Kiss me (goodbye, I'm defying gravity). Parte I- Glee- Klaine-Brittana

Mar 29, 2011 11:24

Título: Kiss me (goodbye, I'm defying gravity). Parte I
Autor: albaclara 
Personajes: Familia Hummel-Hudson. Carole Hummel. Kurt Hummel. Blaine Anderson. Santana López
Parejas: Pre- Klaine. Insinuaciones de Brittana.
Tema: #20: Real
Extensión: 5194 palabras..
Advertencias: Spoilers del 2x16 Original Songs. En próximas partes, especulaciones sobre el 2x17 A night of neglect.
Notas: Como siempre, esto está dedicado a mi amada esposa, auto proclamada porrista número uno y, definitivamente, mi musa, michan_kitamura .



Finn bajó por las escaleras retorciéndose las manos, un poco intimidado. No era como si su padrastro fuera a pegarle o algo, pero a Finn no le gustaba disgustar a Burt.

-          Dice que no quiere bajar a cenar, que muchas gracias pero que no tiene hambre.-  Ni bien dichas estas palabras, Finn se apresuró a embutir una cucharada de puré en su boca. Sabía qué clase de miradas estarían intercambiando su madre y Burt, y no quería tener que intervenir, muchas gracias.

Burt se puso de pie, mascullando, pero preocupado, y Carole lo detuvo con un gesto y una sonrisa.

-          No, Burt. Iré yo.- Y no espero una respuesta para darse media vuelta y poner agua a calentar.

Finn observó a su padrastro de reojo. Burt parecía dudar, pero finalmente se dio por vencido, y alzó las manos en señal de rendición. Su madre, que ya se las había arreglado para preparar una taza de té de tilo, le dio un beso en la mejilla a su marido y revolvió el cabello de Finn antes de salir de la cocina.

-          Empiecen sin mí, no quiero que se les enfríe la cena.

--

Kurt se quitó los auriculares suspirando al oír los golpes en la puerta.

-          Finn, ya te he dicho que no tengo hambre, gracias.

-          ¿Y qué tal un té?

Kurt se sorprendió un poco al reconocer la voz de Carole. Por un lado, lo hacía sonreír la idea de que Carole se hubiera tomado la molestia de subir sólo para hablar con él. Por otra parte, a ella Kurt no podía enviarla de vuelta a cenar con una palmadita en la espalda y unas cuantas frases esquivas, como podría haber hecho con su padre.

-          Pasa.- Y le abrió la puerta.

Carole ni siquiera hizo el amago de mantener la farsa de que había subido solo para traerle una taza de té, y se sentó en el borde de la cama luego de apoyar la susodicha taza en la mesita de luz. Kurt se sintió agradecido por eso. De lo que menos ganas tenía era de fingir. Carole lo observaba con sus ojos dulces, y Kurt se sintió dolorosamente consciente de la palidez excesiva de sus mejillas, del temblor de sus manos, de su propia mirada dolida y triste.

-          Gracias, Carole.- Y aunque realmente tenía el estómago cerrado, tomó la taza entre sus manos. El calor lo hizo sentirse un poco mejor.

Carole estiró una mano para acariciarle una rodilla y Kurt tuvo que reprimir un sollozo. Como le había dicho a Blaine hacia apenas unas pocas horas, eran contadas las personas que lo tocaban voluntariamente y Kurt no era una persona particularmente cariñosa, pero esa clase de revelación de afecto le calaba profundo.

-          Kurt, no pretendo presionarte ni nada parecido. Pero quiero que no olvides que puedes confiar en mí, y que estoy aquí para hablar de lo que sea, si me necesitas.

