Visita

Apr 10, 2009 15:52

Fandom: Habitantes de Santiago [Original]
Claim: Javier Jimenez+Anelí Martínez.
Advertencias: ANGST. POR MIL. Spoilers de la familia de Javier.
Rating: K.
Para|Prompt: menteoriginal | Una mentira que te haga feliz vale más que una verdad que te amargue la vida de la Tabla Ricardo Arjona
Nota: Para tí, Javier. Espero que desde donde sea que éstes, puedas leerlo.
Palabras: 1350.
Resumen: Y Javier llora y se pregunta como diablos no de destruye cada vez que va a verla, porque sabe que ella no lo recuerda. Y duele.


Visita

Javier salió temprano de su casa, despidiéndose con un beso en los labios para su esposa y uno en la guatita de ésta para su hijo, niño que aún quería quedarse algunos meses allí antes de nacer. Se fue dejando a su familia dormida y caminó por las calles de Santiago, en búsqueda de un paradero para tomar locomoción y hacer su visita especial.

Era invierno, aunque las temperaturas no te congelaban cruelmente, pero sí te obligaban a abrigarte hasta las orejas, Javier se acomodó mejor la gorra de lana que llevaba y que ocultaba sus cortos y ordenados cabellos castaños y se subió el cierre de su abrigo negro hasta el cuello antes de bajar de la micro y caminar en dirección a la calle Rosales. Siguió su recorrido hasta detenerse en un negocio de flores, allí entró y saludó al dueño del local, quién le devolvió el saludo con una enorme sonrisa.

-Ya era hora de que te dignarás a aparecer por estos lados, Javier -dijo el vendedor con aquel tono grave que al hombre tanto le gustaba, le recordaba a algún cantante de Ópera. Javier eligió unas lilas y unas rosas y se las entregó mientras sonreía-. Me parecía raro que no vinieras, cuando tú sueles ser una de las personas que más viene por aquí…

El castaño pasó por alto el tono de nostalgia que quizás aquel vendedor colocó a propósito en su voz.

-El embarazo de mi esposa tuvo algunas complicaciones y me veía imposibilitado de alejarme mucho de ella, ya sabe, tuvo que estar en cama y tenía que cuidarla -respondió sin borrar su sonrisa del rostro, el comerciante le sonrió, entendiendo su justificación y le envolvió las flores en un bonito arreglo, donde incluso colocó una rosa plástica de color rosado. Un detalle bastante lindo de su parte, en verdad-. ¿Cuánto le debo?

-Lo de siempre.

Pagó el dinero por las flores y salió de allí, siguiendo calle abajo, admirando como las casas -de apariencia verdaderamente antigua, de hecho, Javier solía preguntarse cómo diablos no se caían con sólo mirarlas- estaban completamente cerradas y seguramente calentitas en su interior. Un viento repentino agitó las flores que llevaba, eso hizo que el hombre apresurara el paso.

Cuando llegó al hogar, admiró como las letras de “Asilo de Ancianos” brillaban opacamente, destacando en el nublado día. Javier apretó las flores en su mano y se adentró, sonriendo de forma nostálgica, casi triste.

Al poco rato, una anciana de largos cabellos blancos y numerosas arrugas en todo su rostro le abrió la puerta, ella le miró con sus enormes lentes redondos durante largo rato, repasando su cuerpo varias veces, como confusa.

Javier sintió como su nariz picaba y una sensación de angustia se instalaba cruelmente en su garganta. Tragó saliva para evitar que las lágrimas que comenzaban a surgir en sus ojos, escaparan.

-Señora Anelí -dijo con la voz quebrada y con las manos temblando. La anciana le miró con sorpresa, seguramente preguntándose cómo es que conocía su nombre-. Soy yo, Javier.

Ella parpadeó y siguió mirándolo, reparando por primera vez en el ramo de flores que el hombre traía en una de sus manos. Una sonrisa tímida asomó en sus arrugados labios y un ligero temblor le recorrió la mano que afirmaba la puerta; Javier vio esto y sonrió también, aunque mucho más adolorido y triste, intentando controlar las ganas inmensas de llorar que se le presentaban siempre que iba allí, a verla.

-Son para usted -mencionó, tendiendo el ramo cerca de su rostro, permitiendo así que el aroma de las flores llegaran a la nariz de ella, con gusto vio como Anelí aspiró el olor y la sonrisa que tenía se agrandó, haciéndola ver adorable.

