Qué pintoresco; Argentina/Chile | Latin Hetalia

Nov 07, 2010 00:15

Qué pintoresco
Latin Hetalia | Argentina/Chile
1293 palabras | One shot
Advertencias: yaoi, menciones implícitas de sexo y am, creo que es algo (un poquiiiito) cursi.
Notas: Este es de mi queridísima Ceci osakaxsun ; un pequeñito regalo que le di por su cumpleaños el pasaaado 20 de octubre ;3; Etto... inspirado en Picturesque de Chase Coy.



Despertó para volver a un sueño. O eso fue lo que pensó después de cubrir sus ojos de los rayos del sol, esos que se colaban por los huecos entre el cristal y las cortinas, y bañaban su piel y su cabello. Esos que hacían brillar la piel del cuerpo a su lado.

Y sonrió sin darse cuenta, como un acto reflejo.

Había algo en el rostro tranquilo de Manuel que llamaba su atención, y no era la forma en que sus párpados se movían después de exhalar, ni sus cabellos despeinados. Podría ser su boca, entreabierta; o su nariz pequeña, a veces arrugada (y haciendo ese gesto que a Martín tanto le gustaba).

O quizás…

-Deja de tocarme ahí -alegó por las cosquillas que le producía.

-No puedo -rió entre el jadeo que se escapaba de su boca, con su aliento chocando en los labios ajenos-, no puedo. Quiero tocarte en todas partes, Manu.

Y sus manos vagaban por todo lo que conocía por piel, hasta esos recovecos que vislumbraba en su memoria y que deseaba repetir. Una y otra vez, y no se cansaría. No podía cansarse de tocar a Manuel.

-… donde nadie más te ha tocado. Quiero tocarte hasta el alma.

Quizás era ese brazo que cruzaba la cama. Sí, ese. Matando la distancia, haciéndole ver que estaba ahí, asegurándose de que no estaba solo. Y su mano sobre la suya, como una caricia matutina, más suave que la almohada en la que apoyaba la cabeza en ese momento, pero no más que su sonrisa de la noche, la que casi se le escapa de los labios ahora.

Y las comisuras de su boca se levantaron más.

La verdad es que no supo exactamente cuánto tiempo pasó después, sólo era consciente del subir y bajar del pecho de Manuel, de su torso desnudo, de su cabello despeinado. De sus manos unidas.

De ese Bum bum, bum bum…

-¿Pero qué-?

-Shh, que si hablás no puedo escucharlo.

Sus cabellos le hacían cosquillas sobre el pecho, y aquellas gotitas de sudor sobre sus clavículas se enfriaban, provocándole escalofríos no invitados. ¿Había parado todo sólo para esto?

-Apúrate.

-Eeh, dejá… Sólo un poco más.

-No tiene sentido.

Y, bueno, no es que mucho en aquel momento hubiera tenido sentido. Con sus manos entrelazadas entre algún nudo de las sábanas, sus cuerpos juntos, esa presión cálida que se debatía en un hilo de simpatía y repulsión, y su boca rozando su cuerpo otra vez, como si nada.

-Sí que lo tiene, es que vos no lo entendés.

-Vos no entendés nada.

Su susurro se lo comió el silencio mientras lo seguía mirando; y podía jurar por todo lo que conocía que el tiempo en ese dormitorio se detuvo, como si el mundo entero se hubiera parado para observarlos en esa extraña escena. Extraña, porque no era común. No era común, porque todo en su relación no incluía tranquilidad.

Pero ahora ambas bocas no profesaban sonido alguno y apenas los suaves ronquidos de Manuel se adherían a las paredes.

Cuando antes el cuarto pareció estar lleno de un todo.

-¡Martín! A-Ah.

Tragó saliva, para luego soltar un suspiro. Sus mejillas se habían sonrojado, pero no tenía porqué saberlo (o dar a entender que lo sabía).

Se movió sobre la colcha, acercándose al otro cuerpo bañado por el sol, y con su mano libre tocó la curva de la espalda, con la palma, acercándolo hacia sí. Más. Un poco más. Manuel se revolvió entre sueños, pero su mano no dejó la suya y con eso estaba bien.

-¿Te duele?

-… No.

-Mentiroso.

Sus caderas estaban unidas, pero quietas, aún en ese punto de partida, sólo aguardando una señal.

