Título: Discusiones habituales.
Fandom: Fullmetal Alchemist.
Pareja: Lanfan/Ed.
Palabras: 895.
Advertencias: Post-manga, semi AU (básicamente, porque el manga aún no ha terminado). Sin spoilers de los últimos capítulos.
Notas: Para
abygate69, que estaba loca por leer uno &hearts
Discusiones habituales.
-¡¿Cómo osas dirigirte con ese tono al futuro Emperador de Xing, canijo metalizado?! -exclamó Lanfan, indignada, apuntando directamente al corazón de Edward con su kunai. El famoso alquimista frunció el ceño, sin dejarse amedrentar por una mujer que desgraciadamente le doblaba en altura y que tenía un automail con una cuchilla de aspecto preocupante.
-¡¿A QUIÉN ESTÁS LLAMANDO CANIJO?! ¡Además, le diré lo que quiera y como quiera! ¡Al fin y al cabo, por mucho que sea el posible futuro Emperador de tu país, no es más que un gorrón inútil que no ha dado más que problemas porque se dejó seducir por los homúnculos! -contestó Ed, transformando su brazo en una espada y acercándola peligrosamente a la yugular de Lanfan. La tensión entre ambos se podía palpar y, por desgracia para sus compañeros, no era una situación novedosa.
Se encontraban en Youswell, camino de Xing, a donde Lanfan, Ling y Mei se dirigían acompañados de los hermanos Elric. El Día Prometido y todas sus consecuencias habían quedado atrás; Alphonse había recuperado su aspecto humano y también la salud; y ya era hora para los xingenses de regresar a Xing con los frutos de su investigación. Aún no sabían lo que ocurriría al llegar: la lucha por salvar Amestris había unido a los herederos de los clanes Yao y Zhang, pero sabían que las cosas cambiarían al llegar a su país y ningún miembro de la pequeña comitiva quería sacar el tema a relucir. Así pues, hablaban de todo menos de eso, y mientras disfrutaban de una agradable comida a cargo de los mineros de Youswell, la enésima discusión de Edward y Lanfan había comenzado cuando Edward había vuelto a insultar a Ling, como tenía por costumbre. Estas situaciones se daban ya tan a menudo que Ling, Alphonse y Mei habían aprendido a ignorarles, dejándoles que se insultaran hasta quedarse afónicos y, en caso de que llegaran a las manos (cosa que, hasta la fecha, había ocurrido en diez ocasiones distintas, e iban empatados en victorias) que se pegaran hasta quedarse satisfechos. Hoy no iba a ser diferente.
-¡El príncipe Ling cumplió con su deber tan buenamente como pudo! ¡Alguien como tú no tiene derecho a criticar las decisiones ajenas! -espetó Lanfan. Ese había sido un golpe bajo y lo sabía, pero la irreverencia con la que el rubio se dirigía a su señor sacaba a la joven de sus casillas. Sin embargo, al mirar a Edward a los ojos supo que había cruzado el límite, y que aquél día tendría que emplearse a fondo si no quería salir malparada.
Los golpes de Edward no se hicieron esperar. Atacaba con más furia de la habitual, y pronto se habían alejado del grupo (y de las casas, para alivio de los ciudadanos). Lanfan se defendía como podía. Gotas de sudor recorrían su rostro, mientras Ed asestaba mandoble tras puñetazo tras patada, y transmutaba en armas arrojadizas todo lo que tenía a su alrededor.
-¿No sabes hacerlo mejor, Lanfan? ¡Estás perdiendo práctica! -rio Edward, acorralándola contra la pared de una mina. Lanfan frunció el ceño cuando se dio cuenta de la clara situación de desventaja en la que se encontraba. El brillo victorioso en los ojos del rubio la enfurecía, y un fuerte sonrojo cubría su rostro debido al esfuerzo (y no al hecho de que Edward la hubiera llamado por su nombre por primera vez desde que salieron de Risembool).
-Yo nunca pierdo, Edward -masculló entre dientes. A Edward no le dio tiempo a reaccionar: con una llave magistral, Lanfan lo lanzó por los aires como si fuese un muñeco. Para cuando consiguió aterrizar, Lanfan había desaparecido. Edward miró extrañado a su alrededor: no era propio de Lanfan desaparecer en medio de un combate. Jadeando y sudoroso, oteó el horizonte buscando su silueta, e incluso se adentró unos pasos en la mina para ver si estaba, tratando siempre de no pensar en lo raro que sonaba su nombre en los labios de la joven protectora.
-No debería adentrarme más en la mina sin luz, no se ve nada -murmuró para sí. Sin embargo, apenas había terminado de pronunciar la frase cuando sintió cómo algo se le enganchaba del pie y lo elevaba por los aires, dejándole suspendido del techo bocabajo. Una luz se encendió justo enfrente de su cara, iluminándole, y el rubio pudo ver la cara triunfal de Lanfan, que sabía que le había ganado. Y, ambos eran conscientes de ello, le había ganado con una técnica muy similar a la que utilizara él, tiempo atrás, en su primer combate.
Pero la derrota sabe muy mal, y Edward odiaba perder. Así que sin pensárselo dos veces y con el único propósito de borrar la sonrisa de superioridad de los labios de Lanfan, Edward se dio un ligero impulso y los cubrió con los suyos propios, iniciando un extraño beso con él suspendido bocabajo en el aire y la cara de Lanfan entre sus manos para mantener el equilibrio.
El beso duró poco, pero a ambos les pareció una eternidad. Cuando se separaron, la cara sonrojada y perpleja de Lanfan era indescriptible. Y aunque su reacción fue previsible (cortó la cuerda que lo sujetaba con un rápido movimiento de su automail, haciéndole caer de cabeza contra el suelo rocoso de la mina) y ella había ganado la batalla, el sentía como si hubiera ganado la guerra.