VIAJE A DARJEELING// Permitidme introducir esta reseña explicando la historia de mi desencuentro con Wes Anderson. Por extraño que parezca, empecé por el final. Mi primera película de este director resultó ser Life Aquatic. Y me gustó. Me gustó mucho más de lo que creía que iba a gustarme: me apasionó como propuesta visual erigida sobre el formato videoclip (para acabar ironizando sobre el mismo) e incluso me pasé unos días buscándole una explicación argumental. Al tercer día, desistí. No creo que haya ningún tipo de intención intelectual profunda detrás de las aventuras de Steve Zissou y, para más inri, los personajes no son más que una colección de freaks. Sin más. Dulcemente entrañables. Pero una colección entrañable de freaks NO basta para construir una película. Y menos cuando el director te vende el conjunto con unas pretensiones elevadas y pseudo-místicas que, como todas las pretensiones pseudo-místicas, acaban encerrando el vacío, la nada. Estas afirmaciones resultaron ser el inicio de mi desencuentro con Anderson. Academia Rushmore vino a confirmar lo mismo (pero con menos empaque visual), y Los Tenenbaums, pese a que es el film que más he disfrutado del director, sigue adoleciendo de esa disociación entre pretensiones y logros narrativos. Sea como sea, me dispuse a ver Viaje a Darjeeling de forma inocente, esperando que el director por fin me abriera los ojos y me hiciera ver aquello que parece ver tanta gente en él. Siento decir que no fue así. Es más: el corto que introduce el film se destapó como una perfecta metáfora de lo que vendría después. En cierto momento, la cámara empieza a describir un travelling ralentizado (y pretendidamente sublime y poético) que se encuentra con el cuerpo desnudo de Natalie Portman. Pero, en una extraña decisión de Anderson, la actriz parece contorsionarse en una extraña postura que no tiene otra función que tapar al espectador la visión de la entrepierna de la Portman. ¿No es esta elección una clara declaración de intenciones? Durante el resto del metraje, Anderson contorsiona y falsea lo que vemos para mostrarnos la cara amable, la cara entrañable, la cara freak pero adorable de absolutamente todo (desde los personajes hasta un pais como la India, que sí que es amable y entrañable, pero también tiene otras caras menos higiénicas). Eso sí, también hay que admitir que ese movimiento de cámara es la presentación del recurso cinematográfico más recurrente en toda la película: el omnipresente travelling. Que sí: que la intenció de Anderson es que conectemos "el travelling" con "el tren" con "la vida como movimiento continuo con paradas incontrolables y destinos sorprendentes". Nada que no se hay visto con anterioridad, pese a que hay que reconocerle la belleza plástica de algunos de los planos (especialmente ese travelling por el interior del tren en el que viajan absolutamente todos los personajes del film, en compartimentos estancos). Pero es que el problema es que la mayor parte de metáforas visuales juegan en un único y simple plano, igual que la historia (un viaje a ninguna parte sin ningún interés) o los personajes, que de nuevo resultan ser una colección de freaks (adorables), sí, pero en esta ocasión resultan tan extremos que acaban perdiéndose en sus excentricidades. Y no olvidemos que, para que el espectador se introduzca en el film, es necesario que el director le tienda una cuerda, un mínimo de "reconocimiento" en los carácteres y en lo narrado. El problema de Viaje a Darjeeling es que su acabado final es como el tallado rápido y superficial de un diamante en bruto: los aciertos visuales brillan con fuerza, pero por debajo laten muchas posibilidades que, mimadas y pulidas, podrían convertir a Anderson en un gran director, en un director "completo". La condición es que, además de mimar la forma, se concentrara en el fondo. O, al menos, que no nos vendiera la moto de que realmente está explicando algo elevado. Porque por eso sí que no paso.\\