Las piernas de Manuel alrededor de su cintura, presionando y aflojando, como una rutina que no adquiría confianza. Se dejó caer un poco en el agarre, para estar más cerca de su rostro y que el besarlo no conllevara una ardua tarea para sus brazos.

El suspiro que el otro soltó se le hizo uno de los sonidos más perfectos jamás escuchado.

-Avisame cuándo me muevo.

-Deja de huevear…, no me voy a romper.

Pero Martín temía que sí. Y mejor no decirlo, sino todo esto quedaba hasta aquí, y no estaba dispuesto a desperdiciar toda esa insistencia que le tomó el recibir ese murmurado «sí».

(Otro, otro a su personal y pequeña colección).

-Sos… cálido.

El pecho de Chile subía y bajaba, y su boca se abría y se cerraba. Estando como estaban, Martín sintió cómo intentaba relajar el cuerpo más.

-¿Paramos?

Manuel negó, suavemente, un gesto que no muchos habrían notado.

Y suspiró.

-Muévete ahora.

Se relamió los labios, girándose despacito en la cama, encantándole el ruido de las mantas que siguieron su cuerpo. Y el de Manuel junto al suyo.

Ignoraba la hora, y hasta la fecha si era sincero. Todo fuera de esa puerta oscura le era ajeno, y todo lo que sus brazos no abrazaban, indiferente. Y es que así como estaba sentía que podía simplemente pisar el mundo, que podía con todo y con todos. Que podía bajar la luna y el sol y las estrellas. Y aquí la prueba, que una dormía junto.

Fue un tímido empuje, cuidadoso, porque tenía miedo, aunque era bastante bueno ocultándolo.

Aunque tal vez no tan bueno con Manuel.

-¿Me crees una mina?

Eso lo hizo soltar una carcajada.

Y esa carcajada, a Manuel lo hizo soltar la primera sonrisa de la noche.

Cuando Manuel abre los ojos Martín los tiene cerrados. Cuando se da cuenta de su cercanía, el otro afianza el agarre. Cuando alza la mirada para encontrarse con la otra, Martín abre los ojos. Y cuando lo hacen, Martín piensa (siente, se da cuenta, cree, se inventa, grita en silencio, en sus ojos) que es la única persona en el mundo que vale la pena.

-Dejá de cubrirte.

-Deja de mirarme.

-Ya te vi entero.

-¿Y para qué quieres seguir haciéndolo?

-No sé, che, ¿para qué sigues respirando si ya lo hiciste antes?

Manuel pensó un poco en esa pregunta, y sus mejillas se sonrojaron al ahorrarse la respuesta.

-No tení’ remedio, tú.

La sonrisa de Argentina deslumbró como su nombre.

-Nunca te lo pedí.

La cama rechina, y creyó que tuvo suficiente en la noche, pero parecía que de su paciencia quedaba un poco más de lo que pensaba. Al inclinarse, la cabecera gritó crujiendo, pero la ignoró.

No así los ojos de Manuel, no así su boca, que todavía no soltaba palabra alguna. No así su mano, que aún se entrelazaba a la suya. El beso fue más corto de lo que deseó, pero mucho más largo que otros que recordaba (y sin golpes ni dolores de nariz).

-¿Tregua todavía? -le preguntó bajito, calladito, como una canción de cuna.

Estaban unidos en más de un sentido, y todo se reducía a los gemidos en sus labios y al vaivén de sus caderas. Lo abrazó fuerte contra sí y arqueó su espalda; si había una forma fisiológica de poder estar más juntos, quería saberla ahora, porque no era suficiente.

Y, ¡demonios!, nunca lo sería.

Manuel lo miró en silencio, alzó su mano libre y le tocó los labios con la yema de los dedos, delineando esa pequeña curva. Luego miró sus ojos (Dios, cómo brillan) y algo vio en ellos, vaya a saber uno qué, pero terminó mostrándole esa sonrisa pequeña, única, cómplice, y llena de secretos.

Esa que parecía ser de él y que las palabras no alcanzaban para describir que pudiera creer que una sonrisa así existía.

Que él existía, y que estaba a su lado.

-Tregua.

El sol se colaba por la ventana, bañando sus cuerpos con la luz. Y se parecía un poco a ese sueño que dejó. Para entrar en este.

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