Visita al museo | Eichi/Suzuna | Platonic Venus
TÍTULO: Visita al museo
FANDOM: Platonic Venus
PAREJA: Eichi/Suzuna
NOTAS: Fluff, apto para todos los públicos. Sin spoilers. El reto al que responde incluía un lugar (el museo) y tres objetos (pared, libro y paraguas).
PALABRAS: 495
La lluvia les había pillado por sorpresa, y habían tenido que comprarse un paraguas para no calarse hasta los huesos. Llevaban discutiendo todo el camino, medio en serio medio en broma, y la batalla final se había librado a la hora de decidir qué paraguas comprarían: el que quería Eichi, de color negro, o el que quería Suzuna, azul con nubecitas. Una simple frase había coronado a Suzuna como vencedora de la guerra. ¿A que te dejo sin…? Y Eichi no quería arriesgarse.
Siguieron su camino hacia el museo apretujados bajo el alegre paraguas, arrebujados en sus bufandas de punto y hablando en susurros. Eichi estaba emocionado. Como regalo de Navidad, Suzuna había conseguido dos entradas para una exposición del Museo Arqueológico que había dado ya la vuelta al mundo. Ella no entendía cómo ver huesos de dinosaurio le hacía tan feliz; pero sí sabía que el brillo de sus ojos era debido a eso, y sólo por verle sonreír de esa manera compraría las entradas que hicieran falta.
Por fin llegaron al museo, y tras media hora de cola entraron. La visita fue larga (y tediosa en opinión de Suzuna, que sólo se divertía tocándole las narices a Eichi de vez en cuando). Ella llevaba una guía, un pequeño libro que habían comprado al entrar, y leía en voz alta las historias de los esqueletos, herramientas y demás tesoros del pasado que iban observando. Eichi estaba absorto, haciendo comentarios entusiasmados de vez en cuando; pero la mayor parte del tiempo estaba callado, estudiando con el interés de un arqueólogo las piezas expuestas.
Habían decidido ir al museo por la tarde, esperando que así hubiera menos gente, y habían acertado. Eichi pudo contemplar las obras sin ningún tipo de problema, y tres horas después habían visto todos los rincones de la exposición.
-Gracias por traerme -sonrió Eichi, abrazando a Suzuna por la espalda. Ésta, que estaba absorta mirando una réplica de una pintura rupestre, se relajó en el abrazo y se giró, atrapando sus labios. Él avanzó unos pasos, empujándola suavemente contra la pared. El libro y el paraguas resbalaron de las manos de Suzuna cuando pasó los brazos alrededor del cuello de Eichi.
-De nada -murmuró ella-. Tú me has dejado comprar el paraguas de nubecitas.
-¡Me habías chantajeado! -protestó Eichi, con una sonrisa, acariciando el pelo lacio de su novia.
-Cierto, y como me has dado lo que quería, en cuanto lleguemos a casa tendrás tu recompensa -murmuró ella en su oído, dándole un pequeño beso. Aún seguía siendo la misma joven tímida que Eichi había conocido; pero en ocasiones perdía la vergüenza, cosa que él agradecía.
Volvieron a besarse, y entonces oyeron como alguien tosía a sus espaldas. Les faltó tiempo para recoger lo que se les había caído, disculparse con el guardia y salir de allí rojos como tomates, prometiéndose que nunca jamás volverían a darse el lote en un museo.
Aunque, pensándolo bien, nunca jamás era un término demasiado radical…
FANDOM: Platonic Venus
PAREJA: Eichi/Suzuna
NOTAS: Fluff, apto para todos los públicos. Sin spoilers. El reto al que responde incluía un lugar (el museo) y tres objetos (pared, libro y paraguas).
PALABRAS: 495
La lluvia les había pillado por sorpresa, y habían tenido que comprarse un paraguas para no calarse hasta los huesos. Llevaban discutiendo todo el camino, medio en serio medio en broma, y la batalla final se había librado a la hora de decidir qué paraguas comprarían: el que quería Eichi, de color negro, o el que quería Suzuna, azul con nubecitas. Una simple frase había coronado a Suzuna como vencedora de la guerra. ¿A que te dejo sin…? Y Eichi no quería arriesgarse.
Siguieron su camino hacia el museo apretujados bajo el alegre paraguas, arrebujados en sus bufandas de punto y hablando en susurros. Eichi estaba emocionado. Como regalo de Navidad, Suzuna había conseguido dos entradas para una exposición del Museo Arqueológico que había dado ya la vuelta al mundo. Ella no entendía cómo ver huesos de dinosaurio le hacía tan feliz; pero sí sabía que el brillo de sus ojos era debido a eso, y sólo por verle sonreír de esa manera compraría las entradas que hicieran falta.
Por fin llegaron al museo, y tras media hora de cola entraron. La visita fue larga (y tediosa en opinión de Suzuna, que sólo se divertía tocándole las narices a Eichi de vez en cuando). Ella llevaba una guía, un pequeño libro que habían comprado al entrar, y leía en voz alta las historias de los esqueletos, herramientas y demás tesoros del pasado que iban observando. Eichi estaba absorto, haciendo comentarios entusiasmados de vez en cuando; pero la mayor parte del tiempo estaba callado, estudiando con el interés de un arqueólogo las piezas expuestas.
Habían decidido ir al museo por la tarde, esperando que así hubiera menos gente, y habían acertado. Eichi pudo contemplar las obras sin ningún tipo de problema, y tres horas después habían visto todos los rincones de la exposición.
-Gracias por traerme -sonrió Eichi, abrazando a Suzuna por la espalda. Ésta, que estaba absorta mirando una réplica de una pintura rupestre, se relajó en el abrazo y se giró, atrapando sus labios. Él avanzó unos pasos, empujándola suavemente contra la pared. El libro y el paraguas resbalaron de las manos de Suzuna cuando pasó los brazos alrededor del cuello de Eichi.
-De nada -murmuró ella-. Tú me has dejado comprar el paraguas de nubecitas.
-¡Me habías chantajeado! -protestó Eichi, con una sonrisa, acariciando el pelo lacio de su novia.
-Cierto, y como me has dado lo que quería, en cuanto lleguemos a casa tendrás tu recompensa -murmuró ella en su oído, dándole un pequeño beso. Aún seguía siendo la misma joven tímida que Eichi había conocido; pero en ocasiones perdía la vergüenza, cosa que él agradecía.
Volvieron a besarse, y entonces oyeron como alguien tosía a sus espaldas. Les faltó tiempo para recoger lo que se les había caído, disculparse con el guardia y salir de allí rojos como tomates, prometiéndose que nunca jamás volverían a darse el lote en un museo.
Aunque, pensándolo bien, nunca jamás era un término demasiado radical…