Sep 08, 2005 11:59
Mi fotografía se está aproximando al abandono al instinto o instintos. Hay mucho de depredador en mi cuando algo haya llamado mi atención, con los cinco sentidos puestos siempre en alerta. Cuando así ocurre, cuando algo haya sobresalido dentro de sus casualidades y casualidades previstas, cuando se abre la brecha entre el perfecto mimikry y un leve atisbo de movimiento del disfraz... es cuando mis movimientos se convierten en fluídos, en felinas aproximaciones a la víctima, con todo puesto en la trayectoria de choque.
Ese no es violento. O es o no es. Una foto debajo de un posible orgasmo no cuenta. Ráfagas siempre bienvenidas. Series una gozada, series descubiertas después de años el comprender cuan lejos llevan los instintos y cuan corta es la vista de la imaginación comparada con su genialidad.
Los instintos, denominados también 'instintos básicos'. La inmediata relación con un submundo o mundo subhumano. El mundo animal, levemente distinguido del mundo vegetal. Los insectos... no se sabe muy bien si contarlos y cosas por el estilo. ¿Quién ha sido autorizado para poner a los instintos en ese ala de oscurantismos profesionales?
Así es mi fotografía. Si no tengo hambre, incluso la Top-Model más sexy contorneándose ante la cámara me daría para una mínima dentellada. Pero con el suficiente hambre, capto la belleza en las caras de cualquiera. Ya me dirán porque debería pensar que los instintos son peligrosos o que se relacionan con el lado oscuro de la humanidad. Yo por mi parte triunfo gracias a mis instintos y después del desastre que he vivido haciéndole caso a mi cerebro al pié de la letra racional, lo de los instintos es un regalo del cielo, totalmente inesperado y una fuente inagotable de energía, felicidad y bienestar.
Yo sé cuando me mienten, sé instintivamente cuando alguien me miente. Se me hace difícil pensar, el mundo parece bloquearse. Así son mis instintos cuando alertan, cuando interrumpen la imagen suministrada del cerebro. Bloquean la visión racional del mundo, intercalando rastros olfativos de sudor sospechoso que dan al trasto con la confianza. Pero como ignoramos a nuestros instintos por educación y sobrevaloramos la racionalidad por machaqueo oficial, preferimos estar hablando totalmente mareados con quien nos miente.
Yo por mi parte ya no sigo ese patrón. Cuando me entran los mareos, ya se me dispara el automatismo de hacer caso a los instintos y dejo que tomen libremente el mando. A quienes lleguen a leer esto, ... les aseguro que el resultado es un inmediato cambio de actitud que sorprende a quien me está mintiendo y suele acabar descubriéndo el "desliz" quedando como amigos o con mutuo respeto.
Así es también en la fotografía. Sé cuando me miente el encuadre, la luz o el diafragma. Sé cuando el objetivo me miente, cuando lo hace la película o el sensor CCD, la mirilla, los filtros, el flash, las sombras, y en general las luces o sus deseadas como temidas ausencias. Antes me mareaba, me ponía malo pero terminaba bañado en sudor la sesión fotográfica.
Ahora ya no. Cuando me entra el mareo se acaba la historia, no vuelvo a mirar lo que veo en la cámara, dejo de componer con lo que me está mintiendo y me concentro en lo que hay desde los instintos. El cambio de actitud suele provocar la espantada de un montón de mentirillas, en plan palomas perseguidas por niño agresivo. Los instintos me descubren lo que ha pasado con la luz, con la oscuridad, con la sombra, la doble o triple sombra, el contraste, el calor del color, de las mezclas y tonos. En ese caso no me convierto en felino, más bien en sombra o estátua semiinmóvil, respirando lo menos posible. Exploro o escaneo el entorno en esos momentos, ya despejado de muchas imágenes pre-suministrados por mi cerebro, pero lógicamente inexistentes. Ese proceso puede durar hasta diez minutos. Lo hago de una forma tan resuelta y convencida que a nadie le llega a sorprender. Parece que hago un movimiento que no se ha visto en mucho tiempo, en muchas generaciones, pero que se conoce tan bien como cuando alguien bosteza.