Placer Culpable
(
mision_insana |
tabla el cuerpo: #05 - Cabellos)
Twilight | Edwar/Carlisle; Edward Cullen, Carlisle Cullen.
606 palabras | Viñeta
Adv: Slash duro y puro, lime-rozando-el-lemon (ojalá), yaoi.
Not: Recuento de Edward/Carlisle escritos: 2/chorrocientosmilbillones
Estaban solos cuando se desató lo imparable, y ninguno fue lo suficientemente fuerte para detenerlo.
Carlisle no solía dejar que estas cosas pasaran, a veces pensaba que descontrolarse iba contra su propia persona. Pero era que cada vez que Edward le tocaba sus pensamientos racionales corrían lejos de su mente, se bloqueaba, se le olvidaba todo. Excepto el cómo hacer a Edward gritar su nombre -era su placer culpable, lo admitía.
Y Edward se dejaba hacer, acariciar, tocar, explorar, porque sabía que Carlisle jamás le haría daño, jamás le dejaría solo. Porque se refugiaba en el abrazo desnudo de su compañero esperando encontrar los rastros de descontrol que reposaban en los labios de Carlisle cada vez que se besaban.
Le había dicho muchas veces sobre el caos que era su mente cada vez que hacían el amor, y a Carlisle le agradaba, Edward lo sabía, lo leía en su mente, y eso le excitaba aún más.
El lugar de hoy era el estudio, fue improvisado e inconsciente, no buscaban premeditarlo, así no era divertido, solía pensar Edward. Y Carlisle enreda sus dedos en el cabello de su compañero y lo atrae hacia sí para desembocar todo su no-dominio contra sus labios mientras las ropas se rasgan sobre el suelo. Edward escucha cómo a Carlisle le gusta el sonido de la tela rompiéndose.
Qué lástima, piensa Edward con satisfactorio sarcasmo, despojándose de los pedazos de tela, de lo que fue su camisa, sobre sus hombros, esa era nueva.
Y los labios de Carlisle le recorrían entero, buscando, quizás, una imperfección en la perfección de su cuerpo, un lugar que mejorar. Pero no, Edward era tan perfecto que dolía; tan perfecto, tan sereno, tan inteligente, tan talentoso, y tan de Carlisle.
Porque eso eran ellos (y siempre lo serían), Carlisle y Edward, amigos, como Dios y Adán, aunque bien sabía Carlisle que Edward nunca le decepcionaría…
Es lento, placentero, suave; no tiene prisas, apuros, tienen todo el día y toda la eternidad para hacerlo. Y sus caderas chocan con un delicioso ritmo eterno, que clamaba sus nombres con cada embestida. Con las manos entre los cabellos de Edward, Carlisle se los jala con suavidad, incitándolo, y Edward gime su nombre, no puede evitarlo, se le ha grabado en la piel.
Se besan, se tocan, se follan y se vuelven a besar. Es como un círculo vicioso que ninguno desea acabar.
No buscan deshacerse de la soledad, ya la han ahuyentado. Edward no busca un padre, busca un compañero, Carlisle no busca un hijo, busca un amigo.
(Pero han encontrado más que eso).
Las manos de Carlisle vuelven a recorrer el cuerpo de Edward una vez más, antes de que los dedos se le enreden entre sus cabellos y le bese el hombro, para después mordérselo con ternura. Y le jala las hebras cobrizas, porque no puede evitarlo, le gusta, le excita, lo adora.
Y antes de que todo termine, Edward deja escapar un jadeo para después desplomarse sobre el suelo -siempre estuvieron de pie, quizás-. Carlisle se cierne sobre él, y le sigue acariciando el cuerpo. Edward se pregunta cómo demonios él no parece cansado, porque, si tuviera corazón, el suyo estaría casi explotando. Se vuelven a besar por capricho de Carlisle, aunque Edward le cumpliría todo lo que deseara.
Y una risita se le escapa de los labios al adolescente vampiro mientras, en los pensamientos de su compañero, se crean imágenes que estaría gustoso de vivir.
-Vale -dice Edward, acariciando los cabellos de Carlisle-, la próxima vez…
-Sobre el piano, por favor -murmura Carlisle.
-Sobre el piano -ronronea Edward. Quizás premeditado sí era divertido.
Y ninguno siente el peso de su placer culpable.