nostálgico, pero se notaba que Yage o mi hermana -que tenía la llave de mi depto- habían venido porque en mi heladera, que eternamente estaba vacía, había una mermelada o un pedazo de tarta. La mermelada la asociaba a Yage; la tarta a mi hermana. Y a mi se me llenaban los ojos de lágrimas.
Y esa era mi cena, mi almuerzo, mi merienda y mi desayuno por el tiempo que me durasen. Así aprendí a racionar la comida. Si por ejemplo tenía siete panes, guardaba uno para cada día de la semana. Si podía comprarme algo, como arroz, también lo racionaba, calculando los puñados para que me alcanzase hasta cobrar el mísero sueldo de ese entonces. Poder comprar algo como... mayonesa, para poder ponerle al arroz, era un lujo que me daba cada tanto.
Varias veces me desmayé de hambre -por suerte nunca en la calle- y varias veces me enfermé. Doy gracias de que la atención médica, en mi país, es gratuita; claro que el problema venía cuando tenía que comprarme medicamentos. Nunca tenía el dinero para comprarlo. Y le doy gracias a Dios de no haberme enfermado de nada grave.
Yage dice que soy terca, tal vez es verdad. Mi orgullo es uno de mis peores defectos; sé pedir ayuda, pero vengo de una familia muy particular y aprendí de esa manera a no pedir ayuda, sobretodo cuando esta es económica. Nunca me gustó pedir dinero prestado si no podía devolverlo. Si pido prestado es porque sé que puedo devolverlo. De joven (muy chica, tenía 12 años, quizás menos) robaba, hasta que dejé de hacerlo porque no me gustaba apropiarme de lo ajeno, porque creo en el karma y porque en ese momento no lo necesitaba (lo hacía simplemente por la junta que tenía). Por ese motivo, hoy en día con el dinero soy muy quisquillosa. Nunca me quedo con el vuelto y soy de las idiotas que devuelven el dinero perdido, si sabe a quién le pertenece.
La Navidad de ese año la pasé en mi departamento, con mi gata y una vecina que me invitó a tomar una sidra, que también estaba sola porque tenía que trabajar después de las doce y la familia estaba lejos de su lugar de trabajo, así que había preferido quedarse. Fue ahí que me di cuenta de que había llegado al punto de la desesperación economica. Es muy duro tener hambre y no tener para comer, pero más duro es no ir a pasar la Navidad con tus seres queridos porque te duele saber que llegarás con las manos vacías, más vacía que el estómago. Soy una persona que le cuesta mucho demostrar sus emociones, no suelo decir con frecuencia "te quiero" y los gestos cariñosos como los abrazos me ponen muy incómoda, así que dar regalos es una manera de decirles a las personas que me importan que los quiero, y no poder hacerlo es un golpe muy bajo.
Es tonto decirlo, pero tener el internet gratis por vivir pegada a una cafetería con wi-fi y, de esa forma, poder tener contacto con
alinealghost y conocer One Piece en esa época -y querer tanto a Sanji por motivos muy evidentes- me dio fuerzas. Eso, y Yage, y mi hermana, y Heben (mi gata).
Había cosas elementales que necesitaba, como el shampoo y el detergente, por ejemplo. Así aprendí a economizar un montón, a usar una sola cosa para todo; pero claro, comenzaba a ser una situación muy dura para mí, que de no haber pasado algo similar a los 17 años no sé qué hubiera hecho. Conociéndome quizás me hubiera suicidado o hubiera ido corriendo a buscar a mi madre, que en ese entonces vivía a más de 1000 kilómetros; pero no quería irme del lugar que estaba. No quería bajar los brazos y sentirme derrotada. Y me gustaba vivir sola y tener experiencias locas con mi gente, en el proceso de aprender a valerme por mi cuenta.
¿Qué me quedaba? Por supuesto, debía conseguir dinero, otro trabajo era imposible porque necesitaba el que tenía para pagar el alquiler y los horarios jamás coincidirían. Desde ya que tuve que dejar de estudiar. Pero, ¿qué trabajo podía conseguirme que durase pocas horas y me diera bastante dinero? Un giro en mi vida hizo que me viera en la cuerda floja. Tenía que pagar sí o sí el alquiler y las cuentas o me quedaba en la calle. Robar, definitivamente no iba a robar, porque haberlo hecho de chica me enseñó que yo no quería ser esa clase de persona, y además la sociedad no tiene la culpa de mis carencias. Vender droga no, porque eso implicaba involucrarlo a Nico, y no quería. Vendí lo que podía vender, pero los libros, los mangas y escribir siempre fueron mi combustible, y no iba a desprenderme de ellos bajo ninguna circunstancia, claro que sin techo eso te importa muy poco, pero no había llegado todavía a esa situación, si bien estaba cerca.
No me costó mucho encontrar a alguien que empleaba chicas para la prostitución. Concerté una cita con él, luego de un llamado telefónico después de haber dejado un aviso en un pub nocturno para camarera. Le pedí a un amigo, a Nico, que me acompañara y se quedara más o menos cerca, sin que el tipo lo viera, más que nada por mí seguridad y tranquilidad.
Tuve la entrevista y me invitó a ir con él, pero yo no me animé en ese momento. En teoría a la semana siguiente (era un viernes), el lunes, tenía que ir para empezar a trabajar.
No estaba muy segura de hacer eso, pero el hambre pesa y no quería imaginar qué pasaría si Heben o yo enfermábamos de algo que implicase comprar medicamentos, si a eso le sumamos la urgencia de conseguir dinero rápido para el alquiler, el resultado es evidente (en momentos de desperación los humanos somos capaces de cualquier cosa). Lo bueno es que el hombre me había asegurado que trabajaría las horas que yo quería y cuando yo quisiese, era lo que buscaba... para poder seguir cerca de Bauti y trabajando.
