Título: Gritar
Fandom: Glee
Personajes: Blaine Anderson.
Parejas: Klaine, peor barely there.
Extensión: 1532 palabras
Advertencias: Traumas. Like.. traumas. Menciones de violencia. ¿Un reto llevado pobremente a cabo?
Notas: Escrito para el Reto!Fobias de
glee_esp Lo que más recuerda Blaine Anderson de su infancia son los gritos.
No las canciones, no los besos de su madre antes de irse a dormir, no sus vasos de leche tibia con galletas, no las tardes pasadas con Cooper jugando a videojuegos, no los días de camping a pleno rayo del sol con su padre.
Los gritos.
Sueleser culpa de los dos, en general. Uno comienza la discusión y el otro la sigue. Es a su padre a quien se le van los argumentos de control, en general, y Blaine cree que por eso le endilga la mayor parte de la culpa, pero si ha de ser sincero, su madre no hace nada por apaciguarlo, si no todo lo contrario.
Blaine se pregunta, a veces, si uno cuando se hace mayor empieza a tomarle el gusto a los gritos, a los reproches, a las respuestas ácidas y envenenadas. Nunca terminaría de entenderlo.
Es culpa de los dos, en general, pero cuando llegó el momento del quiebre, Blaine no duda un solo segundo en quedarse con su madre. No sólo porque tiene ocho años ¿y cuántos niños de ocho años no elegirían a su madre por sobre cualquier cosa en esta clase de circunstancias?, si no también porque tiene la idea de que a una madre se le puede perdonar todo.
Afortunadamente, la vida nunca lo pondrá en una situación en la que no pueda perdonarle algo.
El divorcio es un alivio para Blaine, es muy pequeño y no acaba de entender del todo las cosas, y quizás su madre no sonría más, y vea poco a su padre, y lo extrañe mucho, pero al menos ha dejado de haber gritos y eso siempre, siempre, es algo bueno.
Su madre no se grita con Cooper, ni con su padrastro. Su madre no le grita, porque Blaine se desvive por no merecérselo, Blaine se desvive porque siempre haya para él una palabra cariñosa y una sonrisa, y no un grito.
(Terminará siendo dependiente de eso, después, y los psicólogos que lo verán a lo largo de los años nunca terminarán de ponerse de acuerdo sobre si es el mismo problema y debe ser tratado como tal, o no. Para Blaine, eso no hace ninguna diferencia, en realidad.)
Su padrastro es un hombre tranquilo, y quizás le haga falta carácter, quizás le haga falta impulso, quizás le hagan falta convicciones, pero jamás levanta la voz, y Blaine comienza a copiarle gestos inconscientemente. Es en gran parte por él que Blaine es como es, en muchos sentidos, algunos buenos y otros no tanto.
(Su padre no vuelve a casarse y raramente discute con él, porque le basta con la mirada de desaprobación constante que Blaine siente sobre su cabeza como un martirio. Es por eso, se dice Blaine, que lo ha alejado tanto de su vida, aunque en realidad sea una suma de todo, y de los gritos.
No por eso lo que él piense le importa menos, y eso hace que su carga sea siempre sea mucho más pesada de lo que debería ser.)
Los primeros años de escuela son un martirio para Blaine. Una cosa era el jardín de niños, donde los gritos se mezclaban con los llantos, y con las risas y con las canciones. Los gritos eran gritos de alegría, eran algo espontáneo y ligeramente natural. Blaine nunca había sido un niño ruidoso, si hacía ruido lo hacia de modo específico, o cantaba, o hablaba o se quedaba callado. No había puntos intermedios. ¿Para qué disturbar la audición de los demás con algo que no tenía el menor sentido?
La escuela es algo totalmente diferente, porque los gritos son en cierto modo, el lenguaje mismo de los adolescentes.
Sus compañeros se gritan por los pasillos para recordarse la cita de la tarde, al entrar o salir de clases para pedirse los apuntes, en el almuerzo para invitarse a compartir la mesa.
Blaine lo odia.
Las primeras semanas son terribles, porque se queda paralizado junto a su locker cuando un muchacho que mide el doble que él y debe pesar el triple pasa por su lado proclamando su entusiasmo a voz en grito. Se paraliza y se le dificulta la respiración, y más de una vez piensa que está al borde de tener un ataque de pánico, porque cuando un futbolista deja de gritar a su lado, sus tímpanos se destrozan con el vozarrón de la maestra de turno reprendiendo a dos alumnas. No es miedo al contacto físico (no todavía): es un simple e irracional deseo de no estar allí, de desaparecer, de que se detenga, de que basta. Por favor, basta.
