Gatos

Dec 30, 2009 17:07




Muy pronto constató que un gato causaba en su propietario una impresión mucho más sutil que cualquier otro animal doméstico. El perro obedecía sus órdenes y vigilaba la casa, el pájara lo alegraba con su canto... pero el gato parecía dedicado en exclusiva a hacerlo feliz con su presencia y dejarse agasajar. La compañía de un perro vigoroso y leal infundía poder y seguridad, en presencia de un gato había que alegrarse de que lo tolerase siquiera. Un perro se achicaba ante su dueño, lo adoraba, se dejaba atar con correa y entrenar para dar muestras estúpidas de habilidad. Permitía incluso que su amo le pegara, aunque pudiera hacerlo pedazos. A un perro lo podías ahuyentar a un rincón de una patada, que dos horas después lo habría olvidado y en agradecimiento te traería las zapatillas. Un gato, sin embargo, te trataría con desprecio durante días por el mero hecho de haberle pisado el rabo. Si arrojases un palito a un gato, éste te miraría de la cabeza a los pies, como si hubiera perdido el juicio, para alejarse luego, orgulloso, meneando la cabeza.

(...)

Un gato tranquiliza con su mera presencia discreta y silenciosa y el ambiente aristocrático que infunde su aparición. Con su equilibrio tanto exterior como interior, la soltura de sus bien pensados movimientos, su placentera necesidad de sueño, su instintivo rechazo a labores frenéticas, es la encarnación de la serenidad y el sosiego. El irse a dormir no es un simple tumbarse, sino un homenaje al sueño hecho danza. Cuando llega el momento, se dirige a su cesto con el andar indolente de un león que se dirige al abrevadero, se mete dentro ronroneando y camina mayestáticamente en círculo para alisar el cojín. Tras un desvergonzado bostezo, estira las patas delanteras y después distiende todo el cuerpo para luego depositarlo en el fondo con un movimiento elástico de perturbadora lentitud. Finalmente, coloca la cola en semicírculo a su lado, remolino tras remolino, se lame con cuidado las zarpas y bosteza de nuevo. Inclina la cabecita, sus ojos se estrechan hasta convertirse en rendijas, y después, con un abombamiento regular del lomo, llega sano y salvo al paraíso de los gatos... al país de los sueños.

--Walter Moers (El maestro de las Burujas)
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