Y estaba allí, sonriéndole con sus ojos color miel, y su mano cálida había pasado a acariciar con el pulgar el dorso de su propia mano helada, y Kurt se quebró, y no solamente por Blaine y lo que había pasado en las últimas semanas. Kurt se quebró por los años y años que llevaba reprimiéndose, por la humillación de los granizados en la cara y los empujones contra los casilleros, por el esfuerzo sobrehumano que tenía que hacer para que alguien se lo tomara en serio, por aquel sueño infantil destrozado en el vestuario de hombres del McKinley, por la paciencia y la fuerza de voluntad que se le habían consumido como agua entre los dedos para salir adelante luego del ataque al corazón de su padre, por lo mucho que extrañaba a sus compañeros de New Directions y lo poco que encajaba en Dalton, por Rachel y su egoísmo, por Finn y su reproche tácito, por Blaine y su ceguera, por ese sentimiento que le hacía doler el pecho de angustia, pero que no podía ignorar, porque era lo que hacía que la vida tuviera sentido cada vez que Blaine le sonreía.

Kurt se aferró a la espalda de Carole, sin importarle si la taza se le iba de las manos, y lloró como no había llorado desde la muerte de su madre. Porque tenía diecisiete años y, a veces, le gustaría poder actuar en consecuencia, en lugar de llevar la máscara de Reina del Hielo permanentemente tatuada en la cara. Y Carole lo abrazaba como si fuera su ancla, su cable a tierra, y su cabello era suave y olía a limpio y a manzana, y no era su madre, y Kurt era dolorosamente consciente de ello, pero, demonios, como le gustaría quererla tanto como si lo fuera.

Se separó de ella cuando los últimos espasmos del llanto sacudieron su cuerpo. Definitivamente, no hubiera estado bien moquear toda su ropa, aunque no fuera más que la de andar por casa. Carole, sin embargo, no le soltó las manos, y no dejó de mirarlo a los ojos.

-          Oh, por todos los dioses, soy un desastre, Carole.

Y ella sonrió mientras le corría el cabello de la cara, y sonreía como Finn, sincera y abiertamente, y Kurt no pudo evitar que eso le diera ganas de sonreír también.

-          Puede ser. Pero no podría importarme menos.- Y volvieron a abrazarse, todos brazos y risas y, por primera vez desde que había decidido juntarlos, Kurt se sintió genuinamente feliz de tenerla en la familia, no por la felicidad que veía patentemente escrita en la cara de su padre, sino por sí mismo.- ¿Quieres contarme que está pasando?

Kurt se mordió ligeramente el labio inferior, indeciso. Quizás precisamente era lo que le estaba haciendo falta, poder hablar con alguien que no iba a juzgarlo, que iba a acariciarle las manos y sonreírle mientras contaba la historia completa (y no era que Mercedes no intentara hacerlo, pero, ey, en general no podía evitar empezar a despotricar contra Blaine a los cuatro vientos y Kurt tenía que admitir que ese era uno de los motivos por los que también le contaba a ella, porque le hacía bien alguien que no solo bajara a Blaine de la nube, sino que lo echara a patadas de ella). Sin detenerse a pensarlo demasiado, se encontró repentinamente hablando sobre Teenage Dream, las citas de café, las salidas al teatro, Baby it’s cold outside, The Warblers Gap attack, la fiesta de Rachel, Animal. Se encontró hablando de todo eso, pero especialmente de las miradas, de las sonrisas, de las frases que terminaban el uno por el otro, de las manos que se rozaban por debajo de la mesa y no se escabullían. De todo lo que él siempre le había gustado llamar su “historia” con Blaine. De cómo había decidido que eso, fuese lo que fue, tenía que terminar, porque de otra manera el corazón se le iba a hacer añicos en el pecho. O Blaine cambiaba su actitud hacia Kurt o Kurt debería cambiar su actitud hacia Blaine. Y, claramente, Kurt no tenía poder de decisión sobre las acciones de Blaine, pero, ¡oh!, como le hubiera gustado.

Media hora después de terminada la cena, Burt subió al cuarto de Kurt, solo para verificar que ambos estaban con vida. No se sorprendió al encontrarlos sentados en la cama, charlando como si fueran amigos de toda la vida. No se sorprendió, pero mentiría si dijera que no sintió un calor agradable que le invadía todo el cuerpo.

