Título: Recuerdos en la Casa de los Gritos
Personajes: Harry Potter
Rating: G
Género: General, Drama
Disclaimer: Harry Potter es propiedad de J. K. Rowling, Bloomsbury Publishing, Scholastic Inc. y AOL/Time Warner Inc. Nadie gana ningún beneficio económico con esta historia ni se infringen deliberadamente derechos de autor.
N/A: Futuro snarry, pero por el momento apenas asoma la punta de la nariz.
Era una tarde despejada de primavera en Hogwarts, había acudido al castillo a petición de McGonagall, en principio para tomar un té y ponerse al día y finalmente para lo de cada año, tentarle con el puesto de profesor de Defensa contra las Artes Oscuras. Pero independientemente del encuentro, él tenía otros planes para ese día en el castillo.
Harry estaba frente al Sauce Boxeador, el cual se balanceaba suavemente por la brisa. En ese momento parecía tan inofensivo. Unas risas llegaron a sus oídos procedentes de su espalda, se giró para encontrar a un grupo de alumnas y sonrió produciendo más risitas y sonrojos en las mejillas de las chicas, aunque la sonrisa no fuese dirigida a ellas, sino al hecho de que en sus uniformes estuviesen los colores de las cuatro Casas. Cómo cambiaban las cosas en cuatro años.
Se pasó una mano por el ya revuelto pelo, un poco incómodo por la atención y tras tomar unas profunda respiración dio un paso adelante traspasando el límite invisiblemente marcado por el árbol mágico el cual inició en ese instante su violenta ofensiva.
El mago se tiró a un lado evitando ser aplastado, saltó, corrió y se agachó esquivando las ramas. Podría haber lanzado un hechizo, pero sería demasiado aburrido. Finalmente se agarró a una rama antes de que le golpease y cuando se elevó saltó hasta otra en movimiento para balancearse antes de caer de pie junto al tronco y apoyarse distraídamente sobre el nudo que detendría la ira del sauce, no había que dar pistas a sus observadoras sobre cómo pasar las protecciones.
Recuperando el resuello, se agachó, entró en la madriguera entre las raíces y se sacudió rápidamente la arena y el polvo. Fue hacia el pie de la escalera levantando una nube de polvo a cada paso, apartando telarañas y viendo entre las sombras pequeñas formas huir a lugares más oscuros, mientras calmaba su mente enturbiada por la adrenalina para dar paso a los recuerdos.
Comenzó a subir la escalera lentamente, escuchando el chirriar característico de cada escalón. Sonrió con nostalgia, recordando aquella conversación con su padrino cuando había tenido la esperanza de escapar de los Dursley:
“-¿Qué? ¿Vivir contigo? -preguntó, golpeándose accidentalmente la cabeza
contra una piedra que sobresalía del techo-. ¿Abandonar a los Dursley?
-Claro, ya me imaginaba que no querrías -dijo inmediatamente Sirius-. Lo
comprendo. Sólo pensaba que...
-Pero ¿qué dices? -exclamó Harry; con voz tan chirriante como la de Sirius-.
¡Por supuesto que quiero abandonar a los Dursley! ¿Tienes casa? ¿Cuándo me puedo
mudar?
Sirius se volvió hacia él. La cabeza de Snape rascó el techo, pero a Sirius no le
importó.
-¿Quieres? ¿Lo dices en serio?
-¡Sí, muy en serio! ”[1]
Aquella fue la primera vez que había visto a Sirius sonreír, quitando diez años a su demacrado. En ese momento pensó que esa sería la primera de muchas risas y sonrisas que compartirían, el tiempo le quitaría era ilusión.
Llegó al final de la escalera y empujó la desvencijada puerta adentrándose en la mohosa habitación. Distraídamente, tocó tres desafinadas teclas del piano imaginando cómo habrían sido las noches de los Merodeadores en la Casa de los Gritos: Sirius, rescatando algo de la educación de su infancia, tocaría el piano, algo alegre, y tras unos tragos de Whisky de fuego se arrancaría a cantar. Poco después, su padre se apoyaría sobre el instrumento y cantaría desafinando junto a su amigo con las gafas torcidas pasando a cada rato la botella de la mano de uno a la del otro. Peter se sentaría en el suelo en silencio, contemplando a sus amigos con una sonrisa perenne. Y Remus, eventualmente, se sentaría junto a Padfoot tocando a dúo con él y quitándoles la botella de las manos cuando considerase que ya habían bebido bastante. Pasarían la noche riendo, disfrutando a la espera de la Luna llena en que las risas terminarían dando paso a un dolor, sólo soportable gracias a esas risas compartidas y la seguridad de que sus amigos le acompañarían y velarían por él.
Soltó un pesado suspiro, daría lo que fuera por tenerlos allí, y sin darse cuenta sus ojos se posaron sobre la mancha de sangre seca sobre el suelo. Recordaba esa noche como si fuese ayer, el ataque de Nagini, las lágrimas de Snape, la sangre manchando sus manos y la profunda mirada como un pozo sin fondo sobre sus ojos.
El hombre había sido un complejo cúmulo de odio y amor dirigido hacia su persona. Desde el primer instante le había parecido que el mago se movía sólo por el odio hacia los Merodeadores y su deseo de que los pecados del padre los pagase el hijo, haciendo de su vida un infierno. Pero a pesar de todo era gracias a él que había podido vivir de un modo u otro. Había estado equivocado, el amor en él era más fuerte que su odio y lo había demostrado cada vez que le salvaba desde las sombras, sin pedir nada a cambio.
El pocionista siempre había sido y sería un misterio para él. Más aún teniendo en cuenta que de algún modo había sobrevivido al mordisco de la letal serpiente de Voldemort.
-¿Añorando buenos momentos, Señor Potter? -susurró una voz grave y arrastrada a su espalda.
Harry volteó rápidamente, varita en mano. Ante él encontró unos penetrantes ojos negros observándole sin expresión y una presuntuosa sonrisa en la esquina de uno de sus labios.
-Snape -dijo con un hilo de voz debido a la sorpresa.
Continuará...
[1] Fragmento de “Harry Potter y el prisionero de Azkaban”