Con el tiempo, aprende a convivir con eso. Nunca llega a entenderlo del todo, pero aprende a elegir las clases y las mesas más silenciosas, los horarios y los pasillos menos concurridos.
Blaine Anderson parece tremendamente tímido y anti-social, cuando en realidad sólo está buscando un poco de paz.
Y luego, Sadie Hawkins. Blaine intenta recordar lo menos posible de esa noche fatídica, pero seguramente por eso durante meses recordará cada detalle como si se lo hubiesen grabado a fuego en la memoria.
Cada detalle y cada grito.
Mientras le patean las costillas, Blaine no emite un solo sonido y no sólo porque no siente que tenga el aire suficiente como para hacerlo, sino porque en cierto grado es consciente de que eso solo serviría para enardecer a las bestias.
Lo que Blaine recordará- y siempre va a recordar- son los gritos de Adam, perforándole los tímpanos, metiéndosele en el cuerpo como culebras, intoxicándole cada rincón del cuerpo, llenándole la boca y los ojos y los oídos de sangre, sangre, sangre, sangre.
Ese es el momento en el que Blaine comienza a asociar los gritos con el dolor físico, y ya no se dejará inundar por el pánico cada vez que los escuche, ahora el pánico y el instinto primitivo de defensa lucharán codo a codo.
Dalton es un paraíso de silencio y caballerosidad.
Blaine se desliza con facilidad en una piel que no es exactamente la suya, pero que le va aceptablemente cómoda, y se acostumbra a hacer lo que se espera de él y a recibir aplausos y elogios en recompensa. Es una época feliz en la vida de Blaine.
Lástima que lo desacostumbra para lo que es verdaderamente vivir en el mundo.
Blaine tiene una sana envidia por la vida de la familia Hummel- Hudson. Son todos ruidosos, menos Kurt, que el único ruido exagerado que se permite es la música, pero son todos amables y cariñosos el uno con el otro y Blaine nunca los ha visto, al menos, gritarse.
La casa de Kurt es el único lugar en el que Blaine se siente seguro en el mundo fuera de Dalton.
Unirse a New Directions es un torbellino de emociones para Blaine, que tienen mucho que ver con que es un entorno nuevo con gente que se conoce quizás demasiado y a la que él conoce demasiado poco, pero especialmente porque en New Directions todo el mundo está acostumbrado a que sólo consigue lo que quiere aquel que puede gritar por ello más fuerte que Rachel.
A Blaine no le gusta gritar. A Blaine no le gusta que le griten.
Durante las primeras semanas, hiperventila y se aferra a la mano de Kurt con tanta fuerza que por momentos piensa que se la va a romper, y logra que su novio alce la cabeza para mirarlo extrañado de esa nube de absoluto aburrimiento e indiferencia con la que ya parece tomar las constantes peleas. Mejora con el tiempo, especialmente con la ausencia de Santana López, por lo que el nivel de gritos disminuye considerablemente. Blaine aprende a cantar en su cabeza o a concentrarse plenamente en contar la cantidad de pestañas de Kurt que tienen brillos dorados, porque de otro modo cree que se va a desmayar.
Blaine se deja arrastrar a la violencia enseguida en cuanto se da cuenta de que es preferible eso que una discusión. Prefiere los puños antes que los gritos. Con los puños al menos tiene una idea de cómo desenvolverse, y además, un buen golpe sólo lo deja sin aliento si le da en las costillas o el estómago.
Lo siente por Sam, realmente lo siente, pero es algo que está mucho más allá de su control.
Blaine le grita, realmente le grita a Finn cuando éste va a buscarlo al gimnasio.
Al principio se siente como si le estuviera por bajar la presión, el sonido de su propia voz retumbándole en la cavidad torácica y dándole inmediatas ganas de vomitar, y si Finn no le hubiese respondido tan calmado o el verdadero intercambio hubiese sido más largo o más terrible, Blaine está seguro de que la cabeza le hubiera empezado a dar vueltas.
Blaine tiene mucha, muchísima rabia dentro, especialmente porque no se permite sacarla en cantidades normales, en el día a día, y la acumula hasta que no es otra cosa que sangre, sangre, sangre en los oídos, en la boca, en la nariz.
A Blaine Anderson no le gusta que le griten. A Blaine Anderson no le gusta gritar.
A veces, gritar es la única solución.