-

Desde que había tomado la decisión, Kurt había sabido que esa iba a ser una larga semana. Pero se había auto convencido de que la relación sacrificio/beneficio era lo suficientemente satisfactoria como para morderse los labios y seguir adelante. Siempre y cuando se asegurara de tener a Blaine alejado a mínimamente un radio de dos metros de distancia.

Así que no pudo menos que mosquearse cuando Blaine entró cantando Misery mientras hacia un trabajo de historia con Nick. Oh, sabía que eso iba a suceder tarde o temprano, porque Blaine necesitaba tanto llamar la atención, y no había mejor forma de hacerlo que irrumpiendo cantando en plena hora pico en la sala de estudio, pero no por eso lo mosqueaba menos. Se dio cuenta de que la espina del resentimiento la tenía clavada demasiado cerca del corazón. No supo si largarse a reír o ponerse a llorar ante ese descubrimiento. Oh, Blaine, cuanto me estás doliendo, y aún así, cuanto más me dolería no quererte.

Demonios, Misery era fantástica, pero a Kurt no podía interesarle menos. Blaine Anderson, cuando te dije que quería mantenerme lo más alejado posible de ti que nos permitieran los Warblers, no significaba que, con la excusa de los Warblers te pudieras tomar la licencia de seguir haciendo las mismas malditas cosas que venías haciendo. Oh, dioses, como te odio. Mataría por tener esas pestañas. Le importaba más bien poco lo que los otros Warblers pudieran pensar de sus bitch faces y de su falta de entusiasmo. Como si alguien fuera a notarlo, cuando lo único en lo que podían pensar todos era en lo radiante y maravilloso que era Blaine- y Kurt no podía culparlos, pero, ey, Kurt Hummel era una estrella, y una estrella se muere si no puede brillar.

La sonrisa le salió forzada y extraña, como estrangulada, frente al grito de alegría de Blaine al culminar la canción y la aprobación de los demás. Una vez más, no era que el tema no fuera perfecto y Blaine lo interpretara a las mil maravillas, solo que… no. Simplemente no. Vamos, Kurt, admítelo, el problema es que estás enojado con él, y no puedes ser objetivo si estás enojado con él. Bueno, eso también. Se dio cuenta de que esa idea lo aterrorizaba un poco, lo terrible que le parecía el mundo si no se permitía el consuelo de suspirar frente a los ojos hazel de Blaine. Has vivido antes en un mundo gris, puedes volver a hacerlo, y, tarde o temprano, se te terminará pasando. Nada dura para siempre.

Pero Blaine se le acercaba sonriendo- y demonios, esa sonrisa- y Kurt tenía que morderse la cara interna de la mejilla para contenerse de las ganas de golpearlo con la jaula de Pavarotti porque, oh, bueno, pobre Pav. Blaine habló precisamente sobre la funda de la jaula de Pav, y Kurt contestó en piloto automático. Pero cuando quiso saber su opinión sobre la canción- como recordando el acuerdo mutuo de mantenerse alejados si no era por algo relacionado con los Warblers-, Kurt ya no pudo contenerse, y volvió a dejar salir a la Reina del Hielo, que estaba clamando a gritos por ver un poco de luz.

Blaine and The Pips. Ja. No le gustaba estar molesto con Blaine, pero oh dioses, Kurt Hummel, hay veces en las que quisiera poder casarme conmigo.

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Blaine se quedó estático en el lugar durante un buen par de minutos. Bueno, eso definitivamente era nuevo. Ni bueno ni malo, simplemente diferente. En cierta forma, siempre había sabido que Kurt era así: siempre en guardia, siempre con la espada en la mano, siempre dispuesto a herir cuando él mismo estaba herido. Lo sabía, pero era la primera vez que lo experimentaba en carne propia.