Ese fin de semana recé, le recé mucho al Dios en el que creo, por una pequeña ayuda, una soga de la que aferrarme. Ese mismo lunes me llamó mi mamá para decirme que pensaban volverse a Buenos Aires y que si quería vivir con ella; con mi sueldo, si ella pagaba el alquiler y yo las cuentas, estaría más que bien. No sé cómo mi madre intuyó que la estaba pasando muy mal, por lo general yo no le contaba mis dramas económicos, siempre que me preguntaba le decía que estaba bien... la cuestión es que ellos extrañaban mucho y no estaban cómodos en el lugar que vivían, así que iban a volverse.
Saqué fuerzas desde donde no tenía para poder aguantar hasta que volvieran. La seguí pasando mal, pero con ese pequeño rayo de esperanza.
Reitero: de no haber sido por mis amigos, de no haber sido por mi sobrinito, de no haber sido por mi gata, de no haber sido por FA (
alinealghost), One Piece y de todos aquellos que estaban en internet, del otro lado de la pantalla, sin saber lo mal que lo estaba pasando, pero entreteniéndome y haciéndome olvidar todos mis dramas, hubiera sido mucho más difícil. Y soy terca y orgullosa, pero siento que no perdí, que gané, porque lo que no te mata te hace más fuerte, ¿no?
Solo sé que la podés estar pasando muy, pero muy mal -y si consuela en algo: la vida me enseñó que siempre se puede poner peor-, sin embargo como dice el refrán "Dios aprieta, pero no ahorca". Si se tiene fe, no digo en Dios si bien yo la tuve en él, pero si se tiene fe en algo: en uno mismo aunque sea, se puede salir adelante de cualquier adversidad. Al fin y al cabo los humanos y las cucarachas somos los seres más resistentes, ¿no? Siempre traté de ponerle buena cara al mal tiempo, de reírme de mi situación o de no tomármela muy en serio (hasta que casi quedo en la calle, ahí se me vino el mundo encima).
En mi adolescencia fui una persona (y creo serlo todavía) muy depresiva, me costó no depender de las pastillas, ni del psiquatra que me las recetaba, ni del hombre que en ese momento era mi gran amor y que lo fue por seis años; ese sí que era un auténtico madao de 30 años, adicto a la cocaína, mentiroso diplomado, un Aizen Sousuke peligroso, un piscótico de aquellos que me manipulaba como una marioneta (era chica en ese entonces, tenía 14 años cuando lo conocí); por él llegué a vender mi cuerpo una vez (lo que hace el amor: te vuelve estúpida y ciega), por él dejé maltratarme piscológicamente, pero al mismo tiempo, conocerlo me hizo fuerte. Sé, aunque suene raro que lo diga, que a su manera me quiso. Nunca quiso nada ni a nadie, pero lo nuestro era una dependencia mutua, me costó muchísimo sacármelo de encima a tal punto que casi tuve que irme del país. Me lo crucé un año después y tuvo el tupé de decirme que le hubiera encantado envejecer conmigo. Sádico. Le creí y le creo: fui la única persona (hasta entonces, al menos) que pudo atravesar las capas de su personalidad y conocer ese lado oculto, salvaje, y aun así, quedarse a su lado porque lo aceptaba con sus defectos... Nadie es perfecto y, aunque me duela reconocerlo, me quería de una manera estúpida, como quizás nunca nadie me quiera porque yo también tengo mi lado oculto y salvaje; hizo muchas cosas alocadas por mí.
Así que por esa adolescencia turbulenta, en el presente trato con todas mis fuerzas de no hacerme demasiada mala sangre, de no preocuparme demasiado por mí (pese a que esto pueda sonar negativo).
Y sé que hay gente que la pasa siempre peor que uno; eso sí que no es consuelo, pero te ayuda a ver la vida de otra manera, a no preocuparte por idioteces, a no llorar por naderías, a dar las gracias por pequeñas cosas y pequeños gestos que se vuelven grandes porque te ayudan a crecer como persona y que es lo que, a fin de cuentas, te da energía. La manera particular de Yage que tenía para zurrarme por no aceptar ayuda y vivir tan despreocupadamente, ahora me causa gracia... esa época fue extraña, porque pese a que la pasé mal, al mismo tiempo la pasé bien. Aprendí un montón de cosas, cosas que no las hubiera aprendido de otra manera. Labré mejor mi filosofía de vida y, como desde chica, tuve que madurar a la fuerza. Al menos en esa época tenía techo; a los 17 tuve que dormir en la estación de trenes, hasta que Nico me fue a buscar y me llevó a su casa.
No soy tan orgullosa, ni tan ciega para negar que no soy fuerte, que si resistí y superé dificultades fue gracias a la gente que me rodea. Aunque no me guste pedir ayuda, la tuve, porque de cierta forma, aunque sea a los golpes, aprendés a pedir esa ayuda a su debido tiempo. O al menos, en mi caso, me dejé ayudar cuando ya no podía sola. No tiene nada de malo reconocer las limitaciones de uno. No me hice fuerte por mí misma, o un poco sí, pero parte de esa fortaleza se la debo a esa gente que, no entiendo -lo juro- como puede soportarme y seguir a mi lado con lo jodida y desamorada que soy.
Tsk... me cuesta un huevo dar las gracias, ser amable y cariñosa con los que lo son conmigo (la excepción es mi sobrino), pero de verdad: gracias. Sé que no lo digo muy seguido (vale, no lo digo nunca), pero los quiero. Buscaré diversas formas de demostrarlo, pero por lo pronto tienen mi lealtad: Cuando me necesiten, ahí estaré. Siempre.