//CINE: Caótica Ana. Hace unos meses hubiera sido muy divertido poner a parir Caótica Ana. Siempre es divertido poner a parir a los "intocables" del cine español. Y, si soy sincero, pensaba que no iba a ser, ni mucho menos, la tónica general: Médem sigue siendo Médem, y Caótica Ana es el tíico patinazo que se le perdona a cualquier en nuestra industria autocomplaciente que incentiva burradas (¿Los Otros? ¿La mala educación?) a otros directores con menos inventiva pero más capacidad para llenar la cartera. Por ello me sorprendió ver que se cargaban a la película de Médem en más de una, de dos y de tres críticas. Claro que la sorpresa se vio pronto substituida por el placer de contemplar cómo, por una vez, no iba a ser el único en ir a contracorriente. Vamos, que no fui el único que salió del cine creyendo que la metáfora inicial de los dos pajarillos en el film era mucho menos significativa y poderosa que la metáfora de la cagada de uno de esos dos pájaros. Porque el celuloide que Médem pone a disposición de nuestros ojos no sólo desprende un sospechoso tufo a rancio, sino que además parece ordenado y planificado (si es que ha habido planificación) por su hija de tres años. Para empezar, la historia no se sostiene por ningún lado: el periplo pseudo-artístico de la prota no sólo es simplista y desfasado (¿performances de baratillo?), sino que acaba por abandonarse sin ton ni son en pos de "la otra" trama, en pos de esa trama pasada de vueltas con ínfulas de feminismo. Eso sí: feminismo visto a través de los ojos de un macho cabrío con las orejas agachadas por un sentimiento de culpabilidad algo absurdo. Los personajes, que se mueven a golpe de guión más que por lógica interna, son esbozos sin ningún tipo de profundidad: siguen construyéndose sobre frases y características puntuales atrayentes, pero de tan recurrentes en el cine de Médem han acabado por perder cualquier atisbo de credibilidad, cayendo en el peligroso abismo del misticismo absurdo. El misticismo, es además, otro de los puntos débiles de una película a la que sólo le falta banda sonora de Enya para ser considerada New Age. Y si sobre las páginas del guión los personajes ya son poco interesantes, la escasa pericia de los actores (especialmente Manuela Vellés, en la que la capacidad para actuar mantiene una relación inversamente proporcional con su belleza física) a la hora de enfrentarse a caracteres tan inverosímiles convierte el conjunto en algo intragable. Vale que Médem sigue siendo acreedor de un mundo propio y fascinante (depende de para quién), construido alrededor de metáforas que mantienen entre ellas relaciones a veces sorprendente (y a veces no). Pero ni el buen recuerdo del pasado es suficiente para salvar este ego-trip desmesurado en el que el director no ha sabido calcular los ingredientes para obtener el equilibrio mínimo en un film de alguien al que se le ha llamado "autor" en tantas ocasiones. Y si alguien piensa que estoy hablando desde la manía personal hacia el director, habrá de saber que sigo siendo fan acérrimo de Los amantes del Círculo Polar (su obra cumbre) y, en menor medida, de Lucía y el sexo. Pero lo dicho: ni el buen recuerdo del pasado va a conseguir que atesore en mi mente un recuerdo positivo para la que es, con diferencia, la decepción más profunda del año.\\