No podía pensar en cómo reaccionar ante esa nueva faceta de Kurt, porque simplemente le costaba pensar en cómo reaccionar de por sí. Estaba incómodo en su propia piel, no lograba acostumbrarse- y creía que no iba a lograr acostumbrarse nunca- a la idea de tener que mantenerse alejado de Kurt. Y seguramente había roto el acuerdo, porque estaba casi seguro de que restregarse contra él mientras cantaba una canción sobre un amor complicado no entraba dentro de las cláusulas permitidas. Esa iba a ser una larga semana.

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La muerte de Pavarotti fue un golpe duro para Kurt. No solo porque realmente quería y apreciaba al pajarito, que era el único en el mundo que nunca estaba demasiado cansado o molesto para escucharlo. Que era el único que lo aceptaba enteramente como era, sin quejarse jamás, ni poner mala cara, ni cuchichear sobre él a sus espaldas. Definitivamente, Kurt necesitaba gente como él en su vida.

Pero, si tenía que ser sincero- y definitivamente, Pavarotti se merecía que él fuera sincero- dolía especialmente porque se sentía como la gota que rebalsaba el vaso. Kurt había perdido a su mascota, que era tan buena compañía, justo en aquella semana en la que había decidido no hablarse con ninguno de sus dos mejores amigos. Con Mercedes habían tomado una decisión madura y unánime: la semana anterior a las Regionales era mejor que no se hablaran, porque no podían evitar contarse todo, y no sería justo para ninguno de los dos si al otro se le llegaba a escapar algún detalle sobre lo que estaban preparando para la competencia. Y Blaine… bueno, Blaine era harina de otro costal, y era, precisamente, el responsable de la mayor proporción del dolor.

Kurt, deja de pensar en él. En este momento, Pavarotti y las Regionales deberían ser lo único importante en tu mente.

Puso la radio en su iPhone mientras se preparaba lentamente para ir a Dalton. Y fue en ese momento que la escuchó.

Por supuesto que la conocía- su madre había sido una fanática empedernida de The Beatles, y Kurt se había aprendido todas sus canciones a los cinco años-, pero jamás se le hubiera venido a la mente. Y mientras la escuchaba boquiabierto, completamente congelado, se dijo a si mismo que esa era la canción perfecta para homenajear a Pavarotti.

No se lo hubiera admitido ni a si mismo, pero en realidad era la canción perfecta porque hablaba de él mismo mucho más que del pobre canario.

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Blaine se paralizó al ver entrar a Kurt vestido de esa manera en el salón de los Warblers. El primer pensamiento que se le vino a la mente fue que algo le había pasado a Burt, pero lo descartó rápidamente, porque sabía que si algo le hubiera pasado a su padre, Kurt a duras penas hubiera sido capaz de juntar fuerzas suficientes como para ir al colegio, ni hablar de vestirse de esa manera. Blaine preguntó qué es lo que sucedía. Preguntó porque le importaba, y porque aunque sabía que a los demás Warblers también les importaba, ninguno lo haría por iniciativa propia. Y Blaine no podría vivir con la idea de que podría haber hecho algo para aliviar ese sufrimiento y no lo había hecho simplemente por ignorancia.

Se tranquilizó un poco cuando escuchó la respuesta de Kurt. Oh, solo era Pavarotti, entonces. Pero mientras escuchaba a Kurt hablar sobre cuánto significaba el ave para él, Blaine se dio cuenta de cuan sensible era su mejor amigo. Van a romperle el corazón tantas veces, pensó, y no pudo evitar que ese simple pensamiento hiciera que su propio corazón se quebrara un poco. Hizo su mejor esfuerzo por que no se le notara en el rostro cuan fuertemente estaba luchando para ignorar a esa maldita vocecita que le estaba diciendo No debería importarte que le rompieran el corazón, tú mismo lo hiciste.

Blaine se sentó una vez que Kurt hubo dejado en claro- una vez más- su profunda disconformidad con la elección de los solos para las Regionales. Era un sentimiento agridulce. A Blaine le costaba entender cómo podían convivir codo con codo en la misma persona dos características que a él le parecían tan incongruentes: esa sensibilidad rica y fluida, y esa personalidad tan llena de aristas- esa diva que sabía cómo utilizar sus uñas y dientes.

