Nov 06, 2007 16:10
Personajes: Harry y Ginny.
Resumen: "Y pensar que saldría con más marcas de allí que de la batalla final… "
Epílogo 11. Bajo la escalera.
No podía creer que la casa siguiese oliendo igual. Había pasado poco más de un año y lo único que delataba la ausencia de habitantes era el polvo acumulado en las estanterías, muebles y la encimera de la cocina. Si tía Petunia viese el que había sido su hogar durante diecisiete años ahora, la daría un ataque al corazón. Ni siquiera él pensó que volvería a poner un pie allí. La última vez se había despedido de todo lo que formaba parte de su pasado mientras creció en el número cuatro de Privet Drive.
Sus tíos y su primo ya no querían volver allí. Harry pensó que seguramente no era por la cantidad de malos recuerdos que guardaban de él. Al fin y al cabo, la despedida no había resultado tan amarga como supuso. Pero según Dedalus Diggle, estaban felices y contentos en su nueva casa, dónde demonios estuviese. Porque ni entonces le habían dicho dónde era. Al menos no le hacía sentir culpable el hecho de no querer volver a saber nada más de ellos. Quince años habían bastado para sufrirlos por toda una vida, y la que tenía frente a él, no era una vida merecedora de más abusos por parte de sus parientes.
Era increíble que durante el año que pasó fuera, alimentándose a base de cosas que escandalizarían a la señora Weasley y de las que se estaba encargando que olvidara con copiosas comidas, hubiese crecido algo más. Frente a la puerta de su antigua y diminuta habitación se sentía más alto que nunca. Aunque con once años ya tenía que agacharse para poder entrar.
Abrió la puerta y se inclinó para meter la cabeza. Sonrió nostálgicamente. Cuando Voldemort regresó se sintió tan desesperado que a veces deseó volver a tener diez años y no saber nada del mundo mágico ni qué significaba ser Harry Potter para la gente que no sabía que solo era Harry. Lo deseaba aunque eso supusiese vivir de nuevo en la habitación debajo de las escaleras. En su alacena. Allí había sido donde fue dirigida la primera carta que recibió de Hogwarts y el lugar donde quiso esconderse no solo de Dudley.
Se encogió y con un ligero esfuerzo se sentó en la que fue su cama. Se le clavaron un par de muelles en el trasero. Intentó acomodarse pero fue en vano. Y pensar que saldría con más marcas de allí que de la batalla final… Intentó cerrar la puerta pero fue imposible. Lo pies sobresalían.
Vio unas piernas que aparecieron justo en frente y después un cabeza. Ginny no dijo nada. Le miró a la cara intrigada y luego recorrió con la vista el pequeño espacio.
- Ron está en tu habitación. Con Hermione -Harry arqueó una ceja.- ¿Qué haces aquí?
- Esta solía ser mi habitación.
Ginny volvió a echar otro vistazo a la alacena, con los ojos casi desorbitados y una expresión de incredulidad.
- Hasta que me dieron la habitación donde Dudley guardaba todos sus juguetes -aclaró Harry.
- Tus tíos eran unos sádicos.
Harry rió.
- En el fondo no era tan malo. Solo tenía que preocuparme porque las escaleras no me aplastasen cada vez que lass bajaban Dudley o tío Vernon. Y es un sitio muy íntimo, sabes.
Harry le tendió una mano y ella fingió pensarlo durante unos segundos. La cogió y Harry le empujó hacia él.
- Merlín, aquí no hay sitio para los dos -dijo Ginny incómoda.
Estaba apretada entre Harry la pared. Puso una mano sobre el colchón y la levantó con un grito.
- Los muelles.
- Dime que no echabas de menos este lugar -dijo Ginny entre dientes.
- Lo cierto es que hasta ahora nunca había pensado en los beneficios de tener mi cuarto debajo de la escalera -contestó Harry rodeando su cintura con los brazos.
Ginny se encontró sentada sobre las piernas de Harry, con el cuello torcido de manera que la cabeza quedaba pegada al techo. Harry encontraba divertido aquello. Era una pena que tía Petunia no pudiese ver lo que ocurría en su casa en ese momento. Sus dos mejores amigos inspeccionando su cuarto y el resto de la casa, aunque sospechaba que no era lo único que estaban haciendo y tampoco quería pensarlo. Y él, con su novia por fin, en la alacena donde le obligaron a vivir tantos años.
Harry frotó suavemente su nariz en el cuello de ella. Ginny se mordió el labio inferior y suspiró.
- ¿Qué diría tu tía? -preguntó bromeando.