La anciana abrió más la puerta, dejando a Javier ver el pequeño cuerpo envuelto en una cantidad infinita de chales de lana.

-Pasa, joven -murmuró y una ola de sensaciones invadió al hombre, queriendo olvidar todo lo que estaba haciendo para poder lanzarse hacía ella y abrazarla con fuerza. El solo escuchar aquella voz que creía olvidada le hacía imposible resistir sus impulsos. Él dejó el ramo en el aire, permitiendo que las arrugadas manos lo tomaran con delicadeza y otra oleada angustiosa de sensaciones le atacara, quebrándolo cada vez más.

Entró y cerró los ojos, sintiendo la humedad de estos pasar más allá de sus parpados, con rapidez se los restregó y rogó porque los ojos oscuros de la anciana no le hubieran visto.

Admiró el pequeño cuarto que contaba tan solo con una cama y un velador, las ropas de la mujer colgaban en una percha en una pared y una pequeña mesita que no tenía nada más que un jarrón de flores marchitas adornaba aquel lúgubre lugar. Miró las flores durante un buen tiempo, reconociendo entre la sequedad de estás el tipo de flor, no dio ni un paso y las alcanzó, haciéndolas crujir cuando sus manos se cerraron en las ramas y las hojas cafés, destruyéndolas, las guardo en su chaqueta, recordando mentalmente botarlas cuando se fuera en la tarde.

-Gracias -dijo Anelí, observándolo a través de sus grandes anteojos-. Un joven como tú las había traído hace unos meses y yo había olvidado botarlas -sonrió, casi como una niña pequeña, pero con aquel deje de melancolía que Javier no quería identificar-. Esperaba que él viniera de nuevo, pero ahora que tú has venido a verme puedo colocar unas flores más bonitas para recordarte.

El hombre respiró, quebrado, roto.

- ¿Vienes por los programas de visita que da el gobierno?

Mierda, quería llorar como un niño pequeño en sus brazos. Pero no podía, no podía…

-Algo así -repuso, preguntándose cómo le era posible decir algo sin destruirse-. A-Ahora yo seré el joven que vendrá a verla, señora.

Anelí se rió con dulzura.

-Gracias, joven.

Javier vio como ella colocaba las nuevas flores en el jarrón, se mordió el labio y esta vez no pudo evitar que unas lágrimas dolorosas, ardientes y malditas cayeran por sus mejillas sonrojadas, rotas.

Se preguntó otra vez como diablos podía seguir así.

Porque era tan doloroso ver cómo mes tras mes él venía a ver a esa anciana, a una mujer que ya no lo recordaba, que ya no sabía que existía y que aún así siempre le decía “ven a verme, joven”.

-Señora, ¿puedo pedirle un favor?

Anelí le miró antes de sentarse en su cama, haciéndola crujir.

-Claro, joven.

Y Javier lloró y no le importó pensar que después tendría que mentir cuando ella le preguntara el motivo de sus lágrimas.

- ¿P-Puedo decirle, mamá?

La mirada incomprendida y casi luminosa de Anelí, como si recordara algo, le inquietó, esperó, de forma inconsciente que esta vez sí recordara, si le recordara…

-Claro, joven.

Pero no sería nunca así porque ella ya no le recordaría. Porque ella le olvidaba mes a mes que iba a verla, porque ella olvidaba que él era el joven que traía los ramos de flores que se marchitaban cuando se demoraba más en venir, porque ella olvidaba que tenían aquella misma conversación todas las visitas y olvidaba también aquellas palabras, aquellos permisos y aquellos castigos que le hacía a Javier por no recordarle.

Porque todo era culpa de la maldita enfermedad que la atacaba sin piedad. El Alzheimer…

- ¿Por qué llorabas?

Mierda.

-P-Porque se parece a mi mamá, por eso.

Porque él ya nunca podría decirle mamá sin sufrir, sin morir y sin renacer en cada visita.

-“Porque usted es mi mamá, señora y no me recuerda y me mata cada vez que me dice joven. Por eso lloro, pero no puedo decírselo porque sería un mal hijo, un mal hombre y moriría aún más si lo hiciera…”

Y a pesar del dolor, de la muerte y la resurrección que sufría Javier, él seguiría yendo a verla, a preguntarle si podía llamarla mamá y a entregarle las flores favoritas de ella en cada visita. Porque era su hijo y la única persona en el mundo que ella tenía, a pesar de que le olvidará al terminar el día.

comu: menteoriginal, tabla: ricardo arjona, original: habitantes de santiago

Previous post Next post
Up