Comenzó a sonar la música, y Blaine sintió que el corazón le daba un pequeño salto en el pecho. Esa canción era tan hermosa, y tan triste, y Blaine podía sentir cómo se entrelazaba profundamente con su propia historia. Blaine siempre había sabido que él era un pájaro con las alas rotas, escondiendo la cabeza en la seguridad y la tolerancia de Dalton. No había pensado demasiado en que quizás esa seguridad en extremo, ese ambiente artificial, era precisamente lo que le impedía terminar de sanar del todo sus alas. Cuando conoció a Kurt, la conexión había sido instantánea: Blaine en seguida había reconocido en el contratenor a un pájaro exhausto, que llevaba días, sino semanas, arrastrando sus propias alas rotas.

Las diferencias, sin embargo, eran notables: Kurt podría haber continuado por años de esa manera, aunque el alma se le volviera más vieja y el carácter más amargo, el humor más ácido, los ojos más tristes. Blaine, por el contrario, había llegado al punto de saturación y se había permitido explotar. Basta, no quiero seguir luchando, a fin de cuentas uno siempre se cansa de correr. Me rindo, ustedes ganan. Ustedes siempre ganan. Kurt sólo había tomado la opción del escape porque alguien más se lo había planteado: su padre, Carole, incluso él mismo, en cierta forma. Blaine sabía que Kurt, por propia iniciativa, jamás hubiera dicho Basta, me rindo. Demasiado orgullo, demasiado coraje, demasiado carácter. Blaine admiraba eso, y a veces, incluso, le daba un poco de miedo. Hay tanto que no sé sobre ti, Kurt Hummel.

Las similitudes eran innegables pero también lo eran las diferencias. Kurt estaba definitivamente hecho de otra calaña. Blaine se había dado cuenta de que su traslado había sido una mala idea antes de que hubiera pasado siquiera una semana. Kurt no podría durar demasiado en Dalton, porque Kurt era demasiado para Dalton. Blaine no le había mentido: todo era sobre el uniforme, sobre formar parte del estándar, ser parte del equipo, no buscar sobresalir. Pero se había equivocado: Kurt jamás podría adaptarse, no solo porque estaba acostumbrado a años de patalear y jalarse de los cabellos con Rachel Berry. Kurt no podría acostumbrarse a Dalton, porque Kurt había nacido para brillar. Las alas estaban casi sanadas y Blaine sabía que, tarde o temprano, Kurt querría volar lejos del nido que lo había curado y buscar nuevos horizontes, no como una muestra de ingratitud, sino porque ese era su destino. No pudo evitar preguntarse cuánto tiempo más podría seguir él mismo lamiéndose las heridas, rumiando viejos rencores, antes de decidirse a tomar la misma decisión.

Porque Blaine sabía que tarde o temprano tendría que salir- queriendo u obligado- de la seguridad de las paredes de Dalton. Y afuera lo estaría esperando el mundo real, que no habría cambiado ni un ápice durante esos dos años. Blaine se sentía aterrorizado por la idea, y el único pensamiento que siempre había tenido a ese respecto era mejor tarde que temprano. Pero viendo la vida a través de Kurt, a través de la magia de la personalidad envolvente y arrolladora de Kurt, Blaine se había dado cuenta de que quizás es un gran riesgo que te atrape la tormenta con las alas apenas restauradas, pero que el riesgo no tiene precio si te permite volver a gozar de la luz del sol.

Y ahí estaba la realidad, golpeándolo con tanta fuerza que había tenido que dejar de hacer los coros de Blackbird, porque la realización era tan profunda que a duras penas podía respirar y soportarla sin colapsar a la vez. Las alas de Kurt estaban sanadas. Kurt volaría lejos del nido. Kurt volaría lejos de Blaine. Y Blaine se quedaría detrás, siempre detrás, escondido en las paredes seguras de Dalton, que le parecerían cada vez más grises y más tristes, porque finalmente había recordado cómo se sentía el sol. Porque había tenido alguien que le recordaba instante a instante cómo se sentía el sol. Porque en medio de esa nube de confort y calidez que era Dalton, Blaine había conocido a alguien que era real, a alguien a quien podía relacionar con la vida misma. Que paradójica que es la vida, que había decidido mostrarle esa realidad en la etérea persona de Kurt Hummel, con su piel de porcelana y sus ojos azules salidos de otro mundo.