- Ahora mismo que cortase el césped y limpiase el polvo.
Ginny rió y el notó cosquillas en los labios. Besó su cuello. Ella movió la cabeza y le puso una mano en la mejilla.
- ¿Cómo lo hiciste?
- ¿El qué? -preguntó Harry confundido.
- Crecer y ser una persona normal. Yo me habría vuelto loca.
Harry la miró fijamente. Ni él entendía por qué no había acabado siendo un marginado o se había convertido en una versión más delgada y pequeña de su primo Dudley. Podría haber aprendido tanto de su tío y de su primo y no lo hizo. Lo cierto es que no lo sabía.
- No lo sé -susurró.
Ella sonrió ligeramente y Harry la besó. Porque lo que nunca imaginó con diez años es que estaría en su alacena, besando a una chica y sintiéndose libre por primera vez en su vida.
Fin.
Personajes: Luna y Dean.
Resumen: "Las guerras debían dar otra perspectiva de las cosas."
Epílogo 12. Luz de Luna.
Luna Lovegood era la persona más extraña que conocía. Ejercía sobre él un efecto que desconocía por completo. Le hacía sentir de mil maneras distintas y todas ellas nuevas y sorprendentes. Nunca indiferente. Porque Luna tenía la capacidad de atraer toda la atención posible, aunque gran parte de las veces fuese por la rareza de sus opiniones y la extrema improbabilidad de las mismas. Él mismo la miraba diferente hacia un año. Ya la conocía. Había compartido con ella las clases en el ED y el tiempo que estuvo con Ginny solía estar siempre alrededor. Por aquel entonces le molestaba profundamente. Aunque ahora lo achacaba al hecho de que solía ser junto a Ron, la persona que más les interrumpía cuando estaban solos.
Las guerras debían dar otra perspectiva de las cosas. Porque ahora sus ojos tenían una visión tan diferente de Luna que no sabía si entonces él fue otra persona o ella mucho más irritante. O posiblemente no la conocía en absoluto.
Le gustaban las tardes que pasaban en silencio cuando iba a visitarla a su casa. Su padre había logrado reconstruirla con la ayuda de algún que otro miembro de la Orden del Fénix y alguno de los hermanos Weasley. Algunas tardes se encontraban allí con Harry Potter, Hermione Granger y Ron y Ginny Weasley. Otras veces ellos iban hasta La Madriguera. Pero lo que le gustaba era pasar el tiempo solo con ella, en su compañía. Solían quedarse callados y solo ella rompía el silencio con una observación tan fascinante como desconcertante. Pero era la magia que él veía en ella cuando su rostro se iluminaba aún más mientras comentaba lo afortunados que eran los Weasley por tener su jardín infestado de gnomos o lo fabuloso que era ver sonreír a Harry ahora que era libre.
Lo triste, pensaba Dean, es que ella consiguiese ser tan profunda y sincera y que la mayoría de la gente nunca supiese ver más allá de su apariencia de jovencita loca y soñadora. Luna le había enseñado que soñar era una de las partes más importantes de la vida. Si no soñabas con algo no podías esperar nada.
Luna cogió su mano y él la miró. Pero ella estaba demasiado ocupada entrelazando sus dedos y en su rostro se dibujó esa sonrisa enigmática y deliciosa que desde hacia semanas hacia que su corazón latiese más rápido de lo normal. Entonces ella levantó la cabeza y le miró de esa forma en que siempre lo hacía. Directa y limpiamente. Era increíble que después de lo que había pasado, después del tiempo que había estado encerrada en aquel sótano en la mansión de los Malfoy pudiese mantener su espíritu intacto. Supuso que eso fue lo que le llamó la atención los días que compartieron en Shell Cottage.
- Me gusta el color de tus manos -dijo solemnemente.
Dean se limitó a arquear la cejas tan solo un poco, lo suficiente para hacerla ver que él no entendía por qué ese repentino interés por el color de su piel.
- Hace que mis dedos parezcan estrellas cuando te doy la mano.
- Oh.
Un pensamiento fugaz cruzó su mente. Maldijo todo el tiempo que la despreció, se maldijo por haber perdido tantísimo tiempo ignorándola. Luna dejó descansar sus manos en su regazo y su vista volvió hacia el fondo del claro. Él siguió observándola como embobado. Siempre pasaba lo mismo. Y no sabía si ella era consciente de lo que provocaba en él con un comentario tan simple.
A ella le gustaban las estrellas, pero a él le fascinaba la luz de la luna.
Fin.
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