Y se sentía avergonzado de sí mismo, porque no podía ocurrírsele un pensamiento más egoísta que ese, pero en alguna parte de su mente, deseaba que las alas de Kurt no hubieran sanado jamás. Porque eso hubiera significado que Kurt debería quedarse en Dalton, con él, protegido y seguro, y que Blaine no tendría que compartirlo con nadie más. Blaine había acogido al pajarito entre sus brazos, deseando de todo corazón poder ayudarlo, y cuando el pajarito ya no lo necesitaba, Blaine se daba cuenta de que él necesitaba al pajarito. Que no podía dejarlo ir, porque no habría palabras para describir lo monótona y gris que sería su vida, ahora que había conocido la luz que podía brindarle Kurt Hummel.

Ese fue el momento en el que la expresión torturada y triste de Blaine, compatible con el ambiente en el resto del salón, se convirtió en una sonrisa. Que claras se veían las cosas una vez que uno se había decidido a abrir los ojos.

Oh, there you are. I’ve been looking for you forever.

--

Ni bien salió al estacionamiento de Dalton, Kurt estuvo a punto de dar media vuelta y volver a refugiarse en las altas paredes del edificio. Eso no podía estarle pasando a él. Y no precisamente ese día, en el cual ya la había pasado lo suficientemente mal.

Apoyada contra la puerta de su auto, vestida de civil, limándose las uñas y sin siquiera dirigirle una mirada a los chicos que pasaban a su alrededor y literalmente se la comían con los ojos, estaba Santana López.

Bueno, ahí había algo que no encajaba, sin contar el hecho de que Santana se hubiera presentado de sopetón en Dalton. No era la ropa de civil, porque Mercedes y Rachel se habían encargado de contarle las versiones que circulaban sobre cómo el trío maravilla había abandonado a las animadoras. Kurt había tratado de sonsacarle algo de información a Finn, pero cada vez que se tocaba el tema, su hermanastro se ponía más balbuceante y torpe que de costumbre. Pero, por lo que había podido sacar en claro de las cientos de versiones y aún más rumores que circulaban, finalmente el trío fantástico había tenido que tomar una decisión inamovible: o el coro o las animadoras. La decisión de Brittany había sido la única que realmente no había sorprendido a Kurt, porque no hubiera esperado otra cosa de Brittany, que era tan dulce y tan inocente. Lo de Quinn había sido una sorpresa hasta cierto punto: Kurt sabía que la rubia haría cualquier cosa con tal de recuperar su popularidad perdida y volver a estar en la cresta de la ola, pero también sabía que no tenía un pelo de tonta y que, al final del día, sabía quiénes eran los que realmente darían un centavo por ella. Santana era-siempre había sido- harina de otro costal, y Kurt no se había formado una opinión al respecto de sus porqués. Tampoco había tenido mucho tiempo y energía como para dedicarse a desentrañar los secretos del universo, de todas formas.

Lo anormal tampoco era que Santana en un colegio de hombres no se estuviera comportando como un oso con una colmena. Kurt la había visto actuar así con anterioridad, y no le resultaba extraño, porque incluso lo sentía familiar: la Reina del Hielo que vivía en Santana decididamente era pariente de la que vivía dentro suyo.

Lo anormal eran las manos temblorosas, los hombros tensos, la respiración superficial. Santana no estaba cómoda en su propia piel, y, oh, esa seguramente era una de las siete señales del Apocalipsis.

-          Señorita López, que sorpresa.

La morena levantó la mirada y le sonrió. No la sonrisa sarcástica y petulante de costumbre, sino una sonrisa forzada. Oh, dioses, el mundo debía estar por acabarse.

-          Hola Hummel.

Hummel. No Kurt, pero tampoco mariposa, o nenaza, ni nada por el estilo. ¿Qué demonios estaba sucediendo?

-          ¿Puedo ayudarte con algo? Porque a menos que hayas terminado aquí siguiendo el sentido de la orientación de Brittany- y no se le escapó la mueca de la morena al escuchar el nombre- o estés de cacería, no se me ocurre qué puedes estar haciendo aquí. Y me parece que no estás de cacería.

-          Pensé que estábamos en un estado libre, Hummel. ¿Acaso no puedo hacer lo que se me de la gana?

Kurt se rio un poco. Esa chica sí que era un desafío. Y ante su estupefacción absoluta, Santana se acercó a él y lo tomó del brazo, de una forma similar a la que lo hacía Mercedes. Kurt estaba acostumbrado al contacto femenino de parte de sus amigas, porque prácticamente todas sabían cuán ávido de cario estaba, y hacían lo que estaba en sus manos por subsanarlo. Mercedes y Rachel eran a la cual más cariñosa, y en sus tiempos en el McKinley incluso hubo momentos en los que tuvo que pedirle a Brittany que lo soltara un poco, que él también la quería horrores, pero que necesitaba respirar. Pero Santana… Una vez más, Santana era harina de otro costal. Kurt suspiro y se dejó hacer. Cosas mucho peores le habían pasado en la vida.

-          ¿No vas a invitarme a un café?- Lo acusó la latina.- El hecho de ser homo no debería afectar tu caballerosidad, Hummel.

--

Una vez sentados en el Lima Bean, en la mesa que solía compartir con Blaine, Kurt tomaba su café descremado con pasmosa lentitud mientras se reía escuchando a Santana despotricar contra la mitad de los integrantes de New Directions- y contra la otra mitad no, porque se la estaba guardando para cuando terminase el pastel.

Kurt sabía que tal vez tres o cuatro meses antes se hubiera ofendido mortalmente de haberla escuchado hablar así, de sí mismo o de cualquier otro integrante del grupo. Pero tantas cosas habían cambiado en tres o cuatro meses, y no solamente porque Kurt se había cambiado de colegio, y la distancia le permitía apreciar las pinceladas con otra perspectiva, sino también porque Kurt sentía que el que había cambiado era él. Seguía siendo una drama queen sin lugar a dudas, pero era más una máscara y un entretenimiento que su verdadero rostro. Kurt se había dado cuenta de que la vida es demasiado insoportable por si misma como para encima tomársela a la tremenda. Lo mejor que uno podía hacer era reírse y, oh, hubiera sido un pecado no reírse de lo que Santana le estaba diciendo, sobre todo si criticaba a Rachel, a Sam, a Rachel, a Finn, a Rachel, a Quinn, a Rachel.

Tres cuartos de hora y dos cafés después, Kurt no podía dejar de reírse de cómo Santana destrozaba a Lauren Sizes. Le dio un retorcijón de culpa cuando se dio cuenta de que prácticamente se había olvidado de Pav con esa inesperada distracción. Trato de auto convencerse de que precisamente eso era lo que él hubiera querido- oh, bueno, si un pájaro hubiera podido tener deseos-: que él poco a poco volviera a sonreír, y fuera encaminando su vida, sin él… y sin Blaine. Cuando Santana comenzó a preguntarle qué tal se la pasaba en el paraíso gay, Kurt se dio cuenta de que Santana había hablado mal de todo el mundo- incluso de Emma Pillsbury y su esposo-, pero en ningún momento había hablado sobre Brittany. Por supuesto que no esperaba que hablara mal de la rubia- ¿quién podría?- pero hubiera esperado al menos una mención, así como al pasar, porque en su mente- y en la de casi todo el mundo- las palabras BrittanyySantana venían así, pegadas, en bloque. Era imposible distinguir del todo donde empezaba una y donde terminaba la otra.

Kurt ignoró ominosamente una pregunta maliciosa sobre su príncipe hobbit- que, definitivamente, no tenía ningunas ganas de contestar- y contra atacó con su propio comentario.

-          No me creo que no tuvieras nada que decirme sobre Brittany, Santana.

La morena le sostuvo la mirada, desafiante, mientras estrujaba la servilleta de papel que tenía en la mano con una tensión innecesaria.

-          ¿Qué quieres que te diga sobre ella?

Kurt se encogió de hombros.

-          Cualquier cosa. Uno siempre tiene algo que decir sobre Brit. Y sabes que a mí me interesaría hasta el más mínimo detalle.

-          Y quizás a mi no me interesa decírtelo.

Se quedaron en silencio durante unos instantes. Kurt la observaba intensamente sobre el borde de su café, y Santana le sostenía la mirada, desafiante. Oh, Kurt, has tocado el Talón de Aquiles. Como no se te ha ocurrido antes.

-          ¿Por qué viniste a verme, Santana?

Y la mirada de animal acorralado duró solo un instante en los ojos de la morena, pero duró lo suficiente como para que Kurt pudiera verla.

-          Porque tenía ganas de tomar un café, y ningún deseo de pagarlo.- La latina tomó su abrigo y se puso de pie.- No te creas que eres especial, Hummel. Podría haber hecho lo mismo con cualquier otro.

Mientras la observaba irse por la puerta del local, un tanto frustrado, pero decididamente curioso, Kurt rápidamente le mandó un mensaje de texto a Mercedes.

M, linda, sé que no deberíamos hablarnos, pero te juro que es una pregunta inofensiva. ¿Pasó algo entre Santana y Brit en las últimas semanas que por casualidad no me hayan contado tú o Rach? Te quiero. K.

Emmm… creo que Rachel te mencionó que Santana le había cantado Landslide a Brittany, pero creo que no le prestaste ninguna atención. No se me ocurre nada más. ¿Por qué preguntas, bebe? M.

Por nada. Nos vemos el fin de semana. Prepárense a ser arrasados por un torbellino de chicos sexys en corbata. Te quiero, siempre. K.

Yo también te quiero, siempre. Aunque hagas preguntas extrañas y te niegues a darme explicaciones. Ya te agarraré, blanquito. M.

¿Landslide, Santana? ¿En serio? Kurt se llevó una mano a la cabeza- y eso solo podía significar que estaba profundamente concentrado, porque de otra forma, ni muerto se hubiera desarreglado el peinado. En ese momento, las cosas empezaban a tomar sentido finalmente.

La tensión general de Santana.

Su negación a hablar sobre Brittany.

Porque, de tantas personas en el mundo, lo había elegido precisamente a él para hacerle pagar un café.

Escribió rápidamente un nuevo mensaje de texto.

Dudó, se mordisqueó los labios, no se decidía sobre si eso la convencería o, precisamente, la espantaría. Finalmente, tipeó la frase final y decidió enviar el mensaje antes de tener tiempo para arrepentirse.

--

Santana López sólo se percató de que tenía dos mensajes de texto en su celular cuando, antes de ir a cenar, se levantó de la cama y se dispuso a hacer lo imposible para que no se notaran los rastros de lágrimas que aún había en sus mejillas.

Ambos eran del mismo remitente, Nenaza Hummel.

Mañana, en el Lima Bean, después del Glee Club. Yo invito. No estás sola.

Ya que no he recibido una respuesta con toda clase de adjetivos despectivos aplicados a mi persona, tomaré eso como un sí.

Santana suspiró y se dijo que nunca era tarde para un buen par de insultos. Escribió el mensaje, pero se dijo que ya tendría tiempo de enviarlo después de cenar.

No lo envió nunca.

Vete a la porra, Hummel.

. fanfic: wip, personaje: blaine anderson, . género: slash, personaje: santana lopez, x autor: albaclara, pareja: blaine/kurt, . fanfic: largo, . rating: pg-13, personaje: kurt hummel

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